Estamos asistiendo al final de esta primera etapa del gobierno de Javier Milei y seguramente a la apertura de un nuevo ciclo en el proceso de recomposición del sistema político. Este momento del gobierno está determinado por dos puntos de inflexión: la derrota electoral del oficialismo en la provincia de Buenos Aires del 7 de septiembre y la intervención salvadora del Presidente de Estados Unidos y de su Secretario del Tesoro, Scott Bessent.
Al iniciar su mandato, con una acción centrada en el recorte brutal del gasto público (la metáfora de la motosierra) y la contención de la inflación, el gobierno consiguió compensar su escuálida representación legislativa y territorial con la ayuda de un arco de fuerzas ajenas y de la mayoría de los gobernadores, que le dieron instrumentos para afrontar la emergencia, aunque restringiendo algunas pretensiones excesivas del gobierno central y cuestionando otras.
En esa etapa, embriagado con la exitosa reducción del índice de inflación y un robusto respaldo de la opinión pública, el Poder Ejecutivo fue deteriorando su vínculo con aliados y fuerzas cooperativas con su trato agresivo, su tendencia a la imposición y un paulatino proceso de ninguneo al Congreso.
Del triunfalismo a la perplejidad
Desde abril de este año la economía empezó a dar señales de decaimiento: caída del consumo, de la producción industrial, la construcción y el empleo. Las reservas del Banco Central eran reducidas, se vigorizaron con un nuevo préstamo del FMI y con los recursos provenientes de un blanqueo, que rápidamente drenaban, en especial después del levantamiento del cepo cambiario y el incremento del turismo y las compras en el exterior.
Las encuestas empezaron a registrar inquietud por el trabajo y los ingresos. Para porcentajes cada vez más amplios de la población la plata no alcanzaba para llegar a fin de mes.
En paralelo, empezaron a emerger situaciones que erosionaban el capital reputacional del gobierno. El primer caso fue el affaire del lanzamiento presidencial de una criptomoneda que investigan todavía la Justicia de Argentina y la de Estados Unidos.
La etapa atravesó un decisivo punto de inflexión un mes atrás, cuando se produjo la elección de legisladores y concejales en la provincia Buenos Aires, donde la mayoría de los encuestadores auguraba un empate entre La Libertad Avanza (que incluía al sector “violetizado” del Pro) y Fuerza Patria, la boleta respaldada por el gobernador Axel Kiciloff y por Cristina Kirchner Los pronósticos fallaron: el gobierno solo ganó en 2 de las 8 secciones electorales, quedó 14 puntos atrás del ganador y consiguió apenas algo más del 30 por ciento de los votos. Fuerza Patria se impuso en buena parte de la provincia rural, que los estrategas oficialistas estimaban pan comido. La votación se convirtió en un virtual plebiscito por iniciativa generalizada de los votantes de las grandes concentraciones urbanas y de los pueblos agroganaderos y el gobierno de Milei perdió ese plebiscito.
La caída no tuvo sólo motivaciones económicas. En paralelo con el debate electoral bonaerense, el Congreso trataba en esos días el rechazo al veto de Milei a la ley de emergencia en discapacidad, una medida presidencial ampliamente descalificada por la opinión pública; y, en ese contexto, los medios y las redes convirtieron en noticia central las revelaciones del titular de la Agencia Nacional de Discapacidad, Diego Spagnuolo, y difundieron audios que aludían a hechos de corrupción entre altísimos funcionarios del gobierno y al menos una gran droguería.
La repercusión de estos episodios conectada con el veto de Milei a la Ley de Emergencia en discapacidad tuvo sin duda un efecto letal sobre la imagen del Presidente y el gobierno y sobre el resultado de la elección bonaerense. Y abrió una etapa de escepticismo sobre los compromisos electorales pendientes.
Aquella derrota fue un golpazo que dejó perplejo a un gobierno que pensaba” arrasar”. Así, emitió signos contradictorios: promesas de autocrítica y reincidencias en los viejos métodos desgastados.
