DESDE MI PUNTO DE VISTA

Virgos vs. Meados: Endgame

“La diferencia entre el inteligente y el tonto consiste en que aquél vive en guardia contra sus propias tonterías, las reconoce cuando apuntan y se esfuerza en eliminarlas, al paso que el tonto se entrega a ellas encantado y sin reservas” Ortega y Gasset

Atrapados en este largo suplicio con forma de carrera electoral que comenzó con las elecciones provinciales hace muchos meses, se intensificó con las PASO de agosto, va a seguir con las generales de octubre y hasta puede prolongarse con un ballotage en noviembre; vivimos a caballo de dos campañas paralelas. La oficial o sea la que sale del aparato comunicacional de los candidatos, y otra a la que llamaremos blue que es la que se juega en redes, en oficinas, en las casas y en las escuelas, la de la gente común. En ambas existe un enfrentamiento, cada día más tenso, en el universo de la oposición al kirchnerismo...; pero en la campaña blue ¡oh, infiernos!, existe una batalla despiadada entre simpatizantes de Milei y simpatizantes de Bullrich.

De entre los insultos que se propinan estos dos bandos, sobresalen dos particularmente icónicos: los mileiístas insultan a los bullrichistas diciéndoles “viejos meados” y estos vilipendian a los primeros diciéndoles “pendejos virgos”. Para simplificar y meternos de lleno en la batalla describiremos al enfrentamiento como virgos vs. meados. Y, antes de avanzar, es necesario volver a resaltar que se trata de gente que, en su totalidad se opone al kirchnerismo, que no desea un gobierno de Massa. No interesa acá lo que cada uno piense que “son” o “hacen” Milei o Bullrich, sus votantes desean que cambie esta pertinaz decadencia argentina, tan vergonzosa como difícil de explicar al mundo.

SESGO ETARIO

La categorización meados vs. virgos implica claramente un sesgo etario, la juventud es el núcleo duro del voto de Milei y la coalición Juntos x el Cambio mayormente aglutina al votante de edad media y tercera edad, que se inclina por partidos tradicionales. Pero desde ya que esto no es excluyente, como tampoco lo es el sexo, la situación socioeconómica o alguna otra categoría de demoscopia política.

Una de las cosas más extrañas que está ocurriendo con el voto en Occidente, y en particular en nuestro país, es que se han quemado muchos esquemas con los que los analistas explicaban o predecían el comportamiento electoral. Lo que no se quema es nuestra proverbial capacidad para el cainismo cívico. Nos odiamos. Nos detestamos mutuamente con una fiereza notable. Flota en nuestra atmósfera un deseo ardiente de potenciar la controversia como la única forma de definirnos frente al entorno. Somos capaces de avergonzar al otro por defectos y errores que compartimos. Somos hipócritas y malos perdedores, sin interés por un debate decente, tan ciegos como para llevarnos puesta la convivencia más básica.

No es de ahora, esto es de antiguo, pero la antigüedad no es salvoconducto. En cambio, la experiencia histórica, la memoria colectiva sobre los estragos que la politiquería ha hecho con nuestro país debería servir, a virgos y a meados, para entender que la política es una ficción, una tramoya, una escenificación. Los políticos han de ser falsos, necesariamente, porque aspiran a contentar a gente con deseos y necesidades encontradas. Los políticos son un instrumento, una pieza de nuestro ordenamiento administrativo, nada más, simplemente. El político que nos sonríe desde el cartel, en la boleta, en el escenario, no vale una discusión ni una amargura, no es nuestro amigo, no nos saluda porque tiene interés en nuestra vida, no piensa en nosotros cuando se va a dormir. Su empatía es una farsa y está muy bien que así sea, porque una persona no puede tener conciencia emocional sobre miles o millones, no sería humano.

