TEATRO

Vigencia y actualidad de un olvidado clásico de Ibsen

‘Los pilares de la sociedad’, con dirección de Jorge Suárez.


‘Los pilares de la sociedad’. Autoría:Henrik Ibsen. Adaptación: Juan Carlos Fontana, Jorge Suárez, Martín Seefeld, Carolina Solari. Dirección general: Jorge Suárez. Dirección adjunta: E. Gondell. Diseño de escenografía: Marlene Lievendag, Micaela Sleigh. Diseño de vestuario: Laura Singh. Diseño de iluminación: Ricardo Sica. Diseño sonoro: Diego Vila, Betty Gambartes. Actores: Martín Seefeld, Eleonora Wexler, Mara Bestelli, Gerardo Chendo, Edgardo Moreira, Pablo Finamore, Antonia Bengoechea, Luis Longhi y otros. En el teatro Alvear. 

Con ‘Los pilares de la sociedad’, Henrik Ibsen inicia el ciclo de su producción enmarcado dentro de un realismo crítico respecto a su contexto social. Previamente, en obras como ‘Peer Gynt’, ‘Brand’ o ‘Emperador y Galileo’, sus cuestionamientos sobre los problemas sociales adoptaban un tono poético, distante en el tiempo -con personajes históricos o legendarios-, y presentaban una propuesta idealista. En cambio, en esta obra las críticas del autor hacia la sociedad noruega se manifiestan de manera directa, sin recurrir a elipsis metafóricas. 

La comedia de denuncia social francesa inspiró el drama escandinavo moderno. En 1871, Georg Brandes animó a escritores nórdicos a abordar temas actuales siguiendo a Dumas hijo y Augier. Bjørnson respondió con dos obras en 1875; sin embargo, Ibsen perfeccionó esta forma convirtiéndola en la base del drama moderno. 

CONTEXTO HISTORICO 

Tras la primera revolución industrial, los países centrales cambiaron notablemente. El ferrocarril y el barco a vapor aceleraron las comunicaciones y el comercio. Las transformaciones económicas derivadas del progreso implicaban una revisión de las instituciones existentes, cuyos roles y capacidades de adaptación eran objeto de análisis respecto a la nueva realidad. La sustitución de trabajadores por maquinaria, el descontento generado por el incremento acelerado de la riqueza en la burguesía junto con el empobrecimiento de otros grupos sociales, y el surgimiento de un liberalismo capaz de cuestionar estructuras tradicionales como la familia, la iglesia y las normas sociales y morales, constituían factores que impulsaban cambios significativos, potencialmente de carácter revolucionario. 

En las principales metrópolis, estos procesos se manifestaban con mayor intensidad y apertura, mientras que en comunidades de menor tamaño o alejadas de dichos centros -como el caso de la Noruega septentrional- prevalecía una tendencia conservadora de la burguesía hacia posturas puritanas, lo que promovía actitudes marcadas por la hipocresía y el recelo social. 

En ese contexto, ‘Los pilares de la sociedad’ aparece como un drama moral que vivisecciona aquellos males en las vertientes más corruptas del cuerpo social, las cuales, paradójicamente eran tenidas por bastiones del progreso y de las buenas costumbres. 

LA PUESTA DE SUAREZ 

Resulta relevante señalar que han transcurrido cuarenta años desde la última puesta en escena de esta obra en el Teatro San Martín, bajo la dirección de Roberto Villanueva. Actualmente, Jorge Suárez, como director, presenta una nueva versión con un elenco diverso y eficaz, donde se muestra cauto y no se arriesga a dar saltos al vacío. Resalta el simbolismo inherente a la obra, frecuentemente clasificada como naturalista, y evidencia su vigencia al abordar temas como la supremacía del interés económico sobre la seguridad y la exposición de prácticas de información privilegiada. 

La versión de Suárez pone en evidencia la capacidad de Ibsen para vincular las acciones públicas y privadas de manera eficaz. El personaje principal, Karsten Bernick (interpretado por Martín Seefeld), es un empresario de prestigio y ha establecido un consorcio con el objetivo de adquirir de manera reservada un terreno local destinado a la futura construcción de una vía férrea. 

El regreso inesperado de Johan, hermano de su mujer, y de su media hermana Lona, revela que la vida de Bernick se fundamenta en diversas falsedades. Hace quince años, Johan asumió la responsabilidad por un escándalo sexual y financiero que involucraba a Bernick. Actualmente, con su carrera y el proyecto ferroviario en riesgo, Bernick aprueba la salida de una embarcación en condiciones deficientes en la que Johan está destinado a regresar Estados Unidos. 

La intención de Ibsen, puesta de manifiesto por Suárez, no es únicamente mostrar que Bernick consiente el homicidio para salvaguardar sus intereses, sino también evidenciar que logra convencerse de actuar en beneficio del conjunto de la comunidad. 

Sin apartarse de la intencionalidad del autor, el texto espectacular expone la forma en que Bernick emplea su influencia industrial para ejercer presión sobre sus empleados y analiza la conexión entre la opresión sexual y comercial. Por otra parte, Lona, que regresa de Estados Unidos, introduce nuevas perspectivas en esta comunidad predominantemente masculina. 

La dirección de Suárez destaca eficazmente el contraste conceptual que Ibsen propone entre represión y liberación. El personaje de Lona, presentado como una mujer sin prejuicios y excelentemente interpretada por Eleonora Wexler, genera una irrupción significativa que modifica el clima escénico en una casa previamente tranquila, donde las damas tejían para labores benéficas bajo la observación del Diácono, papel que Pablo Finamore desarrolla con gran acierto, soltura, profesionalidad y dominio escénico. 

Las interpretaciones de Gerardo Chendo, Edgardo Moreira, Antonia Bengoechea y Luis Longhi guardan semejanzas con la de Finamore y resultan especialmente sobresalientes. Sin embargo, el diseño escenográfico de Lievendag y Sleigh presenta ciertos elementos que no se ajustan a la época histórica definida por el cuidadoso vestuario de Laura Singh. La iluminación a cargo de Ricardo Sica y el diseño sonoro de Diego Vila y Betty Gambartes son siempre una garantía de reconocido talento artístico. 

LARGA ESPERA 

Esta producción constituye un hito significativo y pone en evidencia la limitada acogida que esta obra ha tenido en el ámbito del teatro porteño. Gardel es un poco optimista cuando canta que veinte años no es nada. ¡Casi cuarenta años sin programarse una obra es mucho tiempo! 

El mundo de Bernick mantiene vigencia en la actualidad, especialmente en sociedades donde los grupos dominantes han perdido el respeto y algunas veces se esconden tras una máscara para ocultar su monstruosidad. 

Calificación: Muy buena