Charly Menditeguy, un personaje del deporte

El baúl de los recuerdos. Se destacó en polo, golf, tenis y automovilismo. Además, fue famoso por su poder de seducción y por anécdotas tan insólitas como pintorescas.

Charly hacia todo bien. Los deportes parecían no tener secretos para él. Dicen que jugaba bárbaro al fútbol, pero no fue profesional. También se destacó en billar y esgrima. Pero su figura quedó asociada a cuatro disciplinas en las que consiguió un gran reconocimiento: polo (fue diez de hándicap), golf (llegó a ser scratch), tenis (se ubicó entre los mejores jugadores del país) y automovilismo (ganó carreras de Turismo Carretera y compitió en la Fórmula 1). También fue famoso por sus excentricidades, sus insólitas anécdotas y su poder de seducción. Charly era Carlos Menditeguy, un auténtico personaje del deporte.

Nacido el 10 de agosto de 1915, pertenecía a una familia de la alcurnia porteña. Le costó muy poco tiempo exhibir una desbordante personalidad para abrirse paso en cuanta actividad se le antojara. Arrancó, como muchos pibes, en el fútbol. Está claro que no llegó a ser una figura reconocida en el más popular de los deportes, pero cuentan que ganó un campeonato intercolegial en los albores de la década del 30. No tardó en abandonar la número cinco y empuñar una raqueta.

En 1936, apenas cuatro años después de su desembarco en el tenis, integró el equipo argentino de Copa Davis que venció 4-1 a Grecia en Atenas y cayó por el mismo marcador con Alemania en Berlín. Los principales jugadores eran Lucilo del Castillo y Adriano Zappa. El joven Menditeguy fue incluido en el grupo para que ganara experiencia. No tardó en hacerse un nombre en los courts locales, ya que se mantuvo durante varios años entre los diez primeros del ranking nacional. Su mejor ubicación fue el sexto puesto.

Charly integró un famoso cuarteto de El Trébol con su hermano Julio, Luis y Heriberto Duggan.

Durante la época en la que el inquieto Charly acumulaba victorias en las canchas del Buenos Aires Lawn Tennis Club, todavía se mantenía vigente una de las figuras argentinas del entonces llamado deporte blanco, Héctor Cattaruzza. Precursor en el uso de pantalones cortos en tiempos en los que al tenis se jugaba con las piernas cubiertas, Cattaruzza había debutado en 1918 y compartido protagonismo con pioneros como Enrique Obarrio, Guillermo Robson y Ronald Boyd. También había incursionado en disciplinas tan variadas como natación, taekwondo, saltos ornamentales, básquetbol, fútbol, atletismo, boxeo, golf y waterpolo.

Se estaría cerca de cometer un error histórico imperdonable si en este punto no se hiciera referencia a Jorge Newbery. Aunque esté instalado en la memoria colectiva como un precursor de la aeronavegación argentina, entregó su vida a numerosas manifestaciones deportivas: practicó boxeo, natación, automovilismo, remo y esgrima, entre otros. De algún modo, Newbery, Cattaruzza y Menditeguy compartieron la particular cualidad de abrazarse a distintas disciplinas y ser reconocidos en cada una de ellas. Antiguamente se le otorgaba la definición de sportsman a esa clase de personas. La denominación cayó en desuso, pero traducida como “hombre del deporte” se antoja la mejor definición posible para ellos.  

FIGURA CLAVE DEL POLO

No existen pruebas de que Cattaruzza o Newbery hayan sido fuentes de inspiración para Charly. Sin embargo, muy pronto emprendió un camino que lo llevó a saltar de un deporte a otro. Se aburrió del tenis y empezó a jugar al polo. Pero no se conformó solo con tomar el taco. Ingresó en 1940 a la formación titular de El Trébol, en reemplazo de Manuel Andrada, uno de los integrantes del equipo argentino que consiguió la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936.

Era un habitué de las tapas de El Gráfico.

Menditeguy sumaba a su determinación por ser el mejor en cada deporte en el que irrumpía una combinación exacta de talento e inteligencia para entender con rapidez de qué se trataba el nuevo desafío que se imponía. En 1943 alcanzó los diez goles de hándicap, la máxima calificación para un polista. Durante dos décadas integró el selecto grupo de mejores jugadores del mundo. Compartió la alineación del equipo de la ciudad de Capitán Sarmiento con su hermano Julio y otro par de hermanos, Luis y Heriberto Duggan.

