UNA MIRADA DIFERENTE

...y en un mismo lodo todos 'manoseaos'

Otra vez la reiterada evocación a las desesperanzadas definiciones de Discépolo que a esta altura parecen merecer anexarse al Himno Nacional.

El festival electoral que se avecina está mostrando lo peor de la política nacional, o acaso lo peor de la Argentina. Una desesperada lucha dialéctica entre todos los partidos y aún dentro de cada uno de ellos, para imponer sus candidatos, con cualquier recurso: el insulto, el fanatismo, la traición, la calumnia, el ocultamiento, la complicidad, el olvido de los currículos, las conductas y hasta de los prontuarios.

En esa carrera sin reglas que recurre a los peores instintos de la sociedad, desde el fanatismo al resentimiento, desde el desprecio por el conocimiento y la formación hasta la confrontación barata y conventillera, en esa carnestolenda de olvidos, ocultamientos, cajoneadas, resurrecciones, compra de voluntades, incapacidad disfrazada de logros y conveniencias disfrazadas de militancia exprés, donde se indulta a los peores canallas y se da poder a quien no está capacitado ni técnica, ni muchas veces moralmente para ejercerlo, es cada vez más visible que La Libertad Avanza es pionera y líder indiscutido. Y se nota. No sólo en quienes elige, sino en quienes no elige. 

Es cierto que el oficialismo está desesperado por obtener los votos que cree que le permitirán salvar al país, como lo creen sus autoridades y sus seguidores y eso los hace elegir candidatos como si fueran ballots, es decir bolillas de un bolillero que cumplirán las órdenes superiores infalibles, pero eso no cambia el análisis, ni garantiza ningún éxito, ni aun considerando éxito a esos objetivos limitados. 

También es cierto que los demás partidos tienen comportamientos igualmente difíciles de explicar y entender, pero no alcanzan el mismo grado de soberbia ni voluntarismo, tal vez porque ellos no están luchando por ganar, sino por continuar existiendo, en un contexto donde aparecen como culpables de todo el pasado, aunque muchos de esos culpables estén ya en el oficialismo o a un paso de estarlo. A veces, despreciando o depreciando hasta el ostracismo a candidatos respetables y respetados. 

La selección de los candidatos a legisladores parece una broma de mal gusto a la República, una ocurrencia de Olmedo o Tato Bores, o de algún streamer pasado de droga. ¿Estos representantes merece la ciudadanía? Es cierto que muchos de los legisladores “clásicos” tampoco han contribuido demasiado a construir un país próspero y serio, pero cualquier cambio debería ser hacia la excelencia, no en la dirección contraria. 

El problema de la representación

Tómese usted, lectora, el trabajo de analizar las listas. ¿Se siente representada por esos nuevos candidatos?  ¿Los ha escuchado expresarse y razonar? ¿Está algo seguro de que no cambiarán de bando a los 10 minutos de ser electos como ha ocurrido muchas veces en los últimos dos años?  Y esto vale para todos los partidos, en especial los más tradicionales como el radicalismo, al que ya le queda sólo el nombre, y donde sus legisladores han optado por otra forma de transfuguismo: hacen lo que se les da la gana sin necesidad de cambiarse de partido. 

Y una vez que lo haga, cabe una pregunta: ¿Usted se siente representado por ellos? Su respuesta bien puede significar el éxodo. Y otra pregunta para los legisladores y candidatos a serlo que gozan del respeto y reconocimiento de la sociedad: ¿no se avergüenzan de semejante compañía? 

Y hay otro interrogante de fondo, que debería ser respondida por quienes creen que su accionar salvará a la República o la fundará nuevamente: ¿Un Congreso constituido por esos representantes va a tomar las medidas adecuadas, duras, responsables, complejas, técnicas, de enorme trascendencia que se suponen además infalibles? ¿O será que se considera tan irrelevante el accionar y la existencia misma del Poder Legislativo que da lo mismo un burro que un gran profesor, como predijera Discepolín desde su modesto y remoto tango? 

Los partidos parecen intentar ignorar que estos representantes que ahora proponen, como ya ha ocurrido, no vacilarán en cambiar de bancada, de bloque, de ideas y hasta de cara ante la menor insinuación que les represente una ventaja personal, con lo cual el supuesto esfuerzo que se hace para conseguir “los votos necesarios en el Congreso para salvar al país” también es inútil, o tal vez ya lo sepan y sólo se traten de excusas para justificar lo imposible de defender. 

Esto es simétrico a la conformación del Poder Ejecutivo de la Nación, de las Provincias, de las Intendencias y hasta de los clubes de fútbol, con perdón. 

