Reutemann se quedó sin nafta, pero su talento era inagotable

El baúl de los recuerdos. El repaso de dos momentos inolvidables de Lole en la Fórmula 1: en 1974 se le escapó la victoria en Buenos Aires por falta de combustible y en 1978 dio cátedra en Gran Bretaña.

El Brabham BT 44 con el número 7 recorría con un ritmo arrollador el circuito número 15 del Autódromo de la Ciudad de Buenos Aires. Carlos Reutemann se encaminaba hacia una victoria espectacular, pero faltando media vuelta su máquina se quedó sin combustible y el argentino sufrió una de las frustraciones más grandes de su paso por la Fórmula 1. Tan inmensa como esa pena fue la excelsa demostración de talento de la que hizo gala cuatro años más tarde, cuando se impuso en Gran Bretaña después de arrebatarle la punta nada más y nada menos que a Niki Lauda en una maniobra colosal. Así era Lole, un piloto de una calidad suprema al que la suerte no siempre acompañó.

El santafesino nunca recibió un guiño cómplice del destino en su paso por la máxima categoría del automovilismo deportivo. Integró las mejores escuderías de su época, pero por una u otra razón la gloria le pasó de largo. Así y todo, en sus 11 años a bordo de los monoplazas más veloces de la tierra cosechó 12 victorias, 6 pole positions, 6 récords de vuelta, subió 45 veces al podio y fue subcampeón en una ocasión y tercero en dos.

En sus primeros tiempos, al comando de un Brabham sufrió durante un período en el que el equipo creado por el tricampeón Jack Brabham y el diseñador Ron Tauranac atravesaba una poco feliz etapa de reconstrucción luego de ser adquirido por el británico Bernie Ecclestone. Las deficientes prestaciones del motor Alfa Romeo lo llevaron a buscar nuevos horizontes.

La tapa de El Gráfico resume a la perfección la decepción de Carlos Reutemann en el GP de Argentina de 1974.

Cuando se mudó a Ferrari debió lidiar con la insólita decisión de Enzo Ferrari de abandonar los neumáticos Goodyear que, en combinación con el fantástico modelo 312T2, le habían permitido conseguir la Copa de Constructores en 1975, 1976 y 1977 y el campeonato de pilotos con Lauda en 1975 y 1977.

La casa del Cavallino Rampante perdió terreno mientras se adaptaba a las gomas Michelin y recién volvió a ser competitiva en 1979, cuando el sudafricano Jody Scheckter llegó a la cima con un auto en cuyo desarrollo mucho había tenido que ver Reutemann. Lole era un fantástico tester y sus conocimientos se hacían decisivos para que una máquina alcanzara su mejor puesta a punto.

Su llegada a Lotus coincidió con la sustitución de los emblemáticos Lotus 78 y 79 -los primeros con efecto suelo de la historia- por el problemático 80. Justamente la segunda versión de esos revolucionarios vehículos ideados por el genial Colin Chapman que le dieron una vuelta de tuerca al concepto de la aerodinámica en la Fórmula 1 había permitido la consagración del estadounidense Mario Andretti en 1978. 

No la pasó nada bien en su paso por Lotus.

Más tarde pasó a Williams y debió lidiar con el favoritismo que Frank Williams sentía por el australiano Alan Jones. El argentino se vio forzado a contribuir a la conquista del título de 1980 por parte de su compañero y no recibió el más mínimo apoyo del equipo -ni de Jones, por supuesto- cuando él se convirtió en el máximo favorito para ser el campeón del ´81. No le perdonaron una estratégica desobediencia en Jacarepaguá. Tanto es así que las malas decisiones de la escudería le hicieron perder el cetro por apenas un punto contra el brasileño Nelson Piquet.

LA FRUSTRACIÓN

La desazón que le provocó la insólita pérdida del título resultó para Reutemann comparable a la que le causó no haber podido ganar ante su público. Debutó en Buenos Aires en 1972 sorprendiendo con la pole position a bordo de un Brabham BT 34 y terminó séptimo, abandonó en 1973, 1974 y 1980, fue tercero en 1975 y 1979, otra vez séptimo en 1977, segundo en 1978 y cuarto en 1981. Sin dudas, la mayor frustración de su carrera se dio en el Autódromo porteño en 1974.