El Trébol había ganado el Campeonato Argentino Abierto en 1939 y con la llegada de Charly repitió en 1940, 1941, 1942, 1943, 1954, 1956 y 1960. Con Menditeguy en sus filas festejó en el Abierto del Hurlingham en 1940, 1941, 1942, 1943 y 1959). El equipo de los Menditeguy y los Duggan protagonizo contra Venado Tuerto el primer gran clásico del polo nacional. Enrique y Juan Carlos Alberdi y Juan y Roberto Cavanagh se repartían con sus tradicionales rivales todos los títulos en aquel entonces. El tercer gran certamen en importancia es el Abierto de Tortugas y Charly lo obtuvo en 1943 jugando para La Espadaña.

Menditeguy no rehusaba jamás un reto. Se le ocurrió que el golf no podía ser tan difícil. Juan Bautista Segura era uno de los jugadores aficionados más importantes de la Argentina. El impetuoso deportista se trenzó en una apuesta con Segura para demostrarle que no le iba a costar triunfar en el golf y no solo la ganó, sino que marcó un récord mundial aun vigente. Se convirtió en scratch en apenas tres meses. ¿Qué significa? Quiere decir que en 90 días adquirió el mismo nivel que un profesional de ese deporte. Por si fuera poco, esa actuación le sirvió para imponerse en el Campeonato Abierto del Sur.

Una curva a fondo al comando de una Maserati. 

LOS FIERROS, SU PASIÓN

Para un hombre tan abierto a disfrutar la aventura de la vida como Menditeguy el automovilismo surgía como un escenario ideal. Además del tenis, el golf y el polo, había probado suerte con la esgrima, la paleta, el squash, el tiro y el billar. Nada podía igualar la sensación de manejar a toda velocidad. Por eso en 1950 se subió a una Ferrari 166 SP Corsa de la categoría Sports y se dio el gusto de ganar su primera carrera en Mar del Plata.

Siguió al volante de poderosos máquinas italianas como las del Cavalllino Rampante y Maserati con una característica que resultó su sello personal: acelerar a fondo y jugarse el todo por el todo en cada curva. A bordo de un Alfa Romeo 8C-308 finalizó décimo en una fecha de la temporada internacional de automovilismo en un circuito diseñado en la Costanera. Era muy común la organización de carreras como las que ganaron Juan Manuel Fangio, Oscar Gálvez y José Froilán González entre 1949 y 1951 frente a las estrellas europeas del momento.

Menditeguy exhibió sus dotes de buen piloto al subirse al podio en pruebas de autos especiales con una Ferrari 125. Le confiaban el volante de importantes máquinas como Alfa Romeo y Maserati. Estaba cerca de dar el salto a la Fórmula 1, creada en 1950 y que tenía en el Chueco Fangio y el Cabezón González a dos perfectos embajadores del talento argentino. Sin embargo, Charly optó por el Turismo Carretera. El TC abría caminos con sus cupecitas y el todavía eximio polista se presentó en 1952 con un Ford y fue 13° en Coronel Pringles.

Consiguió seis victorias en Turismo Carretera, la categoría que más lo apasionó.

El 18 de junio de 1953 debutó en la Fórmula 1. Debió abandonar el Gran Premio de la República Argentina por un problema mecánico de su Gordini T16. Ese día ganó el italiano Alberto Ascari, seguido por su compatriota Luigi Villoresi (ambos con Ferrari) y el tercer puesto fue para Froilán González (Maserati). Un año más tarde no largó en Buenos Aires con una Maserati. Continuó en el TC, una categoría en la que no tardó demasiado en conseguir excelentes resultados.

Se subió dos veces al podio con su cupé Ford en 1954 y en 1955 se dio el gusto de ganar por primera vez en la principal categoría del automovilismo deportivo argentino. Dejó atrás nada más y nada menos que a los hermanos Dante y Torcuato Emiliozzi en la Vuelta de Olavarría. En total acumuló seis triunfos en el TC: dos veces en Olavarría (la segunda, en 1959), una en Arrecifes (1959), una en Carlos Paz (1962), una en la Mar y Sierras (también en el 62) y una en Tres Arroyos (1966).

