Pancho Varallo, un goleador para la historia

El baúl de los recuerdos. De joven le decían Cañoncito por la violencia de su remate. Esa característica lo transformó en uno de los artilleros más famosos de Boca y del fútbol argentino.

“No quiero engrupirme…, pero yo era guapo. Por ahí no era muy inteligente, pero no era un papafrita. Entraba a la cancha y decía: `Un gol tengo que hacer´. Y me rompía el alma para hacerlo. Triunfé en el fútbol por eso”. En una entrevista concedida a La Prensa en 2001, Francisco Varallo les contó a las generaciones de hinchas que no lo vieron en acción cómo forjó su fama de despiadado artillero. Porque Pancho, o Cañoncito, como lo llamaban en su juventud por la violencia de su remate, fue un goleador implacable que hizo historia en el fútbol argentino.

Hombre de palabra, ingresaba en el campo de juego y derrotaba a los arqueros rivales. Lo hizo en sus inicios con la camiseta de Gimnasia y Esgrima La Plata, también con la de la Selección argentina en la fundacional Copa del Mundo de Uruguay en 1930, en una inolvidable gira con Vélez en 1931 y luego, por casi una década, con los colores de Boca. Durante 70 años Pancho fue el máximo goleador auriazul en el profesionalismo. Recién en 2009, Martín Palermo superó la marca de 181 tantos que Varallo había registrado en 1939.

La vida de ese hombre nacido el 5 de febrero de 1910 en la localidad platense de Los Hornos era el gol. Marcó 35 en 73 partidos con Gimnasia, 6 en 16 encuentros en la Selección nacional y 194 en 222 presentaciones en su fantástica etapa en Boca. El cómputo debería incluir las 18 conquistas a las que les puso la firma en la gira de Vélez en 1931, cuando compartió la delantera con una figura colosal como Bernabé Ferreyra, el temible atacante que en ese entonces pertenecía a Tigre y que en 1932 se mudó a River para convertirse en leyenda.

La violencia de los remates de Pancho Varallo era un sello característico de ese estilo de goleadores.

“Tenía pique, tenía shot y llevaba la pelota cortita al pie”, relataba el venerable Pancho. También confesaba algunas picardías de un tiempo en el que el fútbol se antojaba más romántico y menos mercantilizado que el del presente: “A veces me hacía el rengo y me iba a jugar de wing… Y por ahí terminaba haciendo un gol”. En 2005, en otro diálogo con La Prensa, certificaba su obsesión por dejar la pelota dentro del arco: “Yo entraba en la cancha con la idea de hacer un gol y no podía ser que no hiciera goles…”.

El 15 de diciembre de 1936, cuando jugaba en Boca, vulneró cinco veces la valla de Argentinos Juniors en el 5-1 correspondiente a la 16ª fecha de la Copa Campeonato, tal como se denominó a la segunda ronda del certamen de ese año. En ese partido disputado en El Gasómetro de San Lorenzo, sobre la avenida La Plata, su víctima fue el arquero Ángel Grippa, a quien le hizo sentir la violencia de sus remates. Alberto Fassora había puesto en ventaja a los de La Paternal, pero Varallo se lució con cinco fuertes disparos -dos de ellos desde fuera del área- y el último tras eludir a dos rivales.

En tres ocasiones sumó goles por cuadriplicado: en 1931 doblegó en cuatro oportunidades a Francisco Ruiz (Gimnasia) en un 5-0; le hizo lo mismo en 1932 a Atilio Maccarone (Atlanta) en un 5-2 en la cancha de San Lorenzo y un año más tarde repitió contra Eduardo Alterio (Chacarita) en un partido que se saldó con una victoria por 4-1. Ese 4 de junio de 1933 se produjo una rareza: dos de los tantos fueron de cabeza, uno de los puntos débiles de Pancho.

En un partido contra Argentinos Juniors en 1936, Pancho se despachó con cinco goles.

Los tripletes resultaron mucho más comunes en la prolífica carrera de Cañoncito: los logró contra Argentinos en 1931 y 1934, Lanús y Talleres de Remedios de Escalada en 1932, Chacarita y Estudiantes en 1933, Platense en 1934, Quilmes en 1935, Tigre en 1936 y Gimnasia y Racing en 1937. A esas contundentes producciones como futbolista xeneize en el ámbito profesional resulta necesario sumarles los tres goles que consiguió contra Argentino del Sud en 1930, todavía en el período amateur, cuando actuaba en Gimnasia.

