‘El juego: Inicios’ provoca el miedo con recursos eficaces

Una convincente historia de horror


‘El juego: Inicios’. Libro y dirección: Francisco Ruiz Barlett. Acompañamiento en dirección: Matías Puricelli. Diseño de vestuario: Carol Peiretti. Escenografía: Giuliano Benedetti. Diseño de iluminación: Samir Carrillo. Actores: Agustina Cabo, Juan Cottet, Manuel Ramos, Nicolás Sousa, Mora Peretti, Federico Heinrich. Los sábados a las 20.30 y los domingos a las 21, en El Método Kairós.



“La escena de miedo de este cuento es real”, dice la celebrada autora argentina Mariana Enríquez sobre su relato ‘Cuando hablábamos con los muertos’ (2013), en el que un grupo de amigas adolescentes se reúnen para jugar con una tabla ouija en la casa de una de ellas. Se sabe que la comunicación con los muertos o “espíritus” es una obsesión humana que recorre con insistencia la literatura y el cine de todos los tiempos. De hecho, el gran autor británico de origen escocés Arthur Conan Doyle escribió varias historias sobre espiritismo, una de las cuales, ‘The History of Spiritualism’ (1926), explora las diversas manifestaciones y prácticas a lo largo de la historia, desde sus raíces en las religiones antiguas hasta su popularidad en la época victoriana.

También Bram Stoker, el autor de ‘Drácula’, exploró temas relacionados con lo sobrenatural en ‘The Jewel of Seven Stars’ (1903), a través de la comunicación con los muertos. Su trama se centra en el intento de resucitar a la antigua reina egipcia Tera, cuya momia ha sido descubierta por el Dr. Trelawny y su equipo arqueológico. A lo largo de la novela se llevan a cabo rituales y prácticas ocultas con la intención de contactar con el espíritu de la monarca y traerla de vuelta a la vida.

LO REAL

La referencia de Enríquez a “lo real”, con la que se abre esta nota, es uno de los más eficaces recursos para provocar terror porque intensifica la posibilidad de que “eso que allí ocurre puede ocurrirte a vos”. De algo de esto hablamos para referirnos a ‘El juego: Inicios’, de Francisco Ruiz Barlett y dirigida por él mismo, con el acompañamiento de Matías Puricelli. La obra fue un suceso en la escena porteña durante 2023 y regresó este año como punta de lanza de un proyecto mayor: una saga de terror, un género poco explorado en el teatro local.

La lógica serial y el horror son dos novedades entre nosotros y eso constituye un mérito, porque la obra convoca a un público sobre todo adolescente y joven, y porque los actores demuestran un desempeño muy prolijo en la actuación y logran un ritmo que vuelve amena una obra “de texto” debido a la claridad en la dicción (lo cual es mucho tratándose de adolescentes) y a una serie de desplazamientos en el espacio, que junto con el manejo de la luz y otros recursos, sobre todo del cine, conforman una maquinaria que funciona.

La historia transcurre en los años ‘40, durante una reunión de amigos adolescentes que se proponen jugar a la ouija a escondidas de sus familias en una veterinaria abandonada. Antonio es quien convoca a la propuesta y el que lleva la tabla. Tiene en su haber una serie de sucesos trágicos de índole familiar (la familia suele aparecer en estas historias poco idealizada, más bien fuertemente criticada o disfuncional), que debe enfrentar a través de este “juego”, exponiéndose a temores infantiles, y que permiten también explorar asuntos como la identidad, el proceso de maduración personal, la pérdida y la muerte. En este sentido, la historia tiene algo de relato de iniciación: luego de esta ceremonia, Antonio y sus amigos adquirirán una nueva sabiduría.

Para lograrlo, la obra cuenta con una estructura clásica y algo habitual en las series de streaming, y circula por los recursos típicos del horror, lo cual la convierte en un intento convincente de eficacia genérica, porque hay que saber construir teatralmente ambientes y climas que generen miedo, sobresaltos; es decir, experiencias físicas que susciten respuestas emocionales.

OTRO LUGAR

El espacio abandonado, casi sin luz, iluminado apenas por las linternas que llevan los protagonistas; los desperfectos por la antigüedad del lugar, la intermitencia de la corriente eléctrica, la existencia de otro lugar fuera de escena que no vemos pero oímos y suponemos por las referencias de los personajes, funcionan en conjunto para incitar la tensión del espectador.

“La obra fue un suceso en 2023 y regresó como punta de lanza de un proyecto mayor: una saga de terror.”

Hay, además, un objeto mágico de poderosa convocatoria en la literatura, pero sobre todo en el cine, la ouija; un comienzo y un final que suspenden la aparente distinción entre ficción y realidad, y que llaman a dudar ante lo que habrá de verse y lo que pueda ocurrir como consecuencia; la introducción de “fuerzas extrañas” que alteran la percepción del tiempo, junto con una lograda manipulación de la iluminación y de ruidos que irrumpen sorpresivamente.

La propuesta se completa con la imagen brusca e inesperada que destacan algunos rostros, el vestuario de época, que es una marca con reminiscencias anglosajonas: en el caso de los muchachos, estilo short pants outfit, es decir, tiradores, bermudas, medias hasta la media pierna y zapatos, atuendo popular en varios países occidentales durante las primeras décadas del siglo XX, especialmente en el período de entreguerras (1920-1940). Uno de los amigos, además, lleva un vestuario similar al de las gemelas Grady, las de la película ‘El resplandor’ (1980), de Stanley Kubrick, un clásico basado en la novela de Stephen King, otro maestro del género. El hermano menor, otro de los personajes, y su muy precisa actuación de niño algo retraído, será el fusible de algunos momentos de clímax que le otorgan eficiencia a la trama.

De esta manera, ‘El juego: Inicios’ ofrece una singular experiencia sensorial, de ambiente lúgubre y oscuro, donde el terror se convierte en protagonista.

Calificación: Muy buena