Al día siguiente de la elección bonaerense las acciones y bonos de empresas argentinas bajaron significativamente y el riesgo país superó los mil puntos. La mirada de los mercados escrutaba la gobernabilidad -la de las semanas que quedaban hasta octubre y la de los meses que vienen después de diciembre, cuando Milei inicie el segundo tiempo de su mandato-; se esperaba del gobierno gestos fuertes destinados a establecer acuerdos con los gobernadores y con otros sectores, concesiones que le permitieran sostener la gobernabilidad y el rumbo.
Pero esos gestos se demoraban y se generalizaba la idea de que para los libertarios sería muy difícil remontar en el distrito más poblado del país 14 puntos de desventaja, lo que volvía más urgente e indispensable la búsqueda de acuerdos para afrontar los dos últimos años del gobierno. Sin acuerdos políticos abarcativos el país no podría aprobar leyes y normas en esos años, habría que despedirse de los proyectos de grandes reformas y, como consecuencia, de la perspectiva de recibir inversiones. Para colmo, la presión sobre las reservas crece y empuja hacia arriba la cotización del dólar.
Interviene Trump
Fue entonces cuando Milei apeló al vínculo con Donald Trump. Efectivamente, la relación estrecha con el presidente americano ha sido una apuesta personal de Milei, cuyo rédito puede medirse ahora.
El secretario del Tesoro, Scott Bessent, había prometido en abril, en Buenos Aires, auxiliar al gobierno cuando lo necesitara y la situación económica y política lo reclamaba dramáticamente: no era fantasioso suponer que las urnas de octubre sentenciaran un final de juego.
En esas circunstancias, los elogios de Trump a Milei durante la breve pero significativa reunión que mantuvieron en una oficina del edificio de Naciones Unidas y el anuncio de que Estados Unidos se disponía a extender su brazo protector sobre su gobierno bastaron en lo inmediato para evitar que el raudo deslizamiento de la economía argentina concluyera en colapso; la tensa atmósfera financiera que corroía las menguadas reservas del Banco Central se disipó y los títulos y acciones se recuperaron mientras caían el dólar y el riesgo país.
Cuando el gobierno de Trump sobreactuó su promesa de ayudar al gobierno argentino todo pareció frenarse y cuando el secretario del Tesoro, Scott Bessent definió a la Argentina como “un aliado sistémicamente importante de Estados Unidos en América Latina” hubo un instante de euforia en los mercados.
Pero el respiro fue corto: el gobierno se las arregló para frustrar expectativas, sea por errores de gestión (vidriosa y costosa operación de suspensión de retenciones que benefició a un grupo de grandes cerealeras y frustró y enfureció a los productores; restricciones inopinadas y extemporáneas a operaciones cambiarias), sea por su paso lento en materia de ampliar su sistema de alianzas, sea por nuevos reveses parlamentarios o por otra irrupción de una situación políticamente embarazosa. Después de los audios de Spagnuolo pasaron a primer plano acusaciones que afectaron a José Luis Espert, hasta ese momento primer candidato a diputado del oficialismo en la provincia de Buenos Aires, seleccionado y sostenido personalmente por el Presidente
Ese cocktail contaminado provocaba un nuevo rebote de la tasa de riesgo y de los valores del dólar, que se elevaron pese a que el gobierno empleó para neutralizar el fenómeno buena parte de la millonada aportada por las cerealeras.
Pese a que el martes de esa semana se anunció que Milei será recibido en visita oficial en el Salón Oval de la Casa Blanca, la presión sobre el dólar no decayó. Tampoco se aplacó pese a que Bessent reiteró los compromisos de ayuda a la Argentina y el alto concepto que le merece el gobierno de Milei como aliado de Estados Unidos.
El ministro Luis Caputo viajó a Washington con su equipo del Palacio de Hacienda y con el Presidente del Banco Central para urgir medidas efectivas de ayuda. Tanto los mercados como los funcionarios se preocuparon cuando oyeron al Secretario del Tesoro afir mar que “Estados Unidos no está aportando dinero a la Argentina”. Bessent estaba dando una respuesta a su frente interno nacional, donde tanto los farmers del Medio Oeste como el Partido Demócrata (y algunos legisladores republicanos) están alzando la voz contra la idea de Trump de ayudar a Argentina.