En el repaso estadístico debería considerarse que Argentinos Juniors y Talleres de Remedios de Escalada fueron los equipos a los que batió más veces (17), seguidos de Chacarita y Ferro (15). A los arqueros Alterio (Chacarita) y Luis Visini (Talleres de Remedios de Escalada, la fusión Lanús-Talleres, Ferro y San Lorenzo) los forzó a buscar en nueve oportunidades la pelota dentro de sus vallas. Y, como no podía ser de otro modo, también festejó contra River. Anotó en seis ocasiones en el Superclásico (dos en igual cantidad de partidos en 1931 y 1939 y una en 1934 y 1935).

Otra cuestión que merece ser destacada es su condición de infalible ejecutor de penales. Potencia y dirección eran los principales atributos que exhibía en ese tipo de acciones. No le temblaba el pulso ni se le reducían las dimensiones del arco, como les sucede a muchos jugadores. Acertó 18 de sus 22 disparos desde los doce pasos. Solo tres guardavallas pudieron darse el lujo de prevalecer en ese particular duelo: Oscar Bermúdez (Tigre) en 1935, Atilio Patrignani (Ferro) en 1936 y Alfonso Espada (Talleres de Remedios de Escalada) en 1937. Solo una vez -contra Estudiantes en 1937- desvió el tiro.

Una definición contra Gimnasia, el equipo en el que se hizo un nombre en el fútbol argentino.

La trayectoria de Varallo también supo de campeonatos ganados. Obtuvo el título amateur de 1929 con Gimnasia y los profesionales de 1931, 1934 y 1935 con Boca. Además, festejó el Campeonato Sudamericano -la actual Copa América- con la Selección argentina en 1937. Estaba claro que un goleador de los quilates de Pancho no podía privarse de celebrar en grande, tanto en el fútbol de Primera como en el ámbito internacional.

TODO EMPEZÓ EN LA PLATA

Como todo pibe de la época en la que la pelota era el juguete más preciado, Varallo recorrió los potreros de La Plata hasta que, a los 14 años, ingresó en el club 12 de Octubre. Poco después probó suerte en Estudiantes, uno de los más importantes de la capital bonaerense. A pesar de que marcó ocho goles en los tres partidos amistosos que los pincharratas utilizaron para probarlo, el joven Francisco no se pudo dar el gusto de jugar con la camiseta albirroja.

Cerca de su 18º cumpleaños se unió a Gimnasia. En esa entidad no solo supieron apreciar sus dotes de delantero de fuerte remate, sino que más temprano que tarde lo sumaron al plantel principal. Tanto es así que el 10 de junio de 1928 debutó en su nuevo equipo contra Argentino de Banfield, una institución que existió entre 1915 y 1942 y que utilizaba una casaca blanca y verde a rayas verticales o con el primero de esos colores como tono predominante mientras el otro aparecía en una franja horizontal.

A los 18 años debutó con la camiseta de Gimnasia y, como no podía ser de otro modo, hizo un gol.

Ese partido correspondió a la cuarta fecha del torneo oficial de ese año y se saldó con la victoria por 2-1 de los platenses, que fueron visitantes. La presentación de Varallo no pudo haber sido mejor, ya que a los 26 minutos del segundo tiempo le dio el triunfo a los triperos. Sí, debutó con un gol. Argentino de Banfield se había puesto en ventaja a través de un tanto en contra de José Jordan, Enrique Felices estableció el empate transitorio y Pancho sentenció la victoria de Gimnasia.

Salustiano Ardanaz; Carlos Martini, Jordan; Ignacio García; Felices, Vicente Ruscitti; Juan Carlos Gutiérrez, Varallo, el español Jesús Díaz, El Russo Roberto Bacchi e Ismael Morgada estuvieron desde el arranque en esa ocasión. Para demostrar que su irrupción goleadora no había sido casual, dos semanas más tarde, en el 4-1 sobre Porteño abrió la cuenta en su tercer partido como jugador de los mensanas. Y el 1 de julio del 28 anotó otra vez en el 2-0 contra Talleres de Remedios de Escalada.

Sumó una conquista en el 2-2 frente a Sportivo Barracas en la cancha que se ubicaba en la esquina de Iriarte y Luzuriaga de ese barrio porteño y que era uno de los principales estadios de la Argentina en los años 20. Como simple dato de la importancia de ese escenario basta con acotar que el primer gol olímpico de la historia se marcó en ese lugar y fue obra de Cesáreo Onzari, de Huracán, en un encuentro en el que la Selección superó 2-1 a Uruguay. Justamente porque los celestes acababan de ser campeones en los Juegos de París en 1924 ese tanto recibió el nombre de “gol olímpico”.

