Una exploración del alma humana

Kokoro

Por Natsume Soseki

Impedimenta. 196 páginas.

Con toda razón advierte Fernando Cordobés en el prólogo de esta novela que debe prestarse atención a la atmósfera que se respira en la obra. Lo sugiere para entender el título, "Kokoro", un término que, dice, es escurridizo para la traducción, ya que es en parte corazón, alma, espíritu y pensamiento. Y lo que ofrece Natsume Soseki (1867-1916) en este clásico de 1914, ahora reeditado por Impedimenta, es precisamente una exploración del alma humana y de las siempre difíciles relaciones personales, a través de personajes que sufren la soledad y la angustia, los celos, la desconfianza y el egoísmo, en un Japón que experimenta un profundo cambio cultural y generacional a principios del siglo XX. De hecho, una antigua edición francesa se titulaba "El pobre corazón de los hombres".

Sin el peso de la soledad, por ejemplo, no se entendería siquiera esa suerte de discipulado que se establece entre dos personajes sin nombre, un joven universitario y un enigmático anciano al que solo conocemos como Sensei (maestro). Relación que es central en la trama, pero que por sí sola resulta algo forzada, hasta artificial, hasta bien entrada la novela. Porque es un vínculo que nace, y se va forjando, menos por la transmisión de sabiduría o de enseñanzas, que por la necesidad testaruda de compañía por parte del joven y la resignada aceptación del mayor.

Sensei es un hombre distante, indiferente, lacerante por momentos, y lo poco que se sabe de él es que está atormentado por un pasado que no quiere revelar pero que involucra la muerte de un amigo. Este hombre mayor, que vive en medio de la bulliciosa Tokio con su atractiva mujer pero sin contacto con el resto de la sociedad, se cruza un buen día de casualidad con ese joven estudiante, solitario, que comienza a seguirlo.

Natsume Soseki, considerado como el máximo representante de los escritores japoneses del último siglo, según Kenzaburo Oe, hace crecer esa relación mejor de lo que justificó su inicio, aunque siempre el interés de ese vínculo descansa en la naturaleza del misterio que envuelve a ese hombre.

La novela -que fue publicada por entregas, como muchas otras obras de Soseki-, sigue los pasos del joven durante sus estudios en Tokio hasta su graduación y posterior regreso a las casa paterna en el campo. Se divide en tres partes: su relación con Sensei, luego con sus padres, y finalmente la relación de Sensei con K, un amigo del “maestro” de la época de la juventud, que el hombre ya mayor cuenta por carta en una larga confesión en la que revela los secretos que ensombrecieron su vida.

A lo largo de todo ese recorrido, el autor se detiene en la introspección de los personajes, para lo cual también se vale de un juego de opuestos: a la juventud del primero y su fascinación con el Tokio moderno opone la madurez del segundo y su nostalgia del pasado; al ritmo vertiginoso de la capital, la tranquilidad de la vida de campo; a la confianza y sed de aprendizaje del menor, la desconfianza y reticencia del mayor; así como, en la última parte, opone la frivolidad juvenil de Sensei con el ascético talante religioso de su amigo K, sintoísta, aunque un poco sincretista también.

En una sociedad en transformación, pero dominada aún por la rigidez de las costumbres y el ojo inquisitivo de los demás, que condiciona a los personajes, Soseki indaga en las pasiones humanas y sus oscilaciones. Se interesa por el envilecimiento a causa de la avidez del dinero, o por la forma en que la avaricia, los celos o el miedo pueden enraizar en el alma y, a la postre, conducir al sufrimiento, la angustia y la desesperación.

Esos altibajos que llevan a veces al hombre de un lado a otro, como si estuviera arrastrado por la marea, nunca están mejor retratados que en el caso de Sensei, sobre todo en el último tercio de la narración. Casi una novela dentro de la novela, ese repaso por la juventud de ese personaje, con sus contradicciones, su padecimiento por amor y su tormento a cuestas, fue alguna vez visto como un pasaje estirado, pero lejos de eso no solo es el que le da sustancia, el más colorido y dramático, sino aquel que le aporta temperatura a una historia hasta entonces fría.