Páginas de la historia

Vicent Van Gogh

Hoy aludiré a un famoso pintor holandés del siglo XIX que nació y murió en ese siglo. Su estilo era el impresionismo, es decir, sus cuadros no se sujetaban a ninguna norma fija, ni siquiera a los colores reales. Pintaba los árboles de amarillo o de azul según lo sintiese. Tenían sus cuadros una especie de movimiento, que surgía de su propia mente simultáneamente lúcida y enferma. Se llamó Vincent Van Gogh.
En su corta vida de solo 37 años –nació un 30 de marzo de 1853- revolucionó la pintura. Y un mérito excepcional. Van Gogh realizó casi toda su obra entre los intervalos que le dejaban sus crisis de enajenación mental. Por eso, su biografía es casi tan interesante como su tarea pictórica. Y un detalle anecdótico. Tenía un hermano, Theo, que lo admiró y lo comprendió.
Theo residía en otra ciudad holandesa, a 200 kilómetros de distancia. Y esa circunstancia geográfica nos permite entender el alma de Van Gogh.
Porque era tanto el cariño del pintor por su hermano, que le llegó a escribir más de ochocientas cartas. Theo las guardó y luego se publicaron en un libro.
Estudiosos de su obra atribuyeron a su demencia la originalidad de su creación artística. Esto es discutible…
Hay una anécdota muy conocida, dramática, terrible, que define la agudeza de su mal. Dos años antes de su muerte, teniendo 35 años, y siendo soltero, una de esas mujeres de mal vivir, elemento que Van Gogh frecuentaba y que inmortalizó en sus cuadros, le hizo una broma.
La mujerzuela aludió al tamaño de las orejas del artista. Al día siguiente en un inequívoco rasgo de locura, Van Gogh se cortó el lóbulo de la oreja izquierda, luego de una discusión con un gran pintor e íntimo amigo suyo, Paul Gaughin, con el que vivía, o convivía. Gauguin había decidido alejarse de él, lo que trastornó a Van Gogh. Luego envió la porción de oreja a la citada mujer en una bonita caja... en fin. Ya tres años antes había intentado casarse con otra mujer también prostituta, 25 años mayor que él, alcohólica y deforme.
En aquella ocasión su amigo el pintor Paul Gaughin, había conseguido con enorme esfuerzo, disuadirlo. Vincent Van Gogh bebía cada vez más y se mostraba alternativamente locuaz y taciturno. Su hermano Theo, que lo amparó siempre, como ya mencioné consiguió convencerlo para que se internase en un hospital psiquiátrico en Francia, en el pueblito de Arlés. Y allí en un solo año, en la soledad de la campiña francesa, pintó 200 cuadros. ¡En un solo año! Posteriormente le dieron el alta y regresó a su hogar.

SU ÚLTIMO AÑO
Fue su último año de vida. Pintó, como si adivinara su próximo final, creando otros 200 cuadros, entre ellos los famosos ‘Almendros en flor’, ‘Los girasoles’, ‘Autorretrato’, ‘Los lirios’ (este se vendió décadas atrás en los Estados Unidos, en 54 millones de dólares). Hasta que hace poco tiempo se volvió a vender otro cuadro de Van Gogh ‘El retrato del Dr. Gachet’ también en los Estados Unidos en 85 millones de dólares.
A Van Gogh lo persiguió tenazmente la pobreza material. En toda su vida de artista excepcional y apasionado por la pintura, sólo logró vender un cuadro. ¡Un solo cuadro! Van Gogh se sentía humillado, fracasado. Él, que quizá fue el pintor más importante de su tiempo. Pero su verdadero dolor era su enfermedad mental. Porque en sus momentos de lucidez que eran muchos, también su conciencia de los actos realizados durante su estado demencial, lo aterraba y avergonzaba.
Como reacción bebía más que nunca. Tenía además frecuentes ataques de epilepsia. Pero pintaba cada vez mejor. Y un 27 de julio de 1890 Van Gogh salió de almorzar en una posada. Le oyeron decir en voz alta: “¡No puedo más!, ¡no puedo más!, ¡no puedo más!”.
Entró en una granja vacía y se disparó un tiro en el corazón. Moriría dos días después, un 29 de julio de ese 1890.
Podemos decir que Van Gogh, cuya vida fue un infierno, pintó para que otros hombres pudieran observar el paraíso. Él no eligió su destino de artista. Fue elegido por un destino superior. Y ese excepcional pintor, cuya mente enferma tuvo un velo que lo enclaustró en una cárcel sin rejas, que suele ser la más difícil de abrir, pudo romper para otros hombres esa cortina espiritual y darles su mensaje de color, de paz, de amor.
Su vida estuvo signada por escollos y precipicios. Pero su pasión por el arte y su talento le permitieron volar. Y Van Gogh que por medio de su pintura eternizó la belleza, teniendo sólo 37 años sintió una fatiga, una fatiga espiritual que no pudo superar.
Una fatiga de tiempo. Y esa sensación que culminaría en su trágico final, trae a mi mente este aforismo que escribí hace años: