La campaña se le presentaba adversa y el “establishment” político disparó una ofensiva opositora en varios frentes. Si prospera, derivará en una crisis de gobernabilidad de características similares a la de 2001.
A lo que puede agregarse que no tiene perspectiva de amainar porque entre la oposición y el gobierno ya no hay transacción posible. La suerte está echada, las listas de candidatos cerradas y si gana La Libertad Avanza, se producirá un fuerte cambio de situación política.
La embestida opositora apuntó a dos objetivos económicos. El primero, detonar el equilibrio fiscal, lo que resucitaría la inflación. El segundo, privar al gobierno de las herramientas con las que consiguió reducir el gasto público y la emisión monetaria.
Esa estrategia se desarrolla a su vez en dos escenarios. Uno, el Congreso, donde se armó una coalición multipartidaria con peronistas tanto “K” como no “K”, radicales, ex libertarios, trotskistas, cívicos, exmacristas, socialistas, provinciales, etcétera.
Este “colectivo” sin otra ideología que la de la supervivencia dio lugar a una mayoría nunca vista que aprueba a toda velocidad proyectos de aumento del gasto público sin financiamiento y esteriliza los recursos constitucionales de los que dispone Javier Milei para frenar el desborde, por ejemplo, el veto presidencial.
La semana última en el Senado se materializó otra movida en la misma dirección para impedir a Milei el uso de los decretos de necesidad y urgencia.
El segundo escenario de la ofensiva es el de los medios y la justicia. Empezó meses atrás con el caso Libra y cobró en los últimos días fuerte impulso con la denuncia de coimas hecha por un ex abogado de Cristina Kirchner.
A varios días de iniciado, el “affaire” las dudas sobre lo que realmente ocurrió no fueron despejadas, pero se afianzaron un par de certezas: es una “operación” electoral y le hará al gobierno un daño a priori difícil de estimar.
Anoche seguía sin saberse quién había grabado al señor Spagnuolo, ni por qué el gobierno no desmentía públicamente al ex funcionario y lo denunciaba en Tribunales. Tratarlo como si fuese de cristal desnudaba el temor de que revelase información aún más comprometedora.
Más allá de esa actitud sospechosa, el episodio se gestó en el turbio ambiente del espionaje ilegal un ámbito en el que no pocos periodistas y políticos se mueven con sospechosa naturalidad. Son los mismos que se quejan de que la SIDE los persigue y reclaman republicanismo y transparencia.
Recuerda además casos similares como el de las denuncias de “coimas del Senado” que años después y cuando ya era tarde la Justicia demostró completamente falsas; la calumnia similar contra Enrique Olivera o el ahogamiento de Maldonado que un mapuche con binoculares atribuyó a la gendarmería de Macri. Todas esas falsas denuncias fueron llamativamente apoyadas con entusiasmo por el peronismo.
Pero no todas estas operaciones resultan necesariamente efectivas. Si no hay crisis económica, se reduce la probabilidad de que tengan consecuencias como las de 2001 que pavimentaron el regreso del peronismo al poder. De Duhalde y sus herederos, los Kirchner.
A lo que puede agregarse que no tiene perspectiva de amainar porque entre la oposición y el gobierno ya no hay transacción posible. La suerte está echada, las listas de candidatos cerradas y si gana La Libertad Avanza, se producirá un fuerte cambio de situación política.
La embestida opositora apuntó a dos objetivos económicos. El primero, detonar el equilibrio fiscal, lo que resucitaría la inflación. El segundo, privar al gobierno de las herramientas con las que consiguió reducir el gasto público y la emisión monetaria.
Esa estrategia se desarrolla a su vez en dos escenarios. Uno, el Congreso, donde se armó una coalición multipartidaria con peronistas tanto “K” como no “K”, radicales, ex libertarios, trotskistas, cívicos, exmacristas, socialistas, provinciales, etcétera.
Este “colectivo” sin otra ideología que la de la supervivencia dio lugar a una mayoría nunca vista que aprueba a toda velocidad proyectos de aumento del gasto público sin financiamiento y esteriliza los recursos constitucionales de los que dispone Javier Milei para frenar el desborde, por ejemplo, el veto presidencial.
La semana última en el Senado se materializó otra movida en la misma dirección para impedir a Milei el uso de los decretos de necesidad y urgencia.
El segundo escenario de la ofensiva es el de los medios y la justicia. Empezó meses atrás con el caso Libra y cobró en los últimos días fuerte impulso con la denuncia de coimas hecha por un ex abogado de Cristina Kirchner.
A varios días de iniciado, el “affaire” las dudas sobre lo que realmente ocurrió no fueron despejadas, pero se afianzaron un par de certezas: es una “operación” electoral y le hará al gobierno un daño a priori difícil de estimar.
Anoche seguía sin saberse quién había grabado al señor Spagnuolo, ni por qué el gobierno no desmentía públicamente al ex funcionario y lo denunciaba en Tribunales. Tratarlo como si fuese de cristal desnudaba el temor de que revelase información aún más comprometedora.
Más allá de esa actitud sospechosa, el episodio se gestó en el turbio ambiente del espionaje ilegal un ámbito en el que no pocos periodistas y políticos se mueven con sospechosa naturalidad. Son los mismos que se quejan de que la SIDE los persigue y reclaman republicanismo y transparencia.
Recuerda además casos similares como el de las denuncias de “coimas del Senado” que años después y cuando ya era tarde la Justicia demostró completamente falsas; la calumnia similar contra Enrique Olivera o el ahogamiento de Maldonado que un mapuche con binoculares atribuyó a la gendarmería de Macri. Todas esas falsas denuncias fueron llamativamente apoyadas con entusiasmo por el peronismo.
Pero no todas estas operaciones resultan necesariamente efectivas. Si no hay crisis económica, se reduce la probabilidad de que tengan consecuencias como las de 2001 que pavimentaron el regreso del peronismo al poder. De Duhalde y sus herederos, los Kirchner.