Junto con el puntero izquierdo Ismael Morgada en la tapa de la revista El Gráfico.

La primera campaña de Cañoncito -como le decían en una clara demostración de su potente disparo- se cerró con otro gol en el 1-1 con Argentinos Juniors que ya jugaba en La Paternal, pero no en Juan Agustín García y Boyacá, sino en el cruce de avenida San Martín y Punta Arenas. Varallo dio el presente 32 partidos y festejó seis tantos en el torneo de 1928, que quedó en manos de un Huracán en el que se lucía el goleador Guillermo Stábile como parte de una línea ofensiva que se completaba con Adán Loizo, Manuel Spósito, Ángel Chiessa y Onzari.

Las prometedoras actuaciones de su primer certamen en Gimnasia le valieron la confirmación como titular. Si bien tenía apenas 19 años, ya demostraba una personalidad intensa y una llamativa fortaleza a la hora de pegarle a la pelota. Además, casi desde que apareció en Primera se notó su buen entendimiento con el puntero derecho Miguel Curell, una de las figuras triperas. Por ese entonces, Varallo jugaba como entreala por ese mismo costado de la cancha. Para que se entienda: en el viejo sistema piramidal -traducido como un dibujo táctico 2-3-5- se movía por el sector derecho del ataque, levemente desplazado hacia el centro.

En el certamen de 1929 Gimnasia se alzó con el primer título de su historia y Varallo terminó de afianzarse como una de las mayores promesas del fútbol argentino. Los triperos finalizaron al tope de las posiciones en el Grupo Impar -se dividió a los 35 participantes en dos zonas- y Boca fue el líder del Par. La consagración de los platenses marcó un antes y un después en la historia del deporte en el país, comparable con la gesta del Estudiantes dirigido por Osvaldo Zubeldía en 1967.

Una multitud colmó la vieja cancha de River para presenciar la final entre Boca y Gimnasia.

Desde una reunificación decretada en 1915 y que precedió a otro cisma que separó a los clubes entre 1919 y 1926 en dos entidades (Asociación Argentina de Football y Asociación Amateur Argentina de Football), los campeonatos se los repartían Racing, Boca, San Lorenzo, Independiente y Huracán. Eran, junto con River -el mejor de 1920-, los equipos más poderosos de la Argentina. Gimnasia ansiaba el título, pero corría muy de atrás. Sin embargo, en 1929 dio un golpe inolvidable.

Trascendentales victorias sobre River por 1-0 -con gol de Varallo- y 2-1 contra el campeón Huracán -con otro tanto de Cañoncito- fueron los resultados más valiosos de una campaña que incluyó abultados éxitos sobre Platense (4-0), Estudiantes de Buenos Aires (4-1 como visitante), Almagro (3-0, también lejos de La Plata) y El Porvenir (5-1). Gimnasia lideró el Grupo Impar con 28 puntos, uno más que River, que en ese entonces tenía la cancha en avenida Alvear (la actual Del Libertador) y Tagle. Con 27 unidades, Boca igualó el primer puesto del Grupo Par con San Lorenzo y relegó a los azulgranas al cabo de tres partidos de desempate.

La final de la Copa Estímulo -la denominación de ese torneo organizado por la Asociación Amateur Argentina de Football- se disputó el 9 de febrero de 1930 en la cancha de River. Gimnasia, cuyo entrenador era José Ripullone, se impuso 2-1 con goles de Martín Maleanni, en tanto que Julio Di Gianno, en contra, descontó para los xeneizes. El campeón salió a escena con Felipe Scarpone; Di Gianno, Evaristo Delovo; Ruscitti, Juan Santillán, Antonio Belli; Curell, Varallo, Maleanni, Jesús Díaz y Morgada. Faltó al choque decisivo José María Minella, quien en ese entonces era delantero -luego se destacó como centromedio- y fue clave en esa gesta.

Varallo fue una figura decisiva en el equipo de Gimnasia que ganó el título en 1929.

Cañoncito cumplió una destacada labor, ya que en 17 encuentros aportó ocho tantos. Como ocurría habitualmente, la mayor parte de esas conquistas llegaron a través de remates de larga distancia y hasta llegó a anotar mediante tiros libres. Siempre que se le presentaba la oportunidad, Varallo no hacía más que demostrar que el apodo le sentaba a la perfección.

