ENSEÑANZAS DE NUEVE AUTORES CRISTIANOS PARA UNA SOCIEDAD DESARMADA ESPIRITUALMENTE

Un viaje hacia la amistad profunda

POR IGNACIO A. NIETO GUIL

En homenaje a Jacques Maritain, Gustave Thibon, Étienne Gilson, G. K. Chesterton, C. S. Lewis, J. R. R. Tolkien, Josef Pieper, Rafael Gambra y Leonardo Castellani

En este mundo de las apariencias y de relaciones determinadas en buena parte por la utilidad, dice Aristoteles (384-322 a. C.) en el libro VIII “Sobre la amistad” de la Ética nicomáquea, que existen tres clases de amistad. La primera de ellas es por interés: “Los que se quieren por interés no se quieren por sí mismo, sino en la medida en que pueden obtener algún bien unos de otros”. La segunda de ellas es por placer: “Igualmente ocurre con los que se aman por placer; así, el que se complace con los frívolos no por su carácter, sino porque le resultan agradables… Se aman por lo que es bueno o complaciente para ellos, y no por el modo de ser del amigo, sino por lo que le es útil o agradable. Estas amistades lo son, por tanto, por accidente, porque uno es amado no por lo que es, sino por lo que procura, ya sea por utilidad o placer. Por eso las amistades son fáciles de disolver, si las partes no continúan en la misma disposición; cuando ya no son útiles o agradables el uno para el otro, dejan de quererse”.

En tercer y último lugar, destacó el filósofo estagirita, que la verdadera amistad es la: “Amistad perfecta de los hombres buenos e iguales en virtud; pues, en la medida en que son buenos, de la misma manera quieren el bien el uno del otro, y tales hombres son buenos en sí mismos; y los que quieren el bien de sus amigos por causa de éstos son los mejores amigos, y están dispuestos a causa de lo que son y no por accidente; de manera que su amistad permanece mientras son buenos, y la virtud es algo estable”. Precisamente, sólo los buenos pueden ser amigos por sí mismos en la “virtud”, mientras que los malos no se quieren por sí mismos, a menos que surja algún provecho o interés.

Josef Pieper, notable filósofo católico alemán.

EL SIGNIFICADO

Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.), en un bello texto titulado “Sobre la amistad”, nos enseñó al igual que Aristoteles, a develar el verdadero significado de la amistad, pues dijo que: "La amistad no es otra cosa que un acuerdo absoluto en todos los asuntos, divinos y humanos, junto con el amor y buena voluntad; por cierto, no sé si algo mejor que la amistad, exceptuada la sabiduría, le fue dado al hombre por los dioses inmortales [...] La amistad no puede existir sino en hombres de bien [...] También deben ser llamados así quienes se conducen de tal forma, viven de tal forma que se reconoce su buena fe, su integridad, su constancia, su generosidad, y de tal manera que no hay en ellos ni ambición, ni capricho, ni insolencia, sino una gran firmeza de carácter”.

Por su parte, el autor estoico, define lo que no es la amistad: “Es peligroso el error en aquellos que juzgan que está abierto en la amistad el desenfreno en todas las pasiones y los vicios. La amistad ha sido otorgada por la naturaleza como auxiliar de las virtudes, no como acompañante de los vicios [...] Debe perderse toda esperanza en la salvación de aquellos cuyos oídos están cerrados a la verdad, de manera que no puedan oír lo cierto de labios de un amigo [...] La hipocresía no solamente es mala en todas las circunstancias, porque suprime el discernimiento de la verdad y lo corrompe, sino que es sobre todo particularmente incompatible con la amistad. Evidentemente, destruye la sinceridad, sin la cual el término 'amistad' no puede tener sentido”.

Luego de este breve repaso teórico de autores de la talla de Aristóteles o Cicerón, algunos podrían llamarme iluso por considerar como amigos, en su tercera variante aristotélica, a quienes ya partieron a puerto seguro. Estos buenos y verdaderos amigos se conectan entre sí, no solo porque transitaron gran parte del siglo XX, sino que profesaban el cristianismo. Vivieron, además, en tiempos convulsionados por las guerras y el desánimo constante como, así también, bajo la vigencia del nihilismo en el plano de las ideas, lo cual conllevó, entre otras cosas, a la erradicación del pensar metafísico y de las cuestiones trascendentales. Sin embargo, ellos no se dejaron doblegar ante un mundo carente de luz sino, por el contrario, nos brindaron su llama interior para poder seguir iluminando nuestras vidas.

