199 años de una de las últimas batallas de la independencia hispanoamericana

Un oficial de órdenes argentino, en Ayacucho

Por CR Gastón Marmonti *

El Sargento Mayor (1) graduado, de granaderos a caballo de Los Andes, José Cecilio Lucio Lucero (2), argentino y puntano, es uno de los ocho edecanes del General Antonio José de Sucre (venezolano). Ellos son un argentino, cinco colombianos y dos peruanos. Lucero con sus treinta y dos años es un veterano guerrero de la independencia. Él se unió al Regimiento de Granaderos a Caballo en 1817, para cruzar Los Andes, en la lejana Mendoza. Después Chacabuco, Cancha Rayada, Maipú. Ya parece que eso fue en otra vida.

Hace siete años...

LA BATALLA MAS IMPORTANTE

Hoy 9 de diciembre de 1824, acompaña encolumnado al General Sucre para transmitir sus órdenes en la batalla más importante de toda Sudamérica. Cerca del pueblito de Quinua, Perú: 5.780 independentistas y 6.906 realistas, se enfrentarán en la planicie que forma la pampa de Ayacucho, a valle (en la bajada) del cerro Condorcunka. Todos imaginan que esta puede ser la última batalla que marque el final de la presencia española en la América del Sur o la restauración del régimen español en el Perú si la batalla es victoriosa para éstos. Muchos peruanos, tienen hermanos, familiares en el bando contrario.

La mañana es muy limpia, despejada y todavía fresca. Se respira el mismo aire del campo en Mendoza, en Talca (Chile), en Pichincha (Ecuador) y ahora acá, cerca de Quinua. Otros aromas del campo aún húmedo, otra vegetación, perfumes, otros más frescos y otros en pocas horas más cálidos y tórridos. El Sargento Mayor ha conseguido hacerse de cuatro caballos peruanos hermosos. El más joven es el que ha elegido hoy: Lucero es de talla media, baja y este caballo es muy ágil y rápido, es un binomio perfecto.

A las 11.30, la batalla está en pleno auge. Las divisiones del Ejército Nacional Español organizadas en columnas están atacando frontalmente el frente del ejército colombiano. Tal cual como lo planificó el Virrey Teniente General José de La Serna, sus fuerzas accionan a través de la pendiente descendente. Desde la noche anterior, la división del General Valdés ya entró en contacto con los soldados (cazadores) de la Guardia Peruana del General La Mar (peruano) en el ala izquierda patriota.

EJÉRCITO NACIONAL

El Ejército Nacional se hace llamar así, porque ya de realista no tiene mucho. La Serna mismo había derrocado al Virrey Pezuela en pos de la constitución liberal de 1812. Pero las vueltas de la vida hacen que, en 1823, Fernando VII regrese al trono y estos cambios en su ausencia no han sido del agrado del Rey. De inmediato en 1824, decretó la “purificación” del Ejército. Para La Serna y sus generales, la derrota sería la ruina total y la humillación, si regresan con vida a España.

Cerca de las 12, el plan español revela fallas y los generales y coroneles lo comprueban durante el ataque. La planicie está cruzada perpendicularmente por “quebradillas o llocllas” que las tropas deben cruzar bajo el fuego de las tropas patriotas. Y un punto determinante: es imposible descender a valle con las catorce piezas de artillería desarmadas (cargadas a lomo), armarlas y abrir fuego en la batalla. Esa columna del frente izquierdo real (y derecho colombiano), ha quedado visiblemente expuesta.

Sucre va moviéndose por el centro y sus edecanes atrás de éste. Son los oficiales más destacados seleccionados de los mejores escuadrones de caballería: comprenden la maniobra del General y la leen en el terreno; cruzan a gran galope de lado a lado el campo de batalla llevando órdenes del General en Jefe. Este los sigue con su catalejo y comprueba que el mensaje ha llegado a ese comandante de división. A su regreso, vuelven a encolumnarse atrás y así sigue “el turno…”. A veces es más arriesgado y otras menos, pero son los comunicantes de esta época de gloria y honor en el campo de batalla.

De pronto, la columna real del Mariscal español Monet que ha sorteado un “lloclla”, avanza amenazante queriendo ubicarse detrás de la división del General La Mar. Se viven momentos de nerviosismo. Sucre, imitando una calma “wellingtiana” (del General británico Wellington en Waterloo) le ordena al edecán de turno: Teniente Coronel Guillermo Aguirre (colombiano) que corra a ordenarle al Coronel Alejo Bruix (francés) para que con el Escuadrón de Granaderos a Caballo de Los Andes (lo último que ha quedado del histórico regimiento), ataque de frente a esta amenaza (para bloquearla, diríamos los militares hoy día).

Lucero sigue al paso con las riendas sueltas detrás de sus colegas mientras su caballito resopla, “alargando el cogote”, descansando después de haber tomado contacto con el General Córdova (colombiano) para que su división pase al ataque sobre el frente y el ala derecha patriota.

