Bianchi, el goleador que se convirtió en Virrey
El baúl de los recuerdos. Nació como despiadado artillero en Vélez y luego como técnico llevó al Fortín a la cima del mundo. Como DT de Boca ganó títulos a granel y marcó una época en el fútbol argentino.
Un goleador despiadado y un técnico ciento por ciento exitoso. Eso fue Carlos Bianchi, el delantero que se convirtió primero en el máximo artillero histórico de Vélez. Por eso en Liniers se ganó la idolatría que solo está reservada a los grandes de verdad. Y si con eso no bastara, agigantó su imagen cuando, como técnico, llevó al Fortín a la cima del mundo. Carlitos se hizo inmenso en el club de toda su vida y demostró que su figura no tenía límites al arribar a Boca y hacer de los auriazules eternos ganadores de copas. Arrancó como goleador, se hizo DT y se convirtió en Virrey.
Bianchi es Vélez así como Vélez es Daniel Willington y es José Luis Chilavert. Desde su irrupción en Primera División se fue haciendo camino al andar. Mejor dicho, se fue haciendo camino a fuerza de goles. Muchos goles. Poco después de su debut integró el equipo que le dio al Fortín el título en el Nacional de 1968 y se convirtió en el principal referente en la ofensiva hasta su partida en 1973 y retomó ese rol entre 1980 y 1984. Ostenta -quizás lo hará eternamente- el privilegio de ser el máximo artillero de la historia del club con 206 tantos.
Claro que eso no fue todo. Su figura ya era mítica cuando regresó en 1993 para dirigir al equipo que parecía listo para dar el gran golpe, pero se quedada en amagos. Llegó y engendró a un Vélez inolvidable que no solo empezó a sumar títulos en el fútbol doméstico, sino que les hizo entender a los hinchas que los sueños no tienen límites. Llevó al conjunto de Liniers a inscribir su nombre entre los ganadores de la Copa Libertadores y de la Intercontinental. ¿Cómo no iba a ser una figura colosal en Vélez?
El Bianchi jugador en todo su esplendor. con la camiseta de Vélez y la boca llena de gol.
Tiempo después, en un momento en el que Boca estaba abrumado por las desilusiones, lo contrataron como técnico. Su arribo marcó un antes y un después en esa institución. Repitió la gesta velezana y la extendió a tal punto que los auriazules se convencieron de que saberse dueños de la Libertadores era lo único que importaba. Y, por si hacía falta algo más, la mitad más uno del país también se golpeó el pecho por el orgullo de haber doblegado al Real Madrid y al Milan en la Intercontinental… Sí, ¿cómo se podría discutir que Bianchi es un hombre vital de la historia de Boca?
Su estampa estilizada, con esa llamativa calvicie que lo acompañó prematuramente, se volvió un símbolo de Vélez. Sus goles eran impactos inapelables, decisivos… Dejaron la marca imperecedera de un definidor desalmado, de esos que hacen del arte de vencer arqueros un estilo de vida. Sin sutilezas, con precisión quirúrgica. Y cuando regresó tras su segunda etapa en el fútbol francés terminó de adentrarse en el patrimonio histórico del Fortín con sus victorias del otro lado de la línea de cal y lejos del área. En Liniers se transformó en Virrey y prolongó sus dominios hasta La Boca con el éxito como sello personal.
EL CANILLITA GOLEADOR
Amor Bianchi y Julia Nélida Ferrari de Bianchi trajeron al mundo a Carlos el 26 de abril de 1949. La familia se completaba con los hermanos Eduardo y María Alicia. En un potrero de la calle Irigoyen, en el barrio de Versalles, Carlitos corría detrás de la pelota antes de pasar al fútbol más serio de Unión y Paz y El Ciclón de Jonte, los clubes de baby en los que empezó a hacerse notar por sus goles. Y, al mismo tiempo, comenzó a imaginarse un futuro en el fútbol.
Su padre lo acorraló contras las cuerdas cuando el incipiente goleador cursaba el primer año de la secundaria. No le gustaban demasiado los libros y le atraía mucho la pelota. Amor lo conminó a trabajar con él en la parada de diarios que tenía en Villa Real, mientras el pibe probaba suerte en las inferiores de Vélez. Bianchi hijo repartía diarios en un triciclo y también se subía a los colectivos para vender ejemplares. Su vida transcurría del trabajo a los entrenamientos.
Desde su irrupción en Primera demostró sus condiciones de temible goleador.
Recorrió muy rápido el trayecto ascendente hacia la Tercera División, en la que debutó a los 15 años. En esa época, Vélez disfrutaba los primeros encuentros goleadores de una sociedad integrada por Willington y por Juan Carlos Carone. El Cordobés se llevaba los aplausos por la excelencia de su juego y Pichino se abría paso por la efectividad en el mano a mano con los arqueros y por las travesuras que cometía en todos los partidos. Por ejemplo, una vez le sacó la gorra al célebre Amadeo Carrizo y tuvo al guardavallas de River chorreteándolo hasta que se la devolvió.
Por Liniers circulaban los rumores sobre la contundencia del joven Bianchi. Victorio Spinetto, un sabio del fútbol que llevaba la V azulada tatuada en el cuerpo, ya que había sido jugador en la década del 30 y luego técnico entre 1942 y 1956, había regresado en el 66 para tomar las riendas del equipo. El entrenador decidió hacerle un lugar en la ofensiva al centrodelantero de la Tercera en el duelo con Boca, por la 21ª fecha del torneo Metropolitano de 1967. Ese 23 de julio, Vélez igualó 1-1 con los xeneizes.
El Gato José Miguel Marín; Luis Gregorio Gallo, Domingo Lejona, Roberto Canosa y Luis Atela; Alberto Pulga Ríos, el tucumano José Demetrio Solórzano; El Turco Omar Wehbe, Bianchi, Jorge Osvaldo Pérez y Carone -fue expulsado por agredirse con el zaguero Rubén Magdalena- jugaron ese día. Wehbe abrió la cuenta para El Fortín y El Tano Nicolás Novello estableció el empate. El 9 de la Tercera volvió a dar el presente en el 1-1 con Racing en Avellaneda en el Metro y en la victoria por 3-2 sobre Lanús en el sur, correspondiente al Nacional.
Posando en la cancha de Vélez, cuando el estadio todavía poseia sus viejas torres en las tribunas.
Bianchi no hizo pie inmediatamente en Primera y por eso, si bien arrancó el Metropolitano de 1968 como titular, generalmente debía aguardar su turno detrás de Pérez, un eficaz delantero arribado a Liniers proveniente de Nueva Chicago. La espera no duró para siempre, pues Manuel Giúdice, sucesor de Spinetto, le dio otra oportunidad y en su sexto partido como profesional el atacante brindó la primera señal de que el fútbol argentino había engendrado a un nuevo goleador. El 7 de junio, por la 19ª fecha de la Zona B, sometió a Luis Gerónimo López en la victoria de Vélez por 4-2 sobre Argentinos Juniors.
