Un mensaje contundente

El mensaje de las urnas fue claro y preciso: la ciudadanía argentina reclama un cambio drástico, rápido y audaz, alejado de cualquier gradualismo, poco preocupado por la negociación de consensos; un cambio que se sustenta en la brutal contundencia del número; un cambio en la dirección del orden y la seguridad, pero también en la dirección de la libertad y la responsabilidad. Sea porque el electorado se libró por fin de la dictadura cultural del progresismo, sea porque para las nuevas generaciones ya no significan nada, palabras como "derecha", "capitalismo", "autoridad" o "represión" parecen haber perdido eficacia como consignas de amedrentamiento o disuación.

Los dos grandes ganadores de estas elecciones primarias, Javier Milei y Patricia Bullrich, representaron, con sus similitudes y diferencias, la promesa de ese cambio. Y la diferencia que obtuvieron respecto de sus competidores no deja lugar a dudas sobre las expectativas de sus votantes. Los dos deberían entender que el voto recibido no es un premio, sino un mandato, y que ese mandato ha cargado sobre sus espaldas la responsabilidad de cumplirlo. Todo parece indicar que ambos políticos se dirigen a protagonizar un balotaje tras las elecciones de octubre. Harían bien en diferenciarse y competir sin destrozarse, porque la reconstrucción necesitará de los dos, de su vigilancia recíproca.

El de este domingo ha sido apenas un primer paso en esa dirección, una promesa de cambio que debe hacerse realidad. El votante muda ahora rápidamente sus preferencias, y no tolera el engaño ni el error, como lo comprobó el macrismo tras su frustrada experiencia en el gobierno. 

Los que desde el restablecimiento del sistema democrático se han aprovechado del poder coercitivo del estado en su exclusivo beneficio y en el de sus amigos no se van a rendir tan fácilmente. Por izquierda ya han amenazado con responder violentamente a cualquier intento de modificar el estado de cosas que ha precipitado la decadencia del país y de su sociedad. Por derecha ya han comenzado a desvalorizar el pronunciamiento del electorado como un "voto emocional", un "voto bronca", carente de densidad política. Esa treta ya la hemos visto en el pasado: atribuir "racionalidad" sólo a lo que beneficia o respalda a la casta política, económica, judicial, sindical y mediática.

Con su asistencia al comicio, superior a la que las elecciones provinciales previas permitían suponer; con un trámite limpio y sin incidentes, más allá de los tropiezos con las caprichosas maquinitas de votar porteñas, y con su sereno pero nítido mensaje político, la ciudadanía demostró además que continúa respaldando el sistema democrático, a pesar de que hasta ahora no le ha dado demasiadas satisfacciones, y que su percepción de los problemas y las necesidades del país parece ser mucho más aguda y certera que la de quienes se les ofrecen para dirigirla.