La Legislatura de esta Ciudad ha resuelto levantar un monumento en homenaje a 21 personas de nacionalidad argentina, que fueron víctimas de la violencia que desató Hamas en Israel, el 7 de octubre del año pasado. El repudio que, en cualquier ser humano, generó la crueldad de ese ataque está fuera de toda duda, como lo está, asimismo, la tacha que cabe a sus responsables.
Pero recortar la historia, a un año vista, es injusto en grado sumo. Porque aquella violencia no legitima la cruel represalia que ejerce Israel desde entonces. Vengando a los 1200 muertos que causó el ataque de Hamas, lleva causada la muerte de más de 40.000 palestinos, de los cuales al menos 16.000 eran niños. Bombardeo de hospitales incluídos.
En nuestro país conviven pacíficamente, desde hace alrededor de un siglo, descendientes de árabes -particularmente sirios y libaneses- y de hebreos, venidos generalmente de Europa. El conflicto es del Oriente Medio, no nuestro. Razón por la cual es desacertado -de medio a medio- erigir monumentos a las víctimas de una parte olvidando las de la otra. Lo que provocará el natural resentimiento de la colectividad sirio libanesa.
La Argentina, que tiene lazos de amistad tanto con los países árabes como con Israel -y así lo ilustran las colectividades de ese origen en nuestro suelo- debe guardar respecto del actual conflicto, la más estricta neutralidad. Y, dentro de sus posibilidades, ayudar a cualquier solución justa de ese diferendo.
EL EJEMPLO DE PERON
Por otra parte, es muy grosero que una legislatura municipal tome partido en la disputa del Medio Oriente ordenando erigir un monumento de víctimas de un solo lado. Viene al caso recordar lo que sucedió en 1973, cuando el entonces Consejo Deliberante porteño declaró persona no grata a Augusto Pinochet, a poco de asumir éste la presidencia de Chile.
Perón, quien había asumido poco antes su tercer mandato, reunió entonces a los ediles que así lo habían resuelto y les recordó que quien estaba a cargo de las relaciones exteriores era él, Perón; y que era así porque la Constitución Argentina las encomienda al Presidente de la Nación.
“Vengando a los 1.200 muertos que causó el ataque de Hamas, Israel lleva causada la muerte de más de 40.000 palestinos”.
Cierto es que Milei no tiene tan claras las cosas y ha tolerado que incursionen en ese campo tan pronto la vicepresidente, como su hermana Karina. La primera recordando que Francia fue una potencia colonial y su hermana yendo a disculparse a la embajada de ese país. Todo a cuento de cánticos de tribuna futbolera. Milei y Mondino, de adorno. Con el consecuente manoseo de sus investiduras.
Cierto es también que, sea por su acercamiento a la religión hebrea o por su alineamiento con los Estados Unidos, el Presidente no se ha conducido con la equidistancia necesaria en esta crisis. Equidistancia que es imprescindible, en un panorama tan confuso como peligroso para la paz mundial como el que actualmente se observa en el Asia cercana.
Curiosamente, la iniciativa de levantar el monumento fue de una legisladora Ramírez, hoy oficialista, que proviene de los laberintos burocráticos del kirchnerismo. Movimiento que consintió el memorándum de entendimiento con Irán e hizo oídos sordos a los pedidos de esclarecimiento del asesinato de Nisman. ¿Curioso, no?
De erigirse ese monumento, según nos anotician los medios, su conservación correría por cuenta de la DAIA (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas) y por un club de la colectividad judía.
¿Quién podría negar, sentado ese precedente, que se levante otro en memoria de los niños inmolados en Gaza, a cuya manutención se ofrecieran instituciones de las colectividades árabes de nuestro país?
El despropósito debe evitarse. Y la Argentina, generosa receptora de creyentes de distintas religiones, no debe tomar partido por ninguna de las partes en un conflicto feroz y ajeno.