‘Cromañón nos pasó a todos’, con una puesta cercana y real

Una tragedia viva y la escena como puente para la reflexión y la memoria


‘Cromañón nos pasó a todos’. Idea y dirección: Gustavo Moscona. Puesta en escena: Mariela Bonilla.Actores: S. Arditi, C. Gómez, V. Curcio, J. Duarte, G. Fiordelmondo, G. Leiva, C. Ricca, A. Mendoza, P. Olarticochea y otros. Músicos en vivo: G. Maidana, G. Crespo, G. Centurión. Ultima función: sábado 13 a las 22 en El Sábato Espacio Cultural (Uriburu 763).


Enrique Santos Discépolo, en su famoso tango ‘Cambalache’, atribuyó al siglo XX todos los males, describiéndolo como un tiempo “problemático y febril”, y marcado por una “maldad insolente” donde, según sus palabras, “vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos”. Esta frase sintetiza la percepción de una sociedad sumida en el caos, la confusión y la falta de valores, donde nadie escapa a la corrupción y el desorden.

Esa mirada pesimista de Discépolo, lejos de perder vigencia con el paso de los años, encontró eco en los primeros del siglo XXI en la Argentina. Los hechos políticos y sociales recientes parecen confirmar que la historia, más que avanzar, a veces repite sus errores. Una muestra contundente de ello fue la profunda crisis que estalló en 2001, cuando la economía argentina colapsó bajo el peso de políticas fallidas, endeudamiento excesivo y la incapacidad de los gobernantes para ofrecer respuestas efectivas.

Durante ese período, la desconfianza social alcanzó niveles históricos. El entonces presidente, proveniente del radicalismo, no logró contener el deterioro, y el Estado -al que algunos hoy ven con nostalgia- tomó la drástica decisión de congelar los depósitos bancarios de miles de ciudadanos. Esta medida, conocida popularmente como el corralito, impidió que la gente pudiera acceder a sus ahorros, generando una ola de indignación y desesperación. Las calles se llenaron de protestas, los cacerolazos resonaron en todo el país y la consigna “¡Que se vayan todos!” se convirtió en el grito colectivo de una sociedad harta de la corrupción y de falta de respuestas.

“¿Teatro político, documental o histórico? La respuesta al interrogante supera cualquier etiqueta.”

Así, la lúcida denuncia de Discépolo sobre el deterioro social y moral no solo describe el pasado, sino que también ayuda a comprender el presente argentino. Su mirada crítica sigue siendo relevante para explicar cómo, a pesar del paso del tiempo, los mismos problemas pueden volver a emerger bajo diferentes formas, afectando a generaciones enteras y dejando una huella profunda en la memoria colectiva.

HERIDA ABIERTA

La crisis económica y social que atravesaba el país a comienzos de los años 2000 sentó las bases para uno de los escándalos más graves y tristes que sufrió la ciudad de Buenos Aires: la tragedia ocurrida el 30 de diciembre de 2004. Durante un recital de Callejeros en el local denominado República de Cromañón, una bengala encendida provocó un incendio que causó la muerte de 194 personas y dejó a más de 1.400 heridos, cifras que evidencian la magnitud de la tragedia.

El clima de desidia institucional, la precariedad en los controles y la falta de respuestas por parte del Estado -agravados por el contexto de crisis- permitieron que se descuidaran aspectos fundamentales de seguridad y prevención, contribuyendo así a la magnitud del desastre. La ausencia de inspecciones adecuadas y la permisividad frente a irregularidades en locales nocturnos evidenciaron fallas sistemáticas en la protección ciudadana. El dolor de los parientes y las palabras de funcionarios que reconocieron la falta de previsión profundizaron la conmoción social, humanizando una catástrofe que con inteligencia y sentido artístico rescata Gustavo Moscona y logra una perfomance que nos conmueve y atraviesa.

Las sirenas de aquel día trágico siguen resonando para muchos, aun después de más de veinte años. Ese eco es el punto de partida que Moscona y la puesta de Mariela Bonilla utilizan para transportarnos, con precisión y sensibilidad, a ese pasado que aún duele.

Un detalle escénico clave es el ingreso demorado al espacio, que se produce casi quince minutos después de la hora anunciada. Este recurso, lejos de ser casual, introduce un clima de ansiedad palpable entre el público. El silencio expectante y las miradas cruzadas potencian la tensión previa al inicio, envolviendo a los espectadores en una atmósfera de inquietud compartida.

La espera no solo intensifica la expectativa sino que también replica en la platea la incertidumbre y el nerviosismo vividos aquel 30 de diciembre. Así, el público se ve interpelado desde el primer momento, obligado a experimentar en carne propia el desasosiego que precede a lo inesperado.

En definitiva, el retraso deliberado resulta un recurso narrativo eficaz: no solo prepara emocionalmente a la audiencia, sino que contribuye a sumergirla en la atmósfera general de la obra. De este modo, la puesta logra que el impacto de la tragedia se sienta más cercano y real, haciendo de la experiencia teatral un verdadero acontecimiento colectivo.

CARATULAS

Una vez adentro, el espectador forma parte de la puesta. Se mezcla con los actores, quienes le hacen preguntas o le piden agua. El grupo de músicos interpreta una introducción. Cuando dejan de tocar, resuenan los nombres de víctimas que hoy son apenas carátulas de expedientes que circulan por los tribunales de la justicia federal. El admirable estado atlético de los actores -que corren, saltan y se revuelcan en el piso- no es casualidad. Todo tiene un sentido: Moscona y Bonilla no se dejan llevar por el azar ni la improvisación, sino que cada gesto y cada movimiento está cuidadosamente pensado para transmitir emociones y mantener viva la memoria.

El espectáculo invita a preguntarse: ¿es teatro político, documental o histórico? Sin embargo, la respuesta supera cualquier etiqueta. No se trata únicamente de relatar hechos reales o denunciar situaciones sociales; es, por sobre todo, una manifestación artística donde el respeto a las víctimas, al público y a la propia historia se percibe en cada detalle. El arte, en este caso, no solo decora la escena sino que la resignifica: transforma el dolor colectivo en una experiencia compartida y profunda, sin caer en el sensacionalismo ni en la frialdad del registro documental.

Por eso, más que encasillarlo en un género, se trata de un teatro que apuesta por la sensibilidad y la verdad, donde el respeto es un valor fundamental y el arte se convierte en puente para la reflexión y la memoria.

Calificación: Muy bueno