“PERDIMOS POR COBARDES”

Afirmado como pieza fundamental del elenco campeón, en 1930 volvió a hacer gala de su efectividad con 17 goles en 25 partidos. No podía llamar la atención que recibiera un llamado para integrar la Selección argentina. Francisco Olazar, antigua figura de Racing en el período amateur, hacía las veces de entrenador junto con Juan José Tramutola lo incluyeron contra Uruguay, el campeón olímpico de 1924 y 1928, en un partido correspondiente a la Copa Newton, una tradicional competición que enfrentaba a los vecinos del Río de La Plata.

El Gasómetro de avenida La Plata albergó ese duelo el 30 de mayo de 1930. Tal como ocurrió en su debut en Gimnasia, Varallo hizo un gol en su primera vez con la camiseta celeste y blanca. A los 11 minutos del primer tiempo batió al arquero Enrique Ballestrero. A 60 segundos del epílogo del clásico, Pedro Petrone estampó la igualdad. Ese día también tuvo su bautismo internacional Bernabé Ferreyra, artillero de Tigre. Ángel Bossio; Oscar Tarrío, Alberto Cuello; Juan Evaristo, Adolfo Zumelzú, Rodolfo Orlandini; Natalio Perinetti, Varallo, Ferreyra, Manuel Nolo Ferreira y Mario Evaristo fueron de la partida.

El joven Cañoncito se presentó en la Selección pocos días antes del puntapié inicial del Mundial de 1930.

Faltaban menos de dos meses para el puntapié inicial de la Copa del Mundo que iba a celebrarse en Uruguay. Varallo, de apenas 20 años, fue el integrante más joven de un plantel que contaba con estrellas como Nolo Ferreira, un excelente atacante que pertenecía a una famosa delantera conocida como Los Profesores, el arquero de Talleres de Remedios de Escalada, Bossio, apodado La Maravilla Elástica, el zaguero de Boca Ramón Muttis, el centromedio Luis Doble Ancho Monti, de San Lorenzo, el habilidoso puntero Natalio Perinetti, de Racing y dos respetados goleadores como Roberto Cherro, de Boca, y Stábile, de Huracán.

“Cuando debuté en la Copa Newton debuté jugué al lado de Monti, de Perinetti… A Perinetti le dije: `Señor Perinetti, usted me dirá cómo tengo que jugarle la pelota´. No lo tuteaba ni a él, ni a Monti ni a Nolo Ferreira. A esos jugadores no sé por qué los trataba de usted. Le decía `señor Nolo´ y él se enojaba porque tenía apenas cuatro años más que yo”, reveló Varallo en otro encuentro con La Prensa en 2002. Su testimonio daba cuenta de lo que significaba para un casi adolescente como él compartir el plantel con los mejores jugadores del fútbol argentino de esos días.

Cañoncito competía por el puesto de entreala derecho con Alejandro Scopelli, otro miembro de Los Profesores de Estudiantes. Le ganó la pulseada al Conejo y fue titular en el partido inaugural de Argentina en los Mundiales. Jugó junto con Bossio; José Pechito Della Torre, Muttis; Juan Evaristo, Monti, Pedro Arico Suárez; Perinetti, Nolo Ferreira, Cherro y Mario Evaristo. Los albicelestes recién destrabaron el choque con una Francia que contó con un seguro arquero como Alexis Thepot cuando faltaban menos de diez minutos, merced a un gol de tiro libre de Monti, un centromedio que metía miedo por su rigor en la marca.

El elegante Seleccionado argentino, minutos antes del debut en Uruguay 1930.

El público uruguayo estaba al tanto de que Argentina asomaba como el único obstáculo serio en el camino del conjunto local hacia el título del mundo. Entonces, los albicelestes se transformaron en destinatarios de todo tipo de acoso verbal -y en ocasiones llegaron a ser físicos- y eso derivó en algunos cimbronazos que afectaron al Seleccionado. Cherro, preso de un ataque de nervios, no volvió a jugar y en su lugar apareció El Filtrador Stábile, quien finalizó al tope de la tabla de goleadores, con ocho tantos. “¡La pucha que anduvo bien Stábile!”, recordó Varallo.

De hecho, el centrodelantero de Huracán irrumpió en el Mundial con tres goles en el 6-3 contra México. Otras dos conquistas llegaron a través de Zumelzú, centromedio de Sportivo Palermo, y el restante lo aportó Cañoncito, quien está convencido de que fue autor de dos tantos: “Le hice dos a México, aunque algunos me cuentan uno. Pero hice dos goles bárbaros. En uno la agarré de voleo y la incrusté bárbaro. ¡Lo que se habló de ese gol!”. Ese 19 de julio de 1930 actuó al lado de Carlos Peucelle, Stábile, Atilio Demaría y Carlos Spadaro.

