Bernabé Ferreyra, el primer gran ídolo popular

El baúl de los recuerdos. Le decían La Fiera o El Mortero de Rufino. Sus goles eran espectaculares, fruto de la potencia de su remate. El público iba a la cancha solo para verlo en acción. Revolucionó el fútbol argentino.

“Bernabé Ferreyra tiene los pies más grandes del fútbol argentino. Llegan desde donde él se encuentra hasta la red”. La ingeniosa reflexión de Félix Daniel Frascara en las páginas de la revista El Gráfico se antoja la mejor definición posible de lo que representaba ese delantero de fuerte remate al que se veneraba en la década del 30. Primero con la camiseta de Tigre y luego con la de River, La Fiera o El Mortero de Rufino -como se lo conocía- marcó una época. Gritó 248 goles en 245 partidos. ¡Un fenómeno! Más que eso: el primer ídolo popular.

Sus goles traspasaron el límite entre lo real y lo fabuloso. Se instalaron en la memoria colectiva como infernales remates desde la mitad de la cancha. El propio Bernabé lo confirmó cuando contó que una vez venció al arquero Jorge Bottyan, de Chacarita, con un disparo que viajó 45 metros antes de incrustarse en la valla funebrera. Esa fue la conquista de mayor distancia que recodaba en su carrera.

“Me acuerdo de que (José María) Minella me pasó la pelota. Yo estaba en la mitad de la cancha. Busqué a quien pasársela. No vi a nadie. La adelanté unos pasos y volví a mirar. Tampoco encontré a un compañero libre. Y me resolví. Total, ¿qué iba a hacer con la pelota si no la podía pasar? Me salió un shot bárbaro. Pregúntale al arquero Bottyan. Si no fue de media cuadra te devuelvo la plata…”, dijo, con picardía, en esa ocasión.

Los pibes seguían de cerca al gran ídolo del fútbol argentino.

Por supuesto, no es cierto que sus inapelables definiciones se dieran habitualmente así, porque, además, poseía un demoledor pique corto para desmarcarse y un agudo sentido de la ubicación que siempre lo dejaba en buena posición para anotar. Pero la admiración que generaba Bernabé -no hacía falta pronunciar su apellido para identificarlo- hacía que los hinchas estuvieran en condiciones de jurar que todos sus goles eran desde la mitad de la cancha.

“No hay que dejarse impresionar… Cada vez que yo hacía un gol estando en River, siempre decían que había sido de 30 metros… Una vez en que la pelota me pegó en la cabeza y entró, al otro día un diario dijo: ‘… y desde 30 metros Ferreyra la incrustó en la red’”, advirtió.

El mito se agiganta porque en River se preparaba una pelota especial para aprovechar las cualidades de su estrella. A Ferreyra le gustaba mucho jugar con lluvia porque el balón se empapaba y se hacía más pesado. Entonces, al partir de su botín derecho se asemejaba a una bala de cañón con un poder destructivo infernal. Cuando reinaba el sol, se agregaba una cámara más a la pelota de tiento, se la inflaba, se la mojaba durante varios días para que ganara unos cuantos gramos y se la dejaba lista para que Bernabé hiciera la suyo.

La antigua cancha de River en Alvear y Tagle quedaba chica para albergar las multitudes que querían ver a La Fiera.

La figura de Ferreyra también les ganó por goleada a las cuestiones partidarias. No solo los hinchas de River, el equipo cuya camiseta más tiempo vistió, se apiñaban en las tribunas para verlo en acción. Simpatizantes de otros clubes también caían seducidos ante el influjo de sus espectaculares conquistas. No había lugar que alcanzara para albergar la fascinación que provocaba ese hombre que apenas medía 1,72 metro, pero parecía un gigante dentro de la cancha.

River era un club con una fiel parcialidad, pero recién desde la llegada de Bernabé se transformó en un equipo inmensamente popular. Su antiguo estadio de avenida Alvear (la actual Del Libertador) y Tagle quedaba chico cada vez que el atacante salía a escena. El proyecto de construir el Monumental fue una consecuencia directa de la enorme cantidad de público que pasaba las tardes de domingo en los tablones de la vieja cancha ubicada en Recoleta atraído por el bestial encanto goleador de La Fiera.