Estos enormes autores mantuvieron un espíritu sin igual que, a pesar de las distancias y diferencias geográficas como idiomáticas, poseyeron una semejanza que a decir verdad se traduce en un lazo invisible y misterioso; una suerte de hermandad que los mantuvo más que unidos y, sobre todo, los mantiene vivos en la actualidad. Espíritus que jamás perecerán a pesar que ya no estén con nosotros, pues entendieron el camino de la vida como buenos peregrinos o, en términos de Gabriel Marcel, fueron verdaderos “homo viator” en constante viaje y búsqueda hacia la meta suprema que no supieron someter los tiempos actuales, ya que entendieron que había algo más por lo cual luchar, contra todo lo inanimado de su tiempo.

Ya sea como filósofo, historiador, polemista, cuentista, apologista en lengua anglohablante, francoparlante, germanoparlante o hispanohablante, han servido y transitado un único camino que los mantuvo gran parte de su vida focalizados en una tarea que escapa a todo interés vacío e intrascendente. Ellos intentaron, justamente, hacernos vivir para un propósito mucho más grande, lleno de luz y esperanza, ante la sombra del mundo y los tiempos presentes.

En este sentido, me es humanamente imposible conocer en detalle la profundidad del pensamiento y obra de los autores que se nombran al comienzo. Ya sea por mi juventud, ya sea por los deberes de la vida diaria o quizá su grandeza sea tan inmensa que ni arribo a su gran magnanimidad; ni tampoco me animo a ser un representante de tan digo pensar, aún más por mi falta de virtudes en la vida. Sin embargo, sí coincido en captar una esencia que, ciertamente, no es de este mundo, porque ellos volcaron su mirada a develar un cielo y, consecuentemente, penetraron con su sabiduría y contemplación a un Dios que, difícilmente, se deja ver en el plano del pensamiento en estos días. Allí radica la enorme virtud de estos pensadores que hicieron de su vida una empresa en torno a la búsqueda de la verdad.

EN SUS PALABRAS

Dice G. K. Chesterton (1874-1936) que: “El bien no está en encontrarnos con nuestros amigos, sino en haberlos encontrado”.

Dice J.R.R Tolkien (1892-1973): “Es una gran bendición tener amigos inoportunos y decididos que no le permiten a uno sumirse en un silencio permanente”.

Dice Jacques Maritain (1882-1973): “La esencia de la amistad está en la benevolencia que va hasta el sacrificio de sí mismo por el amigo. Dios nos ama con amor de amistad subviniendo a todas nuestras necesidades y muriendo por nosotros en la Cruz”.

Dice Gustave Thibon (1903-2001): “El ser mediocre acepta de buen grado los términos medios en el amor o la amistad. No necesita para amar de una estima, de una transparencia totales y recíprocas, de un don de sí sin reserva: sus más caros afectos van impregnados de cálculo y de desconfianza; siempre llevan consigo puertas de escape. Por otra parte, se complace en esas medias tintas y no desea otra cosa. La señal de un alma grande, por el contrario, es el sentir la asfixia en esas relaciones medidas, reticentes y estancadas”.

Dice C. S. Lewis (1898-1963): “La amistad es innecesaria, como la filosofía, como el arte, como el universo mismo, porque Dios no necesitaba crear. No tiene valor de supervivencia; más bien es una de esas cosas que le dan valor a la supervivencia”.

Dice Josef Pieper (1904-1997): “La amistad necesita tiempo, se dice en él. Normalmente no prende tampoco a la vista de otra persona, sino al sorprenderse de que, de pronto, ha aparecido alguien que ‘ve las cosas igual’ que nosotros y del que uno dice gozoso: ¡es bueno que existas!”.

Dice Rafael Gambra (1920-2004): “La entrega en el amor humano o en la amistad es, asimismo, el fruto maduro de una lenta conquista del alma y del corazón. Por esta resonancia conceptual se suele oponer tradición a toda mutación violenta de lo que es interior o natural, eminentemente a la idea de revolución, que connota ruptura con el ayer, forzamiento del acontecer. Esta especie de donación o entrega que la vida otorga al hombre en el proceso de su propia maduración es lo que puede reconciliarse con el paso inexorable de la vida, librándolo de la extrañeza o de la angustia hacia retazos dispares o inútiles en el propio pasado. La vida paga por lo que de ella recibimos como fruto maduro de nuestro propio esfuerzo y entrega: el mundo circundante se hace nuestro y amable en la misma medida en que devuelve nuestro esfuerzo y nuestro amor en una tradición que lo penetra y transfunde”.