También fue titular en el 3-1 sobre Chile con el que las huestes de la dupla Olazar-Tramutola superaron la fase inicial y solo faltó en el triunfo por 6-1 sobre Estados Unidos en las semifinales. Su lugar fue ocupado por Scopelli, quien se hizo presente en el marcador con el segundo tanto. Stábile, que le había hecho un gol a los trasandinos, se despachó con otro triplete. Solo quedaba la final. Nada más y nada menos que la final.

Pancho Varallo encabeza un ataque contra México en la Copa del Mundo.

La historia del duelo con Uruguay del 30 de julio del 30 en el estadio Centenario estuvo rodeada de escenas plenas de tensión. Monti, uno de los pilares del equipo, fue víctima de amenazas y no quería jugar. Zumelzú, su reemplazante, estaba lesionado y no había más remedio que persuadir a Doble Ancho de que saliera a la cancha. “A Luis Monti tuvieron que convencerlo entre Cherro, Ferreira y los jugadores de mayor experiencia”, advirtió Varallo. Pero la presencia del centromedio de San Lorenzo fue solo testimonial: “¡Se caía un jugador y Monti lo levantaba! Pobre Monti… yo lo compadezco porque tenía a todos contra él”.

La ausencia del entreala de Gimnasia contra Estados Unidos en las semifinales no había sido casual. Arrastraba una lesión muscular que minaba sus posibilidades físicas, pero no se quería perder la final. “Me probaron la mañana anterior al partido. Fuimos a un gallinero y pateé contra una pared, con Monti, con Cherro, con todos. Estaba bien, no sentía nada. Estaba bárbaro, pero en el segundo tiempo Nolo Ferreira me pasó una pelota, yo la agarré de izquierda, que era la pierna que tenía mal, pateé con alma y vida y pegué en la arista del travesaño. Era el tercer gol… Le erré y me embromé de vuelta…”, contó Pancho en 2002.

Uruguay se puso en ventaja con un gol de Pablo Dorado y, antes del cierre del período inicial, Argentina revirtió el resultado gracias a Peucelle y Stábile. Los albicelestes estaban a 45 minutos de la gloria, pero en el entretiempo se desató el drama. “Yo le miré la cara a Luis (Monti) y si no se puso a llorar fue de casualidad. Yo me estaba atando los zapatos cuando terminó el primer tiempo e íbamos 2-1 y Monti le dijo a (Fernando) Paternoster: `Si hoy ganamos, nos matan a todos´. Yo le pregunté qué pasaba, porque yo tenía mucha confianza con él, y me contestó: ´Mirá, Varallito, no hay alambrado olímpico, no hay nada. Acá no podemos ganar´”, evocó Varallo.

Varallo integró la formación albiceleste que cayó a manos de Uruguay en la final del 30 de julio de 1930.

Para que se entienda la situación: cuando el árbitro belga Jan Langenus le bajó el telón al primer acto, el público uruguayo descargó su furia y su repertorio de amenazas contra los argentinos. Si la fortaleza espiritual del equipo estaba resquebrajada, en ese momento estalló en mil pedazos. Los celestes se llevaron el título con tantos de Pedro Cea, Santos Iriarte y Héctor Castro. Así como el 4-2 instaló nítidamente a los campeones olímpicos de 1924 y 1928 en la cima del mundo, fue lapidario para los derrotados.

Varallo nunca pudo digerir ese mal trago: “A mí me pusieron en esa final a pesar de que no era muy inteligente, pero por lo menos guapeaba. Y esos partidos se ganan guapeando, como nos ganaron los uruguayos. Y no solo Monti se achicó. Al gallego Arico Suárez El Manco Castro le dio un trancazo y también se achicó. Igual era el más duro de la defensa porque Della Torre y Paternoster no tocaban a nadie, Juan Evaristo, que era flojito, tampoco… La verdad es que nos ganaron de guapos y nosotros no podíamos ganar por lo cobardes que éramos. Es la verdad: perdimos por cobardes”.

La caída en Montevideo sacudió al Seleccionado. De hecho, Argentina jugó poco y nada en esos tiempos. Es más: en los siguientes tres años no hubo clásicos contra Uruguay, el rival al que los albicelestes enfrentaban con inusitada frecuencia hasta la final del 30. El 14 de diciembre de 1933, Varallo regresó al representativo nacional para darle el triunfo por 1-0 contra los vecinos rioplatenses en un amistoso en Montevideo. Con un puñado de partidos como titular era uno de los más experimentados junto a nuevas estrellas como Antonio Sastre -un fenómeno de Independiente-, Herminio Masantonio -goleador de Huracán- y el arquero de Independiente Fernando Bello, entre otros.

