La Galera, el auto más emblemático de la historia del TC

El baúl de los recuerdos. La cupé Ford de los hermanos Dante y Torcuato Emiliozzi marcó una época. Ganó 43 carreras y les permitió sumar cuatro títulos seguidos a los “Gringos de Olavarría”.

Andaban rápido Los Gringos de Olavarría. Se podría decir que volaban. Y no importaba si debían recorrer polvorientos caminos de tierra, paisajes montañosos o circuitos. Siempre iban a fondo. Y ganaban muy seguido. Tanto que marcaron una época rica en triunfos y títulos en el Turismo Carretera (TC). Los Gringos de Olavarría eran los hermanos Dante y Torcuato Emiliozzi. Durante casi dos décadas fueron grandes protagonistas de la historia del automovilismo argentino. Y lo hicieron a bordo de La Galera, el auto más emblemático del TC.

La Galera era una cupé Ford modelo 39 que llegó a manos de los Emiliozzi por un capricho del destino. A veces los planes cambian por razones de fuerza mayor y los imponderables se transforman en anécdotas diminutas que enmarcan inmensas hazañas. Tanto es así que de una combinación de hechos fortuitos nació uno de los coches más ganadores de la categoría más popular del automovilismo nacional.

“En verdad, nosotros buscábamos una cupé Chevrolet. Fue una casualidad que no corriéramos con esa marca. Me acuerdo que con Dante fuimos varias veces a la agencia Chevrolet de Félix Derdoy, en Olavarría, para pedirle que nos vendiera una cupé modelo 36 que ya había comprado otro muchacho de aquí, Lardapide. Y él siempre nos contestó lo mismo, que ese coche ya tenía dueño, y que esperáramos, que la siguiente cupé sería para nosotros. Pero la importación se cerró y ya no entró ninguna otra y así al fin compramos la cupé Ford”. El testimonio de Torcuato fue estampado por Irma, su hija, en el libro Los Emiliozzi – De la historia a la leyenda.

Dante y Torcuato Emiliozzi posan con la máquina que les dio 43 victorias y cuatro campeonatos en 16 años.

LOS COMIENZOS

Torcuato Emiliozzi y Adalgisa Bormioli llegaron a la Argentina procedentes de Italia. Se instalaron en Buenos Aires, más precisamente en Floresta, donde trajeron al mundo a Torcuato (nacido el 30 de mayo de 1912), Dante (del 10 de enero de 1916), Victoria y Elvira. La familia se trasladó a Olavarría y papá Torcuato abrió su propio taller mecánico, algo cansado de trabajar en la reparación de cosechadoras. Ese amor por los fierros fue heredado a una edad muy temprano por sus hijos mayores. De meter mano en los motores a manejar a toda velocidad hubo solo un paso.

Torcuato hijo, a quien la historia recuerda como Tito, combinaba el tiempo en el taller de la calle Necochea con sus primeras andanzas como piloto. A bordo de un Ford A ganó su primera carrera en 1936 en Las Flores. Fue en una prueba de la categoría fuerza libre. Poco después, Dante encadenó varias victorias con un Ford T. Ambos se habían convertido en eximios mecánicos y armaban sus propios autos para competir. Tras el paréntesis impuesto por la Segunda Guerra Mundial, pusieron en condiciones un Fiat 519, pero rápidamente entendieron que si querían triunfar debían adentrarse en el mundo del TC.

Mientras tanto, se encargaron de preparar el auto de esa categoría de Jacobo Falick. Un abandono convenció al cliente de los Emiliozzi de que los hermanos solo sabían trabajar en los Ford A y T. Dispuestos a probar que Falick estaba equivocado, se dirigieron a la concesionaria Chevrolet de Tandil para adquirir un auto de esa marca. Tal como lo contó Irma Emiliozzi, terminaron llevándose un Ford 39. No era lo que buscaban, pero sin quererlo se encontraron con esa cupé que les permitió desatar todo su ingenio para crear una máquina nacida para ganar.

La curva a fondo y sin perder de la línea, una característica de la cupecita.

