Unión Europea: ¿la casta tiene miedo?

La prehistoria del proceso integrador que en su forma actual se denomina “Unión Europea” arranca con el Proyecto Schumann, conducente a la formación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero formalizado en 1951. En estas siete décadas se han producido transformaciones que lo alejan mucho de sus propósitos iniciales, en la medida en que una tecnoburocracia instalada en Bruselas y que tiene clientelas políticas en los Estados miembros ha entrado en colisión con los intereses e identidades más genuinas de estos generando reacciones hoy difícilmente contenibles.
Las elecciones de este mes para el Parlamento Europeo han constituído un indicador elocuente del vigor de tales tensiones. Recordemos que el núcleo inicial de la unificación europea estuvo constituido por tres grandes economías (Francia, Alemania e Italia) y tres pequeñas (Bélgica, Holanda y Luxemburgo).
Habida cuenta de que Gran Bretaña, que se incorporase más tarde, ya se ausentó, el ingreso posterior de otros veintiún Estados no varió a composición del terceto más jerarquizado, con sede en París, Bonn (luego Berlín) y Roma.
Y bien: de estos tres países, en dos los partidos gobernantes adictos a Bruselas han sido brutalmente desplazados de su rango, mientras que, en cambio se fortaleció el partido oficialista de Italia, justamente el que, liderado por Giorgia Meloni, enfrentaba las actitudes hegemónicas del eje franco-alemán. Fratelli d’Italia, como el Partido Liberal Austríaco, el Partido de la Libertad en los Países Bajos, Fidesz en Hungría, el Rassemblement National en Francia , etc. han ocupado el primer rango en sus respectivos países animando lo que se ha dado en llamar la corriente soberanista, que de ningún modo pretende destruir la Unión pero sí aflojar el control excesivo de sus órganos sobre los Estados particulares.
Paralelamente han crecido fuerzas análogas como Vox en España, Alternative fur Deutschland en Alemania. Y, sobre todo, están en caída libre socialdemócratas y verdes, sin duda las formaciones más entusiastas respecto del Superestado.

¿POPULISTAS?
Los partidos en alza son habitualmente , y con cierta equivocidad, calificados como “populistas” por los medios. Este rótulo tendría, sin embargo, algún acierto si apuntara al hecho de que todos ellos enfrentan al establishment político-cultural que ha venido hegemonizando el proceso de integración y que no ha dudado en hacer uso del terrorismo intelectual para deformar la imagen real de sus adversarios. Si el populismo es un intento subrevolucionario para agilizar la circulación de las élites en democracias bloqueadas, cabe aplicar la etiqueta a los triunfadores de junio.
Quizás el país en que el conflicto se ha vivido con el mayor dramatismo sea Francia. Desde hace medio siglo el entonces Front National viene desarrollando su larga marcha en el escenario político, que tuvo uno de sus hitos más recordados en el 17 % de Jean-Marie Le Pen en la primera vuelta presidencial de 2002.
Tomada la posta por su hija Marine, ésta obtuvo en 2012 el 18 %, el 34 % en el balotaje de 2017 y el 42 % en el de 2022.
Frente a este desafío, la estrategia ya habitual de los inquilinos del Eliseo, desde Chirac a Macron, ha sido la de denunciar al “fascismo” y apelar a la constitución en las urnas de un “frente republicano” para enfrentarlo.
Como se puede advertir a partir de las cifras antes apuntadas esa estrategia tuvo éxito pero viene siendo afectada por la ley del rendimiento decreciente. En la elección parlamentaria que Macron acaba de convocar para el 30 del corriente su impopularidad es demasiado notoria como para que gruesos sectores de la izquierda, en otros tiempos proclives, puedan responder hoy positivamente a su llamado.
En cualquier caso, y acceda o no RN al gobierno, una falla profunda se encuentra instalada en el corazón del sistema político de Francia sumándose al desasosiego sociocultural y étnico que ha signado sus últimas décadas.-