Retratado por El Gráfico después de haber marcado el gol del triunfo en un amistoso contra Uruguay en 1933.

A partir de 1935, Varallo se volvió una pieza irreemplazable. Jugaba en el ataque junto a Peucelle o Miguel Ángel Lauri, Alberto Zozaya, Cherro o José Manuel Moreno -el futuro Charro al que por entonces llamaban Fanfa- y El Chueco Enrique García. Pancho, ya con 26 años, le hizo dos goles a Chile en un 2-1 en 1936 y encaró la Copa América de 1937 como parte de un plantel de estrellas de un fulgor deslumbrante: el arquero Juan Estrada, Sastre, su antiguo compañero Minella, Ernesto Lazzatti, Peucelle, Cherro, Moreno, El Conejo Scopelli, Enrique Guaita (campeón del mundo con Italia en 1934) y El Chueco García, entre otros.

Argentina aplastó 6-1 a Paraguay, se impuso 1-0 a Perú, perdió 3-2 con Uruguay y venció 1-0 a Brasil. Ese último triunfo dejó a los albicelestes y a los hoy pentacampeones del mundo igualados en puntos y se hizo necesario disputar un desempate por el título. Varallo, que había marcado un gol en la caída a manos de los celestes, fue capitán por primera y única vez en su carrera internacional. Ese 1 de febrero de 1937 compartió el quinteto ofensivo con Guaita, Zozaya, Cherro y García.

Más que un partido, fue una pelea callejera. Argentinos y brasileños se pegaron con saña y alevosía. El defensor Carnera golpeó a Varallo y este se desquitó con una trompada digna de un boxeador. El escándalo fue infernal. Hasta ingresaron hinchas para participar de la contienda que en ese punto había dejado de ser futbolística. La finalísima estuvo interrumpida durante 40 minutos. Cuando reinó la paz, el pibe Vicente de la Mata, de Central Córdoba de Rosario, ingresó en reemplazo de Pancho y fue el héroe de la consagración argentina con los goles del 2-0.

Varallo, el segundo de los hincados de izquierda a derecha, en la alineación que ganó la Copa América de 1937.

Varallo, que en ese momento era un puntal de la ofensiva de Boca, se despidió como campeón de la Copa América después de 16 partidos y seis goles con la camiseta celeste y blanca. Sin embargo, más allá de que su unión con el Seleccionado nacional se cerró con una alegría inmensa, siempre se sintió mortificado por esa derrota contra Uruguay en 1930. Esa que Pancho atribuyó a la cobardía de sus compañeros…

PANCHO, EL ARTILLERO DE BOCA

A su regreso del Mundial celebrado en Uruguay, Varallo se mantuvo como referente ofensivo de Gimnasia. En el último torneo amateur antes de la instauración del profesionalismo en 1931, les puso la firma nada más y nada menos que a 20 de 72 goles señalados por los triperos. El 16 de junio de 1930 vistió por última vez los colores del elenco platense. Y así como había debutado con una muestra de su poder de fuego dos años antes, marcó dos tantos en el 3-1 sobre Tigre que selló su adiós.

Una quincena después de su despedida de Gimnasia Varallo fue cedido a préstamo a Vélez para una extensa gira que se desarrolló entre noviembre de 1930 y abril de 1931. Cañoncito se sumó al equipo que en esos días usaba una camiseta tricolor roja, blanca y verde como refuerzo junto con Bernabé Ferreyra (Tigre), El Marqués Paternoster (Racing), Alberto Chividini (de la Federación Tucumana), Carlos Volante (Platense), Gerónimo Díaz y Agustín Peruch (ambos de Newell´s).

Con la antigua camiseta de Vélez y junto a Bernabé Ferreyra (en el centro), durante la Gira Panamericana de 1931.

Esa excursión por Chile, Perú, Cuba, México y Estados Unidos quedó en el recuerdo como la Gira Panamericana e instaló el nombre de Vélez en el contexto internacional. Fueron 20 triunfos, cuatro empates y apenas una derrota -ya en el regreso, en un partido en Mendoza- en 25 presentaciones, con una marca impresionante de 85 goles. Bernabé se llevó todos los elogios con 38 conquistas y Varallo lo secundó con 18. La mejor producción del delantero platense se registró el 4 de enero de 1931, cuando le dio vida a un triplete en el 6-1 contra Fortuna, de Cuba.