Dice Étienne Gilson (1884-1978): “Los dos fundamentos de la sociedad son la justicia y la amistad, porque sin justicia la amistad está ciega, como sin amistad la justicia es estéril. De esas tres proposiciones, ¿hay alguna que haya dejado de ser verdadera, siquiera por un momento, durante los últimos veinticuatro siglos? Por eso, si nuestros contemporáneos nos fallan, busquemos en el pasado el maestro que necesitamos. Ninguna relación inteligible entre dos términos pertenece para siempre al pasado; cada vez que se la comprende, está en el presente”.

Dice Leonardo Castellani (1899-1981) en un refrán: “Yo tenía tres amigos. Uno me regalaba plata. Era un buen amigo. El otro una vez me puso la mano sobre la mano y me dijo:

-Si te matan, yo me haré matar por vos.

-¿Por vos o con vos? -le dije.

-Con vos - y no mentía.

El tercer amigo cuando iba a verlo se ponía alegre. Yo también me ponía alegre. Y estábamos alegres todo el tiempo. Era mi mejor amigo”.

DON SOBRENATURAL

Ellos fueron amigos bajo un don sobrenatural, en una visión noble y desinteresada de amor a los hombres a través de los divinos secretos del cielo. No partieron únicamente de la simple erudición intelectual -que además la tuvieron-, sino de un ánimo espiritual de buscar la verdad con un sentido trascendente, y ello simplemente, los transformó en hombres extraordinarios. Ellos fueron médicos de almas y, sobre todo, de visiones erradas. Por ello, es preciso tener humildad receptiva una vez descubierta la maestría excelsa de los autores en cuestión para cambiar nuestro vago concepto actual de vida. Esa especie de insensatez que a menudo nos embriaga a nivel espiritual, como a un alcohólico, para no conocer la verdad.

Ellos, además, llegaron al ideal encarnado -no sólo al saber teorético-, a una práctica auténtica y, en suma, a una perfección ontológica de orden natural y sobrenatural. Estos enormes autores se atrevieron a nadar a contracorriente, es decir contra las tendencias, las modas y las filosofías que nada le aportaban a la existencia humana. Una lucha que solo los nobles de espíritu alcanzan.

Naturalmente, nadie está exento de caer. Es un hecho seguro. Sin embargo, siempre se puede recurrir a un buen amigo que dice en qué lugar está el bien y por tanto qué rumbo hay que tomar para hallarlo. Todos los seres humanos, en este aspecto, poseen una preciosa dignidad, hasta el más mísero hombre puede redimirse, siempre y cuando suenen las campanas; es decir con un llamado al que hay que estar abierto en una auténtica libertad trascendente para recibirlo. Sólo el cristianismo, así pues, crea una fuerza inigualable en el mundo; esta fue, sin duda, la fortaleza de los autores y de aquellos santos que fueron aún más santos en la adversidad.

A veces un mínimo encuentro de escaso tiempo, con un auténtico amigo, nos puede ayudar a enfrentar la tormenta de mañana, la que viviremos al otro día. En dicha tormenta se encuentra un refugio en los buenos amigos. Un alivio para atravesarla, ya que siempre habrá una fortaleza esperándonos al final del día; en una suerte de silencio al llegar la noche y a la luz de las estrellas, cuando el bajo mundo apenas descansa.

Si no existiera un Chesterton el mundo estaría más vacío. Andaríamos más desarmados porque, en efecto, la sociedad está desarmada espiritualmente y además anclada en el “costumbrismo”, bajo una forma de dictado y recepción pasiva de la cual ya no levantamos protesta alguna. En este mundo moderno queremos autos más rápidos, ¿pero hacia dónde vamos? Queremos casas más grandes, ¿pero con que las llenamos? Queremos billeteras más abultadas, ¿para comprar qué cosas? El príncipe inglés de las paradojas fue claro al decir: “El objetivo de la vida es la capacidad de apreciar; no tiene sentido no apreciar las cosas como tampoco tiene ningún sentido tener más cosas si tienes menos capacidad de apreciarlas”.

