Valfierno, un criminal demasiado perfecto para ser cierto

El robo de la Mona Lisa podría haber pasado a la historia como la acción de un ladrón de poca monta, pero dos décadas más tarde de haberse llevado a cabo, alguien le otorgó una mística criminal que jamás hubiera tenido.

Corría marzo de 1988 en la ciudad de La Plata y quien escribe, comenzaba la aventura del colegio secundario en una escuela católica.

En ese entonces, los genes de rebeldía estaban reservados para la casa y en el colegio era mejor tener un comportamiento “normal”, así que cuando la profesora de Lengua y Literatura nos invitaba a dudar de todo, a poner  en tela de juicio cualquier información que recibiéramos, la invitación parecía más retórica que literal.

Es que ese consejo tenía un inconveniente, que es que cualquier cuestionamiento debía venir acompañado de argumentos, y los alumnos de entonces no teníamos para argumentar ni internet ni wikipedia, por lo que había que trabajar para poder refutar y a los 13 años, no es algo que esté entre las prioridades de un adolescente.

Ese pensamiento rebelde, que yo no tuve a los 13 años, fue el mismo que agrandó la leyenda de Valfierno, porque todos cayeron en el acto cómodo de creerla y nadie se planteó la posibilidad que en su historia, el estafador no fuera él.

Pero pongámonos en situación. Eduardo Valfierno es, según el periodista estadounidense Karl Decker, el argentino que pergeñó el robo de arte más importante de la historia, logrando hacer que alguien bajo sus órdenes, sacara del Museo de Louvre a la Mona Lisa.

Pero como anticipamos en la edición anterior, su historia fue totalmente desconocida hasta que Decker decidió contarla un 25 de junio de 1932 en el Saturday Evening Post, en una nota que ocupó 6 páginas de la edición semanal de esa publicación.

Hoy, una nota de tales dimensiones sería una excepción, pero en aquel momento, los lectores le dedicaban más tiempo a los escritos y por ello, la extensión sirvió para que el autor pudiera dedicarle tiempo a todos los detalles que una buena historia necesita no solo para ser contada, sino para ser recordada.

Pero antes de seguir con la nota, vayamos a su autor y preguntémonos ¿quién fue Karl Decker?

Decker fue un periodista famoso que trabajó a las órdenes del todopoderoso magnate del New York Journal,  William Randolph Hearst a finales e inicio de los siglos XIX y XX, conocido por tomarse libertades artísticas en sus historias.

Mucho tiempo antes de convertirse en el autor de la nota que abría el telón de la vida de Valfierno, fue enviado a Cuba por instrucciones de su patrón, para la liberación de Evangelina Cosio Cisneros de 18 años, hija de un patriota cubano encarcelado en Isla de Pinos. En ese hecho, Hearst había visto una historia que le otorgaría la oportunidad de desplazar en su competencia del sensacionalismo a Pulitzer (si Pulitzer no era por entonces sinónimo de corrección periodística, sino todo lo contrario).

Evangelina había sido capturada y trasladada a una prisión en La Habana tras intentar el rescate de su padre, por lo que Hearst le dio “carta blanca” a su pupilo para liberarla. En el camino a la libertad de la cubana, Decker sobornó a los funcionarios de la prisión y a los de aduana, y logró sacarla de Cuba disfrazada de hombre en un vapor norteamericano.

El hecho ocurrió en 1897, y Hearst que estaba acostumbrado a fabular y exagerar las noticias que le servían sus corresponsales, se sirvió también de esta por la importancia que tenía en el momento. La historia atrapó a los lectores del periódico durante meses y culminó con un titular a toda plana: “Evangelina rescatada por el Journal”.

Acostumbrado a las luces que le otorgaba el periodismo sensacionalista, Decker vio en el robo de La Gioconda la oportunidad de volver a tener la atención de los lectores, y decidió contar la “verdadera” historia de atraco. Pero el concepto de verdad, en el pupilo de Hearst, era algo demasiado frágil y sobre todo, muy variable.

No volveremos aquí a contar la historia del robo como lo hizo Decker en la nota que tituló “Por qué y cómo se robaron la Mona Lisa”, aunque sí buscaremos marcar los detalles y datos que ponen en jaque su verosimilitud y los datos a los que muchos decidieron ignorar.

Como todo buen escritor, Decker invierte líneas poniendo clima, describiendo los personajes, y creando una relación con el protagonista, que no justifica una confesión de tal magnitud, como la que indica le hizo Valfierno en un pequeño café de Casablanca.

 

El americano describe físicamente al estafador argentino y le otorga cualidades que sin dudas lo ponen por encima del promedio. Por ejemplo, a la hora de referirse a su apellido real, indicó que “tenía un apellido que, en las repúblicas al sur del Trópico de Cáncer, es a la vez tan raro y tan respetado entre los patronímicos españoles que con sólo identificarse así le habría significado oportunidades ilimitadas, pero nunca lo usó y ninguno de sus compañeros de menor rango lo conoció”. De esta forma, le otorga a su personaje una característica que solamente conoce él y que le niega a su lector, poniendo un halo de misterio sobre la persona que protagoniza la historia.