Mientras Vélez acumulaba fama en el exterior, el fútbol argentino daba un paso fundamental: dejaba atrás el llamado amateurismo marrón y se instauraba el profesionalismo. Los jugadores no recibían salarios por lo que hacían dentro de la cancha, sino que cobraban sueldos encubiertos por oficios que no desempeñaban. Esa práctica quedó atrás con la creación de la Liga Argentina, la competición en la que quedaron encuadrados los principales 18 equipos del país: Argentinos, Atlanta, Boca, Chacarita, Estudiantes, Ferro, Gimnasia, Huracán, Independiente, Lanús, Platense, Quilmes, Racing, River, San Lorenzo, Talleres de Remedios de Escalada, Tigre y Vélez.

La manifestaciones iniciales de la flamante era fueron las primeras grandes transferencias. River pagó una fortuna, diez mil pesos, para contratar a Peucelle, estrella de Sportivo Buenos Aires. Boca no se quedó atrás y desembolsó ocho mil para incorporar a Varallo, el goleador de Gimnasia. Cañoncito no quería dejar La Plata, pero la insistencia de su padre y de su tío y la recomendación que hizo en la Ribera Cherro, su antiguo compañero en el Mundial del 30, aceleraron la mudanza.

En la gira con Vélez metió 18 goles. Aquí, en una acción frente a Marte, de México.

“`Tenés un pique que Dios me libre. Vas a Boca y triunfás, Varallo´, me dijo Cherro cuando jugué con él el Mundial del 30. Y fue él el que me pidió para ir a Boca”, le dijo Pancho a La Prensa. En Gimnasia ganaba 30 pesos por mes y los xeneizes le ofrecían 800, pero el dinero era lo de menos. “La plata nunca me interesó”, advirtió el entonces atacante tripero. Estaba cómodo en su equipo de siempre, pero entre su padre y su tío lo convencieron y se llevó su cargamento de goles a la Ribera.

El 31 de mayo del 31, en la fecha inaugural del profesionalismo, Varallo cubrió su cuerpo por primera vez con el azul y oro de Boca. Alejandro Mena; Ludovico Bidoglio, Muttis; Gerardo Moreyras, el paraguayo Manuel Fleitas Solich, Adolfo Pedemonte; Domingo Tarasconi, él, Florentino Vargas, Cherro y Antonio Alberino protagonizaron ese empate 0-0 con Chacarita. No tardó demasiado en dar pruebas de su efectividad: en su tercer partido, 2-1 en una visita a Ferro en la cancha de San Lorenzo, festejó su primer gol.

Ese fue solo el comienzo, ya que a lo largo del torneo sumó 27 en 24 partidos. Su mejor producción fue en el 5-1 sobre Gimnasia, con cuatro conquistas. También hizo historia al decretar el 1-0 contra River en el primer Superclásico del profesionalismo y marcó otro gol en el 3-0 en la antigua cancha de avenida Alvear y Tagle. Boca se consagró campeón en 1931 y Varallo se instaló entre los principales jugadores del equipo. Su sociedad con Cherro era decisiva, al punto que el propio Pancho reconoció esa situación: “Nos entendíamos a las mil maravillas. Yo hice 181 goles en Boca y siempre digo que por lo menos 150 fueron gracias a Cherro”.

Formó una gran dupla con Roberto Cherro: “Yo hice 181 goles en Boca y siempre digo que por lo menos 150 fueron gracias a Cherro”.

El orgullo de saberse campeón era inmenso para un jugador que no podía ocultar el asombro que le causaba la enorme popularidad de Boca: “Salir campeón era una locura. En Gimnasia era un chico e iban todos los parientes a ver los partidos. Era lindo, pero en Boca era volver a vivir. La verdad, fue fantástico, fue grandioso…”. Y, por supuesto, disfrutaba del amor del público xeneize: “Esa hinchada es tan grande… Sabés lo lindo que fue para mí, porque la hinchada siempre me alentó”.

Varallo llegó a la Ribera como entreala derecho, pero la calidad del plantel de Boca lo llevaba en ocasiones a cambiar su ubicación. A veces jugaba recostado en la punta y, especialmente a partir de 1932, como centrodelantero. En el desplazamiento a esta última posición tuvo mucho que ver la incorporación del paraguayo Delfín Benítez Cáceres, a quien apodaban El Machetero. Se formó un trío impiadoso que entre 1932 y 1936 compartió la cancha en 69 partidos y aportó 134 goles. Ese impactante caudal ofensivo incluyó 61 conquistas de Pancho, 40 de Benítez Cáceres y 33 de Cherro.

