Una obra documental reactualiza el legado de Santiago Ayala, 'el Chúcaro'
Hay material fílmico rescatado y recreaciones bailadas en el espectáculo dirigido por Leonardo Freire. A treinta años del fallecimiento del gran maestro de la danza folklórica argentina, el trabajo hurga en sus orígenes y recupera sus enseñanzas.
En coincidencia con el Día Mundial del Folklore tendrá lugar este jueves el estreno del espectáculo ‘El Chúcaro. La historia’, una obra de carácter documental que reúne recreaciones actuadas y cuadros de baile, junto a registros fílmicos del gran bailarín cordobés contando los avatares de su vida en primera persona.
La idea de este creación maduró en el coreógrafo y bailarín Leonardo Freire durante casi cuatro años. Habituado a recolectar material histórico sobre la vida del Chúcaro para estudiarlo “lo más que se pueda”, se encontró en un momento con una cantidad enorme de filmaciones, programas de mano y fotografías que merecían ser compartidos, “De a poco fui descubriendo a la persona anterior a quien fue después el Maestro”, explica.
Junto con el testimonio físico de su vida y su carrera artística, también acopió Freire anécdotas de quienes asistieron al desarrollo de sus primeras compañías de danza. Valora en este punto los aportes que le hicieron el bailarín Luis Gromaz (que trabajó con Santiago Ayala en los años '50) y el locutor y periodista Marcelo Simón, ambos ya fallecidos. “Me interesaba conocer cómo llegó el Chúcaro a Buenos Aires y cuáles fueron sus vivencias antes de la historia que sabemos todos”. Ese rico contenido lo compartió primero Freire con los integrantes de su ballet, la Compañía Folklórica Popular, pero enseguida se dio cuenta de que debía hacer algo más grande para expandir aún más la figura y las enseñanzas del máximo bailarín folklórico argentino.
LOS INICIOS
Según la investigación de Freire, el interés de Santiago Ayala por la danza comenzó a sus doce años, en épocas en que realizaba changas en el Cine Apolo de la ciudad de Córdoba a cambio de ver películas gratis. El quiebre lo produjo la proyección en ese ámbito del filme ‘Luces de Buenos Aires’ (1931), con Carlos Gardel, en la que aparecían dos "zapateadores salvajes": Pedro Jiménez y José Rodríguez, que formaban parte de la compañía de Andrés Chazarreta.
Otro integrante de ese mismo elenco, Luis Colazán, fue uno de sus primeros maestros. Un día, Colazán llegó al Cine Apolo con su grupo para una presentación y cuando el Chúcaro lo vio en persona no tuvo dudas de que ese sería su futuro. Ya cargaba con un historial familiar ligado al arte: abuelo zapateador, madre pianista, padre guitarrero. “La semilla estaba en la familia".
El desembarco en Buenos Aires fue, primero, para asistir al paso del dirigible Graf Zeppelin, todo un acontecimiento para la época. Viajó ida y vuelta desde Córdoba en un tren de cargas, junto a un amigo. Eran los años '30 y en la Capital "había una gran demanda de artistas, sobre todo en el balneario y en la calle Corrientes". A los seis meses, con apenas diecisiete años, regresó con intención de quedarse. Consiguió empleo zapateando en dos locales de la zona del balneario (en lo que es hoy la Reserva Ecológica), tarea que alternaba con la realización de caricaturas en los períodos de descanso (porque el Chúcaro fue, además, un gran dibujante). En uno de esos locales, cuenta Freire, conoció a Mariano Mores, que también formaba parte del show y con quien mantuvo una amistad.
Probó suerte en La Querencia, emblemático local de la Avenida de Mayo al 700 donde recalaban los más grandes folkloristas de la época, pero no tuvo suerte: duró una noche. Sin embargo, el dueño del lugar le ofreció el subsuelo para seguir perfeccionándose. Fue en ese lugar donde se cruzó con figuras como el tucumano Ramón Espeche y otros grandes zapateadores que se convirtieron en sus maestros.
"La historia es fascinante -pondera el ideólogo y director de ‘El Chúcaro. La historia’-. Como la de cualquier otro bailarín que viene del interior, es cierto, pero en su caso es muy valorable la curiosidad que tuvo el Maestro, porque no solamente se rodeó de bailarines sino también de poetas y de músicos". Atahualpa Yupanqui tuvo mucho que ver en su crecimiento personal y en su afán de ampliar sus conocimientos para representar de forma acabada al hombre de campo cada vez que salía a escena. No habiendo terminado la escuela primaria, Ayala sentía que "había perdido mucho tiempo" para ampliar su formación. Fue así que convirtió a la biblioteca de su histórica casa de Vicente López en un permanente sitio de consulta al que alimentó siempre con nuevos ejemplares.