El 13 de enero de ese año se encaminaba con absoluta calma hacia un triunfo inolvidable, pero la fatalidad se hizo presente y lo dejó con las manos vacías. En realidad, viajaba hacia la victoria a una velocidad descomunal que lo mantenía a salvo de las pretensiones de sus rivales, pero no de un insólito infortunio. Pocas veces Lole lloró tanto como ese día. Pocas veces el éxito se le negó de un modo tan absurdo a un piloto en la Fórmula 1.

El Brabham BT 44 parecía encaminarse hacia un triunfo abrumador.

Aunque había partido desde el sexto puesto en la grilla, el argentino se las ingenió para escalar posiciones prácticamente desde la largada. Una maniobra plena de sensibilidad y astucia lo ubicó en la segunda posición, detrás del sueco Ronnie Peterson (Lotus), quien había hecho la pole. Tres giros más tarde había desplazado al veloz escandinavo y a partir de ese momento le imprimió al Gran Premio de la República Argentina un ritmo infernal. El rapidísimo BT 44 era inalcanzable en las rectas y copiaba perfectamente las trayectorias de las curvas.

La multitud que cubría las tribunas del Autódromo conocido hoy como Oscar y Juan Gálvez ya había tenido un adelanto de lo que podía suceder en la carrera durante la prueba de tanques llenos. Reutemann había girado tan bien que no resultaba desmedido imaginarse una victoria argentina en el país después de tantos años. La última vez había sido en 1957 con el quíntuple campeón mundial Juan Manuel Fangio. Esa ocasión terminó siendo aún más trascendente porque el último escalón del podio lo ocupó Carlos Menditeguy, otro compatriota.

No había dudas: Lole estaba en condiciones de ponerle fin a esa racha que en ese entonces se extendía a 17 años y que se mantiene hasta nuestros días. En este punto conviene aclarar que Buenos Aires hace tres lustros que no integra el calendario de la Fórmula 1. Lo cierto es que el santafesino llegó a sacarle una ventaja de más de 20 segundos al escolta Denny Hulme, el campeón en 1967 que en la etapa final de su extenso paso por la Fórmula 1 conducía un McLaren.

La primera señal de que algo no iba bien: se derrumba la toma de aire.

Todo parecía perfecto. Parecía. De pronto, la preocupación se apoderó de los 80 mil espectadores que estaban ansiosos por deshacerse las manos aplaudiendo a Lole. La toma aerodinámica del Brabham empezó a inclinarse hacia adelante. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso podía arruinarle la carrera al piloto local? ¿A qué distancia estaban sus perseguidores? Las preguntas surgían y hacían que lo que se antojaba un cómodo paseo triunfal de Reutemann dejara de serlo.

Sin embargo, el Brabham blanco con el número 7 no aflojaba. Al menos, nadie alcanzaba a percibirlo. Sí lo hizo el piloto, que notó un ruido extraño en el motor. Reutemann entendía como pocos los secretos de un auto. Comprendió que había un problema con el suministro de combustible. Ya no podía sostener el firme andar que le había permitido liderar 50 de las 53 vueltas de la competencia. Sabía que el triunfo se le iba a negar. No tenía otra alternativa que tratar de aguantar para cruzar la meta.

Hulme lo pasó en el penúltimo giro. Luego lo superaron las Ferrari de Lauda y el suizo Clay Regazzoni. Apenas a 500 metros de la bandera a cuadros, el BT 44 quedó tirado sobre el césped. La desazón colectiva fue inmensa. A Reutemann se le escapó la victoria con la que tanto soñaba. Si hasta el presidente de la Nación, Juan Domingo Perón, se había subido a un helicóptero para presenciar las vueltas finales en el Autódromo.

El triunfo quedó en manos del neozelandés Denny Hulme.

No hubo caso. Reutemann debió abandonar. Terminó séptimo. No tenía consuelo. Su desafortunada actuación, en cambio, era fácil de explicar. Cuando en el box intentaban cambiar un neumático durante los ensayos matutinos, se trabó la rueda trasera derecha con el portamaza. Los mecánicos tuvieron que desarmar hasta la suspensión para sacar todo el conjunto. La desesperación por solucionar ese inconveniente les hizo perder de vista el nivel de combustible.

“En el apuro nos olvidamos de cargar la última lata de 18 litros de combustible. De haberlos tenido, Lole hubiese terminado la carrera sin problemas y la hubiese ganado”, explicó Gordon Murray, el diseñador del BT 44.