Boca inscribió su nombre como primer bicampeón profesional con los títulos de 1934 y 1935. En ambas campañas relegó a Independiente con una formación que habitualmente salía a la cancha con Juan Elías Yustrich; el brasileño Domingos Da Guia (en el 34 jugó Moisés), Víctor Valussi (antes Bibi); Enrique Vernieres, El Pibe de Oro Lazzatti, Arico Suárez; Ricardo Zatelli o Luis Antonio Sánchez, Benítez Cáceres, Varallo, Cherro y Vicente Cusatti. Pancho contribuyó, respectivamente, con 18 y 23 goles a cada una de esas consagraciones.

Su sociedad con Delfín Benítez Cáceres y Cherro le aportó 134 goles en 69 partidos a Boca de 1932 a 1936.

Más allá de los campeonatos ganados, el mejor año de Varallo fue 1933. Con 34 goles en igual cantidad de partidos terminó en la cima de la tabla de artilleros. Relegó al Torito Arturo Naón (Gimnasia), que marcó 33 tantos, y a Bernabé Ferreyra (River), que totalizó 27. Y como si esa marca no hubiese sido suficiente como para llevarse todos los aplausos, en la Copa Competencia festejó ocho veces en tres partidos y tres más en la Copa de Honor Héctor Beccar Varela.

Pancho sobresalía en una época de insaciables artilleros que se caracterizaban por la violencia de sus remates, tales los casos del propio Bernabé, Benítez Cáceres, Masantonio, Evaristo Barrera (Racing), Hugo Lamanna (Talleres de Escalada) y Agustín Cosso (Vélez y San Lorenzo). Se trataba de un estilo que contrastaba nítidamente con el del paraguayo Arsenio Erico, que maravillaba con sus definiciones plenas de calidad en Independiente. 

Desde su arribo a la Ribera se instaló en el selecto grupo de mayores goleadores del fútbol local. Las cifras daban cuentan de ello: 1931: 27 tantos en 24 partidos; 1932: 24 en 27 y 2 en 4 de la Copa de Honor Héctor Beccar Varela; 1933: 34 en 34 y 8 en 3 de la Copa Competencia; 1934: 18 en 25; 1935: 23 en 24; 1936: 5 en 12 (Copa de Honor) y 18 en 16 (Copa Campeonato) y 1937: 22 en 22. Todo iba viento en popa, hasta que una lesión en los meniscos de la pierna derecha desató el principio del fin.

En aquel entonces una dolencia de esas características era imposible de operar. Varallo sufría horrores. Apenas pudo disputar un partido en 1938 y si bien al año siguiente tuvo mayor continuidad, le costaba mucho soportar el dolor. “¡Esa rodilla me amargó la vida! Dejé el fútbol a los 29 años… No lo podía creer. Corría y se me hinchaba. ¡Si supieran los hinchas el esfuerzo que hice para jugar!”, se lamentó en una de las entrevistas con La Prensa. En 1939 jugó 29 veces y festejó nueve tantos en el torneo de Primera División y estuvo en dos encuentros y marcó un gol en la Copa Adrián Escobar.

El equipo que se alzó con los títulos de 1934 y 1935.

Justamente en un compromiso por la Copa Adrián Escobar se despidió del fútbol. Fue el 8 de diciembre de 1939 en el triunfo por 2-0 sobre Huracán. Varallo se fue con un gol, el segundo de su equipo. Jugó algún partido con los veteranos de Boca y hasta tuvo ofrecimientos para actuar en Uruguay, pero era consciente de que ya no podía rendir como en el pasado. Cerró su campaña con 194 tantos en 222 cotejos en la Ribera. Trabajó en las divisiones inferiores auriazules y dirigió técnicamente a Gimnasia en 1957 y 1958. También estuvo al frente de una agencia de lotería.

En 1994 recibió la Orden de Mérito de la FIFA y en 2006 la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) le entregó una distinción similar. Recién en 2009 El Loco Palermo lo arrebató el récord de máximo goleador de Boca en el profesionalismo. Pancho se jactaba de haber atesorado esa marca durante tanto tiempo. Murió el 30 de agosto de 2010, poco después de haber cumplido cien años. Dejó el recuerdo de sus remates plenos de potencia, de su guapeza, de la picardía para “hacerse el rengo” y, sobre todo de sus goles, Porque Pancho será recordado por siempre como un goleador histórico.

Don Pancho falleció en 2010, pocos después de haber cumplido 100 años.