Carlitos pudo con el imbatible Amadeo

El baúl de los recuerdos. Carrizo, el mítico arquero de River, acababa de establecer el récord de invulnerabilidad en el fútbol argentino. Llevaba 769 minutos cuando Bianchi, un pibe que hacía apenas un año había debutado en Vélez, interrumpió la histórica racha invicta.

Hacía una década que cargaba el dolor y la vergüenza por los seis goles de Checoslovaquia en el Mundial '58. Desde ese infausto día había sufrido los insultos de la mayoría de las hinchadas. La reivindicación tardó en llegar. La Copa de las Naciones del '64 le devolvió a Amadeo Carrizo el respeto perdido. En los días del Desastre de Suecia Carlos Bianchi estaba en la escuela primaria. Su ídolo era ese hombre de físico enorme y buzo celeste. En esos tiempos sentía una marcada simpatía por River. El destino los puso frente a frente el 14 de julio de 1968 en Liniers. El arquero estableció esa tarde el récord de valla invicta. El delantero había debutado hacía doce meses en Vélez y sólo una semana antes de ese partido había marcado su primer gol. Cuando Amadeo sumaba 769 minutos con su arco inmaculado, Carlitos le puso fin a esa marca y demostró que, contrariamente a lo que todos creían, el gran Amadeo no era invulnerable.

El 15 de junio de 1958, 72 horas después de cumplir 32 años, Carrizo vivió el peor  de su vida deportiva. Había tenido que ir a buscar seis veces la pelota dentro de su arco contra los checos, que pulverizaron 6-1 a una vanidosa Selección argentina que fracasó rotundamente en su regreso a los Mundiales tras 24 años de ausencia. Amadeo nunca superó ese mal momento.  Sufrió mucho. Insultos, burlas, viles acusaciones…

Recién en 1964, cuando decidió regresar al elenco albiceleste, dejó en parte atrás la pesadilla sueca con una fantástica labor en la Copa de las Naciones, que el elenco nacional ganó contra el Brasil bicampeón del mundo, Inglaterra y Portugal. El legendario guardavallas de River fue una de las principales figuras de esa conquista que hasta el título de 1978 a las órdenes de César Luis Menotti resultó la más importante de una Selección que, salvo por su colección de festejos en la Copa América, nunca había tenido grandes victorias internacionales.  Mantuvo el arco invicto y recuperó la unánime consideración de la que había gozado antes.

Por eso, el 14 de julio de 1968 el fútbol argentino celebró un momento trascendente. Amadeo llevaba ocho partidos con el arco invicto (los duelos de River con Central, Tigre, Huracán, Chacarita, Argentinos, Boca, Gimnasia e Independiente).  Cuando por la 20ª fecha del Grupo B del Metropolitano de 1968 los millonarios visitaron a Vélez en Liniers, a Carrizo le faltaban 21 minutos para superar el récord de imbatibilidad que estaba en poder de Antonio Roma, de Boca. 

Jorge Pérez, delantero del dueño de casa, puso a prueba los reflejos del guardavalla, quien, con una formidable reacción, envió la pelota al córner. Llegó el esperado momento en el que la antigua marca cayó y la cancha estalló en un sonoro aplauso. Desde las tribunas se desplegaron pañuelos blancos para saludar la hazaña del arquero. Amadeo, un hombre de 42 años y con una colección de títulos en sus enguantadas manos (1945, 1947, 1952, 1953, 1955, 1956 y 1957), se emocionó. Lloró y, a modo de agradecimiento, se quitó la gorra para saludar al público que lo ovacionaba.

Poco importaba en ese momento que Vélez y River se disputaran el liderazgo de la zona. El protagonista de la tarde era Carrizo. También lo sentía así Bianchi, un joven de 19 años cuyo ídolo era nada más y nada menos que Amadeo. Por eso compartió la alegría de ese símbolo del club al que en esa época iba a ver muy seguido. El delantero alternaba en el Fortín. Llevaba seis partidos desde su aparición en el Metropolitano del ´67. Una semana antes del duelo con los millonarios había conseguido su primer gol en el profesionalismo. Su víctima había sido Luis Gerónimo López, de Argentinos, en un partido que los dirigidos por Manuel Giúdice habían ganado 4-2 en Atlanta, donde actuaron como locales los de La Paternal.

El primer tiempo finalizó 0-0 y la marca de Carrizo se extendía todavía más. Vélez se lanzó sobre su valla y de pronto salió un fortísimo remate del Pulga Alberto Ríos que se estrelló en un poste. Con el arquero caído, Bianchi cabeceó y depositó la pelota en el fondo del arco. El récord quedaba fijado en 769 minutos. 

La historia le hacía un merecido guiño a ese guardavalla que había revolucionado el puesto con su capacidad para jugar con los pies, iniciar contraataques con su formidable pegada,  dominar el área y adelantarse a las maniobras ofensivas de los rivales. Hasta su aparición, sus colegas eran voladores de palo a palo o temerarios hombres que se arrojaban a los pies de los atacantes para tratar de mantener a salvo su arco. Amadeo no se tiraba innecesariamente.  Su sentido de la ubicación le permitía que arrojarse en busca del balón fuera el último recurso. Descolgaba la pelota con una sola mano… Si hasta gambeteaba a los rivales…

Sobre el final del encuentro, Daniel Onega estampó la igualdad para las huestes de Angel Labruna. El 1-1 pasó inadvertido. Todos hablaban de Amadeo, el arquero con apariencia de invencible que había sucumbido ante Carlitos, el purrete que recién daba sus primero pasos como futuro gran goleador.

LA SINTESIS

Vélez 1 - River 1

Vélez: Carlos Caballero;  Luis Gallo, Roque Nieva, Eduardo Zóttola, Néstor Sinatra; Alberto Ríos; José Solórzano; José Luis Luna, Carlos Bianchi, Jorge Pérez, Mario Nogara. DT: Manuel Giúdice.

River: Amadeo Carrizo; Roberto Morcillo, Miguel Angel López, Juan Carlos Guzmán, Jorge Chávez; Roberto Matosas, Jorge Recio, Ermindo Onega; Jorge Solari, Daniel Onega, Oscar Mas. DT: Angel Labruna.

Incidencias

Segundo tiempo: 4m gol de Bianchi (V); 45m gol de D. Onega (R).

Cancha: Vélez. Arbitro: Duval Goicoechea. Fecha: 14 de julio de 1968.