Con el ánimo por el piso, Reutemann tuvo la entereza de participar en la ceremonia de premiación y recibir el saludo de Perón. El presidente le obsequió una lapicera que el santafesino usó cuando asumió la gobernación de su provincia en 1991. Fue un particular recuerdo que le quedó de una de sus mayores frustraciones en la Fórmula 1.

Juan Domingo Perón le obsequió una lapicera a Lole, quien, pese a la desazón, fue a saludar al presidente.

UNA LECCIÓN A LAUDA

El 30 de marzo, poco más de dos meses después de su fallida experiencia en Buenos Aires, Reutemann se dio el gusto de ganar su primera carrera en la categoría. Se impuso en el Gran Premio de Sudáfrica, en el circuito de Kyalami. Cerró la temporada con otras dos victorias (Austria y Estados Unidos), lo que le permitió finalizar sexto en el campeonato. El título fue para el brasileño Emerson Fittipaldi, a bordo de McLaren.

Al año siguiente sumó un fantástico triunfo en el circuito alemán de Nürburgring. En 1976 no la pasó bien con el nada confiable BT45 y dejó Brabham para sumarse a Ferrari. Lo eligieron para reemplazar a Lauda, víctima de un espantoso accidente que desfiguró su rostro para siempre. El austríaco sintió que lo hacían a un lado. Ni siquiera en la escudería de Maranello confiaban en su recuperación, pero volvió más rápido de lo esperado y al argentino le cupo un papel menor en sus primeros días con el Cavallino Rampante.

Lauda se abrazó a su segunda corona en 1977 con Lole -que ganó en Interlagos, Brasil- como escudero. Todavía ofendido por el maltrato del año anterior de Enzo Ferrari, el campeón se llevó el número 1 a Brabham. Eso dejó a Reutemann como primer piloto de la famosa casa italiana. La adopción de los neumáticos Michelin en desmedro de los rendidores Goodyear condenó a Ferrari a un proceso de adaptación bastante arduo. Así y todo, el argentino se las arregló para ser tercero en el campeonato merced a sus cuatro victorias y a sus tres accesos al escalón más bajo del podio.

El santafesino festeja en Brands Hatch.

Brasil, dos veces Estados Unidos (en ese entonces ese país tenía los grandes premios de las costas Este y Oeste) y Gran Bretaña vieron a Reutemann cruzar la meta antes que el resto en 1978. Con el joven canadiense Gilles Villenueve como compañero y a pesar del traumático desenvolvimiento de las Michelin, el argentino protagonizó una magnífica tarea en la competencia británica.

El 16 de julio partió desde el octavo cajón de la grilla en Brands Hatch, el escenario que se alternaba con Silverstone. Al principio pareció no tener demasiadas posibilidades, ya que los Lotus de Andretti y Peterson dominaban casi a voluntad.  El sueco debió desertar prematuramente y el estadounidense cedió la punta a manos de Scheckter en el 24° giro. Lole ganaba terreno, pero todavía no estaba entre los protagonistas estelares de la prueba.

Lauda desplazó al sudafricano en el 34°. Dos vueltas más tarde, Reutemann marchaba tercero, detrás del campeón reinante y del italiano Riccardo Patrese (Arrows), quien muy pronto quedó al margen. Se estableció, entonces, la lucha entre el líder y el argentino, su escolta inmediato. Durante 20 vueltas, Reutemann se las ingenió para no perderle pisada a Lauda. Pacientemente, aguardó la oportunidad para lanzarse al abordaje y despojar al puntero del tesoro del primer puesto.

En la 61ª, a 15 del final, Lole encontró el hueco que necesitaba. El piloto de Brabham se topó con el rezagado McLaren del italiano Bruno Giacomelli. Se abrió para pasarlo en la curva que daba acceso a la recta de boxes y, concentrado en su objetivo, dejó inocentemente una hendija. El argentino la vio y no dudó: escurrió su Ferrari por ese lugar y tomó la punta.

Lole superó a Niki Lauda en una maniobra espectacular y luego soportó el asedio del austríaco.

La excelente maniobra representaba una clara demostración de la enorme categoría del santafesino. Lauda tuvo que sacarse de encima a Giacomelli, a quien no había podido superar por la faena del argentino, y luego emprender la persecución. Reutemann se mantuvo al frente. Hizo rendir su auto a la perfección y soportó el asedio de un tenaz adversario como el austríaco. Ganó con un segundo y medio de ventaja. También se adueñó de todos los aplausos. Se antojaba lógico porque acababa de demostrar que su talento no tenía límites.