Una semana después de ese choque desarrollado en la cancha de Atlanta, las huestes de Giúdice debían vérselas con River. El duelo generaba una gran expectativa porque los millonarios lideraban la tabla con 28 puntos y los fortineros los escoltaban con 27. Las miradas también estaban puestas en Carrizo, a quien le faltaban solo 21 minutos para establecer un récord de valla invicta. Ya era venerado Amadeo, pero a su dimensión de arquero revolucionario le esperaba, además, ponerle su nombre y apellido a un récord. Sí, era un fenómeno Amadeo.
Transcurrió el primer tiempo y Carrizo dejó atrás la marca que pertenecía a Antonio Roma, su colega de Boca. El estadio de Vélez, que todavía no había sido bautizado como José Amalfitani en honor al dirigente que puso de pie al club cuando tambaleaba luego del descenso de 1940, se estremeció con un sonoro aplauso. Se trataba de un respetuoso homenaje para una figura que había reinventado el trabajo del guardavalla. No se revolcaba innecesariamente, sino que dominaba el área con inteligencia y solo se tiraba como último recurso. Era tan bueno que hasta solía jugar con los pies y se atrevía a gambetear a los rivales.
El cabezazo goleador con el que interrumpió la racha invicta de Amadeo Carrizo, quien desde el suelo observa la definición.
Cuando el récord de Amadeo llegaba a los 769 minutos y el segundo tiempo había consumido sus primeros 360 segundos, El Pulga Ríos sacó un fortísimo remate que se estrelló en un poste. Carrizo quedó descolocado y, desde el piso, quedó confinado a ser testigo del cabezazo del pibe Bianchi que se incrustó dentro de su arco. Conmovido, el atacante fue a saludar al arquero, el ídolo de su niñez. Ese 14 de julio de 1968, cuando todos hablaban de Amadeo, Bianchi también fue protagonista…
A esa altura, ya era titular en la ofensiva junto con los punteros José Luis Luna y Mario Nogara. Pérez actuaba un poco más retrasado. Bianchi se había ganado un lugar porque Giúdice no le perdonaba a Willington su poco apego al entrenamiento. Vélez llegó a las semifinales del Metropolitano, en las que cayó a manos del Estudiantes que poco después se impuso a Manchester United en la final de la Copa Intercontinental. Pese a la decepción, El Fortín había dado señales de que podía aspirar a meterse en la lucha por el título, mientras que Carlitos ya era una alternativa válida para el ataque.
DEL CAMPEONATO A LA GRAN FRUSTRACIÓN
Vélez y Bianchi iniciaron el Nacional con todo: victoria por 3-1 sobre San Martín en Tucumán con dos tantos del delantero de 19 años. Otra conquista más del atacante hizo posible el 3-1 frente a Belgrano que fue el prólogo de una derrota y un empate que precedieron al triunfo por 4-2 sobre Rosario Central con otro doblete del canillita que se había convertido en goleador. Volvió a anotar en el 2-0 contra Lanús, pero tras un par de fechas sin hacerse presente en el marcador, fue reemplazado por Willington, a quien el técnico indultó en la recta final del certamen.
Hizo un valioso aporte a la capaña que llevó a Vélez a ganar su primer título en 1968.
El Cordobés volvió en un nivel formidable y se erigió en el argumento ofensivo más destacado de un Vélez que se ilusionaba con obtener su primer campeonato. Con su magnífica pegada, Willington se encargaba de abastecer al trío de ataque compuesto por Luna, Wehbe y Nogara. A Bianchi se le recortaban las posibilidades de hacerse notar, pero así y todo jugó 45 minutos y marcó un gol en el aplastante 11-0 sobre Huracán de Ingeniero White. En esa ocasión, la figura había sido El Turco Wehbe, autor de cinco tantos.
El destino quiso que Vélez, River y Racing igualaran el primer puesto y debieran decidir el título en un triangular. La definición, que arrojó para siempre la polémica de La mano de Gallo, permitió el festejo del conjunto de Liniers. Bianchi ingresó en el complemento del partido que decidió el campeonato contra La Academia. Igual, resultó una pieza clave porque, a pesar de que Willington le sacó el puesto en la última porción del certamen, aportó siete goles en 11 partidos durante esa campaña triunfal.
Aunque no pudo entreverarse en la puja por el título en el Metropolitano del 69 -quedó en manos de Chacarita-, Vélez merodeó los primeros puestos y Bianchi se encargó de ratificar que podía ser muy importante para el futuro del equipo. Aún tenía que esperar su turno detrás de Wehbe, pero así y todo se las ingenió para marcar cinco veces en 15 presentaciones. En cambio, en el Nacional se lució y lideró el ataque fortinero con 12 goles en igual cantidad de partidos.
Miró desde el banco de suplentes la consagraciòn de Vélez en el Nacional de 1968.
La jornada consagratoria fue la 16ª del torneo, en la que vulneró en cinco ocasiones la valla de Rubén Lucangioli, de San Lorenzo de Mar del Plata, en un cotejo que los de Liniers ganaron 5-0. Además, sumó tres anotaciones contra Talleres, dos frente a Platense y una en los duelos con San Lorenzo y San Martín de Tucumán. Sin dudas, 1969 fue el año en el que les avisó a las defensas rivales que debían prestarle mucha atención. Las 17 conquistas en esa docena de meses constituían el mayor motivo para que nadie se descuidara ante su amenazante presencia.
Su ascendente carrera sufrió una abrupta interrupción por una lesión en los meniscos que lo obligó a pasar por el quirófano. Apenas pudo dar el presente en tres partidos del Metropolitano del 70. Así y todo, marcó dos goles. Se recuperó y se lució en el Nacional: con 18 tantos en 20 cotejos se consagró por primera vez como máximo artillero de un torneo. Con el paso del tiempo, esa situación terminó volviéndose frecuente, pues la alcanzó en otras dos ocasiones en el fútbol argentino y cinco en el francés.
Su desempeño en el Nacional del 70 incluyó cuatro goles a Gimnasia de Jujuy (tres de ellos en un 4-1), tres a Banfield en un 5-1 como visitante, tres a Independiente en un 3-2 en Avellaneda y tres a San Martín de San Juan en un 4-0 en Liniers. Además, alcanzó un doblete en la victoria por 3-0 contra Boca. Su faena pudo haber sido mayor, pero dilapidó un penal en un duelo con Estudiantes que finalizó 1-1.
Vélez tenia un equipazo en 1971, pero perdió el titulo en el Metropolitano con una dura derrota en la última fecha.