No solo la creciente popularidad, la mudanza a Núñez y la construcción del estadio en ese barrio se debieron al hecho de contar con Bernabé en las filas del club. River se convirtió en millonario en 1932, cuando pagó la fortuna de 35 mil pesos para contratar a un temible delantero que se había hecho famoso por su capacidad goleadora en Tigre. Un año antes, había llegado Carlos Peucelle a cambio de 10 mil pesos. Esas resonantes incorporaciones le dieron vida a un apodo que permanecerá eternamente unido a la identidad riverplatense.

La incorporaciòn de Bernabé y de Carlos Peucelle transformó a River en "millonario".

TODOS HABLAN DE LA FIERA

El fenómeno Bernabé Ferreyra no pasó inadvertido. Todos hablaban de él. Y todos coincidían en que La Fiera era diferente, tanto por lo que hacía dentro de la cancha, como por lo que causaba fuera de ella. Se adueñó de su tiempo en el fútbol con una fuerza solo comparable con la soberbia de sus contundentes goles.

La Fiera revolucionó todo. Su fútbol tenía estruendo, drama, agresividad, contundencia. Sus goles carecían de exquisitez o virtuosismo. No se gustaban: se sufrían con un nudo en la garganta y el corazón al galope”, opinó Osvaldo Ardizzone, un periodista dueño de una poesía única a la hora de escribir.

Borocotó, un hombre que les legó a las generaciones siguientes innumerables crónicas de los acontecimientos más importantes del deporte argentino a través de las páginas de El Gráfico, brindó un juicio tan terminante como original: “Creo en Dios y en Bernabé Ferreyra”.

La fuerza de su remate agigantó la leyenda de Bernabé.

Julio César Pasquato, conocido por el seudónimo Juvenal con el que firmaba sus textos, fue un maestro del periodismo. Como Borocotó, Frascara y Ardizzone, desde esa revista que era conocida como “la biblia del deporte” le puso su sello distintivo al relato de lo que sucedía en los estadios argentinos. Juvenal, además, fue un estudioso de la táctica y pocos explicaron el fútbol con la claridad que él lo hizo. Por eso vale la pena repasar su mirada sobre el jugador más famoso de los años 30.

“Con el advenimiento de La Fiera, gente que nunca había mostrado mayor interés por el fútbol, fue a las canchas para ver a River, para emocionarse con los goles de Bernabé, y quedó prendida a la magia de esos colores que eran tan viejos pero que recién habían vuelto a nacer”, postuló como para que no quedaran dudas de la influencia de Bernabé en el fútbol de su tiempo.

Juvenal dejó constancia del papel del atacante en la explosión popular del fútbol: “Al influjo del rufinense se llenaron de pueblo esas tribunas de madera del estadio de Palermo, que antes albergaban a los gustadores del juego lindo, con buen manejo de pelota, más bien lento, de gol que se veía venir amasado y adornado como producto de confitería”.

Flanqueado por un joven José Manuel Moreno y por Renato Cesarini. 

A José Manuel Moreno se lo distingue como uno de los más grandes jugadores de la historia del fútbol argentino. Los antiguos habitantes de los tablones en las canchas de esta tierras no dudan en asegurar que fue mejor que Diego Armando Maradona. Basta y sobra con pronunciar el apodo Charro para que el apellido Moreno surge con absoluta naturalidad. El Charro jugó al lado del Mortero de Rufino. Todavía era el Pibe Rulito cuando debutó en la Primera de River en 1935, cuando Ferreyra estaba en la plenitud de su arte.

A Moreno ya le decían El Fanfa por la desbordante personalidad que lo llevaba a anunciarles a sus compañeros que se quedaran tranquilos porque él era capaz de ganar los partidos solo. Más allá de esa altanería, respetaba mucho a Bernabé. Tanto Ferreyra como Peucelle, los integrantes más famosos del plantel, se encargaban de guiar a los más jóvenes como el propio Moreno y Adolfo Pedernera -el futuro centrodelantero de La Máquina- para que no se apartaran del camino correcto en sus primeros días en el profesionalismo.

La admiración de Moreno por La Fiera era inmensa. “Como jugador fue excepcional porque con su valentía y sus cañonazos obligaba a los contrarios a cuidarlo el doble. Así, a nosotros se nos hacía más fácil jugar. Como hombre valió aún más. Ganó la plata que quiso, pero nunca se preocupó por cuidarla. La dio a manos llenas, sin reclamar nada. Cuando Bernabé te daba la mano, uno sabía que tenía un amigo para toda la vida”, comentó en una clara demostración de que Ferreyra eran un crack las 24 horas del día.

