Marcelo Sánchez Sorondo (II parte)

Un nacionalista en busca de la revolución

Como dijimos en la primera nota, los azulblanquistas supieron discrepar prontamente con los gobiernos que apoyaron en un principio. Ante el llamado a elecciones constituyentes de 1957 y nacionales de 1958, Sánchez Sorondo y los hombres de Azul y Blanco organizaron un partido político homónimo.
La experiencia fracasó, apenas obtuvieron algo más de dos mil quinientos votos. Tras el cachetazo electoral, los nacionalistas de Azul y Blanco, como de otros sectores políticos, se interesaron en la propuesta de autodeterminación nacional de Arturo Frondizi. Pero poco duró el encanto: la política petrolera del nuevo gobierno fue el punto de partida de una nueva confrontación.
Tampoco estuvieron de acuerdo con la política represiva del Plan Conintes. Sostenían que la organización sindical era fundamental en el proceso de una revolución nacional y los trabajadores eran peronistas.

PERONISMO Y UNIDAD NACIONAL
Aquí una clave fundamental del pensamiento de estos hombres: no fueron peronistas pero con toda certeza no eran “gorilas”.
El peronismo tenía que avanzar hacia la unidad nacional y sostenían que las discusiones de Perón sí o Perón no, retrasaban este proceso.
También discreparon con la antinomia que generó el conflicto entre azules y colorados que Sánchez Sorondo consideró como una tragicomedia entre dos sectores que pretendían la titularidad de la Libertadora, sin reparar ninguno de ellos en que esta “ya mostraba la rigidez de un cadáver”.
Criticaron el “gorilismo” de ambos, aunque se consideró más genuino al general colorado Benjamín Menéndez, un “cóndor ciego” como lo llamó. En cambio, opinó que era intolerable la postura de los azules de “sospechoso olvido de sus hazañas revanchistas” escondidos tras el presidente José María Guido como “querubines de la reconciliación”.
La dura oposición de Sánchez Sorondo a Frondizi, a Guido y al general golpista Carlos Toranzo Montero le valió ser hospedado en los penales de Devoto, Caseros y la Escuela de Mecánica del Ejército, además de la clausura de Azul y Blanco y La Segunda República, nombre con que salió la primera tras su cierre.

ILLIA Y PERETTE
Contrariamente a lo que se podría pensar y a pesar de la portación de apellido, Sánchez Sorondo, mantuvo una cordial relación con el presidente Arturo Illia y el vice, Carlos Perette, que sacó del Senado su nombramiento como embajador en Egipto, cargo que terminó no aceptando.
La conducta de caballerosidad y propensión al diálogo, una característica de la política de aquella Argentina que hoy ya no existe, no impidió al dirigente nacionalista que criticara al gobierno radical y que le generara esperanza el golpe de Estado de 1966. ¿Sería esta la oportunidad de dar inicio a la Revolución Nacional que superara las antinomias políticas en pro de una nueva etapa de autodeterminación, desarrollo económico y justicia social?
No ignoraba Sánchez Sorondo que el presidente Juan Carlos Onganía distaba, a su juicio, de ser un estadista, aunque tuviera un ideario básico nacionalista. Además, el fervoroso catolicismo del mandatario lo llevó a creer en el carácter providencial de su misión. Onganía se miró en el espejo de Francisco Franco sin considerar las superlativas diferencias entre la historia reciente de la Argentina y la de la España de la Guerra Civil. Onganía no pudo consigo mismo.
Desde el reaparecido Azul y Blanco advirtieron que, si no hay revolución, no hay gobierno revolucionario, como decía definirse la Revolución Argentina, hay gobierno de facto; si hay gobierno de facto, hay entonces gobierno provisional; si hay gobierno provisional, hay que llamar a elecciones; si se convoca a estas gana el peronismo y si esto ocurre, hay golpe y así volvemos a foja cero.
La llegada al Ministerio de Economía de Adalbert Krieger Vasena, desplazando al social cristiano Jorge Salimei, fue para Sánchez Sorondo un “éxito mortífero de una economía monetarista y de mercado con el auspicio de la banca internacional”.

MOVIMIENTO DE LA REVOLUCION NACIONAL
En mayo de 1967, y a pesar de la prohibición gubernamental de las actividades políticas, Sánchez Sorondo organizó una agrupación denominada Movimiento de la Revolución Nacional. Lo acompañó en la conducción el general Carlos Augusto Caro, que había participado del bando azul apoyando a Onganía pero que sin embargo se había opuesto al golpe de 1966. Se sumaron a la partida la mayoría de los colaboradores de Azul y Blanco.
En 1969, el gobierno dispuso el cierre del semanario. Esta vez fue de manera definitiva. Las plumas de Ignacio Anzoátegui, Juan Manuel Palacio, Luis Alberto Murray, Jorge Koremblit, Leonardo Castellani, Julio Irazusta, José María Rosa, Arturo Jauretche, Santiago de Estrada, Luis Alem Lascano y Leopoldo Marechal, entre otros, no volverían a escribir.
Tampoco Juan Manuel Abal Medina, que no escribía pero llevaba adelante la imprescindible tarea de pagarle a la imprenta y posibilitar el abastecimiento del papel.
La explosión del “Cordobazo” inició el fin del gobierno de Onganía y el secuestro y posterior asesinato del dictador Pedro Eugenio Aramburu lo concluyó. A pesar de las profundas diferencias políticas, Sánchez Sorondo conversaba cada tanto con Aramburu, ahora dispuesto a revertir su rol de ser la cabeza más visible del antiperonismo para ofrecerse como una pieza de unión entre los argentinos.
Sánchez Sorondo condenó el crimen y temió por el baño de sangre que pudiera asolar en un futuro a la Argentina pero responsabilizó mayormente a la “defección del Ejército cuyos mandos demolieron nuestras ya precarias instituciones republicanas”. De alguna manera “la violencia montonera es un reflejo del trasfondo anárquico generado por el golpismo”.
El relevo de Onganía por Roberto Marcelo Levingston generó en Sánchez Sorondo cierta expectativa pero, no así la llegada de Alejandro Agustín Lanusse. Pensaba que había traicionado al general Lonardi cuando era Jefe de Granaderos, cuerpo escolta de los presidentes. Consideró que no era el hombre adecuado para terminar con la anarquía política instalada desde 1955.
Lanusse intentó sin éxito hacer su propio juego político. Perón regresó a la Argentina en noviembre de 1972 y dejó un armado electoral: el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli). El Movimiento de la Revolución Nacional se incorporó al mismo. Había llegado la hora de superar viejos rencores y de construir la unión nacional.