En esa época había formado una demoledora dupla con Miguel Ángel Benito, un atacante al que le decían El Fantasma y se había mudado a Liniers desde Quilmes. Ese año se despidió Willington y tuvo sus primeras apariciones el puntero derecho Mario Lamberti. Con la incorporación a principios de 1971 de Héctor Bentrón, un atacante que llegó desde Lanús, Vélez terminó de darle forma a una línea ofensiva impiadosa que se antojaba la carta de triunfo para un equipo que tenía todo para ser campeón y se quedó insólitamente con las manos vacías.
Los abultados triunfos alimentaban las pretensiones: dos 4-0 a Los Andes con cinco goles de Bianchi en la suma de ambos encuentros, 5-0 a Platense con otro triple de su máximo artillero, 4-0 a Estudiantes merced a dos anotaciones del otrora canillita, 3-0 a River en Núñez con un par de conquistas de Bianchi, 4-0 a Argentinos con tres del centrodelantero, 4-0 a Rosario Central con uno del futuro Virrey y un impactante 6-1 frente a San Lorenzo en el Gasómetro de avenida La Plata en un encuentro en el que el infalible atacante volvió a aportar tres festejos.
Pero eso no era todo. Además, Vélez derrotó a Boca las dos veces que se cruzaron. Gracias a Bianchi se concretó el 1-0 en La Bombonera y después llegó el 2-0 en Liniers. River también sucumbió ante el equipo que dirigía técnicamente el chileno Andrés Prieto: fue 3-2 con tantos de Benito, Bentrón y Bianchi; Juan José López y Oscar Pinino Mas descontaron para los millonarios, que tenían al brasileño Didí como DT.
Sí, parecía imparable ese Fortín, pero no fue campeón. Llegó a la última fecha en lo más alto de la tabla, con un punto más que un Independiente igualmente efectivo, aunque con mucho menos brillo. De hecho, Vélez tenía todo listo para celebrar en grande y el festejo le quedó atragantado en la garganta y se le hizo pedazos el corazón: perdió como local con Huracán y el título fue para El Rojo, que derrotó 2-0 a Gimnasia y terminó con una unidad de ventaja. La desilusión en Liniers fue enorme.
La tapa de la revista El Gráfica refleja una de las grandes actuaciones de Bianchi.
Para Bianchi, en cambio, el torneo fue inmejorable. Tuvo asistencia perfecta y se despachó con 36 goles en otros tantos partidos. Le sacó ocho de diferencia a su escolta, Alfredo Obberti, de Newell´s. Arrollador, registró cinco tripletes y cuatro dobletes. Solo en 14 encuentros no marcó en ese Metropolitano en el que los hinchas cantaban a viva voz “¡jogo bonito, jogo bonito es el que hacen Bianchi y Benito!”. El Fantasma lo había secundado con 14 festejos. Bentrón contribuyó con 11 y Lamberti con 9. Esa excelente delantera no tuvo el premio que merecía.
En el Nacional se vio a un Vélez alejado de la disputa por el título. Pese a ello, el goleador gritó seis tantos en diez partidos. El total daba 42 en 46 encuentros, a un promedio de 0,91 por encuentro. ¡Bestial! Y quizás por ese motivo estuvo a un paso de dejar a su equipo de siempre para vestir la camiseta del Cruz Azul. Lo cierto es que el club mexicano acordó la transferencia con la entidad de Liniers y Bianchi hasta metió un gol para el elenco norteamericano en un amistoso, pero lo obligaron a retornar a su club de origen.
La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) había dictado una resolución que prohibía las ventas al exterior de jugadores menores de 22 años. La idea era mantener en el país a los hombres que podrían formar parte del Seleccionado. Se trataba de una medida inédita que apuntaba a encarrilar al representativo nacional después del fracaso en las Eliminatorias de 1969 que lo dejó al margen del Mundial de México 70. Y era especialmente novedosa porque en aquel entonces no se le daba al conjunto albiceleste la importancia de estos tiempos, al punto que ni siquiera se convocaba a quienes no actuaban en el certamen local.
Su espectacular faena goleadora lo llevó a vestir la camiseta de la Selección.
El 22 de octubre de 1970 Bianchi había tenido su primera vez vestido de celeste y blanco. Apenas cuatro meses después de la finalización de la Copa del Mundo que entronizó al fantástico Brasil de Pelé y los otros cuatro números 10 que maravillaron al planeta, Argentina empató 1-1 en su visita a Paraguay en un partido que debería ser recordado por los hinchas de Vélez. Fue el undécimo y último de Willington en la Selección y el primero de su joven goleador, que ingresó a los 23 minutos de la segunda etapa justamente en reemplazo del Cordobés.
Juan José Pizzuti, el hacedor de una mítica formación de Racing recordada como El equipo de José, estaba al frente del Seleccionado. Encabezaba una etapa de recambio en la que muchos jugadores iniciaron su vínculo con el equipo argentino. Bianchi recién fue titular en su quinto partido: en el 1-0 sobre Uruguay del 14 de julio del 71 que se definió con un tanto del Muñeco Norberto Madurga, mediocampista ofensivo de Boca. Y cuatro días después volvió a estar entre los titulares en el 1-1 contra los celestes en Montevideo. Ese día, además, le marcó a Ladislao Mazurkiewicz el primero de sus siete goles en la Selección.
De a poco se vislumbraba que su presencia se hacía vital para Argentina. Compartía la delantera con dos jugadores de San Lorenzo, El Ratón Rubén Ayala y El Lobo Rodolfo Fischer. Les puso la firma a los dos tantos en un 2-2 contra Chile por la Copa Carlos Dittborn Pinto en Santiago, a uno en el 7-0 frente al representativo de la Concacaf por la Copa Independencia de Brasil y cumplió su mejor actuación el 22 de junio del 72, cuando doblegó tres veces al arquero colombiano Víctor Cañón en el triunfo por 4-1 por ese mismo certamen.
Uno de sus tres goles a Colombia en 1972.
El 29 de junio, también por el torneo con el que Brasil conmemoraba el 150º aniversario de la declaración de su independencia, Bianchi jugó contra Portugal por última vez en la Selección. En su 14º partido fue titular en la delantera, junto con Fischer y Pinino Mas. La despedida tuvo que ver, fundamentalmente, con que al final abandonó a Vélez y se fue a Francia, contratado por el Reims en 1973.
Antes, confirmó sus dotes de goleador con 16 tantos en 26 encuentros del Metropolitano 72 y 11 en el mismo número de presentaciones en el Nacional. No bien culminó ese año, Boca apareció en escena para tentarlo con un pase a la Ribera. El presidente Alberto J. Armando en persona encabezó las gestiones, pero sus pares velezanos rechazaron la oferta pues no querían cederlo a un club argentino.
