El rincón del historiador

Un santo en el Bs. As. del siglo XVIII: el hermano José de Zemborain

Alfaro, en La Rioja española, remonta su historia a la época de los romanos. Allí nació el 12 de febrero de 1741 un niño al que en la pila bautismal se le dieron los nombres de José Matías Guillermo del Rosario. Segundo hijo de Martín Zemborain e Isabel Ruvalcaba poco sabemos de sus primeros años, pero un documento del Archivo de Indias nos alerta que acompañó a su hermano mayor Félix Martín en 1758 a Buenos Aires.­

Embarcaron en el navío "San Ignacio de Loyola" a cargo del maestre Francisco de Segurola, con mercaderías para colocar en la plaza porteña; José era "soltero, de 16 años, cuerpo regular, delgado, blanco y ojos pardos" y su hermano se había comprometido a restituirlo al seno de la familia a su regreso.­

Pero Félix no pudo cumplir el compromiso y el muchacho se quedó en Buenos Aires. De sólida formación religiosa el 27 de mayo de 1759 se incorporó a la venerable Tercera Orden de Santo Domingo.­

En el libro correspondiente dice que estaba dedicado al comercio, establecido con una platería en la esquina de las calles del Cabildo y de la Santísima Trinidad, denominada entonces como la esquina de los Bustillos. Para ganar clientes buscó alguna forma de atraerlos y lo logró ya que al poco tiempo todos lo conocían como la "tienda del precio fijo".­

Félix vio la oportunidad sin duda de la plaza porteña, sabemos con certeza que volvió en la fragata "San Rafael" en 1765 con un cargamento, "soltero, de 26 años, trigueño claro, ojos pardos".­

Finalmente en octubre de 1770, ya casado con Manuela Sánchez Cueto, su hijo José Simón obtuvo licencia para pasar a Buenos Aires donde se instaló y fundó una numerosa la familia que conserva hasta hoy el apellido. Otro hermano Joaquín era doctor en derecho civil y canónico, una de sus primeras actividades fue bautizar "de urgencia" en la rada del puerto de Buenos Aires el 12 de julio de 1771 a su sobrino Joaquín, al que apadrinó al completarse la ceremonia. Se desempeñó en la iglesia de San Carlos de Maldonado en la Banda Oriental, donde falleció el 1º de abril de 1774.­

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EL LLAMADO DE LA IGLESIA­

José Gabriel pasaba los días detrás del mostrador halagando a la clientela, vigilaba además el comercio análogo de su hermano, instalado en una de las esquinas de la plaza de Monserrat; pero sintió el llamado al servicio de la Iglesia ("me ordeno o me condeno") e ingresó como postulante en 1766.­

El "día siete de marzo de 1768, tomó el hábito de converso el hermano fray José Samorain del Rosario, que se lo dio N.M.R.P. Predicador General y Prior Provincial fray Francisco Domingo Cuenca en este Convento de Predicadores de Buenos Aires y por ser verdad lo firmo en dicho día, mes y año. F. Ignacio Morote, pro-maestro de novicios".­

Después de las duras pruebas a las que eran sometidos los candidatos, al cumplirse el año José profesó en el convento de San Pedro Telmo de Buenos Aires; suficientemente ilustrado en gramática en octubre de 1771 fue designado en el capítulo provincial "Maestro de Primeras Letras", junto con fray Pedro de Pelliza.­

Sin duda era una enseñanza de excelencia la que se daba en el lugar. Una estadística del mes de setiembre de 1773, nos informa que el Colegio de San Carlos tenía 232 alumnos, seguido por el del Convento de Santo Domingo con 123 estudiantes en primeras letras. Fray Rubén González O.P., con su conocimiento de la historia Orden escribió: "Hizo (Manuel Belgrano) sus estudios secundarios en el Real Colegio de San Carlos. De los primarios nada se ha dicho, Pero existe la máxima probabilidad que los haya realizado en la Escuela de Santo Domingo, tan próxima a su casa, a la que concurrían numerosos niños del barrio, aristocrático en aquel entonces y hasta un siglo más tarde, donde enseñaba el ilustre hermano fray José de Zemborain".­

