“Los argentinos tienen que decidir de una buena vez si quieren ser una nación o no, y hacerse cargo de las consecuencias de esa decisión. Lo peor que puede pasar el domingo es un empate, o algo capaz de ser presentado como un empate. Eso sólo serviría para prolongar la agonía.” Esto lo escribí el viernes en mi cuenta de X, y a la luz de los resultados de la elección legislativa debo reconocer que los votantes se pusieron de manera indubitable a salvo de esa clase de agonía, que es la que brota de la incertidumbre.
El gobierno de Javier Milei recibió un claro respaldo popular, y ese respaldo es un enigma porque su único mérito ha sido el de mantener reprimida la inflación y el gasto público, y esto con un costo altísimo en términos de divisas fuertes y también en términos de sufrimiento social. No hay un solo sector de la economía argentina, excepto el de la especulación financiera, que se haya visto beneficiado por las políticas oficiales; no hay un solo sector social, excepto el de los muy ricos, que haya prosperado en los últimos dos años.
Al contrario, son muchos y muy variados los sectores de la población que sufrieron las consecuencias de la política económica de Milei, desde los trabajadores que perdieron sus empleos hasta los que soportaron el congelamiento de sus salarios frente a precios y especialmente tarifas en constante alza. Son muchos los empresarios que vieron naufragar sus industrias, sus comercios, sus explotaciones agropecuarias. Son muchos los científicos y técnicos que vieron los frutos de años de trabajo ofrecidos en venta al extranjero.
También son muchos los que se han resentido de la injerencia foránea, especialmente estadounidense, en los asuntos financieros, económicos y políticos nacionales, en niveles que extienden la convicción de que la Argentina se ha convertido en un país intervenido, resignada su soberanía, envueltas sus máximas autoridades en situaciones humillantes e indecorosas como nunca jamás en su historia. Nunca jamás de manera tan desembozada e insultante.
Más que unos comicios rutinarios de renovación legislativa, los de este octubre se convirtieron de hecho en un plebiscito sobre la gestión de Milei y sobre su voluntad de subordinar el destino de la Nación Argentina, a las necesidades estratégicas, económicas y geopolíticas de los Estados Unidos de Norteamérica. Ese plebiscito falló, sin lugar a dudas, a favor de la gestión libertaria, y dio por tierra con la tradición de orgullosa dignidad que caracterizó al pueblo argentino a lo largo de su historia.
Pero, ¿se trata efectivamente de una apuesta renovada? La decisión emanada de este comicio, más que de los méritos inexistentes del gobierno de Milei, responde probablemente a dos razones principales: la mala calidad de la información provista al electorado por los medios de comunicación, perdidos con pocas excepciones entre lo trivial y lo anecdótico, y la peor calidad de la oferta política opositora, que no hizo nada por esclarecer a la población sobre las cuestiones fundamentales puestas en juego en esta elección.
El triunfo electoral, junto al apoyo irrestricto de los Estados Unidos, priva ahora de excusas al oficialismo y lo apremia para que exhiba resultados. En lo inmediato, sin embargo, no parece asomar más que una nueva oleada de rigores: la corrección cambiaria parece inevitable, tanto como el aumento de las tarifas dolarizadas y el rebrote consecuente de la inflación, y se avecinan las prometidas reformas laboral y previsional, con aumento de la jornada de trabajo y de la edad mínima para jubilarse. Es otra clase de agonía, pero para la próxima elección faltan dos años
