Una evocación del primer payaso

Toto Castiñeiras y sus 20 años en el Cirque du Soleil.

Por Toto Castiñeiras *

Especial para La Prensa

Hace unos años comencé el acopio de algunos materiales en relación al trabajo de ser payaso y, sobre todo, a la experiencia acumulada en la pista en el Cirque du Soleil y los festivales de circo desde 2004 a la actualidad. Lo hice porque me gusta pensar en una pila de hojas que documenten la actividad de hacer reír, pero también lo hice porque extrañaba la vida de circo, que se había pausado en 2020.

Entre todos estos trabajos que empecé a desplegar aparecieron: el boceto de un libro, un montón de ilustraciones propias, el visado de mis diarios de viaje, una investigación histórica y un ensayo abierto al público que llamé ‘Payaso’ y que acompañó y dirigió Lisandro Rodríguez en su Estudio Los Vidrios. 

Este trabajo en progreso intencionaba en el oficio del payaso, por fuera del puro efecto de hacer reír. Sin chistes ni eficacias, buscaba indagar en algo más oculto, algo ligado a una decisión interna de dedicarme a la clownería.

Dentro de esa obra/ensayo, Lisandro traía siempre el tema de ‘extrañar’. De sentirse extraño por estar afuera del lugar donde uno se siente un ser corriente, vibrando una realidad en sintonía con lo que uno es o desea.

Frente a la imagen de extrañar el trabajo en la pista del circo, yo caía en la cuenta de que lo que extrañaba, por sobre todas las cosas, era el contacto con el público.

La cercanía de la masa y la comunicación con los espectadores/actores que invitaba a la pista para formar parte de mis rutinas. Extrañaba el cómo, juntos, buscábamos el humor y provocábamos estallidos de risa en la carpa.

EL ORIGEN

Dentro de ‘Payaso’ me inventé un cuento. No sé si lo inventé o versioné algunas historias que alguna vez me contaron. Algo que intuyo sobre el origen del payaso, mucho menos brillante que los que mencionan a los “artistas” como los originarios de un lenguaje demasiado popular.

Una de las tantas historias y leyendas sobre el comienzo del circo remite a los circos ecuestres en Inglaterra durante el siglo XVIII. Cuentan que durante una de las virtuosas representaciones coreográficas de los caballos, un obrero de la arena salió al ring entre rutina y rutina. Como era de costumbre, su tarea era la de juntar la bosta de los caballos con una pala de hierro, depositarla en una carretilla y salir de la escena lo antes posible. El obrero, según cuentan, salió un poco beodo -no era fácil el invierno en un circo donde sólo existía la caballeriza a la intemperie y el picadero de aserrín-. Un poco de bebida blanca lo mantenía templado.

Entonado, nuestro amigo salió a la pista con tanta mala suerte que resbaló con la bosta y calló de traste frente al público. Con tanta mala suerte que el público rió a carcajadas, a los gritos, porque la risa se contagia y la gente ya solamente se ríe de reírse. Al volver con su saco de faena marrón por semejante revolcón, el dueño del circo le preguntó en un profundo británico si podía hacer lo mismo al día siguiente. El obrero asintió a cambio de una botella. Es que, de ser un simple peón palando bosta, algo diferente había ocurrido con la carcajada de la audiencia. Algo entre la vergüenza y el disfrute, entre lo indigno y lo digno.

Así, este individuo pasó a ser un personaje gracioso, saltó y rebotó como el ruido de una pala de metal golpeando contra el piso: ¡clon clon! Cuando el empresario se avivó un poco más, le regaló unos zapatos grandes para acentuar el efecto de la resbalada. “De lejos se va a ver mejor”, pensó el obrero, que quería llegar a lo más alto del pullman, al gallinero donde estaban sus amigos.

Cuando el olor de las ropas ya no se podía sacar con nada, el personaje se cubrió con otras ropas, cada vez más grandes. Mientras tanto la risa era más y más fuerte. Crecía el efecto y la sorpresa crecía también al ritmo del chiste, que se alargaba cada vez más.

Cuando el público volvió al circo a ver la broma del peón con la pala, el obrero empezó a enseñarle la rutina a sus compañeros de trabajo. Hasta los jinetes quisieron aprender ese truco. Es que nunca es suficiente el aplauso, y hacer reír es uno de los misterios indescifrables más ambicionados por los artistas de pista.

Hacer reír es una cuestión personal entre un individuo y el público de un show de acrobacias. Una cuenta pendiente con ese público. Los payasos somos la revancha de ese obrero disfrazado resbalando en la bosta de un caballo.

“Yo fracasé frente a ustedes, porque todos fracasamos”. Como si hacer reír fuera la convivencia entre un tipo al que le va mal y una audiencia de miles que fallan en sus vidas personales. La pista de un circo es el único lugar donde el fracaso se vuelve amor, uno compasivo. Te amo porque sos un desastre, amo lo malo que sos, amo que te equivoques.

Para no sentirme tan extraño, este junio estaré montando mis rutinas con participación del público en la pista en la nueva producción del Cirque du Soleil titulada ‘Sublim’. También estaré actuándolas en su apertura en Andorra. Será, sin duda, una enorme alegría.

* Actor, payaso y director teatral. Escribió y dirige actualmente ‘Patricio y Julieta (No es Romeo y Julieta)’, que se presenta los viernes a las 20.30 en el Centro Cultural Rojas (Av. Corrientes 2038).