Bianchi permaneció en El Fortín y repitió sus gestas en el Metro del 73 con una ráfaga de seis conquistas en 11 encuentros. Cerró su primer ciclo en Vélez con tres goles en una victoria por 4-1 a San Lorenzo 27 de mayo. Ya le había señalado dos a River en un 4-2 del Fortín en el estadio Monumental y el tanto que le otorgó a su equipo el 1-0 frente a Racing.
Apenas llegó a Francia demostró que su fama estaba bien sustentada.
FIGURA EN FRANCIA
El Reims había sido un club muy poderoso a mediados del siglo XX. Ganó el título de la liga de su país en las temporadas 1948/49, 1952/53, 1954/55, 1957/58, 1959/60 y 1961/62 y fue subcampeón en 1946/47, 1953/54 y 1962/63. Como si eso fuese poco, se llevó las ediciones de la Copa de Francia en 1949/50 y 1957/58 y las de la Supercopa en 1955, 1958, 1960 y 1966. A ese período de esplendor se lo conoce todavía como el del Grand Reims.
Su camiseta roja con mangas blancas fue vestida por estrellas locales como Raymond Kopa, Just Fontaine -marcó 13 goles en el Mundial del 58- y otras figuras del seleccionado, tales los casos de los defensores Robert Jonquet y Roger Marche, el mediocampista Armand Penverne y los atacantes Jean Vincent y Roger Piantoni. Sin embargo, cuando decidieron recurrir a los servicios de Bianchi los viejos buenos tiempos se sentían muy lejanos.
Reims había buscado un golpe de efecto con la incorporación del italiano Delio Onnis, quien había cumplido una fructífera etapa en Gimnasia (58 tantos en un centenar de partidos). El Tano, como lo conocían en La Plata, es el máximo goleador histórico del torneo francés con 299 goles entre 1971 y 1986 y encabezó la tabla de artilleros en cinco oportunidades. Si bien la unión del exatacante tripero con Bianchi pudo haber sido explosiva, lo cierto es que el ex Vélez apareció para sustituir a Onnis, quien se marchó a Mónaco.
Con la camiseta del Reims lideró en tres ocasiones la tabla de goleadores de la Liga francesa.
El Reims finalizó quinto en esa primera temporada, muy lejos del campeón Saint-Etienne, en el que brillaba un zaguero surgido en Lanús y que tiempo después compartió grandes momentos con Bianchi en Vélez: Osvaldo Piazza. De todos modos, el flamante refuerzo satisfizo las expectativas y fue el máximo goleador del certamen, con 30 tantos en 33 partidos. Suyos fueron casi la mitad de las 67 conquistas del equipo en esa campaña. Todo iba viento en popa en el aspecto individual, pero cambió drásticamente en pocos meses.
Dos goles en el 3-3 del debut en el campeonato 1974/75 contra Olympique Lyon no hacían más que aportar más pruebas de que Reims contaba con un delantero insaciable. Una semana después Bianchi arrasó con seis tantos en el 6-1 sobre el por entonces modesto Paris Saint-Germain. La cosecha era arrolladora: un tanto contra el Bordeaux, dos frente al Marsella y uno al Mónaco. Se ponderaban las condiciones del otrora canillita, el mejor representante de la legión argentina integrada por él, El Turco César Laraignée (ex River), Ignacio Peña (con pasado en Boca y Estudiantes) y Santiago Cucurucho Santamaría (refuerzo proveniente de Newell´s).
El 9 de octubre de 1974 todo se trastocó. El sindicato de periodistas franceses organizó un partido entre el Barcelona en el que se destacaba Johan Cruyff -el fenómeno de La Naranja Mecánica del Mundial de ese año- y el Reims. A los siete minutos del segundo tiempo, el defensor Gallego cayó encima de la pierna izquierda de Bianchi y le provocó una triple fractura de tibia y peroné. Una lesión como esa representaba casi el final de la carrera de un futbolista. No para él. Volvió el 20 de marzo del 75 en el 2-1 sobre Sochaux y cerró ese torneo con 15 goles en 16 partidos.
Bianchi fue la primera gran contratación de la historia del PSG.
Regresó como si nada le hubiese ocurrido, a pesar de que él mismo solía burlarse de la cantidad de cicatrices que tenía por las operaciones. Primero en la tabla de goleadores en las temporadas 1975/76 (34 tantos en 38 partidos) y 1976/77 (28 en 37), se afianzaba como la figura principal de un Reims que apenas pasaba de la mitad de la tabla. Así y todo, el equipo consumó en esos días su mejor producción: perdió 2-1 la final de la Copa de Francia contra Saint-Etienne. Bianchi no jugó ese encuentro, pero a lo largo de la competencia reunió diez conquistas en siete partidos.
Poco después hizo las valijas para ponerse la camiseta del Paris Saint-Germain, que en ese entonces no se parecía en nada al reciente campeón de la Champions League a las órdenes de Luis Enrique. El PSG de la campaña 1977/78 tenía apenas siete años de vida (nació en 1970 como producto de la unión entre Paris FC y Stade Saint-Germain). Ya desde el primer día en su nuevo club festejó un gol en la derrota por 2-1 a manos de Nancy, el equipo del genial Michel Platini. Por tercera temporada consecutiva, lideró la tabla de artilleros, con 37 tantos en 38 partidos.
Ese extraordinario registro lo llevó a ganar el Botín de Plata: fue el segundo goleador de Europa detrás del austríaco Hans Krankl, quien sumó 41 tantos en el Rapid de Viena y se llevó el de oro. Bianchi ya tenía el de 1975/76, con sus 34 conquistas para el Reims. Hasta ese momento, el único argentino que había obtenido el premio mayor había sido Héctor Chirola Yazalde en la temporada 1973/74, cuando sobresalía en el Sporting portugués. Muchos después llegó la era de Lionel Messi, ganador en seis ocasiones durante su reinado en el Barcelona.
En Estrasburgo se vio la versión menos letal de un delantero implacable.
Doce meses después y para finalizar una seguidilla de cuatro años, Bianchi repitió su condición de principal goleador del torneo francés, con 27 anotaciones en 36 partidos. Cansado de vulnerar arqueros sin obtener un título como recompensa, se mudó a Racing de Estrasburgo, el ganador de la Liga 1978/79. El dato es poco conocido, pero antes de dejar el PSG hubo una gestión de Boca para hacerlo regresar a la Argentina. Los xeneizes acababan de ganar la Copa Libertadores del 78 y El Toto Juan Carlos Lorenzo lo pidió explícitamente. Los parisinos no lo dejaron ir.
No se concretó la segunda oportunidad de ser parte de la mitad más uno del país, pero igual dejó el PSG. Increíble, pero real, aunque debutó en Estrasburgo con un gol en el 3-1 sobre Bordeaux, sufrió su peor campaña en suelo galo: apenas totalizó ocho conquistas en 22 presentaciones. Con 188 tantos en 238 juegos, les puso fin a sus días en esa tierra y retornó a la Argentina. A Vélez.