Caputo y los suyos se mantuvieron en Washington y transmitieron al Secretario del Tesoro la urgencia que requería la ayuda, pues el gobierno estaba quedándose sin dólares para afrontar la creciente demanda y sólo podría resistirla usando recursos del préstamo del FMI. Bessent, que preparaba el set de anuncios con que Trump recibiría a Milei el miércoles, comprendió que debía actuar en la emergencia y decidió una medida puente hasta esa fecha: el Tesoro americano se encargaría de que hubiera oferta de dólares en el mercado cambiario argentino hasta la reunión en el Salón Oval (procedimiento facilitado por el feriado de hoy). Dicho y hecho. El dólar bajó y quedó para los mercados ratificado que el gobierno de Trump está efectivamente dispuesto a actuar. Washington sigue de cereca los acontecimientos argentinos y Trump quiere que quede clara su voluntad de apoyar a Milei; tanto que hasta auspició hace una semana su reelección (no está claro si lo hizo por error, confundiendo la elección de medio término de octubre con una presidencial o si, como se decía de Bernardino Rivadavia, “se adelanta a su tiempo”)
Del escenario al cambio
En cualquier caso, es obvio que Washington preferiría que la gestión económica y política de Milei fuera menos problemática, más eficaz y abierta a ampliarse con aliados. Y lo hace saber a sus interlocutores.
Hay sectores del oficialismo que, por convicción o por comprensión de las circunstancias, se muestran más adaptados a ese deseo. Son muy conscientes de que la seguidilla de casos escabrosos ($Libra, Spagnuolo, Espert) ha erosionado notablemente al oficialismo cuando faltan poco menos de veinte días para las elecciones y una semana para la trascendente cita en el Salón Oval. Esos sectores, piezas importantes del gabinete y las mesas políticas del Presidente, intervinieron en el agitado debate interno del oficialismo en torno a qué hacer con José Luis Espert, reclamando que éste renunciara a su candidatura bonaerense o fuese apartado dado el daño que ocasionaba a La Libertad Avanza la figura de quien documentadamente había recibido ayuda en dinero y en especie de alguien sospechado de trabajar con el narcotráfico.
La insistencia presidencial en sostenerlo como candidato se volvía no sólo políticamente incómoda, sino contradictoria con los gestos de apertura que se le piden desde dentro del país y desde sus protectores del hemisferio norte. Un llamado de Luis Caputo desde Washington contribuyó el último domingo a que Milei finalmente le sacara el banquito a Espert y le aceptara la renuncia a la candidatura. Lamentablemente para el oficialismo las repercusiones del caso no han concluido, aunque ahora la intervención de la administración Trump corra a un segundo plano la información sobre el excandidato Espert tanto como los reveses oficialistas en el Congreso.
Las dos oportunidades consecutivas en que el Presidente recibió a Mauricio Macri en los últimos días, habían constituido un doble gesto público destinado a dar satisfacción a los reclamos de ampliación de su apoyatura de gobierno que provienen tanto del FMI como de la administración Trump. El apartamiento de Espert fue otra señal en el mismo sentido.
Milei ha incorporado a además, en su discurso actual, la promesa de un cambio de gabinete y gestiones para que los gobernadores puedan colaborar con el gobierno después del 26 de octubre.
El respaldo de Trump puede ser un talismán para facilitar ese acercamiento postelectoral (y hasta para abonar una mayor cautela preelectoral) en gobernadores que hasta la semana pasada preferían postergar las fotos con autoridades centrales hasta después del comicios, cuando, cada uno en su territorio, esperan derrotar a los libertarios.
El gobierno de Trump muestra su decisión de ayudar a Milei a mantener el rumbo, lo ratifica y volverá a hacerlo el miércoles en el encuentro de la Casa Blanca, donde sin duda se anunciarán otras “efectividades conducentes” que Estados Unidos dispondrá para apuntalar al gobierno libertario en los mercados.
Con la intervención del Presidente republicano y la presión para que Milei cambie su agresividad por la búsqueda de diálogo y colaboración con gobernadores y partidos afines, sea cual sea el resultado de la elección del 26 de este mes, ese día se cierra un ciclo y se abre la posibilidad de que comience otro, con nuevos actores alrededor del Presidente y la búsqueda de acuerdos básicos.
Sin ellos no puede pensarse en encarar las reformas que el país necesita ni en fortalecer la confianza interna y externa. El proceso de reconfiguración del sistema político abre un nuevo capítulo.