Era muy veloz y daba un gran espectáculo en los polvorientos caminos que recorría el TC. Su aguerrido estilo lo llevó a sufrir varios accidentes. También le hacía forzar sus autos más allá de lo recomendable. Por ejemplo, en el Gran Premio de 1964 se encimaba hacia el éxito que tanto anhelaba -todos los pilotos soñaban con ganar un Gran Premio-, pero un desperfecto mecánico lo dejó tirado al borde del camino en Arrecifes. Desilusionado, furioso, prendió un cigarrillo y le acercó el encendedor a su acompañante, el Negro Agustín Linares. “¡Quémelo, Linares, quémelo!”, le ordenó. Esa anécdota pinta de cuerpo entero a un piloto cuyo intenso carácter iba de la mano con sus dotes para manejar a casi 200 kilómetros por hora.

A pura risa con los hermanos Juan y Oscar Gálvez, dos  míticos pilotos de TC.

La Fórmula 1 lo tuvo como protagonista durante un largo tiempo. Al principio solo formaba parte de la grilla de largada en el Gran Premio de Argentina. Casi siempre lo hacía al comando de una máquina del equipo oficial Maserati. Con esa escudería fue tercero en Buenos Aires en 1957, detrás de Fangio y del francés Jean Behra. Ese fue su año de mayor continuidad en la F1: corrió cinco de las diez competencias que inició en sus siete temporadas. Se despidió en 1960 conduciendo un Cooper que lo instaló en el cuarto puesto en el Autódromo que hoy lleva el nombre de los hermanos Oscar y Juan Gálvez.

UNA CITA CON BRIGITTE

En Maserati era un piloto muy valorado. Perdió esa condición en 1956, cuando, en vísperas el Gran Premio de Mónaco, no aparecía por ningún lado. Faltó a las pruebas de clasificación y tampoco estuvo en la largada de la tradicional carrera en las calles de Montecarlo. Poco después se supo que había pasado el fin de semana con Brigitte Bardot, una de las actrices más bellas que hayan desfilado por la pantalla grande. Fue inmediatamente despedido y se ganó el reproche de varios colegas, entre ellos, Fangio. “No era una oportunidad para desaprovechar”, argumentó el pícaro Charly.

Habitué de la noche porteña, dicen que su condición de playboy -un término muy popular en aquellos tiempos- hacía que casi ninguna mujer rechazara sus encantos. Mantuvo romances con otra famosa actriz como Ava Gardner y con Graciela Borges. Su estampa de hombre recio y sus finos modales forjados en el seno de una familia de clase alta parecían ser irresistibles. Sí, era todo un personaje.

La mayor parte de su campaña en la Fórmula 1 la desarrolló con Maserati.

Pero lo suyo era el automovilismo. En los primeros días de ese tumultuoso 1956 también mostró sus cualidades con un triunfo en los Mil kilómetros de Buenos Aires, una prueba válida por el Mundial de Autos Sport a bordo de una Maserati. Compartió la conducción con el inglés Stirling Moss, un notable piloto al que el destino le impidió ser campeón de Fórmula 1 en una era en la que la gloria y los títulos estaban reservados a Fangio. Ese éxito aumentó su prestigio. Hasta el propio Fangio dijo, sin margen para la duda, que “Menditeguy no fue campeón del mundo posiblemente porque no quiso”. Pero el corazón de Charly estaba en el TC: “Fue lo que más quise en la vida y, sin embargo, fue lo que más disgustos me dio”.

Menditeguy dejó el Turismo Carretera en 1966. La categoría ya estaba entrando en los tiempos de la renovación con la aparición del Chevitú, el Torino y el Falcon, los modelos compactos que llegaban para sepultar en el romántico pasado el tiempo de las cupecitas. Pero no se separó del deporte. No podía hacerlo. Tuvo caballos de carrera y fue uno de los impulsores del pádel en la Argentina. Amigo del mexicano Enrique Corcuera, el creador de ese juego que en estos días recobró su popularidad, instaló las primeras canchas del país en la década del 60. No podía ser de otro modo, porque Charly, fallecido en 1973, era un auténtico personaje del deporte. Un sportsman.  

“Menditeguy no fue campeón del mundo posiblemente porque no quiso”, dijo alguna vez Juan Manuel Fangio.