Corría 1949 cuando adquirieron la cupé y empezaron a transformar el motor V8 con válvulas laterales que traía de fábrica. Con mucha imaginación alumbraron el impulsor V8 59AB con válvulas a la cabeza. Hicieron ese desarrollo mucho antes de que la Ford Motor Company se atreviera a trasladar esa idea más allá del tablero de dibujo de un proyectista. Ellos lo armaron con piezas propias y con una inmensa dosis de inventiva.

Pusieron el motor sobre la cupé pintada de celeste metalizado y debutaron en la carrera Mar y Sierras de 1950, pero ese 23 de junio debieron abandonar por problemas mecánicos. Como no habían determinado quién iba ponerse al frente del volante, se alternaron en la conducción. La primera vez le tocó manejar a Dante. La segunda también acabó en deserción, pero con Torcuato acelerando.

Se alejaron varios meses porque no abundaba el dinero. No era fácil hace frente a los costos de preparar un auto de TC. Aprovecharon ese tiempo para empezar a probar soluciones aerodinámicas para su cupé. Le cambiaron la trompa y redujeron los inmensos guardabarros originales. Esas fueron las primeras metamorfosis de un auto que modificó ligeramente su fisonomía a lo largo del tiempo. Lo único que se mantuvo inalterable fue su considerable altura respecto del suelo. Ese llamativo rasgo fue el que llevó al imaginario popular a bautizar La Galera a ese Ford destinado a hacer historia.

Durante su paso por el TC La Galera cambió algunos rasgos de su fisonomía.

El regreso a las rutas en 1951 no fue del todo feliz. Dante aceleró en las Mil Millas y llegó a ubicarse en el undécimo puesto, peor un vuelco le hizo perder cinco posiciones. Torcuato sufrió un accidente en la Mar y Sierras y debió cederle el protagonismo a su hermano. En La Pampa, Dante arribó tercero. En ese entonces, se empezaba a hablar de lo rápido que manejaban esos gringos de Olavarría.

No resultaba sencillo ganar en esos días. El TC estaba dominado por otros hermanos: los Gálvez. Oscar se llevó los títulos de 1947, 1948, 1953, 1954 y 1961; Juan hizo suyos los de 1949, 1950, 1951, 1952, 1955, 1956, 1957, 1958 y 1960. La supremacía apenas se vio interrumpida en 1959 con Rodolfo De Álzaga.

Los Emiliozzi merodeaban el triunfo. En 1952 cosecharon dos segundos puestos y un año más tarde llegó, por fin, la primera victoria. Dante se impuso el 24 de mayo de 1953 en la Vuelta de Chacabuco, el 13 de septiembre en las 500 Millas Mercedinas y el 5 y 6 de diciembre en el Gran Premio Nacional, que tuvo un trayecto Buenos Aires-Córdoba ida y vuelta. Es cierto: todavía faltaba mucho para celebrar campeonatos, pero era cuestión de tiempo.

Habían pasado tres años desde su irrupción en el TC. La victoria de Dante permitió definir una cuestión pendiente. Hasta ese momento se alternaban en la conducción de La Galera. El pacto sellado entre los Emiliozzi estableció que el piloto definitivo iba a ser quien consiguiera el primer éxito. Fue el menor de los hermanos, por lo que a Torcuato le tocó el rol de acompañante. Desde entonces, además, a Tito le tocó llevar la voz cantante en cuestiones mecánicas, aunque obviamente trabajó codo a codo con Dante.

Torcuato, Dante y La Galera con el número 1 que la identificó durante los años de su era triunfal.

En 1954 hubo un cambio reglamentario que los obligó a instalar nuevamente el motor V8 59 AB con válvulas laterales. El cambio no alteró en absoluto el rendimiento de un auto al que ya se le reconocía una velocidad llamativa. También se destacaba su tenida en las rutas, la perfección al doblar y las frenadas parejas. Esas características se mantuvieron inalterables porque el celo con el que alistaban su máquina los llevaba a buscar la excelencia.

Lo único que cambió en La Galera durante sus años en las carreras fue la fisonomía de la trompa, alguna mejora de perfil para conseguir ventajas aerodinámicas y el color. Nació celeste metalizada, luego fue roja, blanca y negra -por el auspicio de la concesionaria Ford Armando- y, finalmente, unió el rojo y el azul por el patrocinio de la empresa ATMA y la casa Annan, de Pergamino, que fabricaba ropa.

