Y usted preguntará por qué reímos

Una canción de Juan Carlos Baglietto preguntaba por qué cantamos . Yo me preguntó por qué reímos. Y resulta oportuno hacerlo en el Día Internacional del Chiste, que fue el primero de julio. Parece una broma, pero existe un día del chiste. 
Nadie puede precisar por qué se eligió esta fecha, pero surgió como una jornada para celebrar la risa: esa curiosa condición humana que es objeto de sesudos estudios científicos. 
Tal es su importancia que incluso existe una revista científica italiana, llamada Risu, dedicada exclusivamente a investigar por qué y cómo nos reímos. De allí que los chistes sean un tema serio.
El Dr. Paul Mac Donald ha dedicado su vida al estudio de los chistes y, junto a Michel Grade, escribió un libro  llamado “La filosofía del humor”. Los chistes han evolucionado hacia formas como preguntas y respuestas, acertijos y observaciones sobre las distintas formas de vinculación entre los seres humanos (tema preferido, pero no excluyente, para hacer humor) .
Una universidad inglesa, la de Wolverhampton, ha llegado a la conclusión que el primer chiste registrado fue escrito por un sumerio hace 4.000 años (hoy no es precisamente una zona del mundo propicia para andar diciendo chiste, especialmente sobre religión).
El tema elegido por este proto humorista –aunque peque de escatológico– aún tiene vigencia: las flatulencias. 
Chaucer, Jonathan Swift, Mark Twain y hasta el mismísimo William Shakespeare  recurrieron a los gases para “descomprimir” (en ambos sentidos) situaciones conflictivas y hacer reír al público. “Las palabras son aire”, decía el Cisne de Avon... y las otras, también lo son – “pero no puedo decirlas cara a cara”.
¿Para qué sirven los chistes? ¿Por qué nos reímos?


Ese ha sido tema de debate. Filósofos y científicos han propuesto teorías para explicarlo.
Hobbes hablaba de una repentina sensación de superioridad al ver al prójimo incurrir en una situación ridícula, como pisar una banana y caerse estrepitosamente. Lo que hoy llamaríamos un gag, especialidad de humoristas como “Los tres chiflados “y “El gordo y El Flaco.”
Kant y Schopenhauer proponían la teoría de la incongruencia: nos reímos cuando se cruzan elementos no relacionados y se llega a conclusiones impensadas. Este era un estilo propio de las primeras películas de Chaplin y Woody Allen.
Spencer, Freud y Bergson, por su parte, sostenían que la risa ayuda a aliviar tensiones en temas socialmente conflictivos: religión, política, diferencias raciales y sexo. Recordemos que “Los tres chiflados”, Shemp, Larry y Moe, cuyo apellido era Horowitz, fueron los primeros en burlarse del fascismo en Europa, aunque no hacían bromas sobre  el racismo en EEUU. En esa época, Jessie Owens ganaba las medallas olímpicas en Berlín, destruyendo el mito de la superioridad racial, pero no fue recibido por el presidente Roosevelt. Y cuando asistió a una cena en su honor en un elegante hotel de New York, debió entrar por la puerta de servicio. No joke.
Reírnos  también nos ayuda a asumir nuestras propias torpezas, esas que vistas en perspectiva, el tiempo convierte en anécdotas que repetimos como para burlarnos de nosotros mismos.
El humor siempre viola una norma: la lógica, el sentido común, la religión... Pero siempre asegurándose un elegante camino de salida. Una leve transgresión que permite dar, generalmente, un paso atrás. Una disculpa oportuna.
Desde el punto de vista fisiológico, existen al menos dos tipos de risas. 
Una, primitiva, relacionada con las zonas más antiguas del encéfalo y compartida con los animales. Fue descripta por el neurólogo Guillaume Duchenne (1806-1875) como una sonrisa con compromiso muscular de la boca y los ojos que transmite un estado de felicidad. Duchenne fue un coetáneo de Darwin, quien hace mención de sus estudios en un libro sobre la expresión de las emociones en hombres y animales (1872), para confirmar su teoría evolutiva: los hombres y los animales pueden expresar sentimientos. Pero estos últimos no hacen chistes… una condición de nuestra particular condición humana.
La otra forma de reírnos es más compleja: surge en la corteza frontal y se activa ante situaciones que involucran incongruencia, sentido de superioridad o resolución de tensiones. Esta risa libera endorfinas y oxitocina, favoreciendo al bienestar del individuo y la empatía con el grupo al que pertenece.
Eso sí, no todos los chistes hacen reír a todo el mundo por igual. Hay una amplia zona de grises y gustos. Lo que para algunos resulta gracioso, para otros puede derivar en tragedia, como lo ocurrido con la revista francesa Charlie Hebbo en noviembre del 2011.
 
¿Por qué la risa evolucionó a medida que lo hizo el cerebro? ¿Acaso las bromas señalan un proceso evolutivo? 
Según distintos autores, la risa influye incluso en la elección de la pareja. Reír –y hacer reír– denota habilidades cognitivas y emocionales, mejor capacidad para detectar y resolver incongruencias, para disminuir la conflictividad y las tensiones. El humor del individuo influye en la elección de la pareja. 
Y nadie duda que es mejor elegir de compañero/a a alguien con sentido del humor.
El humor es, muchas veces, la mejor válvula de escape. Un superpoder que derrota dictaduras, ridiculiza las guerra, expone incongruencias, excluye las tensiones “jugando a jugar”, ironiza sobre temas religiosos y destruye la solemnidad. Es una arma poderosa para romper barrer que a humoristas como el estadounidense Lenny Bruce les trajo más problemas que gratificaciones.
 Los chistes se convierten en un asunto serio. Más cuando hablamos de evolución, de vínculos… y sobre todo, del matrimonio. Un tema sobre el que recurrentemente se hacen bromas para descomprimir situaciones complejas... Tan complejas como al mismo matrimonio. 
En última instancia, somos responsables de lo que decimos… pero no de lo que el otro entiende  
Y no hay mejor forma de terminar este artículo con un chiste.
Resulta que un gran filósofo está caminando por una playa, meditando sobre el hombre y sus circunstancias, cuando encuentra una lámpara y decide frotarla.
Al igual que la de Aladino, sale un genio y decide premiarlo concediéndole un deseo por haberlo liberado de su estrecho cautiverio.
Sin dudarlo, el filósofo pide que le sea concedida la capacidad de entender en profundidad al ser humano.
–Sea –dice el genio.
Días más tarde, un par de jóvenes lo ven meditando y deciden acercarse para ver qué está diciendo. “Si antes era un hombre sabio, lo que será hoy después de la concesión del genio”, dicen, y se aproximan para escucharlo.
El filósofo, absorto, murmura una y otra vez las mismas palabras:
“¿Por qué no habré pedido dinero? ¿Por qué no habré pedido dinero? ¿Por qué no habré pedido dinero?”
El  chiste es algo serio. Y el mundo, muchas veces, es una broma de mal gusto.