El bien, la humildad, la sensatez y las buenas personas no se compran, porque “Sólo se conocen las cosas que se domestican… Si quieres un amigo ¡Domestícame!” , le dijo el Zorro al Principito. Aquellos hombres ocupados, un tanto refinados en apariencia, son quienes manejan y dictaminan en el mundo. Pero hay una clara división, aún en la confusión actual, con otros hombres dignos de espíritu, que no se venden al formato actual del mundo. Ellos son reyes en su hogar y establecen sus propias leyes; a veces ese reino es único en el mundo, pues la visión de su dominio escapa, precisamente, a la mirada totalitaria de la sociedad.

En consecuencia, si todo ya está dicho no hay nada por descubrir, sólo debe haber un cambio de mentalidad hacia lo espiritual, para que el centro sea Dios, pero con un hombre alrededor. Esto servirá, entre otras cosas, para calibrar con otra visión la realidad y descubrir un nuevo ámbito que ilumina la existencia entera.

Un amigo, nuevamente como Chesterton, nos puede ayudar a esclarecer una situación de vida en la que todo se reduce a una cuestión espiritual. Sin embargo, el hombre moderno espera un falso cuento de hadas, porque no tiene vida y porque carece, justamente, de espíritu. Por ejemplo, la felicidad puede estar en comprarse un bolígrafo tan pequeño que entre en un bolsillo y te permita, consecuentemente, escribir en una minúscula servilleta algún par de ideas que escapan a la locura diaria. O tomar, por otro lado, tres cafés en un día con un amigo inteligente pero, sobre todas las cosas, con un gran espíritu inspirador; aquel amigo que guía con caridad y sensatez. Una inteligencia y un espíritu al servicio, en un mundo que no quiere ponerse a servicio de nobles empresas.

Un drama en el mundo actual es decir una verdad que por comodidad nadie quiere creer. Y aquellos que no quieren ver ponen a los demás en una falsa posición según su corta visión. Porque, en realidad, son seres pequeños los que creen ir con el pecho inflado, aunque más bien están inflamados, como un tobillo roto que molesta todo el día.

Son genios de la planificación, ya que la dignidad vale para ellos y aumenta en valor por lo que debe poseer o aparentar “materialmente” en el mundo y como nos movemos detrás de esos falsos objetivos, cuando representan todo en la vida. No obstante, no hay que esconder nuestro lado profundo del alma, el que uno suele ocultar delante de un “insensato” en términos Gambrianos, porque cree estar acompañado de objetos “aggiornados”. Es decir de una falsa realidad externa de la cual es un rehén, ya que ellos ganan en la apariencia de lo visible, pero nosotros luchamos por lo invisible.

En efecto, la vida es más sencilla y común que la propuesta del insensato a tener una vida, justamente, compleja y llevada a lo difícil en su embriaguez de metas, objetivos y atónita practicidad. Según Chesterton en Lo que está mal en el mundo, el nuevo hipócrita: “Es un hombre cuyos objetivos son realmente religiosos, pero pretende hacernos creer que son mundanos y prácticos”.

EL HOMBRE SUBLIME

Actualmente, al no haber riqueza espiritual en el mundo, se ha perdido el verdadero sentido de lo que representa la “cultura”, pues ésta proviene del latín y significa etimológicamente cultivo. En este sentido, se puede decir que para que haya una verdadera actividad cultural, se debe, valga la redundancia, cultivar el alma. Esta actividad demanda, entre otras cosas, mucha paciencia, trabajo y tiempo. Pero el hombre moderno jamás tiene tiempo y, precisamente, en el camino pierde lo esencial, lo contemplativo y lo sublime, hasta que es demasiado tarde en la vida y el tiempo, consecuentemente, no se recupera.

Al reverso de lo anterior, mantengo la idea de que un hombre sublime no debe llegar a ningún lado, humanamente hablando, a ningún puesto considerable. Pienso en estos autores y recuerdo su fuerza espiritual, pero en ningún caso imagino que hayan sido un gobernante de alto rango, una celebridad o un empresario famoso, puesto que no han buscado nada de eso, sino únicamente la verdad y han compartido su honesto camino: su tránsito hacia la luz eterna. Tal vez fueron pequeños ante el mundo —no para muchos que estamos en el mismo barco— y, sin embargo, gigantes ante Dios.

Finalmente, si el sueño de edificar se ha roto en la actualidad, sabemos, no obstante, que el sol no se destruye durante la espesa noche, pues hay una luna que a oscuras ilumina como un farol a través del mismísimo resplandor que viene de la luz solar a lo lejos. Así ha de ser nuestra esperanza en estos tiempos y estos autores, sinceramente, nos la devolvieron.