LA ERA DE LOS EMILIOZZI

El 14 de febrero del ´54 festejaron una victoria en las Mil Millas argentinas. En los años siguientes se convirtieron en duros rivales para los hermanos Gálvez. Dante agregó a su colección los primeros puestos en las vueltas de Santa Fe, Pehuajó y Hughes en 1959 y arrancó el ´60 con otro en su tierra adoptiva. Juancito obtuvo su noveno y último título en 1960 y El Aguilucho en 1961, año en el que Emiliozzi ganó en Olavarría, La Pampa y Nueve de Julio.

Finalmente, luego llegó el momento de los Emiliozzi. Los Gringos de Olavarría pasaron a ser los dominadores absolutos del TC. Salieron a buscar el campeonato de 1962 y se lo llevaron con éxitos en la ciudad que habían elegido para siempre, Chacabuco, Rojas, Mercedes y Tandil. Doce meses más tarde, repitieron el título con una hegemonía absoluta: Dante hilvanó diez triunfos (Olavarría, Pergamino, Necochea, Arrecifes, Bahía Blanca, La Pampa, Salto, Mercedes, Nueve de Julio y Tandil).

Una imagen clásica: el auto de los Emiliozzi llega en primer lugar.

Dos de esos éxitos merecen ser citados. El 3 de marzo ganaron en su tierra el día en el que perdió la vida Juan Gálvez, quien se jugó a todo o nada para demostrar que todavía les podía ganar a Los Gringos. Y el último día de ese mes reescribieron la historia del Turismo Carretera cuando en Necochea se impusieron a un promedio de 203,526 kilómetros por hora (km/h). Por primera vez, un auto de TC superaba los 200 km/h. Sí, Los Gringos volaban.

Dante se llevó el título del ´64 con otra decena de victorias. Rufino, Pergamino, la Mar y Sierras, La Pampa, Santa Fe, Chacabuco, Nueve de Julio, Pehuajó, las Mil Millas Argentinas y Tandil lo vieron llegar primero. Otra vez Olavarría se vistió de fiesta para celebrar a sus ciudadanos más famosos. Porque cada triunfo de los Emiliozzi era tomado como propio por cada uno de los olavarrienses que pasaban por el taller de la calle Necochea para verlos en acción con ese trabajo artesanal que hacía que esa cupé Ford 39 resultara inalcanzable.

Cuatro triunfos le bastaron al dúo Dante-Torcuato para hacerse de su cuarto campeonato consecutivo en 1965. Se dieron en Firmat, el Gran Premio Internacional Dos Océanos (una travesía que unió Buenos Aires con Viña del Mar, en Chile), Necochea (volvieron a sacudir los relojes a un promedio de 204,950 kilómetros por hora) y San Antonio de Areco. A esa altura, curiosos e innovadores, los Emiliozzi ya habían decidido reemplazar el invencible motor de válvulas laterales por el F100. Esa planta impulsora les aseguraba una potencia de 300 caballos de fuerza (HP), 80 más de los tenían antes del cambio. La Galera alcanzaba una velocidad máxima de 260 kilómetros por hora.

La Galera se exhibe en el Museo Municipal Hermanos Emiliozzi, en Olavarría.

El TC empezaba a vivir un tiempo de cambios. Las viejas cupecitas se antojaban símbolos del pasado. La Galera resistía estoicamente el advenimiento de los autos compactos, liderados por el Chevitú, los Torino y los Ford Falcon. En 1966 todavía la tradición permitió que el título se lo llevara Juan Manuel Bordeu a bordo de La Coloradita, una cupé Chevrolet preparada por Rubén Toto Fangio, hermano de Juan Manuel, el quíntuple campeón de Fórmula 1. El Ford 39 de los Emiliozzi cerró su ciclo triunfal el 20 de febrero del ´66 en Firmat y el 6 de marzo en Colón.

El 26 de junio de 1966 La Galera corrió por última vez. Llegó segunda en la Vuelta de Hughes. Atrás quedaban 158 competencias en las que reunió 43 victorias y cuatro campeonatos a lo largo de 16 años. No fue el coche más ganador del TC, ya que el Ford 39 de Juan Gálvez sumó 45 triunfos entre 1947 y 1963, pero, sin dudas, La Galera quedó en la memoria popular como el auto más emblemático del Turismo Carretera.