EL IMPERIO BRITANICO Y EL NACIMIENTO DEL MESIANISMO POLITICO HEBREO
Usos del “misterio de Oriente”
POR NICOLAS LEWKOWICZ
Para entender lo que está ocurriendo en Cercano Oriente hay que volver al pasado. En Tancred, novela publicada en 1847, Benjamin Disraeli esboza la posibilidad de la reconciliación del judaísmo con el cristianismo a través de la obra civilizadora de la religión anglicana.
Esta politización de cierta teología cristiana (muy propia del calvinismo residual que aún subsiste en el anglicanismo) se basaba en descifrar el “misterio de Oriente” e instrumentalizarlo en el mundo de los hechos; expandiendo así los confines imperiales hacia Asia y África.
Para Disraeli, primer ministro británico (en 1868 y entre 1874 y 1880), de origen judío pero de religión anglicana, el “momento Sinaí” es necesario y fundamental para llegar al “momento Calvario” y para transmitir un mensaje de redención universal a través de la ley y el espíritu.
El resultado principal de esta misión civilizadora era la implantación del “judaísmo como nacionalidad”, algo a lo que hacen referencia historiadores revisionistas israelíes como Ilan Pappé.
Esta visión iba relacionada con la necesidad de responder geopolíticamente al declive bastante precipitoso del Imperio Otomano hacia fines del siglo diecinueve.
NACIONALISMOS
El Imperio Británico buscaba cabeceras de playa en el Mediterráneo. Recordemos que el Reino de Italia nace en 1861 como punto de proyección del Imperio Británico hacia el Canal de Suez. El nacionalismo griego también se fomentaba desde esa perspectiva. Tres pilares civilizacionales importantes para el Occidente moderno y no-tradicionalista capitaneado por el Imperio Británico: Judea, Roma y Grecia. Tres pilares que le daban un dominio total en ese “medio-oceano” que es en realidad el Mar Mediterráneo, punto medio entre el Atlántico y el Indo-Pacifico.
Es esta perspectiva geopolítica la que en definitiva crea la idea del nacionalismo hebreo como un estadio superior al judaísmo religioso tradicional. El movimiento sionista que se fomenta en el Este de Europa y luego se institucionaliza en el Congreso de Basilea (1904) y a través de la carta de apoyo a la creación de un estado judío en Palestina por parte de Arthur Balfour, ministro de relaciones exteriores británico, a Lord Rotschild en 1917 respondía una fuerte motivación geopolítica. Esta puja geopolítica, empero, no iba en correlación con el proceso histórico que impactaba a las comunidades judías de Europa; cada vez mas afianzadas ontológicamente en sus patrias de nacimiento.
La visión geopolítica británica de mediados y fines del siglo diecinueve dictaba que Sión solo podía ser re-establecida en Tierra Santa. A su vez, cosa de manejar los extremos políticos (y por lo tanto la tensión), la intelligentsia británica también se encargaba de alentar vehementemente el fundamentalismo islámico y el nacionalismo árabe en Medio Oriente.
DISOLUCIÓN Y COAGULACIÓN
Es poca la influencia cultural que tuvo el sionismo en la población judía europea entre la mitad del siglo diecinueve y 1947, que es cuando las Naciones Unidas aprueban la partición del Mandato Británico en Palestina en dos estados. La emancipación de la población judía europea hacia la mitad del siglo diecinueve engendró una corriente natural de asimilación que iba por “derecha,” abrazando la religión católica o luterana; o bien por “izquierda,” buscando refugio en el socialismo; aunque manteniendo cierta autonomía cultural. De hecho, el Bund (movimiento político-sindical judío de corte socialista) se sustentaba ideológicamente en el principio de “Doikait;” es decir, la “tierra prometida” era unicamente la patria de nacimiento. Para decirlo de otra forma: aquí nací—de aquí soy.
Por otra parte, las vertientes judías religiosas reformadas (es decir, diluyentes), también veían a la patria de nacimiento como “tierra prometida,” sobre todo en Alemania, cuna del movimiento religioso reformista judío.
Quedaba el judaísmo ortodoxo como baluarte de la teología rabínica tradicional y totalmente desafectada de los vaivenes horizontales y circulares de la historia. De hecho, para este grupo la idea de la implantación política de un estado judío (sea este secular o religioso) es anatema y totalmente desconectada de una verticalidad trascendentalista; la cual aboga en todo momento por un acercamiento a los mandatos divinos como forma mas acabada de redención espiritual.
No se pueden obviar las tensiones sociales que impactaban a la población judía europea. El proceso de industrialización avenido en Europa en el siglo diecinueve y primera parte del siglo veinte creaba un cierto resquemor hacia la población judía. Estas tensiones sociales se resolvían, en alguna medida, a través de la invocación del odio hacia los judíos (asimilados o no), los cuales podían sostener mejor los embates la miseria en la cual estaba sumida buena parte de Europa gracias a una mayor solidaridad de grupo.
Pero esto no hacia mella en el creciente sentido de pertenencia de la población judía a sus patrias de nacimiento, sobre todo en Europa Occidental. De hecho, 100.000 alemanes de origen judío combatieron en la Primera Guerra Mundial. Casi el veinte por ciento de estos obtuvieron distinciones militares por mérito en el combate. Una actitud patriótica de parecida envergadura tenia lugar entre la población judía de los otros países combatientes.
La destrucción de la judería europea entre 1939 y 1945 no fue un desenlace natural del devenir de la historia. El antisemitismo de alguna parte de la población europea respondía a las tensiones creadas por la configuración de los estados nacionales y la miseria creada por el capitalismo imperial. Pero no había, al menos desde los estamentos inferiores y medios de la sociedad, una voluntad aniquiladora.
La destrucción de la judería europea durante la Segunda Guerra Europea fue usada por propios y ajenos como justificación del rechazo a la idea de asimilación y a la posibilidad de una proyección cultural y religiosa en “diáspora.”
Lo cierto es que el proyecto del “retorno” a Tierra Santa era totalmente extraño para la mayoría de los que perecieron tan trágicamente durante la Segunda Guerra Mundial. No obstante ello, el destino quiso que fuera esta destrucción la que otorgara motivación moral para el establecimiento del Estado de Israel en 1948.
INSUFICIENCIA POLITICA
El mesianismo político hebreo es obra ajena, más que propia. Esta cosmovisión, tan relacionada originalmente con las necesidades geopolíticas del Reino Unido, choca con la versión mas acabada de la teología judía tradicional. Cada pueblo sigue su camino. Lo único que cuenta es la unión con lo divino. No se puede acelerar la llegada del mesías. La ley sagrada (Torá) no se legó en función de un pedazo de territorio. En todo caso, Tierra Santa debería servir como faro de proyección de la ley sagrada. El mejor lugar para estar es aquel donde el creyente pueda cumplir los mandatos divinos de la mejor manera posible.
El verdadero “misterio de Oriente,” desde la perspectiva tradicional judía, reside en la promesa profética de la redención de las almas por parte de un creador supremo. Esta promesa no esta supeditada a las diferencias que puedan afectar al ser humano en el estado terrenal. Nunca sabremos por qué se le concedió esa promesa a los hijos de Sinaí; promesa íntimamente ligada, por cierto, al orden sagrado y tradicional luego expandido por el cristianismo.
Lo cierto es que en la politización del “misterio de Oriente” se conjuran designios que van en contra de todo lo que la promesa profética encapsula en sí y de todo lo bueno que esta brindó a la humanidad toda.