ADIÓS GOLEADOR
Había transcurrido casi una década desde su partida, pero en Liniers lo recibieron como si jamás se hubiese ido. Y Bianchi hizo honor a ese amor: regresó con un gol en la caída por 3-2 a manos de Racing en Liniers. El 7 de septiembre de 1980 integró la delantera titular junto con El Pepe José Castro y Osvaldo Damiano en el equipo que dirigía técnicamente El Indio Jorge Solari.
En su regreso a Vélez demostró que el tiempo no había opacado sus dotes de definidor serial.
Julio César Falcioni; el uruguayo José González, Piazza -su antiguo rival en Francia-, Omar Jorge, Juan Carlos Bujedo; El Negro Armando Quinteros, Pedro Larraquy y Carlos Ischia (reemplazado por Omar Da Fonseca); Castro y Damiano (sustituido por Julio César Jiménez) lo acompañaron en el duelo con La Academia. Salvo por Billy González -se había destacado en Rosario Central-, Piazza y Omar Larrosa (campeón del mundo con la Selección en 1978), Vélez contaba con jugadores que hacía poco habían iniciado su camino en el profesionalismo.
Otro gol a Estudiantes y tres a Racing de Córdoba en un 5-1 en el estadio José Amalfitani llevaron a cinco tantos en nueve partidos el registro inicial de su segundo ciclo con la V azulada en el pecho. Era el Bianchi de siempre. Como si el tiempo no hubiese pasado. Mantenía intactos su atributos: oportunismo, buena ubicación, un remate certero con ambas piernas, precisión en el cabezazo y, especialmente, determinación para buscar el arco rival.
En el Metropolitano de 1981 su aporte fue más modesto de lo habitual: solo seis tantos en 27 partidos. Uno de ellos se dio en un 1-1 con el Boca de Diego Armando Maradona, autor del empate xeneize. Pero en el Nacional todo cambió: Bianchi se consagró goleador del torneo con 15 conquistas en 17 encuentros. Se instaló en la cima con cuatro a Newell´s (tres en un encuentro), tres Racing de Córdoba (dos en el mismo cotejo), dos a Ferro (uno en cada clásico) y a Huracán de San Rafael (Mendoza), uno a Platense, Independiente y Boca.
La convivencia con Norberto Alonso, ídolo de River que buscó exiliarse un año en Vélez, no resultó sencilla.
A los 32 años había sido el principal artillero certamen en la Argentina por tercera vez en su carrera. Lo había logrado en el Nacional del 70 y en el Metropolitano del 71 en el que a Vélez se le escurrió el título como el agua entre las manos. A pesar de que en 1982 se había apostado fuerte con un DT de prestigio como El Toto Lorenzo y figuras del calibre de Norberto Alonso (dejó River por sus diferencia con el técnico Alfredo Di Stéfano) y el duro defensor Vicente Pernía (ex Boca), el equipo no funcionó.
La convivencia entre Bianchi y Alonso no resultó sencilla. Se trataba de dos actores acostumbrados a los roles estelares poco acostumbrados a ceder protagonismo. Así y todo, El Beto se hizo notar con un gol nada más y nada menos que a River, su equipo de siempre. El goleador, por su parte, sumó 13 tantos en 16 partidos del Nacional y 16 en el Metropolitano. El plantel de lujo que incluía al arquero Nery Pumpido, Daniel Killer (otro campeón del mundo en 1978) y Jorge Comas, entre otros, miró de lejos las consagraciones de Ferro en el primero de los torneos y de Estudiantes en el segundo.
El paso de los años no atenuaba el caudal goleador de Bianchi. Eso no bastaba para que su equipo diera el salto de calidad para meterse en la discusión por un título. Así y todo, Vélez amagó con una excelente campaña en el Metropolitano del 83, en el que estuvo varias fechas en la cima de la tabla. Su goleador era el sustento principal, pero más allá de los 22 tantos en 30 partidos, El Fortín no fue capaz de mantener sus pretensiones y acabó como espectador de la puja final entre Independiente, San Lorenzo y un Ferro que se apagó en las últimas jornadas.
Un ataque contra Boca, con Diego Maradona y un muy joven Oscar Ruggeri como adversarios.
El capítulo final de su etapa como artillero en Liniers se escribió en 1984. Entre el Nacional y el Metropolitano jugó 17 veces y festejó seis tantos. Su último festejo fue el 20 de junio en el 1-0 sobre Estudiantes en el estadio José Amalfitani. Unos días más tarde, el 1 de julio, cubrió por última vez su cuerpo con la V azulada. Ese día, Vélez perdió 2-1 con Boca y Bianchi cerró su ciclo como futbolista con 206 conquistas en 324 partidos. Un registro fabuloso que lo encumbró como el máximo goleador fortinero de la historia.
Se despidió arropado por el amor de su público y la derrota terminó como un mero dato estadístico. Se había ido nada más y nada menos que Bianchi. Pero no colgó los botines. Retornó al Reims, que pugnaba por regresar a Primera luego del descenso sufrido en 1979. Los nueve tantos en 18 encuentros de la temporada 1984/85 no alcanzaron para que su equipo, que también lo tuvo como entrenador, recuperara su lugar en la elite del fútbol francés. En los siguientes años, ya en su nueva función de DT, lo mejor que logró fue llevar a los rojiblancos a un quinto puesto.
En 1989 dirigió a un Niza que penaba con la amenaza de la pérdida de categoría y logró mantenerlo en su lugar. Entre 1991 y 1992 ocupó el cargo de director deportivo del Paris FC, un club fundado en 1969 que durante la mayor parte de su existencia habitó la Tercera División francesa y recién en el primer cuarto del siglo XXI -y merced a los petrodólares de Bahréin- ascendió a Primera, una categoría de la que se había despedido en 1979.
La despedida del gran goleador: en 1984 jugó por última vez con la camiseta de Vélez.
BIENVENIDO GRAN DT
Habían pasado casi 25 años del título de Vélez en el Nacional de 1968. En Liniers habían sembrado muchas ilusiones que se resistían a florecer. Ni con una larga lista de figuras de enorme fama y entrenadores respetados El Fortín había hecho realidad el sueño de ser campeón. Se percibía imposible. El segundo puesto en el Torneo Clausura de 1992 a las órdenes de Eduardo Luján Manera pareció demostrar que solo hacía falta hacer que los futuros grandes jugadores de las divisiones inferiores se sintieran apuntalados por los referentes del plantel para destacarse.
