Claves de la política

Una vez más, es la derecha la que debe afrontar la tarea histórica del cambio

Desde el fin de la guerra fría, nunca antes habían estado tan polarizadas ideológicamente las posiciones, las actitudes y las sensibilidades políticas. Milei cuenta con viento de cola en lo político y cultural.

A diversos autores se ha atribuido la trillada frase según la cual “la política es el arte de lo posible”. Autoría incierta pero palpable banalidad apenas se reflexione un instante en tal pretendida definición.  En efecto, cualquier arte es solo arte de lo posible. No podría ser de otro modo si tenemos presente que todo arte intenta reflejar una idea sobre una materia, en el sentido amplio de esta palabra, que incluye la piedra, la madera, el mármol, los sonidos y los colores, por ejemplo. Cada una de estas realidades materiales opone límites, resistencias, al designio de artista, por lo que no podría distinguirse a la política –y ello es lo propio de una definición- de la escultura, la arquitectura, la pintura o la música.

Sin ser tampoco una definición propiamente dicha es, al menos, una caracterización más certera la dada por el tan controvertido como insoslayable Charles Maurras, según la cual “la política es el arte de hacer posible lo necesario”. Esto supone que, en la convivencia organizada de los hombres, existen bienes que por naturaleza son necesarios, es decir no opcionales. Ello, sin desconocer las variadas particularidades histórico-culturales, postula que realidades como, por ejemplo,  la paz interior, la supervivencia de la comunidad o la racionalidad macroeconómica no son opcionales; lejos de ello son fines que deben inexcusablemente ser perseguidos por el obrar político. Y que tal obrar realiza su menester propio en la medida en que, con los medios de que disponga, despeja los obstáculos que en una circunstancia determinada impiden alcanzar aquellos fines.

La política fracasa cuando ignora o subestima lo que es necesario, y fracasa igualmente cuando no da con los medios idóneos para posibilitar su realización. En el primer caso estamos ante un craso relativismo al que se suele llamar pragmatismo. En el segundo ante una impotencia que puede generar escenarios dramáticos.

LA IMPOTENCIA

Todo indica actualmente que si el Gobierno encabezado por Javier Milei corre alguno de tales riesgos se trata presumiblemente del segundo. Veamos: lo está en juego hasta hoy es modificar la constitución real del país (vid. Ferdinand Lassalle, ¿Qué es una Constitución?), actualmente  de naturaleza capitalista-prebendaria, corporativa y proteccionista, en dirección hacia una de índole capitalista-competitiva y globalmente aperturista.

Sin duda esta transformación puede, en principio, abordarse al margen de la parafernalia procedimental requerida para las reformas de la Constitución formal. De hecho puede ser formalizada tanto mediante otro tipo de recursos extraordinarios (Decretos de Necesidad y Urgencia, megaleyes) como a través de modificaciones sucesivas y sistemáticas de la legislación ordinaria –incluyendo la apelación a formas de democracia semidirecta-, dejando intacto el texto escrito de 1994.

 Ante semejante pretensión, sin embargo, restan en pie dos posibles límites a la voluntad palingenésica del Gobierno: uno es el de carácter judicial que, dado el control de constitucionalidad difuso que nos rige podría en cualquier momento paralizar tal proceso generando crisis de gobernabilidad, y otro relativo a la fuerza real, fáctica de que disponga el Gobierno no solo para acometer, sino, sobre todo, para sostener en el tiempo empresa semejante. Estamos aquí más allá de las fronteras de lo jurídico, en plena realtá effettuale, al decir de Maquiavelo.

EL ZEITGEIST

En este punto resulta significativo analizar la coyuntura en el marco del zeitgeist, el “espíritu de la época”, para apreciar si el proyecto oficial se monta sobre el mismo, o, en cambio, se sitúa a contracorriente de su dinámica.  

Hace algunas semanas un buen amigo –inteligente, por lo demás- me transmitía sus reflexiones sobre la presunta inadecuación de los conceptos de “derecha” e “izquierda” a las realidades actuales del mundo, posición con la que discrepo redondamente.  Tengo para mí que, prácticamente desde la pasada Posguerra, nunca han estado tan polarizadas ideológicamente las posiciones, las actitudes y las sensibilidades políticas.

Jamás, desde la Guerra de Secesión, los EEUU han estado tan próximos como hoy a una contienda interna armada. Nunca como en la actualidad ha estado España tan desgarrada con el renacer de los fantasmas del ’36. En muchas décadas, en realidad desde 1964, no hubo violencia significativa entre derechas e izquierdas en Brasil como la registrada a comienzos de los ‘20. Ni la derecha dura tuvo el  acceso a los gobiernos de Italia, Hungría o los Países Bajos de que hoy dispone,  ni se situó en segundo lugar en las encuestas como en la Alemania de hoy. Tampoco nunca la izquierda raigal tuvo una conciencia de sí tan coherente como la que se manifiesta en el wokismo, ni llegó a proyectarse bajo tal modalidad sobre áreas del mundo político-intelectual como hoy lo hace, especialmente en los países centrales.