Hasta compusieron tangos en su honor. Por ejemplo, en La Fiera, con letra de Francisco Laino y Adolfo Pascual Dispagna y música de Miguel Padula y Federico Germino, se relata: “En el foot-ball nacional, / Se destaca un jugador / De lo más fenomenal. / Por ser un gran goleador / No hay quién pueda resistir, / Su formidable tapón / A muchos logró batir”. Y en el estribillo hay una advertencia para los rivales de Bernabé: “Muchachos, tengan cuidado / Que se aproxima “La Fiera”...”.

Hasta Carlos Gardel se sintió atraído por el fenómeno popular causado por Ferreyra.

Una anécdota se antoja oportuna para reflejar la fama de Bernabé. Carlos Gardel, la voz más sublime que tuvo el tango, se cruzó en 1933 con el atacante riverplatense y no dudó en ir a saludarlo. “¿Así que usted es La Fiera?”, preguntó El Zorzal Criollo. La respuesta de Ferreyra resultó una prueba irrefutable de que dos potencias se habían encontrado: “No, maestro. La Fiera es usted cuando canta”.

LOS INICIOS

Hijo de don Bernabé Ferreyra y Doménica Bravo, el 12 de febrero de 1909 llegó al mundo en la santafesina ciudad de Rufino el futuro gran goleador del fútbol argentino. Fue el sexo descendiente de una familia que ya tenía a Sotero, Beningno, Gerónima, Paulino y Joaquín. Tiempo después nació Joaquín, el más pequeño. Sus hermanos mayores apadrinaron su llegada a un deporte que desde el principio demostró no tener secretos para él.

A los 14 años se incorporó a la Tercera División de Jorge Newbery, un equipo de su ciudad. Doce meses más tarde ya jugaba en Primera y no tardó demasiado para que en la zona comenzara a hablarse de ese muchacho de potente remate. En un abrir y cerrar de ojos se volvió el principal argumento ofensivo para hacer realidad el título de la Liga Deportiva del Oeste. Era solo el principio de una carrera plena de éxitos.

Sus primeros días como jugador los vivió con la camiseta de Jorge Newbery, de Junìn.

Cuando cumplió los 18 se mudó a Junín, donde encontró trabajo como pintor en los talleres del ferrocarril. Su capacidad goleadora no pasó inadvertida y se unió a Buenos Aires al Pacífico (BAP), un club que compartía nombre con la línea de trenes en la que estaba empleado. Les puso la firma a 29 goles que catapultaron al BAP al campeonato de la Liga Deportiva del Oeste. Su fama trascendió muy pronto las fronteras y por eso viajó a Rosario para una prueba en Newell´s. Increíble, pero real, desestimaron la posibilidad de contratarlo.

Regresó a Junín envuelto en una desilusión que se hizo inmensa cuando poco después lo rechazaron en Talleres de Remedios de Escalada, al que accedió por los contactos de un empleado ferroviario. Sin medias tintas, le explicaron que no sabía jugar al fútbol. Permaneció en el BAP hasta que en 1929 recibió un ofrecimiento de Victorio Micheli, presidente de Tigre, para sumarse a ese equipo. Le iban a pagar 200 pesos por mes a modo de viático. En esos días el fútbol era, en teoría, una actividad amateur.

Los notables antecedentes de Bernabé en Jorge Newbery y Buenos al Pacífico tardaron en verse reflejados en Tigre. Por esa razón, en Victoria no dudaron en prestarlo cada vez que se lo solicitaban. En el presente parecería absurdo, pero en las primeras décadas del siglo XX era común que los clubes cedieran temporalmente a sus jugadores para reforzar a algún equipo argentino que saliera de gira al exterior. Se veía como una manera de dejar bien sentado el prestigio del fútbol nacional.

En Tigre se produjo la gran explosión. Marcó 47 goles en 50 partidos.

En julio de 1930 Bernabé actuó para Huracán, que lo pidió para reemplazar a Guillermo Stábile, quien se encontraba en Uruguay disputando la Copa del Mundo con la Selección argentina. El conjunto de Parque de los Patricios se presentó siete veces en Brasil y el atacante oriundo de Rufino aportó dos tantos. Le tocó compartir la ofensiva con ilustres compañeros como Alfredo Carricaberry, Ángel Chiessa y Cesáreo Onzari, autor del primer gol olímpico de la historia del fútbol.

No bien regresó de esa excursión, recibió el llamado de Vélez para emprender una larga travesía por el continente americano. Durante cinco meses los de Villa Luro recorrieron Chile, Perú, Cuba, México y Estados Unidos y acumularon éxitos que los hicieron conocidos en todas las latitudes. Entre el 30 de noviembre de 1930 y el 26 de abril de 1931, registraron 20 triunfos, cuatro empates y una derrota. La última presentación fue en Mendoza, donde perdieron con un seleccionado local.

En ese entonces, Vélez todavía usaba su camiseta tricolor con bastones verdes, rojos y blancos. Con esa casaca, a la que conocían como “la italiana” a pesar de que había sido confeccionada en Inglaterra, jugaron Bernabé y Francisco Varallo, figura de Gimnasia y Esgrima La Plata y luego consagrado como uno de los máximos artilleros de Boca. Ferreyra y Pancho -en esa época le decían Cañoncito- habían coincidido en un partido de la Selección en 1930 y luego volvieron a encontrarse en 1933, pero nunca unieron sus dotes goleadoras con tanta frecuencia como durante esos meses en Vélez.

Compartió con Francisco Varallo (a su derecha) la delantera de Vélez en la inolvidable Gira Panamericana de 1930/31.

Bernabé se despachó con 38 de las 85 conquistas de ese equipo que desde el 13 de julio de 1932 era conocido como El Fortín. Ese apodo surgió de la imaginación de Hugo Marini, del diario Crítica. Ese periodista fue el que bautizó como La Fiera a Ferreyra. Varallo contribuyó con 16 conquistas. Además de los dos ilustres atacantes, Vélez se reforzó con el exquisito zaguero de Racing Fernando Paternoster -le decían El Marqués-, Alberto Chividini (de la Federación Tucumana), Carlos Volante (Platense), Gerónimo Díaz y Agustín Peruch (Newell´s). Varallo, Paternoster y Chividini habían estado en el Mundial del 30.

La impresionante labor en la llamada Gira Panamericana fue el primer gran impacto de Ferreyra. Cuando regresó al país, faltaban apenas unos días para la instauración del profesionalismo en el fútbol de estas tierras. Irrumpió en el campo rentado en la 14ª fecha de la Liga Argentina, la competición que reunía a los 18 clubes más importantes de esos tiempos: Argentinos, Atlanta, Boca, Estudiantes, Ferro, Gimnasia, Huracán, Independiente, Lanús, Platense, Quilmes, Platense, Racing, River, San Lorenzo, Talleres de Remedios de Escalada, Tigre y Vélez.

La contundente labor en Tigre le aseguró un lugar en la portada de El Gráfico.

Ese 30 de agosto de 1931, Bernabé se llevó todos los aplausos: marcó tres de los cuatro tantos del 4-1 de Tigre sobre Quilmes. Una semana más tarde doblegó dos veces al arquero de Ferro Emir Latorre Lelong, pero no pudo evitar la victoria de los de Caballito por 4-3. Otra conquista en el traspié por 4-1 a manos de Independiente eran la señal de que Ferreyra se encontraba en estado de gracia.

Si hacía falta algún indicio más de que el fútbol argentino estaba a punto de descubrir a su primera gran figura, en la 18ª jornada ya no quedó margen para la duda. El 27 de septiembre Tigre hacía de local en la cancha de Boca y perdía 2-0 con San Lorenzo. La derrota parecía sellada, pero Bernabé no pensaba lo mismo y con tres goles en los 15 minutos finales hizo posible al 3-2 definitivo. Se había instalado una estrella en el cielo futbolístico de la Argentina.

Tigre cerró ese primer certamen profesional en una opaca 16ª posición. Con 23 puntos, solo terminó arriba de Lanús (22) y Atlanta (15). Más allá de esa campaña, había contado con una de las sensaciones de la temporada: Bernabé terminó con 19 goles en 13 partidos. Ocupó el quinto puesto en la tabla de máximos anotadores, detrás de Alberto Zozaya (Estudiantes, con 33), Alejandro Scopelli (Estudiantes, 31), Varallo (Boca, 27) y Herminio Masantonio (Huracán, 23). Los líderes de esa lista eran parte de un célebre quinteto ofensivo conocido como Los Profesores.