Con Roberto Mariani como DT interino empezó a forjarse el cambio. El paraguayo Chilavert, Roberto Trotta, Víctor Hugo Sotomayor, El Pacha Raúl Cardozo, José Basualdo, Ricardo Gareca, El Gallego Esteban González y Alejandro Mancuso eran los más experimentados. Junto con ellos se ganaban sus primeros minutos pibes como Marcelo Gómez, Christian Bassedas, Omar Asad, El Turu José Oscar Flores… Nadie lo imaginaba, pero varios de esos nombres esperaban a un Gran DT para llegar a lo más alto.
“Volví porque es Vélez. Tal vez si hubiese sido otro club el que me venía a buscar no hubiese sido tan fácil decidirme a volver”. Las palabras que Bianchi pronunció a fines de 1992 no hacían más que demostrar que el amor era más fuerte. Estaba cómodo en Francia, pero no se sintió capaz de rechazar la propuesta de los dirigentes que veían en él al hombre indicado para cambiar la historia. Para hacer historia.
Vélez lo fue a buscar para cambiar la historia y no se pudo negar. Bianchi llevó al Fortín a la cima del mundo.
Llegó sin cuerpo técnico y rápidamente lo formó con Ischia, el mismo que lo había acompañado como exquisito mediocampista ofensivo en sus últimos días con la camiseta fortinera. A la cruzada se unió El Profe Julio Santella, con pasado en el club y una rica trayectoria en San Lorenzo, Atlanta, Racing, Independiente y Huracán, entre otras instituciones, para poner al plantel diez puntos en el aspecto físico. Gente de Vélez para hacer un mejor Vélez. ¿Qué podía fallar?
El goleador transformado en DT no se opuso a la partida de dos pilares como Gareca y Mancuso. En su mente, dos pibes como El Negro Gómez y El Turquito Asad afloraban como calificados herederos. Y la elección demostró ser acertada desde el principio, pues dos goles del delantero sentenciaron el 2-0 en el debut en el Clausura 93 contra Deportivo Español. Ese triunfo resultó la primera prueba de que el trabajo empezaba a dar frutos, a pesar de que los resultados en los amistosos no habían sido prometedores.
Vélez ganaba, ganaba y ganaba. Se notaba un cambio. Varios cambios, de hecho. Trotta, el capitán, había actuado como marcador lateral derecho con Manera y Mariani, pero con Bianchi lucía el número 2 en la espalda. El Coio Héctor Almandoz, otro producto de las inferiores -todavía no se hablaba de La Fábrica como hoy en día-, intercambió posiciones con El Cabezón. Chilavert parecía invencible, la defensa se mostraba impenetrable, en el medio la sabiduría del Pepe Basualdo se aunaba con la marca de Gómez, la movilidad de Walter Pico y la clase de Bassedas. Arriba, Asad y Flores hacían temblar a las retaguardias rivales.
Con Carlos Ischia se entendió a la perfección dentro y fuera de la cancha.
Una inoportuna derrota contra Rosario Central a dos fechas del final despertó inoportunos fantasmas. Independiente y River acechaban. El martes 8 de junio, las huestes de Bianchi viajaron a La Plata para vérselas con Estudiantes. Cuando al partido le quedaban 15 minutos, el árbitro Juan Carlos Crespi sancionó un penal para los visitantes. Chilavert dejó su arco y se puso frente a la pelota. Le ganó en el mano a mano a su colega Marcelo Yorno y, aunque más tarde igualó Claudio París, el título se sentía al alcance de la mano.
River perdió con San Lorenzo y, más tarde, Independiente igualó con Belgrano en Avellaneda. El sueño se hizo realidad: ¡Vélez campeón! Bianchi, el antiguo goleador que había vuelto como el elegido para que El Fortín recuperara la felicidad, empezaba a transformarse en El Virrey, un apodo nacido con algo de ingenio y sentido de la historia por su asociación con Santiago de Liniers, el penúltimo representante del gobierno español que ocupó ese cargo en el Virreinato del Río de la Plata.
Si la obtención del Clausura había servido para cambiar la concepción que se tenía de Vélez, el asombro cedió paso a la admiración cuando un año más tarde el equipo de Bianchi inició su cosecha internacional. Nadie le otorgaba demasiadas chances en la Copa Libertadores, en especial porque compartía el grupo en la fase inicial con Boca y los brasileños Cruzeiro -con un joven Ronaldo- y Palmeiras. Contra todos los pronósticos, los del Virrey avanzaron a la siguiente instancia.
El primer gran impacto fue la obtención de la Copa Libertadores, un trofeo que ganó cuatro veces.
Vélez mostraba personalidad ganadora, convicción y la suficiente cuota de buen fútbol para escribir partido a partido una historia de épicas victorias. Dejó sucesivamente en el camino a Defensor (Uruguay), Minervén (Venezuela) y Junior (Colombia) hasta encontrarse en la final con San Pablo. Los brasileños se habían quedado con las ediciones continentales de 1992 y 1993 y, por si fuera poco, también con la Copa Intercontinental en ambas ocasiones. Eran el mejor equipo del mundo y, por supuesto, los favoritos para derrotar a los de Liniers.
La primera final se saldó con la victoria de Vélez por 1-0 con un gol de Asad. En la revancha, Bianchi metió mano en el equipo y armó una férrea defensa de cinco hombres conformada por Almandoz, Trotta, Mauricio Pellegrino, Sotomayor y Cardozo como respaldo de Chilavert. En el medio, Basualdo, Gómez y Bassedas marcaban y jugaban y, adelante, Asad y Flores luchaban contra la última línea tricolor.
Los brasileños se impusieron 1-0 en un duelo muy caliente y en la definición por disparos desde el punto penal tras una atajada de Chila a Palinha llegó el acierto de Roberto Pompei para hacer del Fortín el mejor equipo de América. Pero eso no fue todo: faltaba un partido más para que Vélez protagonizara una gesta inolvidable, casi inimaginable: lo esperaba el Milan en la final de la Copa Intercontinental, en Tokio. Otra vez los de Bianchi eran vistos como posibles víctimas de los italianos.
El mundo en manos del Virrey. Vélez ganó la Intercontinental en 1994 a las órdenes de Bianchi.
Se encontraron con el ilustre Franco Baresi, el férreo Alessandro Costacurta, Paolo Maldini, Roberto Donadoni, el talentoso croata Zvonimir Boban y los peligrosos Dejan Savicevic y Daniele Massaro. El técnico rojinegro era el respetadísimo Fabio Capello. Casi no conocían a Vélez. Lo subestimaban. Se llevaron una colosal sorpresa y perdieron 2-0 por los goles de Trotta y Asad. El equipo de Bianchi, el de Chilavert, Almandoz, Trotta, Sotomayor, Cardozo; Basualdo, Gómez, Bassedas, Pompei; Asad y Flores, tocaba el cielo con la manos.
