Ubicada al sur de Polonia, sus túneles ocultaron un plan de armamento nazi con mano de obra esclava

Viaje a la mina de sal de Wieliczka

Operó sin interrupción desde el siglo XIII. Se transformó en una atracción global gracias a sus leyendas y sus misteriosos pasadizos. Fue uno de los primeros 12 sitios declarados por la UNESCO.

Hay lugares en el mundo que desafían la imaginación y parecen arrancados de las páginas de una novela de fantasía. La mina de sal de Wieliczka, a escasos 15 kilómetros de la vibrante Cracovia, en el sur de Polonia, es uno de ellos. No es simplemente una mina, sino una ciudad subterránea, una catedral esculpida en sal, un monumento a la fe, el arte y la tenacidad humana que ha perdurado durante más de 700 años. Descender a sus profundidades es un viaje en el tiempo, una inmersión en un laberinto de corredores que guardan la memoria de generaciones y el eco de un imperio construido sobre el "oro blanco".

El viaje del visitante comienza en el pequeño pueblo de Wieliczka. La superficie no deja entrever la maravilla que se oculta en las profundidades. El punto de partida es el Pozo de Daniłowicz, un edificio modesto que sirve de antesala al inframundo. El guía advierte que en los próximos minutos se descenderán 135 metros bajo tierra, un viaje que no se mide solo en metros, sino en siglos. El primer paso es enfrentarse a una imponente escalera de madera de 380 escalones que serpentean hacia abajo, un descenso en espiral que se siente como una transición a otra dimensión.
Con cada peldaño, el aire se vuelve más denso, fresco y sorprendentemente puro, con un inconfundible aroma salino. La temperatura se estabiliza en unos agradables 17 o 18 grados, un clima constante que ha preservado este lugar a lo largo de la historia. Las paredes de madera dan paso a la roca de sal, de un color grisáceo, casi negro en algunas partes, cuya textura áspera, sólida y fría es sentir la historia.

Al llegar al primer nivel, a 64 metros de profundidad, la sensación de estar bajo tierra es abrumadora y fascinante. Los estrechos pasillos de madera se abren a cámaras excavadas a mano, testimonio del arduo trabajo de incontables mineros. Aquí comienza el verdadero relato de Wieliczka, una historia que se remonta al siglo XIII, cuando se descubrió que, además de la salmuera que se extraía de la superficie, existían vastos depósitos de sal de roca (halita). Desde entonces, y hasta finales del siglo XX, la mina fue una de las operaciones industriales más antiguas e importantes de Europa, funcionando de manera ininterrumpida.

ACTO DE FE
Lo que distingue a Wieliczka es la profunda religiosidad de sus trabajadores. Los mineros, enfrentados a la oscuridad perpetua y a peligros constantes, encontraron en la fe su mayor consuelo. En lugar de simplemente extraer la sal, la transformaron en arte sacro. A lo largo de los más de 250 kilómetros de galerías, crearon capillas subterráneas como lugares de oración. El recorrido lleva al visitante por varias de ellas, pero ninguna prepara para la magnificencia de la Capilla de Santa Kinga.
Al entrar en esta cámara, la palabra "mina" se queda corta; se asemeja más a una catedral. Fundada en 1896 en el espacio creado tras la explotación de un bloque de sal verde, sus dimensiones son impresionantes: 54 metros de largo, 18 de ancho y 12 de alto.
Cada centímetro es un tributo a la devoción. El suelo está tallado en un único bloque de sal. Las paredes están adornadas con bajorrelieves que narran escenas bíblicas con asombroso detalle, como la Última Cena, inspirada en la obra de Da Vinci, el milagro de Caná y la huida a Egipto. Estas obras fueron desarrolladas durante 70 años por los propios mineros. Del techo cuelgan enormes candelabros que, aunque parecen de cristal, están hechos enteramente de cristales de sal purificados. En el altar mayor se encuentra la figura de Santa Kinga, la patrona de los mineros de sal. La leyenda cuenta que esta santa venerada era una princesa hungara que pidió sal de dote. Arrojó su anillo a una mina de su reino y milagrosamente apareció en el primer bloque de sal sacado en Polonia, consagrándola protectora de los trabajadores.

MUSEO VIVIENTE
Wieliczka es también un museo viviente de la historia de la minería. El recorrido turístico de 3.5 kilómetros es un viaje a través de la evolución de las técnicas mineras en Europa. Las primeras cámaras muestran los métodos medievales, donde todo se hacía a mano. Los mineros tallaban bloques cilíndricos de sal, conocidos como "hombres de nieve". A medida que se avanza, la tecnología evoluciona, con reconstrucciones de enormes máquinas de madera, como la caminadora de caballos húngara y la sajona. Estos ingenios, operados por caballos que pasaban toda su vida en la oscuridad, permitían izar toneladas de sal cada día. El interior de la mina era como un pequeño pueblo subterráneo, con establos y un hospital para atender urgencias. 
La sal, conocida como el "oro blanco", fue el pilar de la economía polaca durante siglos y su extracción era un monopolio real. La empresa, las Salinas de Cracovia, generaba una parte sustancial de los ingresos de la corona, administrada desde el imponente Castillo de las Salinas. La mina atrajo a visitantes ilustres a lo largo de su historia, como Nicolás Copérnico, Goethe, Chopin, y más recientemente, Bill Clinton.

CICATRIZ OSCURA
La rica historia de Wieliczka tiene también un capítulo sombrío. Durante la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas de ocupación alemanas tomaron el control de la mina. Los nazis la vieron como el lugar perfecto para establecer una fábrica subterránea de armamento. Entre marzo y abril de 1944, miles de prisioneros judíos de los campos de Plaszow y Mielec fueron trasladados a la fuerza a Wieliczka. Se estableció un campo de concentración en la superficie y se estima que unos 1.700 prisioneros trabajaron en condiciones infrahumanas. Sin embargo, debido al rápido avance del ejército soviético, la producción de armas nunca comenzó. Antes de retirarse, los alemanes desmantelaron parte de la maquinaria y trasladaron a los prisioneros.

SANTUARIO DE SALUD
El recorrido revela otra faceta de la mina plasmada en sus lagos subterráneos, cuyas aguas densas por la sal crean un efecto espejo perfecto. El más famoso, el Lago Weimar, está iluminado de forma tenue con música de Chopin de fondo. El aire en estas cámaras es excepcionalmente puro y libre de contaminantes, lo que ha dado a la mina una nueva vida. A 135 metros de profundidad, funciona un sanatorio subterráneo especializado en el tratamiento de enfermedades respiratorias.

Aunque la explotación comercial de sal cesó en 1996, hoy los mineros preservan el legado de la mina para el futuro. Cabe destacar que Wieliczka fue de los primeros sitios declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. 
El recorrido concluye con un rápido y traqueteante ascenso en un estrecho ascensor de mineros, un brusco regreso al siglo XXI. Al salir a la luz del día, el mundo parece diferente. Wieliczka es un testimonio de la capacidad humana para crear belleza en lugares inhóspitos, un símbolo de fe y una crónica de casi un milenio de historia industrial y social de Polonia.