El Mortero de Rufino llegó a River para darle su primer título profesional de 1932.

RUMBO AL ESTRELLATO

El campeonato del 31 quedó en poder de Boca. River finalizó cuarto, a seis unidades de su antiguo vecino del barrio. Desde el título de 1920 en el período amateur que el elenco que en esos momentos habitaba la zona de Recoleta no ocupa el lugar más alto de la tabla. Era demasiado tiempo. Entonces, por sugerencia del dirigente Antonio Vespucio Liberti -poco después condujo el club durante dos décadas- se decidió hacer en 1932 una apuesta fuerte, muy fuerte.

Un año antes River había sacudido el mercado de pases con la incorporación de Peucelle, un excelente atacante de Sportivo Buenos Aires. Habían invertido 10 mil pesos para conseguir a un futbolista clave en su historia. Lamentablemente, hoy no es valorado como correspondería, pero Barullo -como lo llamaban- fue un hombre cumbre en la historia del club.

Para empezar, se lo podría señalar como el creador de las divisiones inferiores, porque suya fue la idea de proponer que en lugar de reforzar el plantel todos los años, se encargara de formar sus propias figuras y solo ir a buscar afuera lo que no brotaba de su semillero. Para eso, recomendó a su amigo Félix Roldán, especialista en detectar jóvenes talentos. Como jugador brilló durante diez años en los que fue titular inamovible con una cualidad única: podía desenvolverse en varios puestos. Y en 1941 fue, junto al técnico Renato Cesarini, el ideólogo de La Máquina, la delantera más famosa de todos los tiempos.

Peucelle, un personaje clave en la historia de River, no es recordado como se debería.

Ferreyra armó las valijas para abandonar Tigre con 47 goles en 50 partidos y mudarse a River en una operación que estableció un récord asombroso en el incipiente mercado de pases. Pagaron 35 mil pesos por su pase y esa cifra, que triplicó lo abonado por Peucelle un año antes, hizo que desde ese instante la palabra millonario quedara asociada a la entidad que en esa época residía en Recoleta.

El 13 de marzo del 32 fue una fecha histórica por varias razones. Después de 23 años, River volvió a utilizar la camiseta blanca con la banda roja. Bernabé se presentó en el equipo con los últimos dos goles del 3-1 sobre Chacarita. Su labor fue tan llamativa que el periodista Marini le adosó el apelativo de La Fiera a Ferreyra. Había escuchado una conversación entre dos hinchas que apuntaban que el atacante “no es un hombre, es una fiera” y tomó prestada la idea para inmortalizar a la flamante figura millonaria.

Bernabé era una fiera insaciable. Encadenó una increíble seguidilla de 19 goles en 12 fechas consecutivas. Esa racha encaramó a River en la cima de la tabla con 11 triunfos y dos empates. El diario Crítica había decidido premiar con una medalla al arquero que sobreviviera a la furia de Ferreyra. La consiguió Cándido de Nicola, de Huracán, quien había sido vencido por Peucelle en el 1-1 final. Ese partido fue suspendido faltando 20 minutos y se completó unos días más tarde con Oscar Bermúdez en la valla, pero se premió a De Nicola porque había disputado la mayor parte del encuentro.

Cándido De Nicola, arquero de Huracán, recibió un premio del diario Crítica por el simple hecho de no haber sucumbido ante Bernabé.

Néstor Sangiovanni, de Independiente, también se aseguró una medalla. Antes de que se completara el duelo entre River y Huracán, salió invicto contra Bernabé en un encuentro que los de Avellaneda ganaron 5-0. Luis Ravaschino, un exquisito atacante que se movía como lo que en la actualidad se conoce como falso 9, se lució esa tarde con tres goles. Es decir que Crítica solo entregó dos premios: a De Nicola y a Sangiovanni.

Curiosamente, en esa lapidaria derrota Bernabé fue el jugador más destacado de su equipo. “Dicen que nunca jugué como aquella tarde del 32 en que Independiente nos ganó 5-0… Ya ves: perdimos y no hice ningún tanto…”, narró Ferreyra. Borocotó coincidía con esa lectura: “Ese día, todo River Plate desapareció de la cancha, excepto Bernabé”.

