Pascualito, el pequeño primer gran campeón

El baúl de los recuerdos. Pascual Pérez, un boxeador de talla muy baja, fue enorme sobre el ring. Guapo, en 1954 ganó el título mundial mosca. En Londres ´48 había conseguido una medalla dorada.

“No habrá ninguno igual / No habrá ninguno. / Ninguno con tu piel y con tu box”. De la lúcida pluma de Abel Santa Cruz, uno de los más fecundos guionistas de la radio, el cine y la televisión nacional, brotó esta adaptación del tango Ninguna que convirtió lo versos del poeta Homero Manzi en una simple pero poderosa síntesis de quién fue Pascual Pérez. Hacía falta imaginación para retratar en tan pocas palabras lo que había representado Pascualito. Ganador de una medalla dorada en los Juegos Olímpicos de 1948, en 1954 le arrebató la corona de peso mosca al japonés Yoshio Shirai en Tokio y se transformó en el primer gran campeón del boxeo argentino.

Era petiso Pascualito. Medía poco más de metro y medio. Exactamente, su altura era 1,52. Lo que le faltaba en centímetros le sobraba en bravura. Guapo, a pesar de que su exigua envergadura podía representar una desventaja ante rivales de mayor alcance de brazos, siempre iba al frente. Con apenas 48 kilos, lanzaba feroces andanadas de golpes y no renunciaba a un entrevero. Se exponía a los contraataques y más de una vez fue derribado, pero, a la larga, era él quien terminaba noqueando a sus oponentes.

Nacido en la mendocina ciudad de Tupungato el 4 de mayo de 1926, fue el menor de nueve hermanos. Trabajó desde pequeño en los viñedos de la familia y el boxeo se cruzó en su camino en plena adolescencia. Su primer entrenador fue Felipe Segura, a quien no le costó demasiado apreciar el coraje y la determinación de ese muchacho que a los 18 años ya logró un título amateur, el Torneo Mendocino de Novicios de 1944. Unos meses después le sumó el Campeonato Argentino de Novicios. El pequeño hombre de cabello oscuro y ojos penetrantes se hacía notar con la fuerza de sus golpes.

Con apenas 1,52 metros y 48 kilos, Pascualito fue un boxeador enorme.

LA CONSAGRACIÓN EN LONDRES

Desde la mítica derrota de Luis Ángel Firpo, El Toro Salvaje de las Pampas, a manos del campeón mundial de los pesados Jack Dempsey en 1923, el boxeo argentino había recorrido un trecho muy largo. Las distintas ediciones de los Juegos Olímpicos consagraban cada cuatro años a los nativos del país de Firpo, el primer héroe del pugilismo nacional. En letras doradas habían quedado grabados los nombres de Víctor Avendaño, Arturo Rodríguez Jurado, Carmelo Robledo, Alberto Lovell y Oscar Casanovas.

Por si fuera poco, el pugilismo de la tierra de la birome, el colectivo y el dulce de leche también había conseguido seis medallas plateadas y cuatro de bronce. Ser boxeador amateur en la Argentina imponía la pesada carga de subir al ring en busca de acrecentar esa impresionante cosecha. Pascual Pérez hizo honor a esa responsabilidad. Siguió una tradición en una disciplina que aún hoy sigue siendo la que más éxitos olímpicos le dio al deporte nacional. En total, son 24 preseas: siete de oro, siete de plata y diez de bronce.

El oriundo de Tupungato viajó a Londres en busca de una hazaña que estuvo a punto de quedar reducida a la nada. Cuando se registró a los púgiles que iban a competir en los Juegos, por error se consignó el peso de su compatriota Arnoldo Parés, de la categoría gallo (con un máximo de 54 kilos) en lugar del suyo, que era mosca (52). La confusión quedó subsanada y Pérez pudo subir al ring.

Debutó derrotando al filipino Ricardo Adolfo, luego se impuso al sudafricano Desmond Williams y al belga Alex Bollaert. En las semifinales dio cuenta del checo Frantisek Majdlochres. Solo le quedaba vérselas con el italiano Spartaco Bandinelli, quien en los cuartos de final había dado la sorpresa de la competición al superar al máximo favorito, el español Luis Martínez Zapata.

Ganó la medalla dorada en Londres 1948 al vencer en la pelea final al italiano Spartaco Bandinelli.

Su derrotero olímpico se había iniciado el lunes 9 de agosto y el viernes 13 se midió con Bandinelli en el Empire Pool de Wembley. Lo derrotó por puntos en un combate en el que hizo prevalecer la fuerza de sus puños y su estilo plenamente agresivo. Suyo fue el oro, que horas después también obtuvo el peso pesado Rafael Iglesias. Con ellos, se detuvo la era triunfal del boxeo argentino en el ámbito olímpico.

