EL RINCON DE LOS SENSATOS

Volvió la U.C.R.P. (ahora, con P de Peronista)

Allá por 1956, la Unión Cívica Radical se dividió. Por un lado, quedó la UCR Intransigente (UCRI) cuyo líder era Arturo Frondizi y, por el otro, la UCR del Pueblo (UCRP) en la cual, destacándose la figura de Ricardo Balbín, confluían algunos intransigentes, sabattinistas y unionistas (antiguos alvearistas).

El motivo de la división fue el acercamiento del sector que habría de llamarse UCRI al justicialismo, cuyos votos llevarían a Frondizi a la presidencia dos años después. En cambio, la UCRP hizo del antiperonismo su ADN. A punto tal, que no fue ajena al golpe de estado que depuso a Frondizi en 1962.

Así, por largos años tuvimos la UCRI por una parte y la UCRP por el otro. Esta última era un bastión gorila como se daba en llamar a quienes hacían del rechazo al peronismo su bandera política. Ser UCRP, era ser gorila.

Bien, allá por 1972, siendo presidente Lanusse, al devolverse a los partidos políticos la personería jurídica, de la que se los había privado en 1966, la UCRP quedó como única titular del antiguo nombre partidario. Sería en más, simplemente la UCR. Un favor de Lanusse. En cuanto a los demás sectores del antiguo radicalismo, perdida su sigla partidaria, el conducido por Oscar Alende se llamaría Partido Intransigente. Frondizi ya había hecho rancho aparte con el MID.

Colorín colorado: el sector gorila del radicalismo quedó como dueño exclusivo de la vieja sigla partidaria. Y si bien, al regresar Perón a la Argentina, en 1973, tuvo un diálogo cordial con la UCR, personificado en Balbín, era un diálogo entre adversarios, nunca de aliados como sí lo fue, en 1973, el antiguo radicalismo de Frondizi.

Ya en los años ochenta, la UCR y el peronismo se desenvuelven como adversarios en términos estrictamente republicanos, alternándose en el poder. La primera ganando en 1983 y el segundo en 1989.

Eso sí, nadie pasaba de un partido al otro. Y si alguno llegaba a violar esa regla, tan consuetudinaria como rígida, su defección quedaba grabada a fuego en su historial.

EL NEFASTO PACTO

De los noventa hasta aquí, las cosas han cambiado. El Pacto de Olivos, tan infortunado para el país, lejos de ser un acuerdo de bases fue un entendimiento de cúpulas partidarias. Allí Alfonsín acordó extenderle a Menem el cheque en blanco de la reelección –que tan sabiamente vedaba hasta entonces la Constitución– acordando ambos modificarla para bien de las camarillas partidarias. Cuál fue el precio de ese acuerdo, es una respuesta que sólo circula en forma de rumores.

Ya por entonces, algún alfonsinista notorio, Pacho O´Donell pasaba a ser Secretario de Estado con Menem, sin que la estantería partidaria se derrumbara.

Y en el año 2001 se produjo el acercamiento más trágico del radicalismo con el aparato peronista. Fue cuando decidió soltarle la mano a de la Rúa o, tal vez sea más exacto, al empujarlo al vacío. Gauchada que Duhalde remuneró colocando radicales en su gabinete (Jaunarena en Defensa; Vanossi en Seguridad).

A partir de allí, se abrió el libro de pases. Cobos, radical fue vicepresidente de la espuria presidencia de Cristina Kirchner. Zamora, radical K en Santiago del Estero. Más significativo aún fue que, en 2007, la UCR llevó como candidato presidencial a un peronista de nivel como Lavagna. En estos últimos años, ya habituados a los saltos de corral, hemos visto como un alfonsinista ultramontano como Leopoldo Moreau se ha convertido en obsecuente legislador K.

Vamos ahora al doloroso hoy. Nadie sabe, o todos callan, cuándo fue que Lousteau devino radical. ¿Lo era antes de ser ministro de Cristina? ¿O descubrió que le convenía serlo luego de que la nefasta resolución 125 lo eyectara de su poltrona en el gabinete K? Cualquiera que sea la respuesta, conduce a igual conclusión. Toda frontera ética o partidaria se ha diluido.

Más allá del escaso tino de Macri, que depuso banderas antes de izarlas, no creemos que sea por esa claudicación que Morales llame a votar contra Milei o que Lousteau, a su lado, actúe una neutralidad para nada convincente.

La UCRP fue, en la segunda mitad del siglo pasado, el partido que ofrecía mayor resistencia al peronismo. En la disyuntiva de hoy, en el mejor de los casos, parece optar por él, al menos, por ser un mal conocido. Claro que nadie con dos dedos de frente o con algo de experiencia política puede ignorar que, si gana, su vasta estructura prácticamente le asegura ocho años al frente del país. De un país que, en el más estricto presente, está conduciendo al abismo.