Dicha escuela, como lo ha hecho notar Trenti Rocamora, "salvó la enseñanza primaria en Buenos Aires, cuando la expulsión de los jesuitas". Fray José enseñó desde 1770 a 1773, un ex alumno suyo escribió: "Mirarle el rostro, era lo mismo que mirar a un santo. Cuando me tomaba la lección de gramática, me sentía poseído de gran respeto y veneración por su persona.­

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PAN Y AGUA­

Pablo Ducrós Hicken, recordó hace siete décadas que ayunaba casi de continuo, hacía los trabajos más duros dentro de la comunidad y del desprecio que recibía, de a poco se ganaba la respetuosa consideración de la gente. Solía dormir sentado en una silla, a veces de pie, con su cabeza metida dentro de una gran argolla de hierro. Su alimento era pan y agua y a veces cola de sábalos, comía lo que otros desechaban.­

Parece que alguna vez llegó a una pulpería y pidió la consabida limosna, el propietario le indicó dos sacos de cuero de yerba, que eran necesarias dos personas para llevarlos a la rastra. El hermano Zemborain los cargó sobre el hombro y salió con ellos como si llevara unas plumas, lo que le valió la admiración de los presentes. En aquel Buenos Aires de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX se le atribuían curaciones, profecías, al extremo que se decía que la lluvia no lo mojaba.­

Eran las siete de la tarde del lunes 22 de octubre de 1804 cuando entregó su alma al Creador. Es tradición que el padre prior del Convento debió pedir al virrey Sobre Monte una compañía de guardias armados para proteger sus restos porque una multitud pugnaba por cortar un trozo de su raído hábito como protectora reliquia. A la misma hora que moría en Buenos Aires, en Roma las campanas tocaron a duelo, un dominico dijo: "Acaba de morir un justo, y es de nuestra orden".­

En esa celda pobre, tenía la compañía de un perro "Pila" que lo acompañaba en sus caminatas mendicantes. En los momentos finales su confesor le pidió que le dejara el perrito. Zemborain llamó a la mascota y le dijo que ya no lo iba a necesitar más y que se acogiera al cariño leal del nuevo amo. Cuando éste retornó a su celda lo encontró sobre su lecho aullándole contento.­

Fue Zemborain quien profetizó una vez a Liniers que iba a ser el salvador de Buenos Aires, cuando aún no se imaginaban que tropas inglesas arribarían al Plata.­

El pintor italiano Angel María Camponeschi pintó el retrato de fray José la más importante pintura colonial porteña, que se conserva en el Convento porteño. El fraile delgado, alto, vestido con su hábito, la mano izquierda nos recuerda las del Greco, se cree que el rostro fue obtenido en su lecho de muerte, de fondo una vista del convento, a sus pies los escudos de la Orden de Predicadores y el de la familia, y a los pies imitando un viejo papel se lee: "La regular observancia y demás edificantes virtudes del Herman Fray José de Zemborain movieron la devoción de algunos fieles a costear este fiel retrato. Murió el 22 de octubre de 1804".­

Los restos de fray José descansan en una urna en el templo, y una placa colocada en 1951 por su familia y admiradores le rinden piadoso homenaje. A los pies en una vitrina se encontraba el cilicio que usaba y fue robado, como me lo confirmaba hace unos días mi amigo fray Alberto Saguier Fonrouge O.P.­

Con motivo de los 800 años de la muerte de Santo Domingo de Guzmán, fundador de los Predicadores se cerró el Año Santo el 6 de enero pasado. Bueno sería rescatar la figura de fray José de Zemborain, olvidada para las actuales generaciones y tratar de seguir los pasos necesarios para que su vida ejemplar pueda llegar a los altares, ya que "habiendo dejado fama no vulgar de Santidad, entregó su alma a Dios".­