LA GLORIA EN TOKIO

Después de 125 peleas como amateur dio el salto al profesionalismo. El 5 de diciembre de 1952, con 26 años, debutó con un triunfo por nocaut técnico sobre el chileno José Ciorino en Gerli. Casi un año más tarde se presentó por primera vez en el Luna Park, el templo del boxeo argentino, en una velada en la que se alzó con el título nacional de los moscas. Los triunfos fueron sucediéndose con una característica muy particular: generalmente se daban antes del límite. Pegaba durísimo a pesar de su físico diminuto.

El 24 de julio de 1954, cuando llevaba 24 triunfos, apareció la oportunidad que estaba buscando. Se midió con el campeón mundial, el japonés Yoshio Shirai, en el Luna Park. El presidente Juan Domingo Perón estuvo entre los asistentes a esa pelea que terminó en empate por la sencilla razón de que no se le podía dar por perdido un combate al monarca de una división si no había sido noqueado. “La mayoría pensó que yo había ganado, pero como él era el campeón mundial le dieron el empate. Qué cosa, ¿no?”, analizó años después en una entrevista con la inolvidable revista El Gráfico.

El argentino le propinó un duro castigo al japonés Yoshio Shirai en Tokio.

Esa sensacional actuación le abrió la puerta para disputarle el título a Shirai. Estaba previsto que se vieran las caras en Tokio el 10 de noviembre de 1954. Sin embargo, Pérez sufrió un problema en un tímpano por su hábito de entrenarse sin cabezal. Ante una solicitud de su mánager, Lázaro Koci, la pelea se pospuso para el 25, pero una lluvia torrencial obligó a diferirla para el 26. Para el argentino no resultó un gran negocio: le descontaron la mitad de la bolsa porque el duelo debió reprogramarse por su culpa.

Sus ganancias netas se habían reducido a mil dólares. La gloria, en cambio, no tenía precio. Pascualito apareció en el ring del estadio Korakuen pensando en el título, no en el dinero. Tanto fue así que ya en el segundo round empezó a hacerle sentir la potencia de su mano izquierda al japonés. Y en el tercero lo derribó, pero Shirai se puso de pie cuando la cuenta llegó a cuatro. El argentino se atrevía a atacar al campeón, más alto y en su propia casa…

Shirai había demostrado su temple y resistencia al levantarse después de haber sufrido un duro castigo. Un choque de cabezas en el séptimo asalto le agregó suspenso e incertidumbre a una pelea intensa. La campana que marcó el final del octavo capítulo mantuvo al campeón a salvo del nocaut. El asiático esbozó una reacción, pero en el decimotercer round volvió a caer. El epílogo se antojaba inexorable: Pérez tenía la victoria al alcance de su letal mano izquierda. Su adversario apenas si podía amarrarse para estar a resguardo de un castigo mayor.

Shirai llevaba dos años como campeón del mundo cuando expuso su título contra Pascual Pérez.

Consciente de que el triunfo no podía escapársele, el argentino salió a dejar pasar los tres minutos del asalto final. “¿La verdad? En el último salí a jugar, a moverme, a no tirar fuerte. No quería sacarlo. No lo hubiera hecho, aunque hubiera podido. ¿Sabe por qué? Porque cuando un tipo es guapo, corajudo y fuerte como lo fue Shirai, hay que respetarlo. Se merecía perder de pie, como un hombre que había sido. No es que lo perdoné, ¡eh! No es eso, lo respeté y hasta lo admiré, que es otra cosa”, le confesó el noble Pascualito a El Gráfico.

Venció por puntos en 15 capítulos. Le quitó a Shirai la corona de los moscas de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) que hacía dos años estaba en poder del japonés. Ese mendocino pequeño, pegador empedernido y de carácter manso con el tiempo se convirtió en una víctima del desamor por el divorcio de su primera esposa, Herminia Ferch, y hasta pensó en suicidarse…

Defendió su corona nueve veces (una de ellas con un nocaut contra el propio Shirai), la resignó ante el tailandés Pone Kingpetch y trató infructuosamente de recuperarla. Se fue del boxeo en 1964, con 92 peleas, de las cuales ganó 84 (57 por nocaut), perdió siete y empató una.

“No habrá ninguno igual / No habrá ninguno. / Ninguno con tu piel y con tu box”, escribió de él Abel Santa Cruz. No se equivocó. Fue el único argentino que pudo ganar una medalla olímpica de oro y un título del mundo. Fue Pascual Pérez, el pequeño primer gran campeón del boxeo nacional.