 Todo ello sin omitir la referencia a pueblos ajenos a nuestra área cultural, y por ello difícilmente homologables, pero en los que inocultablemente tienden a prevalecer las tendencias favorables a la autoridad política, la defensa cultural y la libertad económica que distinguen a la Derecha. En esta perspectiva entendemos que el gobierno establecido en diciembre cuenta con viento de cola en lo político–cultural; en realidad, este viento trasciende al mismo elenco actualmente vigente. Está claro que el voto de casi quince millones de argentinos no tuvo por destinatario a ninguna secta más o menos esotérica, sino que simplemente fue un voto por el cambio del régimen económico y por el desplazamiento de todos aquellos segmentos de la Clase Política que lo usufructuaban.

EL PACTO DE MAYO

En tal marco cabe aludir a los dos documentos planteados por el Presidente en su discurso del 1 de marzo ante la Asamblea Legislativa y a su significación funcional.  Los diez puntos del “Pacto de Mayo”, por un lado, constituyen un esqueleto doctrinal que refleja el aludido cambio de régimen votado por el país el 19 de noviembre, voto en el cual confluyeron ciudadanos que registraban, y en alguna medida quizás todavía registren, afiliaciones partidarias diferenciadas.  La suscripción de tal acuerdo el próximo 25 de mayo implicaría dar a  luz un instrumento heurístico orientativo respecto del nuevo orden que se procura consolidar Sin tratarse de un texto constitucional propiamente dicho resultaría un dispositivo difícilmente soslayable en la interpretación de los ejes de nuestro plexo jurídico y toda actividad jurisdiccional realista debería tomarlo en cuenta.

Distinta resultará la función de lo que Milei ha llamado, colectivamente,  “proyectos anticasta”.  Aquí sí estamos frente al esfuerzo consciente y deliberado por mutar la Constitución real del país, ya que casi todos ellos implican despojar de recursos financieros, simbólicos o  institucionales a las diversas oligarquías cuya prevalencia ha caracterizado al régimen capitalista-prebendario, corporativo y presuntamente autarquizante al que antes aludimos. En esta perspectiva se inscriben, entre otros, los proyectos relativos a la desregulación de las obras sociales, a la primacía de los convenios laborales por empresa sobre aquellos suscriptos por sector, a la eliminación del financiamiento público de los partidos, a la modificación de las estructuras directivas de los sindicatos, a la penalización de todos los responsables de la emisión monetaria ilegítima, a los esbozos de reforma electoral, etc.

TAREA HISTORICA
Una vez más en la historia argentina contemporánea, es la derecha la que debe afrontar la tarea histórica del cambio. Así ha sido desde 1912, y señaladamente en las décadas del ’30, el ’40 y el ’90.  Por eso hemos podido hablar válidamente en otras notas del concepto de “Derecha reformadora”, la cual –sin forzar para nada las ideas- puede avecinarse al “Regeneracionismo” español de los Joaquín Costa, Antonio Maura, Ramiro de Maeztu y tantos otros. Esto en  el plano cultural.

En el nivel sociológico, la derecha reformadora es necesariamente una derecha popular. Hoy todas las estructuras del establishment, sus centrales y sus sucursales, están alineadas en el esfuerzo por impedir o mellar el cambio. Y esta resistencia no puede ser enfrentada con amateurismo. Debemos reconocer la base social a partir de la cual sería posible construir un sujeto político que viabilice la transformación. Lo dijimos hace dos años (Vid. La trampa del Centro): “ Varios millones de compatriotas comparten una serie de instintos o reflejos inequívocamente de derecha. Por ejemplo:

* rechazan todo lo que huela a abolicionismo penal y, en cambio, exigen una mano dura que remite inequívocamente a la concepción hobbesiana de la política;

* reclaman una dramática reducción de la presión fiscal;

* demandan un punto final para las usurpaciones de tierras;

* son antipiqueteros y antiplaneros;

* no aceptan que desde la escuela o desde el poder se pretenda educar sexualmente a sus hijos según la ideología de género;

* en cuanto al nivel socioeconómico pertenecen a la Clase Media Media o Media Baja; son, o procuran ser, propietarios;

* son a-ideológicos y rechazan todo compromiso con los partidos existentes aunque, “tapándose la nariz”, los voten.

Estamos hablando de  pequeños comerciantes, chacareros, mecánicos, artesanos, remiseros,  talleristas, jubilados, emprendedores, etc., que desde hace décadas se ven obligados a optar entre candidatos que pertenecen a una Clase Política cuya cultura no solo le es ajena sino contradictoria con su sensibilidad y sus intereses”.

En este catálogo pueden reconocerse sin dificultad los elementos componentes del voto de noviembre. Todo esto es parte de lo necesario. La capacidad política de Milei, su arte, se medirá por su aptitud en hacerlo posible. Pero quienes no contribuyan a ello afrontan la eventualidad de un repudio histórico, ya que no le quedan demasiadas chances a la Argentina.

* Profesor emérito, Universidad Católica Argentina. Fue decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Católica de La Plata.