Con el implacable delantero como carta de triunfo, River ganó el título luego de golear 3-0 a Independiente en un desempate tras igualar la primera posición en la tabla. Bernabé contribuyó con dos tantos en esa final y cerró el año con 44 goles, 19 más que sus escoltas en la clasificación de artilleros: Hugo Lamanna (Talleres) y Varallo (Boca). Ese año, los millonarios también llevaron a sus vitrinas la Copa Competencia, una de las tantas que estaban en juego en aquel entonces.

Los tres grandes goleadores de 1932: Bernabé, Hugo Lamanna (Talleres) y Pancho Varallo (Boca).

Tras ese decisivo papel en el primer título profesional de River, se mantuvo como el principal referente del equipo. En realidad, hinchas de otros clubes también se sentían seducidos por ese atacante de fortísimo remate y envidiable puntería. Metió 27 goles en el cuarto lugar de los de Recoleta en 1933; 30 en 1934 y 25 en 1935, años en los que Boca logró dos campeonatos consecutivos. A esa altura ya había aparecido un par de pibes con un futuro inmenso: Moreno y Pedernera, dos fenómenos. Bernabé y su amigo Peucelle hicieron las veces de padrinos futbolísticos de esos precoces genios.

Pedernera arrancó como puntero por cualquiera de los dos costados y se entendía a la perfección con Moreno, entreala izquierdo (traducción: un número 10 que, por si fuera poco, tenía mucho poder definición). Le pegaba bárbaro a la pelota tanto de derecha como de zurda. Esperaba su oportunidad para ejecutar un tiro libre, responsabilidad reservada a Bernabé. Una vez, el goleador le dio una oportunidad. El joven Adolfo cometió un pecado que el goleador no le perdonó.

“La primera vez que Bernabé me dejó un tiro libre recibí otra lección de esas que no se olvidan. Quise colocarla de chanfle y La Fiera me retó. `Oiga, no lo llamé para tirar balas de fogueo. Cuando patee un tiro libre apunte aquí al último hombre de la barrera´. Aquí era entre las cejas. Siempre lo tuve presente. Y así marqué muchos goles desde fuera del área”, evocó una vez Pedernera, según se retrata la anécdota en el libro La Máquina – Una leyenda del fútbol (librofutbol.com, 2018).

Un crack como Adolfo Pedernera creció bajo la tutela de Bernabé.

Las retaguardias adversarias ya habían tomado nota del peligro que representaba Bernabé. Lo marcaban cada vez con mayor rigor. Le pegaban a mansalva. Él no se quejaba. Tampoco se escondía. Aguantaba los golpes con resignación. Bueno… a veces reaccionaba. “Al menos para pegar sacate la medallita…”, le reprochó a un violento zaguero que llevaba una imagen de la Virgen de Luján colgada del cuello.

Debía hallar alguna manera de esquivar ese impiadoso castigo. Bernabé, el temible atacante que llegaba al gol cada vez que ingresaba en el área, optó por hacer algo inesperado. Retrocedió varios metros y asumió una función inédita para él: falso 9. Armaba el juego para que otros definieran, en especial Moreno, quien pasó a ser el atacante central más adelantado. La Fiera exhibió una interesante capacidad para leer el juego que nadie habría imaginado. Y, por si fuera poco, sacaba rédito de su furibunda pegada para que el mito de que todos sus conquistas llegaban desde larga distancia se hiciera más real.

Con esa versión tan distinta del Bernabé que había deslumbrado en las temporada anteriores, River cosechó los títulos del 36 y el 37. Fue un equipo demoledor que en la primera de esas temporadas se quedó con la Copa Competencia -fue, en realidad, la ronda inicial- y derrotó a San Lorenzo -vencedor de la Copa de Oro, que se disputó en la segunda mitad del torneo- y con la Copa Campeonato, la final del año. Y 12 meses más tarde, los millonarios aventajaron por seis unidades al escolta Independiente.

El formidable River campeòn de 1936. Con algunos cambios, repitió un año más tarde.

