Los espectadores de Lucio Dupuy

El abordaje del caso muestra la diversidad y multiplicidad de percepciones posibles frente a un hecho que supera la capacidad de comprender o no quiere ser comprendido. El dilema se plantea entre las responsabilidades y culpas en lo individual, la madre, su pareja, pero por otro lado un sistema que de una u otra manera asistió pasivamente al martirio del niño. A la vez es un detonante de una serie de grietas y zonas oscuras de una sociedad en la cual ,una vez más, es evidente que las víctimas no son todas iguales.

El caso Lucio Dupuy del cual hablamos en agosto del año pasado ('Maltrato infantil: los expuestos sin voz') pone un nuevo nombre y apellido a un fenómeno que ha adquirido en la historia de la humanidad un lugar específico: el homicidio, el asesinato del propio hijo. El filicidio, lejos de ser una característica o episodio único y excepcional, es parte de la cultura en términos antropológicos y sociales. Como si nos refiriéramos a cualquier componente de la cultura, nos limitamos a denominar el caso por alguna característica del mismo o el nombre de la víctima, sin poder sobrepasar en el análisis la contingencia y a la espera del siguiente caso. De hecho, en estas semanas una simple búsqueda en los medios puede mostrar al menos tres o cuatro casos más de filicidios y con signos de una crueldad aberrante.
El trauma psíquico genera disociación, una "anestesia" que de alguna manera protege a la víctima de sufrir plenamente el impacto del sufrimiento, sin embargo, eso mismo hace muchas veces que la víctima no pueda reconocer la profundidad de su sufrimiento, no pudiendo así elaborar alguna estrategia de defensa o huida al menos. La situación es extrema en el caso de estos niños, infantes, ya que su indefensión es absoluta, más al entrar en conflicto con quien dice amarlos. Ese fenómeno de la anestesia emocional, se traslada a las sociedades, quizás debiéramos hablar de desinterés, que comienzan a ver y vivir estos fenómenos como algo, si bien no natural, sí como que forma parte ya constitutiva de la sociedad, repudiable, pero inevitable. La acción esperable, la respuesta que proteja al expuesto indefenso consiste así solo simplemente en describir el evento, intentando encontrar una y otra vez explicaciones que girarán alrededor de los lugares comunes, principalmente la repetida pregunta "que tiene en la cabeza". Pero ya es tarde, el inocente ha muerto. 
Las preguntas, en general, son más importantes que las respuestas y aquí no se están realizando las preguntas pertinentes. Así, esas preguntas que no se hacen (al igual que las acciones que no se llevaron a cabo, o las investigaciones obvias que se eludieron) quizás sirvan de triste refugio ante la angustia de lo que no se comprende y para evitar el cuestionamiento. Quedan entonces las preguntas simples, por ejemplo indagar sobre la posibilidad de la siempre útil idea de la locura. Esa anomalía se explica en la existencia de otra, dándola por razón causal suficiente. Si el violento, el asesino, puede ser catalogado de psicópata, quizás ahí se pueda cerrar convenientemente ese incomodo vacío. 
Tomando mayor perspectiva del fenómeno, vemos una justicia que desoyó las alertas estridentes, las manifestaciones de odio hacia el padre de Lucio que amenazan será él quien las pague, los sucesivos testigos del vía Crucis de Lucio, que seguramente creyeron que nada podrían o debían hacer y que quizás la idea del martirio de ese niño era parte de un destino social inevitable en una sociedad condenada a la marginalidad. Vemos todos los días a la vera de bicisendas, niños deambulando a altas horas de la noche. Dos sociedades en brutal contraste.
En 1964 una joven, Kitty Genovese en Nueva York, es apuñalada y el caso si bien deformado por la crónica, dejó la idea que varios espectadores habían asistido fría y pasivamente al homicidio. Esto dio lugar al llamado efecto espectador o en el original "Bystander effect". Las experiencias de psicología social se preguntaron qué pasaba en estos fenómenos en los cuales no se interviene o se tarda en hacerlo frente a una situación de peligro de la cual se es testigo. La respuesta no es la maldad, o el cinismo como inicialmente se creyó, sino que en muchos casos se considera que otra persona o estructura (la policía, la ambulancia que alguien -¿quién? - debe haber llamado), estará en mejores condiciones o contará con medios, conocimientos para auxiliar, en definitiva que alguien con más posibilidades que uno podrá ocuparse. En nuestro medio esto se suele delegar en "la justicia", o en el caso de Lucio, los médicos que lo atendieron. En lugar de poder preguntarse y encontrar qué ocurrió en la historia vital y criminológica del caso, cuáles fueron las alertas desoídas, las respuestas que no fueron adecuadas, en definitiva, qué fue lo que hizo que Lucio terminara así su vida, buscamos culpables más que responsables. Buscamos cerrar en lugar de abrir para aprender de ese nuevo sacrificio ritual y así evitar los siguientes y constantes Lucios.
En el caso Lucio otro factor entra en juego y hace a la consideración de las víctimas en función de corrientes ideológicas.  Al escribir esta nota una abogada pide que sea considerado como atenuante el hecho de que la madre no tuviera la posibilidad de abortarlo. Al mismo tiempo, una jueza denegó la tenencia a los abuelos quienes alertaban sobre los peligros en la vida de Lucio: ¿Es la misma conducta cuando una madre dice que su hijo fue castigado por su padre?, ¿no debía al menos preventivamente proteger al menor o no pudo simplemente apelar a la literatura, para ver la cantidad de filicidios ocasionados por madres?, ¿Recordaría la cantidad de casos de venganzas sobre uno u otro progenitor, usando al hijo como cordero del sacrificio? (Caso Adriana Cruz y sus múltiples alertas, hace unos años). Los colectivos especializados en temáticas de género o feminismo callan, o aún peor, excusan de una u otra manera a las asesinas, quienes no demuestran ningún grado de arrepentimiento. 
Los medios, quizás temerosos de una narrativa no acorde a los tiempos, miran para otros lugares. Unos y otros desacreditan así su prédica cuando se horrorizan al mismo tiempo por otros crímenes de manera totalmente desigual.
Sin duda el perfil psicológico de las asesinas, en alguna medida expuesto en su comportamiento previo y aun durante el juicio, es digno de diversas y extensas explicaciones. El hijo no era hijo sino obstáculo, el apego madre hijo era inexistente, y quizás el propio género de Lucio lo exponía aún más, según se desprende de dichos de la pareja de la madre. La querella pedirá se considere un crimen de odio de género. Sin embargo, las características de personalidad no deben alejarnos del real tema a resolver y es cómo hemos naturalizado estos casos y no vemos la cantidad de espectadores que creen que no pueden o no deben actuar y seguramente otro se ocupará.
Por el momento, los medios también actúan como el efecto espectador y no es un tema que reciba atención equivalente a la tragedia. Quizás todos esperan que otro se ocupe, mientras otras noticias sí reciben cobertura abrumadora, ese debería ser otro tema a abordar: ¿es una omisión o una acción deliberada?
El crimen de Lucio, de Renzo, de Milena en estos días y de tantos otros, señala a sus victimarios, pero no perdamos de vista el ecosistema en el cual esto está inmerso y es posible, la sociedad que seguimos construyendo o dejando pasivamente se siga transformando.
El veredicto por el asesinato de Lucio se conocerá el 2 de febrero, pero esto debe ser solo el principio, si no su sacrificio será otro crimen que alimente la eterna cadena trágica.