Es cierto que podemos dividirnos por ideas políticas, por formas de entender la economía o la cultura, por creencias ideológicas, pero no tiene sentido dividirse por políticos, porque todos los políticos, todos, completamente todos pueden decir una cosa y tiempo después (a veces 15 minutos después) la otra. El candidato que nos gusta y el que detestamos, todos tienen relaciones de intercambio entre ellos, todos negocian con todos en algún nivel o instancia. El sistema funciona así: para armar un partido, para rellenar una lista, para financiar a la militancia, para que alguien los apoye en tal tema tienen que ofrecer algo a cambio. Cuanto antes entendamos que existen infinitas y pútridas napas de negociación y que en todas debe nadar ese candidato que nos dio la mano o se sacó una selfie, mejor. Por eso a la politiquería hay que tenerla cortita, desconfiar siempre, sacarle poder y recursos, y no pretender que los candidatos no se ensucien. Eso tampoco es humano.

SIN FINAL FELIZ

Pero volviendo a virgos y meados, la herida política que los está enfrentando en facciones tan antagónicas e irreconciliables no puede tener un final feliz. Si los dioses no se ensañan con este pobre país y finalmente el cuarto gobierno kirchnerista, nefasto entre nefastos, es el último, entonces entre Milei y Bullrich está el próximo presidente. Y los que se dijeron los peores insultos, se desearon los peores males y se acusaron de las peores bajezas deberán remar juntos la crisis más descomunal, creada por una banda delictiva que no dejará de tirar nafta al fuego jamás. La división entre virgos y meados distrae la discordia civil del foco de los problemas.

La batalla entre virgos y meados va a crecer en las próximas semanas, insoportable y machaconamente. Y dejará de ser una distracción para convertirse en un escombro antropológico, un registro costumbrista de un país hundido, donde el fracaso del otro importa más que el propio triunfo. Visto así, no es tan difícil entender que el kirchnerismo haya sido tan exitoso.

La paradoja reside en que una mayoría de los argentinos ha votado con la esperanza de que este gobierno y su peste se terminen. Existe ahí un principio de acuerdo, entre las personas, más allá de los políticos, entre las personas que son lo que importa. Los encuestadores dan pronósticos distintos según el jefe de campaña que les pague, pero coinciden en los temas de preocupación básicos, ahí también hay un acuerdo.

Estamos de acuerdo (de nuevo, los del universo que no vota al kirchnerismo) en que llevamos décadas de decadencia, que nuestra moneda es una burla mundial, que nuestro esquema económico no resiste y que tenemos un Estado descomunal, enfermo y desvirtuado. Revertir esta situación horrible, en la que coinciden la gran mayoría de los argentinos, requiere cambiar no sólo de presidente sino de mentalidad. Poner este trabajo, el cambio de mentalidad, en manos de los políticos y de sus acólitos es volver a errar y demostrar que no se aprendió nada.

Sobre el enfrentamiento de meados vs. virgos, subyace un reproche alrededor de la experiencia, de lo votado durante décadas, y de lo sufrido también. Si las generaciones de meados se equivocaron, también es cierto que padecieron. Si los meados no se tiraron al río debido a tanto quiebre y desolación, es porque tenían virgos que atender y alimentar, y además debían procurar darles una esperanza para que tuviera algún sentido trabajar o estudiar en un país en el que todo eso dejó, hace mucho, de tener sentido.

Y si los virgos ven en perspectiva el loop de la decadencia y les da asco y burla tienen razón, porque los meados deberían haber dado el ejemplo de que, cuando la política nos traiciona a repetición hay que procurar enfrentarla, rebelarse y no caer siempre en las mismas manos.

Una vez dijimos “que se vayan todos” y quince minutos después aceptamos que se quedaran, por siglos, los mismos. ¿Qué ejemplo le dimos, a los que venían detrás, para que esta banda de corruptos, traidores, desvergonzados, entongados, vividores, inútiles, nepotistas, perversos, autoritarios, vagos, incultos, cínicos y pendencieros no pudieran abusar de ellos, de los virgos, hasta convertirlos en sus esclavos o expulsarlos del país y de nuestra vida. Al punto de que hoy no exista un meado que no tenga a un virgo cercano emigrando para sobrevivir. Nos jodieron a todos, a virgos y a meados, y aún nos dirigen la vida.

Toda la sabiduría acumulada no alcanza para explicar lo que vivimos y lo que nos espera. Pero prescindir de ella tampoco parece inteligente. Dialectizar la vida no sólo es estúpido, también es impracticable, y que esa sea la mentalidad reinante es un gran logro de la izquierda. Las síntesis suelen ser caminos más saludables: ser capaz de observar lo que hicieron otros antes y procurar buscar una fórmula de solución que no aplaste las razones del otro, abrirse a las nuevas ideas y no temer a los cambios. Las síntesis reducen el número de errores, la dialectización no.