Un doblete de La Fiera y un gol de Peucelle condujeron a la primera victoria riverplatense en la cancha de Boca después de 17 años. Ocurrió el 19 de abril de 1936, por el tercer capítulo de la Copa Campeonato. Barullo abrió la cuenta y Bernabé incrementó la diferencia a tres tantos, que los dueños de casa redujeron a la mínima expresión gracias al aporte de Roberto Cherro y del paraguayo Delfín Benítez Cáceres.

Ese conjunto que dirigía el húngaro Emérico Hirschl tenía un funcionamiento casi perfecto. Contó con una sociedad impensada entre el centromedio Minella -con pasado como centrodelantero- adelantado en el campo y Bernabé, más retrasado que en sus primeros años, diseñando las maniobras en ataque. Cesarini actuaba como sacrificado mediocampista por la derecha -Eladio Vaschetto lo reemplazó en 1937-, Peucelle y Pedernera se movían por los costados y Moreno terminaba siendo el definidor. Aunque El Fanfa era el más asiduo goleador, en esos dos años Ferreyra anotó nada más y nada menos que 51 veces.

Con Vicente de la Mata, el héroe en la obtención de la Copa América de 1937, el único festejo de La Fiera con la camiseta de la Selecciòn.

En el 37, además, Bernabé se alzó con su único cetro de campeón con los colores de la Selección argentina. Fue parte del plantel que obtuvo la Copa América, que recibía la denominación oficial de Campeonato Sudamericano. Apenas jugó desde el arranque en el debut -concretado a fines de 1936- con victoria por 2-1 sobre Chile. Y estuvo un rato en el desempate por el título contra Brasil, que se saldó con un triunfo por 2-0 con tantos del pibe Vicente de la Mata. Sí, fue un actor de reparto en un gran equipo en el que el centrodelantero titular era Zozaya.

La Fiera solo vistió en cuatro ocasiones la camiseta albiceleste y, curiosamente, no marcó goles. La primera vez fue el 25 de mayo de 1930 en un 1-1 con Uruguay por la Copa Newton. Ese día no anduvo bien y recién regresó tres años después en un amistoso contra los celestes. Algunas críticas periodísticas se atrevían a sostener que Bernabé “no sabe o no quiere jugar partidos internacionales”.

En 1938 River se instaló definitivamente en Núñez. Allí erigió el estadio Monumental, un mole de cemento que se levantó en 36 meses en una locación elegida por Liberti en 1934. Por fin, después de un año sin cancha tras el desalojo de los terrenos de Alvear y Tagle, el club tuvo una cancha lo suficientemente importante para alojar a la apasionada hinchada que vibraba por Bernabé.

Luis María Rongo sorprendió con 33 goles en 20 partidos cuando le tocó reemplazar al Mortero de Rufino.

Pero ese no fue un buen año para El Mortero de Rufino. Los golpes que recibió derivaron en molestias físicas que minaron su pique corto. La barbarie lo puso en el rol de víctima. Sufrió una seria lesión en la 13ª fecha contra Gimnasia y no pudo jugar en lo que restaba de la temporada. Llevaba nueve goles en igual cantidad de presentaciones. Su ausencia propició la entrada de Luis María Rongo, quien alcanzó un nivel superlativo: señaló 33 tantos en 20 partidos a un promedio de 1,65 por encuentro.

Le costó regresar. Tanta violencia había acotado su capacidad para soportar el salvaje tratamiento que le dispensaban cada domingo. Reapareció nueve meses después en el éxito por 5-0 sobre el modesto Argentino de Quilmes, que en 1939 jugó su único año en Primera. Festejó sus últimos dos goles con la banda roja cubriéndole el pecho. Se despidió el 28 de mayo en un empate 2-2 con Newell´s. Ya no podía. Lo habían sacado de la cancha… Claro, antes celebró 201 goles en 195 partidos en River.

Tanto le pegaban, que su carrera se extinguió prematuramente. Tenía apenas 30 años. No era extraño que terminara los partidos con las piernas deshechas por los golpes recibidos. Una vez, ocurrente, se refirió a ese tema evocando al hombre que es considerado el padre del fútbol argentino por su importancia en la difusión de este deporte en el país. Pedernera le hizo notar los moretones que le habían dejado las patadas de los zagueros rivales y Bernabé, con absoluta naturalidad, respondió: “La culpa la tiene (Alexander) Watson Hutton por haber inventado el fútbol”.

Bernabé fue el terror de los arqueros. Se retiró a los 30 años con más goles anotados que partidos que jugados.