Maltrato infantil: los expuestos sin voz

La escasa cantidad y densidad poblacional, así como los grupos humanos concentrados en "pocas almas", hacían en la antigüedad que todos supieran quién era el otro, nadie era ajeno, sus solos nombres bastaban de alguna manera: José era José y si había varios, la gente para diferenciarlo de otro le agregaba el nombre de su padre habitualmente, así los sufijos es/ez, son, sohn, ian, abundan. Al tiempo, sin embargo, los personajes notables, los nobles, llevaban el nombre o inclusive se lo daban a la región donde vivían: José de y la región. Ante la necesidad demográfica se agregaron a estos nombres, oficios (Alabaster eran los ballesteros en el 1300/1400) y cualquier característica, así Zapatero, Shoemaker, Schumacher, Manzano, Apfelbaum, o una región, Messina y de este modo al infinito. 
En esa necesidad de catalogar para poder comprender, los niños pequeños fueron los infantes, es decir los que no tenían voz y esa debe haber sido la razón por la que nadie preguntaba su parecer para ser reclutados para la "infantería", sin admitir o escuchar su inaudible e inopinable opinión (ni voz ni voto, se suele decir, señalando a veces a quienes carecen de derechos). Pero había una categoría de infantes, de niños aun con más elusivos derechos, aquellos que no tenían familia o que habían sido abandonados, una práctica muy frecuente en la antigüedad, tradición mantenida hasta al presente. 
La historia de la niñez es la historia de la humanidad abandonada y abusada en la cual algunos como proeza, otros por la Diosa Fortuna (los monstruos del destino de Karl Orff en Carmina Burana), lograban sobrevivir a todo el ritual de pasaje que implicaba la infancia y la adolescencia. Aquellos abandonados debían ser sin embargo incluidos, pero en su falta de pertenencia, "no ser hijos de" y desde ya sin oficio, es decir los expuestos, indefensos ante el mundo, pasaron a mantener esa condición en su apellido, en español sería Expósito o Espósito. En otras regiones sabríamos su incierto origen por darle el nombre de una orden religiosa o inclusive genéricamente por provenir de un templo, así el origen del apellido Templar.
Magdalena Espósito lleva el nombre, alabado en ciertas regiones del mundo de María Magdalena (La Madeleine), como vituperada por alguna tradición posterior al concilio que tantas cosas cambió. Magdalena tenía un hijo que en los últimos meses pasó a ser trágicamente célebre de la crónica policial, que forma parte ya de la cotidianeidad de la noticia. Lamentablemente, no la contingencia excepcional, parecía descollar en el temible desfiladero del horror. La rápida sucesión de la tragedia cuenta que ante una "descompensación", su pareja Abigail, con quien el niño también vivía, lo intenta llevar a una sala de primeros auxilios y finalmente será una vecina quien ante la urgencia lo lleve a un hospital en Santa Rosa en la provincia de La Pampa, pero llegaría muerto. Ese hospital había recibido al menos cinco veces en los últimos tres meses al niño, pero las alarmas al parecer no fueron suficientes. En esta última vez los profesionales se encontraron con un niño de cinco años, con golpes múltiples, sospechas de fracturas, heridas de toda índole en su cuerpo, nuevas y viejas, hasta mordeduras y quemaduras aparentemente de cigarrillo. Finalmente, ese cuerpo empezaba, de manera póstuma, a tener por fin voz y contaba la historia de Lucio Dupuy, de 5 años, hijo de Magdalena Espósito Valentí y Cristian Dupuy, pero viviendo con su madre y la pareja de la misma: Abigail Páez. La autopsia posterior y los informes que se van encontrando en el curso de la investigación, van configurando lo que se puede establecer como un caso emblemático, caso testigo, de algo que necesita un testimonio, el "leading case", el caso que guiará (lead) a otras causas similares. Su cuerpo fue trágicamente ultrajado. "Lo mutilaron por todos lados", señaló su abuelo paterno, Ramón, que ya sabía que habían cortado hasta sus genitales antes de morir.
El crimen caratulado inicialmente como "homicidio triplemente calificado por el vínculo y con ensañamiento y alevosía; en concurso real con abuso sexual gravemente ultrajante", devela la punta del iceberg que emerge en el enorme territorio del abuso y todas las formas posibles de maltrato infantil. 
La fiscalía ha hablado de crimen por odio, quizás entre otras pruebas por un mensaje entre las asesinas en el cual Abigail le dice a su pareja: "A veces, vos rechazás al nene (por Cristian el padre de Lucio) y yo también. Si lo pudiéramos matar a Cristian en vez de a Lucio... Si él no existiera, nosotros no seríamos así con Lucio". Efectivamente, las asesinas "no muestran arrepentimiento de nada", según informan desde la causa.
El mismo abuelo se ha movilizado para que se emprendan urgentemente reformas legislativas, judiciales y de seguridad, pidiendo por una ley de maltrato infantil. "No queremos más Lucios. No queremos más familias destrozadas como la nuestra", dice Ramón. 
Este caso es el extremo, pero Lucio y otros niños en su ausencia de voz y desprotección, sufren las infinitas formas de maltrato infantil todos los días ante el silencio y la falta de respuesta. Unos dibujos que Lucio habría hecho antes de morir demuestran el horror desatendido, ya que se dibujaba sin piernas y sin ojos en otros. Como siempre las señales están, solo que no son atendidas.
El maltrato infantil, el abuso sexual infantil, son patologías que destruyen a la sociedad. Las formas extremas se ven en el área forense, criminológica, pero quizás no estamos atentos a las formas más sutiles como, por ejemplo, temas que hemos naturalizado, en estas épocas de pandemia en la cual los derechos del niño a pesar de todas las proclamadas reglamentaciones, existentes, han sido conculcados.
Se decía, recientemente desmentido por hallazgos arqueológicos, que los espartanos arrojaban a sus hijos que nacían con ciertos defectos desde el monte Taigueto. La costumbre en la Roma antigua habría sido apoyar al recién nacido en el piso y solo si era levantado de allí por su padre era aceptado y dejaba de ser expuesto, sino podía ser devorado por los perros hambrientos, las casas de niños expuestos vinieron a intentar remediar esto.
Varios siglos, dos mil años más tarde, el tema del maltrato infantil que atraviesa a la medicina, a la criminología, a la justicia, pero en realidad a la sociedad toda, parece ser un tema de alguna manera no resuelto. Por alguna extraña razón seguimos no entendiendo que esos niños maltratados luego serán los adultos, en caso de llegar a esa etapa de la vida, que acarrearán todas las consecuencias temibles para ellos y la sociedad. Los mayores avances de la ciencia, de la medicina, no valen de nada si no van acompañados de una evolución equivalente en lo moral y especialmente el compromiso con el otro como parte de uno mismo, donde nadie quede expuesto a la crueldad de la intemperie existencial.