Habiendo salvado el detalle de no otorgarle un rasgo característico por donde se lo pudiera rastrear, hizo crecer la incógnita de su falta de relación parental con alguien en su tierra remarcando “Había usado una docena de los apellidos españoles de clase baja, pero un alias que se le quedó adosado había sido el pensamiento brillante de un amigo humorista. Para quienes se entrenaron con él siempre fue el Marqués de Valfierno, es decir, el Marqués del Valle del Infierno. Marqués parecía, el resto no”.

 

Ya con nombre, o mejor dicho con un alias firme, se dedicó a describir el aspecto de su protagonista diciendo que “su fachada valía un millón de dólares. Un bigote blanco e imperial y una leonina masa de cabello blanco y ondulado le daban a Eduardo una distinción que lo habría llevado a atravesar el portón de cualquier palacio real de Europa sin la problemática necesidad de dar su nombre”.

Sin un nombre real, ni una foto y con un aspecto descripto con el detalle que consideró necesario para que quienes accedieran a su nota pudieran hacerse una imagen de quien se estaba hablando, Decker puso en el imaginario de sus lectores datos suficientes para que hoy pensáramos que Valfierno podría encarnarse en la actualidad en Carlos López Puccio, un integrante de Les Luthiers, que tiene en su persona todas las características del simpático estafador “argento”.

Pero volvamos al relato, durante su transcurrir el autor le siguió adosando características que mostraban al genio tras el robo como alguien con aires de superioridad, que además tenía cierto rencor hacia quien había decidido cortarse solo y escapar con la pintura.

"Lo contó con gusto e infinito detalle y con el orgullo que el artista tiene por su obra”, indica el periodista durante su narración de los hechos mostrando la pedantería que tenía Valfierno por el resto de los mortales. Y cuando en la conversación creyó que el periodista hablaba de Peruggia, se refirió a él como “aquel simplón que nos ayudó a hacernos de la Mona Lisa”.

Con Peruggia, Decker comete uno de los dos errores más graves que hacen tambalear la veracidad de su relato, porque indica que el italiano pasó 3 años en prisión algo que no fue así, ya que fue condenado a un año y 15 días de prisión, de los que apenas cumplió 7 meses. Claro está que este detalle hoy es de fácil comprobación por el avance de las redes sociales y el acceso a la información, pero en aquel entonces no lo era y por ello, pasó inadvertido para la mayoría.

Otro detalle respecto del italiano o mejor dicho de su accionar en el robo, esta relacionado con la posibilidad de sacar en solitario a la obra.

Según indicó Decker, Valfierno habría contratado a dos ayudantes para que Peruggia pudiera salir del museo con el cuadro, ya que el peso de la obra, junto al marco y la protección vidriada rondaba los 100 kilogramos, cuando en realidad pesa mucho menos que eso.

Durante su alocución frente al cronista americano, Valfierno limita el papel de Chaudrón a un mero copista para este trabajo, aunque describe una fructífera relación con el francés en su trayecto hacia Francia, en lugares donde convenientemente hubo encuentros entre el relator y quien escuchó la historia que luego contaría al mundo entero.

Otros pormenores dados a conocer en la nota y que la mayoría de quienes analizan el hecho deciden obviar tiene que ver con los socios de Valfierno. El marqués cuenta que tenía tres socios tan hábiles como él para detectar posibles compradores y que en junio de 1910, vendieron una copia de La Mona Lisa, pero que su movida fue puesta en jaque por las propias autoridades del museo, que por entonces hicieron verificar la autenticidad del cuadro que descansaba en el Salón Carré.

Tras sobornar a algunos periodistas que ridiculizaron públicamente a los autenticadores, el negocio quedó a salvo, pero la metodología debía cambiar y por ello, decidieron venderla nuevamente, pero esta vez por sextuplicado.

“Nunca alcanzamos la cima en nuestro vuelo, sin embargo, hasta que vendimos La Joconde por primera vez. Eso requirió una enorme cantidad de negociación, pero para entonces ya estábamos perfectamente listos; y cuando el multimillonario que habíamos elegido estaba adecuadamente incriminado para el asesinato, nos dimos cuenta de que nunca habíamos acometido nada tan fácil”, cuenta Valfierno entre sorbo y sorbo.

Sobre la predisposición del comprador de aquella primera Gioconda, aseguró que “Yo les había vendido el Murillo de los mexicanos a hombres de manos fáciles y billeteras abultadas que no tenían ningún conocimiento del arte o la cultura, y me resultaron mucho más difíciles de preparar mentalmente que los coleccionistas realmente notables que me encontré en París”.

