OTROSI DIGO

¿Y a usted quién lo voto?

Un importante diputado de origen radical ha empleado como argumento para descalificar al ministro de Economía el hecho de que “a los ministros no los vota la gente”. ¡Vaya descubrimiento en boca de un pollítico ya cuarentón!

    ¿Puede manifestar semejante ignoranci aun individuo que vive de la política y que viene “surfeándola” desde pichón, cuando su suegro lo nombró en la empresa del Estado que presidía? Basta consultar su biografía en Google para verificar el galopente cursus honorum del personaje, que se permite una crítica que suena a renglón para los medios ante un ministro que, seamos honestos, ha tenido todavía poco tiempo para cometer los errores que le atribuye.

    Pero lo realmente importante, aún en este momento proclive a la imprudencia extrema en el que sólo algunos de los gremialistas y los representantes de la izquierda más recalcitrante hacen muecas intentando mantenerse vivos, es que este legislador seguramente socialdemócrata quiera hacer creer a la sociedad que la única fuente de legitimidad  son las votaciones cuando tiene enfrente la historia de quienes hicieron nuestra patria antes de su actual declive sufragista. ¿Sabrá él con cuántos votos contaron San Martín, Belgrano y tantos otros hombres superiores que hicieron nuestras armas, nuestra educación, nuestra capacidad productiva?

    La historia de dos centurias indica que hemos de ser una república. Pero no esta república donde “la gente” -como malamente se refiere este diputado a sus compatriotas- desconoce a quién está votando, salvo a las cabezas de lista promovidas por radio y televisión. La supervivencia de la Patria, cuyo riesgo es equivalente al de las especies más amenazadas, dependerá de que seamos capaces de generar un sistema de representación genuina, desde lo local a lo general, dentro o fuera de los partidos políticos, que garantice se vote a quien se conozca y que ese mismo voto sea el que pueda o no mantener vigente al elegido, cualquiera fuese la altura gubernamental a la que hubiera arribado.

Semejante cambio, mucho más hondo que el superficial que viene proclamándose al vacío hasta aquí, implicará ir demoliendo todo el edificio construido por los falsos demócratas para usar y abusar del poder. El del sufragio permanente y amañado es una parte substancial a modificar pronto, como para que no se reproduzcan. Y ahí sí, toda la ciudadanía tendrá derecho de echar en cara a estos gobernantes -ministrios incluidos- su incapacidad o su falta de patriotismo si no lo hicieran.

Es más que difícil saber quién de los dirigentes actuales está en condiciones de llevar a cabo semejante tarea, y ha de permitírsenos una hasta quizás estimulante cuota de pesimismo al respecto. Pero lo que es seguro es que nunca podría provenir de legisladores como el que se cita aquí: basta echar un vistazo por Internet a la marcha de su zigzagueante curriculum por todos los asientos partidarios para entender que es uno más entre los representantes de este sistema decadente que apresa a la patria. Valdría la pena pedirle que, con honestidad, dijera quién realmente lo votó a él