Los milagros y las conversiones ocurren, es cierto, pero los apóstoles eran capaces de predicar y morían por sus creencias. 

La mayor estafa de la democracia

Dentro de este mismo cuadro de situación, donde el Gobierno se juega a todo o nada al resultado electoral de un edil en San Antonio de los Cobres -hasta el punto de haberse sumergido en un carry trade fatal (y rentable para algunos) para mostrar un dólar electoral potable- se ha terminado por institucionalizar el voto testimonial, acaso la mayor estafa (y estupidez) política de la democracia universal. 

Nada más en contra del sistema republicano, de la democracia, de la Constitución, del sentido común y de la representatividad del ciudadano que esta práctica que se ha institucionalizado y transformado en aceptable y piola, en vez de ser repudiada como una viveza criolla inaceptable. La importancia que el gobierno y el kirchnerismo confieren a las elecciones municipales o provinciales (por la desesperación de conseguir el poder absoluto), hace que se recurra a postular a candidatos que tiene aún alguna relevancia entre los votantes, cuando toda la sociedad sabe que una mayoría abrumadora de esos personajes no asumirán el cargo si ganan, ya que tampoco están dispuestos a sacrificar sus posiciones de poder actual. ¿Sería incorrecto calificar eso de payasesco?

Además del juicio peyorativo implícito sobre la capacidad de razonamiento de la sociedad que manifiestan con estas ideas los políticos, este método antidemocrático es posible merced a la permanencia de las listas sábana, que el votante cree que se ha eliminado, cuando en realidad lo único que se ha hecho es evitar el robo de boletas, no la estafa electoral. La elección de lista completa de diputados o representantes permite que si algún legislador electo renuncia a su banca, sea reemplazado por otro candidato ignoto de su propio partido. Una elección por circunscripción uninominal, es decir entre candidatos, no entre partidos, evitaría semejante abuso. 

Por eso los partidos, no sólo en Argentina, se consideran la democracia en sí misma, impidiendo que se elijan reales representantes del pueblo. Para ello se sostienen argumentos como el de que “la elección uninominal favorece a los partidos mayoritarios", cosa que no se ha verificado nunca en la historia. La elección por lista completa favorece a las burocracias de los partidos, al caudillismo, a la trampa, a la autocracia. No es casualidad que el partido sea la esencia de los sistemas marxistas y totalitarios en el mundo. No como formadores de pensamiento, sino como amos de la voluntad popular. Y de paso, usinas de corrupción. 

Paralelamente, el derecho de propiedad que ejercen los partidos sobre los legisladores termina siendo instrumento de los sátrapagobernadores, que, no conformes con el mandato constitucional que hace que los senadores “representen a las provincias”, también controlan a los diputados al manejar las listas sábanas de cada provincia. 

Y después de sostener con toda seriedad ese principio de la santidad democrática de los partidos, convertidos por decisión propia en sinónimos de democracia, esos partidos, sus legisladores y también los funcionarios del Poder Ejecutivo juegan a un vergonzoso Martín Pescador saltando de un partido a otro impunemente y en cinco minutos, o presentando candidaturas de juguete, testimoniales, para luego dejar en su lugar a los desconocidos de siempre. 

¿O acaso el lector habría votado por Scioli, Lousteau, Ricardo Alfonsín, Lemoine, Pagani o Reichard,  para citar sólo algunos casos? Es por esas razones que esta columna desprecia la exégesis política, porque termina justificando y hasta elogiando a Drácula, Frankenstein, Lord Voldemort, Darth Vader, Lex Luthor, El Petiso orejudo, Mate cosido y Robledo Puch, o a Don Corleone y Tony Soprano.

Convertida en barra brava tribunera, la ciudadanía no advierte que como en el fútbol, se usa el fanatismo para impedirle pensar. 

Es cierto que situaciones similares se dan hoy en casi todas las democracias, en especial cuando surge algún salvador providencial que rescatará supuestamente a un país de algún extremismo que obra de “cuco”, una forma refinada de fanatismo futbolero. 

Los griegos modificaron varias veces su sistema democrático, porque a cada paso se encontraban con los mismos vicios que hoy. Vicios de los que señalara Tocqueville, cuando advierte en los albores de la independencia estadounidense la necesidad de reformular y redefinir la democracia para evitarlos.

Sin pretenderlo, Discépolo, graduado en la universidad de la vida, cuyas letras no hablaban de la política, sino de la sociedad, más que un filósofo o un sociólogo como sostienen los que ya han olvidado o nunca supieron de sus reflexiones, resultó un profeta.