A esa altura, pensar en el Vélez de Bianchi llevaba irremediablemente a hacerse a la idea de que se trataba de un gran equipo. Se había ganado el respeto del mundo y sus alrededores. No deslumbraba con un juego de galera y bastón, pero exhibía un grado de voracidad y de confianza que invitaba a creer que los éxitos iban a llegar. Y llegaban. En el Apertura 1995 se consagró campeón luego de reaccionar cuando se antojaba reducido a la nada. Atravesó una racha de malos resultados y parecía derrumbarse, pero se rehízo y cerró su faena con una espectacular goleada por 3-0 sobre Independiente en Avellaneda.
El 96 deparó otro festejo internacional, la Copa Interamericana, en la que derrotó al Cartaginés, de Costa Rica. Ese fue el preámbulo para una campaña aplastante que finalizó con el título en el Clausura 96. Por primera vez, Vélez era bicampeón. Un equipo hecho a imagen y semejanza de Bianchi: ciento por ciento ganador. El Virrey se despidió cuatro fechas antes del cierre de ese certamen, contratado por la Roma italiana, y dejó a su criatura en manos de un hermano de alma, Osvaldo Piazza.
El ciclo en la Roma fue tan tormentoso como negativo.
En La Ciudad Eterna no le fue bien. Se llevó a Trotta, uno de sus lugartenientes en Vélez, pero tanto el zaguero como el DT la pasaron mal en la Roma. Bianchi chocó con las estrellas del equipo, en especial con Francesco Totti, quien, aunque en ese entonces era joven, asomaba como el futuro símbolo del equipo. Apenas dirigió 31 partidos y registró 12 triunfos, nueve empates y diez derrotas. Duró un suspiro y debió hacer las valijas.
Tan decepcionante como su etapa en el Calcio resultó su período al frente del Atlético Madrid. En 2005, una década después de su estancia en Roma, regresó a Europa con la misión de recuperar a un elenco colchonero que estaba habituado a presenciar los éxitos de Real Madrid y Barcelona sin poner en apremios a los dos conjuntos más poderosos de España. Su estilo no cayó bien y recibió innumerables críticas del periodismo local. Permaneció seis meses en un equipo que tenía en el goleador Fernando Torres a su pieza clave y otros jugadores relevantes como Maximiliano Rodríguez, el serbio Mateja Kezman y el búlgaro Martin Petrov.
EL HOMBRE QUE CAMBIÓ A BOCA
Si hoy en Boca viven obsesionados con la Copa Libertadores es por obra y gracia de Bianchi. Hasta que El Virrey extendió sus dominios de Liniers al barrio en el que se enclava La Bombonera nadie concebía a los xeneizes como un equipo copero. Con él, todo cambió. Todo fue mejor. Construyó una identidad que transformó para siempre a la mitad más uno del país. Su presencia en la Ribera se vislumbraba tan necesaria para los auriazules como lo era para el propio entrenador luego de su fracaso en Roma.
Tampoco la pasó bien en Atlético Madrid.
Boca venía sacudido por las decepciones del pasado reciente con Carlos Salvador Bilardo y Héctor Veira como técnicos. Planteles muy cotizados, resultados muy pobres. La ecuación no cerraba y se requería de alguien que pudiera modificar ese escenario. Bianchi lo consiguió en un abrir y cerrar de ojos. Tal como lo había hecho en Vélez, tomó decisiones fuertes y edificó un equipo a su medida, con solidez, ambición, practicidad y efectividad en idénticas proporciones. La fórmula del éxito, si es que fuera posible definirla.
Decidió la partida de pesos pesados como Néstor Fabbri, Claudio Caniggia y Diego Latorre. Le otorgó plenos poderes a Juan Román Riquelme, quien aportaba el toque de distinción en un prolijo mediocampo conformado por El Pepe Basualdo -uno de los que mejor interpretaba sus ideas-, Mauricio Serna y Diego Cagna. En el arco, los reflejos del colombiano Oscar Córdoba y una dura defensa integrada por Hugo Ibarra, Jorge Bermúdez, Walter Samuel y Rodolfo Arruabarrena aparecían como el candado para cerrarles a los adversarios los caminos al gol. En la ofensiva, Martín Palermo y Guillermo Barros Schelotto se entendieron desde el primer día.
Con esos nombres y apellidos alumbró un equipo para el recuerdo. Mejor dicho: imposible de olvidar. Hilvanó triunfo tras triunfo y se quedó con el Apertura 1998 con un andar impiadoso. Nadie resistía a ese Boca en el que Palermo parecía no cansarse de hacer goles. El Loco, disfrutando de los magníficos aportes de Riquelme y Guillermo, marcó 20 goles en 19 partidos y estableció un récord para los torneos cortos que se disputaban en ese tiempo en la Argentina.
Con la guía de Bianchi, Juan Román Riquelme se convirtió en un jugador fantástico.
El Clausura 1999 podría considerarse como la frutilla del postre de ese primer año de Bianchi en la Ribera. Boca se apoderó del título y redondeó un invicto de 40 presentaciones que aún hoy es la mayor racha sin derrotas en el profesionalismo. Superó por uno al inolvidable Equipo de José con el que Racing ganó todo en los 60. Recién sufrió un traspié -un 4-0 a manos de Independiente- cuando el bicampeonato estaba consumado. Aquí conviene hacer un justo reconocimiento: la serie de encuentros sin caídas incluyó dos presentaciones con Carlos García Cambón como DT interino antes del arribo del Virrey.
Más allá de ese detalle estadístico, Boca estaba listo para salir a la conquista de América. Las consagraciones de 1977 y 1978 con El Toto Lorenzo se percibían muy antiguas. Venerables, pero antiguas. Con Bianchi, la Libertadores pasó a ser parte de la vida cotidiana del club. Se estableció una relación cercana entre ese trofeo y el equipo. Parecían hechos uno para el otro. Se encontraron gracias a un triunfo en una definición desde los doce pasos contra Palmeiras en la que se lució Córdoba al contener los remates del colombiano Faustino Asprilla y Roque Junior.
Bermúdez le puso la firma al disparo que le dio la Copa a Boca. Era el Boca de los colombianos -El Patrón, Chicho Serna y Córdoba-; el del cabezazo salvador de Samuel contra el América mexicano, el de Román y el del Chipi Antonio Barijho, reemplazante del lesionado Palermo… Y también el del Loco, quien volvió para hacerle un gol a River en un 3-0 tan impactante por el resultado como por las dificultades que tenía el delantero para moverse. Ese equipo también mostró un rostro diferente: su pragmatismo para mutar su fisonomía en pos de mejorar su rendimiento, aunque eso lo volviera menos lucido.
El abrazo con Román luego de la mayor gesta en Boca: el triunfo sobre Real Madrid en Japón.
