Vuelve Su Majestad, el maíz
Por Susana Merlo *
Que el maíz se descubrió en América no es ninguna novedad. Que se detectó por primera vez en México y más exactamente en Tehuacán, tampoco.
Que desde allí se difundió hacia el sur, justamente adonde se encontraban núcleos poblados muy desarrollados como los mayas, los aztecas y los incas es sabido, pero cómo llega a transformarse en el producto más comercializado en el mundo, después de las verduras y las frutas, por delante incluso de la soja y del arroz, ya es mucho menos conocido.
Y que la Argentina llegó a tener en la campaña 1935/36 más de 7,5 millones de hectáreas sembradas que, con los rendimientos actuales representarían más de 56 millones de tn (por encima de lo que se está cosechando ahora), seguramente sorprenderá a varios.
También lo podríamos poner al revés: los 11 millones de hectáreas que se sembraron de maíz en la campaña 23/24, con los rendimientos de hace 90 años atrás, estarían dando apenas unos 21,6 millones de toneladas, lo que muestra el fuerte “retroceso” productivo que tuvo la Argentina, apenas compensado en forma parcial por los exponenciales avances tecnológicos que se fueron produciendo en el mundo en las últimas décadas.
Pero para los mayas el maíz era básicamente un Dios, el de la belleza, la juventud, la regeneración y la fuerza vital. Pero también era el grano que permitió que poblaciones nómades se convirtieran en sedentarias. De hecho, en América central y del sur llegaron a encontrarse maíces de 7.000-8.000 años, los que constituyeron la base alimentaria de aquellas poblaciones tan avanzadas que sorprendieron hasta a los conquistadores.
Los aztecas, por su parte, creían, según la leyenda, que hubo una explosión del sol que en forma de gotas cayó sobre la tierra transformándose en granos de maíz. En todo caso, las antiguas etnias lo consideraban “sagrado” y símbolo de la fertilidad y la abundancia.
¿Tal vez hasta era el verdadero oro que buscaban los españoles? Pareciera que sí por la velocidad con que se difundió en el Viejo Continente, norte de Africa, China, India y Oriente, ya domesticado por los nativos a partir de los teocintes originales, gramíneas que salen naturalmente en distintas partes de estas regiones de América. El caso es que se transformó muy pronto en uno de los principales alimentos y uno de los granos más difundidos a nivel mundial.
Pero más allá de su origen y de las atractivas leyendas que lo rodean, el maíz es el cereal por excelencia, y la base principal de la producción de proteínas animales (carne vacuna, aviar, porcina, pisicultura, leche, huevos, etc.), es uno de los ejes de la agricultura moderna, y más recientemente también uno de los componentes más extendido de los biocombustibles, a partir de una producción mundial de alrededor de 850 millones de toneladas, que en buena medida se consumen en los propios países productores.
En ese contexto, Argentina, con una producción agropecuaria que fue líder en América desde fines del siglo XIX y casi todo el siglo XX, aunque había comenzado su declinación después de mediados del siglo pasado, logró revertir aquella tendencia en los ´90, para volver a estancarse en lo que va de este siglo XXI.
Sin embargo, el potencial sigue estando “al alcance de la mano”, y ahora no son pocos los que creen que va llegando el tiempo de la revancha tras una seguidilla de años muy malos.
Es que además de todo lo que ya venía sucediendo, en 2022 el cultivo fue golpeado por la sequía; al año siguiente le pegó la chicharrita (que le provocó perdidas estimadas en unos 10 millones de toneladas), lo que influyó para que la campaña pasada (2024) sufriera una reducción del área de siembra que se calculó en más de 1,5 millón de hectáreas.
Aunque la producción logró defenderse por una migración hacia maíces tempranos, todavía no se sabe bien cual será la cosecha actual ya que parte del cultivo sigue sin recolectarse por los excesos hídricos e inundaciones recientes.
A pesar de todo, la participación en el reciente Congreso de Maizar dejó en claro que la intención de “hacer maíz” está intacta entre los productores, aunque dependerá el nivel de inversión y la utilización de insumos clave como los fertilizantes, (todo lo cual confluye en el rinde final), de las condiciones de la política oficial para el sector.
Así, mientras el eventual incremento de las retenciones a fines de este mes pesaría fuertemente en contra, las adecuadas condiciones de humedad en los suelos y la tracción extra que está ejerciendo la ganadería con muy buenos precios (igual que la avicultura, y la incipiente recomposición de los tambos) constituyen un fuerte incentivo a recuperar el cultivo.
Por supuesto que la “nueva” agricultura de precisión, altamente tecnificada, con genética de avanzada, con monitoreo integral de los cultivos, también tiene mucho que ver. De hecho, así lo consideró Maximiliano Cueto, líder para maíz y protección de cultivos de la alemana Bayer Crop, quien confió en que se pueda “recuperar gran parte del área (perdida), al menos, un 15%-20%” .
El grupo, que propugna lo que llama “el sistema integral de maíz”, que implica una fuerte mejora de la productividad, superior al 18%, cambiando el concepto de “rinde por hectárea”, al de “toneladas obtenidas”, confía en poder recuperar lo perdido en las últimas campañas, volviendo a las 11 millones de hectáreas de cultivo desde las 8,5-9 millones de este último ciclo y, si las condiciones climáticas se mantienen adecuadas, se podría probablemente alcanzar y superar las 60 millones de toneladas con un salto de casi 30% que podría aliviar buena parte de las “tensiones” y las necesidades, que se están dando entre distintos eslabones de la cadena.
Pero también muy importante sería retornar, tras muchas décadas, a la senda de verdadero crecimiento. Es decir, con un porcentaje creciente de los granos transformados en productos de los más de 65 que se obtienen con este verdadero “oro” que tan bien aprovechaban los mayas y los aztecas.
* Editora del sitio El diario de Susana Merlo.