TEATRO ‘La Malinche’, en el Cervantes

Un texto discursivo que atrapa gracias a una puesta inteligente

‘La Malinche’, de Cristina Escofet. Dirección: Andrés Bazzalo. Diseño de escenografía: Alejandro Mateo. Diseño audiovisual: Lucio Bazzalo. Realización audiovisual: Lucio Bazzalo. Música original: Gerardo Morel. Diseño de iluminación: Soledad Ianni. Actrices: Maia Mónaco, Ana Yovino. Músico en escena: Maximiliano Más. En el Teatro Nacional Cervantes.

 

Esta obra de Cristina Escofet (La Plata, 1945) fue publicada en Travesías femeninas en 2022 con el nombre ‘A través de los granos de maíz (Memorias de Malinalli) (Melodrama histórico en diez momentos)’. Según la autora navegó cuatro años a lo largo de la Conquista Española. Allí encontró la historia que recuerda la figura de Malinalli, la princesa de Paynala, encarnada en La Huesera que dialoga con La Cantora, metáfora del tiempo, que va leyendo el pasado a través de los granos de maíz y de allí surgirán los episodios de la vida de una mujer que migró de las culturas mesoamericanas y se insertó en la cultura europea y se autoproclamará “la sin raza, la sin lengua, la sin tierra y sin comarca ni trono”. La gran astuta mesoamericana. ¿Traidora o sobreviviente?

¿Los ejes temáticos de La Malinche no están agotados? Se ha escrito y se escriben hasta el hartazgo textos que fulminan la Conquista y la Evangelización de España en América. Después de Bartolomé de las Casas, sus epígonos siguen cargando las tintas quedándose solamente con La Leyenda Negra efectista de hombres crueles y ambiciosos que solamente buscaron oro. Y qué decir de los planteos feministas. El discurso de Escofet puede por momentos confundir y hasta parecer un poco anacrónico. Dudamos que La Malinche razonara como una feminista del siglo XX o XXI, pero el atajo de la escritora para no caer en aquel defecto fue atribuirle la edad de cuatro siglos a La Huesera, quien se encarga de revivir las luces y sombras de una princesa indígena que termina siendo doña Marina, la mujer de Hernán Cortes.

ECUANIMIDAD

Un hallazgo interesante del texto, y que lo recoge la puesta, es mostrar que la supuesta crueldad no fue patrimonio de los Conquistadores y que los indígenas no quedaron atrás. Quedan a la vista los sacrificios humanos, y con respecto a la joven princesa, fue vendida a los mercaderes, se convirtió en esclava y concubina preferida del Cacique antes de la llegada de los españoles a América.

El tono discursivo y la intensidad poética de la escritura de Escofet son un desafío para todo director teatral. Andrés Bazzalo resolvió con fluidez la puesta en escena. La princesa de Paynala hace un flashback, sin mediaciones, en relación directa con La Cantora y para ello en primer lugar eligió a dos buenas actrices: Ana Yovino -Premio ACE 2023 como Actriz en teatro alternativo por su actuación en ‘Brutus’, de Oscar Barney Finn y Marcelo Zapata- en esta puesta está muchísimo mejor que en aquella. Se la ve más libre, se adueña del espacio escénico utilizando los mejores recursos para logra un trabajo corporal superlativo, un recorrido muy creíble de La Malinche de niña a matrona.

Maia Mónaco no queda a la saga, su personaje es más estático y difícil. Allí se ven claramente las huellas de la danza, las clases con Iris Scaccheri en el Instituto Di Tella; del teatro-danza y la voz, donde encontró una síntesis de todo ese recorrido, según sus propias palabras.

No sabemos porque habrá recurrido al micrófono en una sala relativamente pequeña, ello no obstó para que su profesionalismo y el sentimiento que imprime a cada canción interpretada se ponga en evidencia. La voz y la expresión de Mónaco conmueven, salen de las entrañas. Una actuación soberbia.

En segundo lugar, Bazzalo eligió un equipo de colaboradores muy creativos. Maximiliano Mas, músico talentoso que dota de melodías apropiadas a cada momento, a un costado dentro del espacio escénico, da golpes precisos de percusión, rasguidos de guitarra y de vigüela. Su labor se torna imprescindible para jerarquizar una puesta que carece de silencios y apagones.

La escenografía minimalista basta para desarrollar un mundo de sensaciones a través del mapping de imágenes. Genera un espejismo óptico que transforma la fusión entre la imagen proyectada sobre una pirámide en nuevos objetos que parecen reales. Las superficies se convierten en un soporte sobre el que se proyectan figuras: una virgen que se repite hasta el cansancio, símbolos indígenas, imágenes de un cacique o el avance de los conquistadores españoles, que juegan con la forma y las texturas de la superficie para crear una ingeniosa experiencia de luz e ilusión.

El vestuario de Adriana Dicaprio conjuga la practicidad con la belleza, ideales para realizar los cambios en segundos y en medio de la escena.

FATIGA

El trabajo realizado, sin embargo, no fue suficiente para que la última media hora (la obra dura noventa minutos) se haga eterna. Hay algunas sobreactuaciones, gritos, y suenan un sinfín de palabras innecesarias, que a esa altura ya resultan reiterativas y empalagosas, y fatigan la atención, prólogo de un final poco sorprendente.

Sin perjuicio de ello, remarcamos la inteligencia del director y la calidad de los artistas para ofrecer un espectáculo mayormente ágil y que hacer resonar al mismo tiempo la profundidad del texto dramático.

Calificación: Muy buena

Alejandro Domínguez Benavides