Abrazarse a una idea y declarar que todos los demás son “simplemente boludos” es ineficaz, pero hacerlo no ya con una idea sino con un político es definitivamente inservible. Imponer la sumisión a una opción de voto despreciando las razones del otro y advirtiendo con superioridad moral contra otras opciones democráticas es maniqueísmo del más barato, porque acá nadie se está encolumnado detrás de candidatos impolutos, ni lejanamente.

ARTILLERIA PESADA

El debate de las formas se dio por tierra en el momento en que todos empezaron a revolear artillería pesada y a acusar al votante de lo que hace el votado. Ya está, ya unos y otros se tratan de imbéciles o de malvados, o las dos cosas a la vez. Y si por asomo se esgrime un argumento, este es cancelado ante la posibilidad de que rasgue el dogma y esto beneficie al otro.

No es fanático quien mantiene con fuerza sus postulados, es fanático quien pierde el equilibrio a la hora de explicarlos y todos acumulamos charlas, discusiones, reuniones de las que salimos frustrados porque no nos entienden. Sumado a esto, la belicosidad en las declaraciones, la inconsistencia de los planes y la chamuscada credibilidad de la oferta electoral no hacen más que buscar en el señalamiento del otro, paliar el déficit ajeno. Sufrimos hace años una selección adversa de las élites, lo sabemos, bromeamos con eso, pero no somos capaces de asumir que la carrera electoral no está ajena a este mal endémico.

El kirchnerismo es una garrapata que necesita parasitar para existir, aun cuando su accionar termine matando a la pobre víctima que le da de comer; así que todos tenemos problemas con el sistema que han impuesto y que nos esclaviza, y sabemos que nunca va a parar de dañar. Todos tenemos problemas con la burocracia que crearon, con las corporaciones militantes de toda clase: actrices, docentes, científicos, ñoquis, funcionarios, intermediarios, políticos, sindicalistas. Colectivos y más colectivos pidiendo y gerenciando privilegios, que detestan el esfuerzo propio, el mérito, la responsabilidad individual. Lo que es cierto es que diferimos en la forma en la que pensamos que esto se soluciona, si es que pensamos que tiene solución, claro.

Tiene lógica, pues, que en una sociedad haya opciones político ideológicas distintas y, fuera de broma, no se puede pretender (y no va a pasar) que una opción desaparezca para que no resulte el obstáculo electoral de la otra. Tanto los virgos como los meados que se acusan entre sí de ser funcionales al kirchnerismo están desconociendo el derecho del otro a existir, es muy difícil que de esa negación surja luego algún tipo de concordia.

LAS LIBERTADES

Sin embargo, hay reformas en las que virgos y meados están de acuerdo, hay políticos que virgos y meados quisieran ver presos, hay libertades que les secuestraron por igual a virgos y a meados y que ambos quieren recuperar. No son los políticos los que van a promover esos acuerdos básicos, pero es posible que los meados y los virgos puedan demandárselos a sus candidatos, los políticos no mejoran las sociedades, las ideas sí. Y las ideas no se esparcen entre los que no se hablan.

La cosa es que virgos y meados comparten la conciencia colectiva del fracaso argentino. Ninguno cree que estamos bien, creciendo al 16%. No creen que vivir de la limosna estatal sea un objetivo, ni creen que existió la década ganada. Los políticos pueden decir lo que quieran, pero virgos y meados saben que el desastre que se viene lo van a campear ellos, no los políticos, ni siquiera los que mejor les caen, los desastres cometidos van mucho más allá de las peleas partidarias. Es triste ver cómo llegamos hasta aquí, y más triste pensar cómo se sale de un enfrentamiento tan peligroso como desgastante entre quienes (guste o no) están en la misma vereda. Porque los políticos van a pasar, pero luego de este largo suplicio con forma de carrera electoral que termina el 10 de diciembre, poquísimos días después durante las fiestas, virgos y meados se van a tener que sentar a la misma mesa, a comer juntos el mismo pan dulce. Y ningún político va a brindar por ellos.