“El coleccionista sabe mucho más de arte y mucho menos de los hombres, lo que me era útil. En lugar de palidecer ante la sugerencia de que robáramos la verdadera Mona Lisa y se la vendiéramos, nuestra primera víctima dijo con frescura: ¿Por qué no? Nunca se ha hecho, pero eso no es razón para pensar que no puede hacerse, y conociendo París como ustedes, deberían poder arreglarse”.

“Después de eso, era meramente una cuestión de cuánto y cuándo. Esto era en mayo de 1910. Obtuvo la pintura en junio, sólo un mes más tarde” sentenció.

Tras el fiasco de la primera venta, que obligó a la banda a recalcular las acciones, ahora sabían que podían vender La Gioconda, por lo que para la próxima movida no debería haber ninguna oportunidad para recriminaciones, iban a robar la Mona Lisa del Louvre y asegurarle al comprador, más allá de cualquier posibilidad de malentendidos, que el cuadro que le entregarían era el verdadero, auténtico, original.

Decker no escatima letras a la hora de poner datos que le otorgen espectacularidad a la historia. Uno de ellos es el valor de la obra, que según indica el relato era por 1911 de unos 5 millones de dólares, que para el momento era una suma ofensiva. Pero ¿cuanto vale hoy la Mona Lisa? Dado que nunca estuvo en venta, es difícil ponerle un valor a la obra de Leonardo, pero en mayo de 2020 Stéphane Distinguin, CEO de la tecnológica Fabernovel, propuso vender la obra para paliar en Francia las consecuencias del coronavirus.

En aquel momento, el empresario calculó el valor en 50 mil millones de euros, cifra imposible de dimensionar para el argentino promedio, pero que es comparable al préstamo que el FMI le otorgó al gobierno de Argentina cuando quien dirigía los destinos de nuestro país era Mauricio Macri.

Si aún así es difícil, basta pensar que por estos días el delantero argentino Mauro Icardi, adquirió un Rolls Royce Boat Tail, conocido como el vehículo de producción en serie más caro del mundo. Ese derroche de lujo inglés, tiene un costo de 20 millones de dólares, por lo que harían falta 2650 de ellos para igualar en valor al retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo. Puestos en fila uno detrás del otro, ocuparían más de 15 kilómetros, la distancia que separa la Plaza de Mayo de Liniers.

Volviendo a Decker y a su relato en boca de Valfierno, es justo cuestionar si el “Marques del Valle del Infierno” realmente existió y cabe, también en esta ocasión, responder con una pregunta  "¿Interesa si su vida es cierta o producto de la imaginación del periodista?”.

Para contestar, volvemos a la frase que abrió la primera nota de las dos que le dedicamos a este robo “no dejes que la verdad se interponga en el camino de una buena historia”. Y este es el caso…

La historia de Decker le dio romanticismo a un robo cuyo autor material puso en ridículo durante mas de dos años a los representantes de la Sureté, que fueron los primeros en tomar como cierta la versión que ofrecía el cronista norteamericano. Era mucho más conveniente justificar su inoperancia para encontrar el cuadro, otorgando cualidades cinematográficas al cerebro del robo, que pensar que quien lo llevó a cabo no tenía mas habilidad que justificar su acción en un falso patriotismo en caso de ser aprehendido.

Como sea, hoy el olímpo de los ladrones y los falsificadores está comandado por Eduardo Valfierno e Yves Chaudron, personajes cuya existencia es de difícil o nula comprobación. Pero, no sería justo pensar que así sería si ellos fueran los genios criminales que Decker plantea en su nota. Elegir creer o no y decidir si el estafador es el argentino o el estadounidense, es la decisión que debe  tomar cada uno con el punto final de esta nota.

 

PLAGIO Y ESCANDALO

La historia de Valfierno siempre estuvo ligada al escándalo, la falsificación, la mentira y el plagio. Y si su historia fue polémica, de su novela sería un error esperar algo menos.

Cuenta la historia, que Diego Guelar, embajador argentino en los Estados Unidos durante el menemismo, había presentado en 2003 la historia del marqués del latrocinio a la Editorial Planeta, pero que le pidieron sacar del texto algunas partes que el autor consideraba esenciales, por lo que no llegaron a un acuerdo y el texto jamás vio su publicación.

Pero un año más tarde, mientras cenaba unos raviolones, Guelar se enteró de que una obra similar había ganado el premio Planeta (unos 21.000 dólares en aquel momento) y montó en cólera. El ex funcionario acusó a la editorial de plagio y el autor de la obra, Martín Caparrós, se defendió diciendo que “Mi Valfierno es muy diferente al tuyo”, lo que marcaba a las claras que había leído la obra de Guelar, de la que existía un solo texto, y estaba en las oficinas de la editorial.

Todo esto muestra que la historia de Valfierno nació para ser polémica y su existencia estuvo y estará siempre ligada a la mentira y al engaño, en beneficio de unos pocos. La historia está siempre ahí, esperando y si hay algo que realmente no importa, es quien decida contarla.