Los granaderos a caballo cargan en Ayacucho. Sin saberlo, es su última acción militar. Siete de ellos vienen luchando desde San Lorenzo (Santa Fe) en 1813. Lucero los mira a lo lejos. Se pierden en el polvo, en la tierra. En perfecto orden, disciplinados, como les enseñara el Teniente Coronel San Martín. Esa masa azul, ahora con sus morriones originales desteñidos y sus prendas colombianas chocan de frente y los empujan al lloclla a los infantes españoles. Sucre los sigue con su catalejo. Lucero también, con uno más chico.

El General en Jefe sonríe y lo mira con seriedad a Lucero. Esto no le sorprende ahora. Él (Sucre) fue el primer testigo de la carga de Lavalle (con Bruix) en Riobamba (Ecuador). Lucero espera, espera, mirando la nube de tierra hasta que escucha el toque clásico de los Granaderos a Caballo: Bruix ha iniciado la persecución y le ordena a su trompa: “A degüello” y hasta los caballos galopan distintos. Los Granaderos blandean sus sables con los dientes apretados. Lucero respira y suspira alegre.

ENCUENTRO CASI PERDIDO

Meses atrás (6 de agosto), gracias a ese toque, se ganó el combate de Junín (Perú). Un encuentro casi perdido del cuál se llevó al Coronel Mariano Necochea con más de quince heridas, medio muerto a Lima. Allí el Teniente Coronel Manuel Isidoro Suárez trastocó (sutilmente) una orden de retirada del General Bolívar por otra de “a degüello” y los Granaderos a Caballo que se retiraban, frenaron sus caballos y dieron grupas a retaguardia (cola del caballo, girando 180°) para volver sobre sus perseguidores. Otro triunfo de las armas argentinas y peruanas en el Perú.

Sucre ha dejado de prestarle importancia al ataque de Bruix y ve flamear la bandera colombiana sobre la ladera del cerro Condorkunca. Esa señal es la que esperaba del General Córdova (de sólo 25 años). Vuelve a sonreir. La bandera no sólo es observada por el General en Jefe, sino por todo el campo de batalla. Los soldados realistas (peruanos) desconcertados, bajan las armas. Los oficiales (peninsulares) los instan a seguir luchando hasta que llegan nuevas órdenes de retirarse hasta la cumbre del cerro. También corre la noticia de que La Serna ha sido herido. Esas siempre corren más rápido que los edecanes.

Sucre, sus ocho ayudantes, banderas del Ejército y el Estado Mayor ya galopan con un aire elegante hacia el frente. Miles de hombres gritan de alegría y saludan al General en Jefe. Cientos de oficiales ordenan el asalto final sobre el cerro Condorkunca (3). Tambores tronando, trompas ordenado cargas. El escenario es un cuadro de una batalla napoleónica.

A las 13, es el final. Los realistas contabilizan 1400 muertos, 700 heridos, cañones a medio armar, pertrechos, municiones, banderas españolas. Más de seis mil prisioneros. Los patriotas también tienes sus bajas: 309 muertos y 670 heridos.

A las 15.30, el General Sucre y sus generales de mayor confianza ingresan en la casa donde los esperan La Serna herido, su ayudante el Brigadier Vigil, el Teniente General Canterac y el Teniente General Carratalá. Es un momento sublime. Se capitula (es decir, se fijan capítulos de rendición) para el coordinar el destino final del Ejército Español.

Cuatro meses después y a 9950 kilómetro de Ayacucho, el General José de San Martín recibe en Europa, la feliz noticia. Con los ojos humedecidos por la emoción, el Libertador recuerda al Perú que ha dejado hace casi dos años. Se ha cumplido su cometido. El Plan Continental para darle la Libertad a la América del Sur, es un hecho. Y un éxito, estratégico.

Pese a los ofrecimientos del General Sucre, de continuar sirviendo junto a él, el Sargento Mayor Lucero desiste y prefiere reunirse con sus camaradas del Regimiento de Granaderos a Caballo y del Ejército de Los Andes para volver a la Argentina. Pasarán dos años para que los casi doscientos integrantes puedan regresar al país. Con la ayuda del gobierno de Chile, inician su último cruce de Los Andes. Regresan ochenta y ocho granaderos a caballo. Se acercan al cuartel del Retiro donde depositan sus armas, equipos y partes de sus uniformes como testimonios de la hazaña que inició su primer Jefe de Regimiento. Nosotros como soldados, como argentinos, somos herederos de esta gesta coronada de laureles de gloria, de libertad sudamericana, que culminó en las pampas de Ayacucho hace 199 años.

* Director del Servicio Histórico del Ejército.

(1) Sería hoy un oficial con el grado de Mayor del Ejército, del área de Operaciones. José Lucero tenía un “grado” más alto al de Capitán, es decir era Sargento Mayor “Graduado”. Su sueldo seguía siendo de Capitán, pero se le consideraba esta antigüedad para cuando ascendiera efectivamente a ese empleo (Sargento Mayor).

(2) El autor, hace participar al protagonista como “Oficial de Órdenes” para explicar este oficio en las acciones militares de la época independentista.

(3) Condorkunca: en idioma quechua: Cuello de Cóndor.