Por esa época empezó a ser moneda corriente el mediocampo con más marca que juego. Entraban Sebastián Battaglia y Christian Traverso para sustituir a Cagna -se había ido a Villarreal- y a veces parecía que solo Riquelme estaba listo para jugar. El resto, marcaba, raspaba y le alcanzaba la pelota. Arriba también aparecía El Chelo Marcelo Delgado, decisivo en el ataque. Y así como en 1994 el Vélez de Bianchi asombró con su triunfo sobre Milan, en 2000 Boca se llevó todos los aplausos contra el poderosísimo Real Madrid.
El 28 de noviembre, también en Tokio, Bianchi levantó su segunda Intercontinental. Con un Riquelme sublime y un Palermo devastador, su Boca batió 2-0 a los merengues de los españoles Iker Casillas, Fernando Hierro y Raúl, el brasileño Roberto Carlos y el portugués Luis Figo, los puntos más altos en la era anterior a la de los Galácticos que tiempo después deslumbraron con la camiseta del Real a partir del arribo de Ronaldo, el inglés David Beckham y el francés Zinedine Zidane.
Cerca de fin de año llegó el tercer título del 2000: el Apertura. Sufrió más de la cuenta para ganarlo, dado que al volver de Japón se topó con algunos resultados negativos que permitieron que River se acercara y se mostrara listo para un apasionante mano a mano. En la última fecha los millonarios perdieron con Lanús y Boca festejó con un ajustado 1-0 sobre Estudiantes consumado por un gol de Matías Arce, a quien le tocó el papel de héroe cuando hacía falta que alguien rescatara al equipo.
El Virrey instaló en Boca la idea de que la Copa Libertadores es siempre el principal objetivo.
Se fueron Palermo, Arruabarrena y Samuel y el equipo sintió el impacto de esas ausencias. El entrenador hallaba reemplazantes de una calidad tal vez inferior, pero que se ajustaban a la capacidad de reinventarse de un conjunto que apostaba siempre a ganador. Solo así se explicaba la segunda Copa Libertadores consecutiva en 2001, tras una final contra el Cruz Azul en la que Córdoba volvió a ser vital en la definición por penales. Se trataba de la versión más utilitaria de Boca, que muchas veces presentaba un triple cinco en el medio -Javier Villarreal, Serna y Traverso- y se abrazaba a Riquelme para mostrar algo de buen juego.
No pudo repetir en la Intercontinental. Perdió 1-0 con Bayern Munich en un partido de trámite muy cerrado y, si bien nadie lo esperaba, el principio del fin estaba cerca. Bianchi no ocultaba su decepción por las continuas bajas que se producían en el plantel y no era un secreto que pensaba en no renovar su contrato. El presidente del club, Mauricio Macri, no tuvo mejor ocurrencia que enfrentarlo en una conferencia de prensa para cuestionar esa decisión y El Virrey lo dejó en ridículo hablando solo.
Se tomó un año sabático y retornó cuando Macri debió tragarse su orgullo y ceder ante el clamor popular. Los hinchas sabían que solo Bianchi podía llevar al equipo a otro ciclo triunfal. En 2003 se puso en marcha la segunda etapa del DT y los títulos no tardaron en llegar. Se habían ido Córdoba, Bermúdez y Riquelme; Ibarra volvió tras un paso por Porto (Portugal), Mónaco (Francia) y Espanyol (España) y Cagna lo imitó luego de sus días en Villarreal. Los nuevos nombres eran Rolando Schiavi, Raúl Cascini y Carlos Tevez, una joya de las inferiores.
Dejó plantado a Mauricio Macri en una conferencia de prensa inolvidable.
Con ese equipo renovado, Boca y Bianchi ganaron por tercera vez la Copa Libertadores. En la serie final doblegó al Santos de Robinho y Diego y parecía un hecho que nada había cambiado. Con El Virrey sentado en el banco de suplentes, todo era posible. El Apertura de ese año ratificó esa idea con una formación que le rendía culto a la disciplina táctica. Y hacia fines del 2003 se dio el capítulo final de otra etapa rica en festejos: la Intercontinental.
Ya era un rito repetido, casi una costumbre. Boca viajaba a Japón para vérselas con el mejor de Europa. El 14 de diciembre se topó con un Milan rico en talento: Cafú, Maldini, el exquisito Andrea Pirlo, Clarence Seedorf, Kaká, Andriy Shevchenko… Abrió la cuenta el danés Jon-Dahl Tomason y empató Matías Donnet. Otra definición desde los doce pasos. El Pato Roberto Abbondanzeri, afianzado tras la partida de Córdoba, ahogó los intentos de Pirlo y Costacurta. Cascini venció con el último tiro al brasileño Dida y los xeneizes sumaban su tercer cetro a las órdenes de Bianchi, quien, por su parte, llegaba al cuarto.
La casi constante racha de victorias en tandas desde el punto del penal había instalado una curiosa visión de la tarea de Bianchi. Se decía que tenía el celular de Dios. Esa mirada peyorativa que ponía el foco en el estilo utilitario de sus equipos no hacía más que realzar la labor de un DT que forjó una carrera en la que el éxito lo acompañó de principio a fin. No muchos pueden darse el lujo de ganar siete títulos locales y ocho internacionales.
Por sus logros en Vélez y en Boca, Bianchi se ganó un lugar entre los principales técnicos de la historia del fútbol argentino.
Boca se quedó con las ganas de alzarse con su cuarta Copa Libertadores en 2004 porque el sorprendente Once Caldas colombiano lo dejó con las manos vacías en una insólita serie de penales en las que los auriazules dilapidaron cuatro remates. Atrás había quedado una hazaña en las semifinales contra River en el estadio Monumental. Se alejó por segunda vez de la Ribera, pero no por mucho tiempo: asumió en 2010 como mánager, pero no duró demasiado. Alfio Basile dejó su puesto de DT al no poder repetir la buena tarea del período 2005/06 -cinco títulos- y Bianchi no aceptó reemplazarlo.
Le quedó impulso para otro regreso en 2013, nuevamente como entrenador. La campaña estuvo lejos de la efectividad del pasado: lo mejor fue el segundo puesto en el Torneo Final 2014 y lo peor la penúltima posición en el Final 2013. El presidente Daniel Angelici, el mismo que lo había ido a buscar ante la insistencia del público para que se removiera a Julio César Falcioni, decidió despedirlo. De ese modo se produjo el final de la relación con Boca y la última etapa de su carrera como DT.
Bianchi pasó a ser parte del pasado. Pero no de un pasado común y corriente, sino del que había forjado como goleador en Vélez para luego erigirse en el técnico que encontró la fórmula del éxito y que terminó siendo nada más y nada menos que El Virrey.
Con Margarita, el amor de su vida, en el estadio José Amalfitani, adonde siempre regresa para acompañar al Fortín.