EL RINCON DEL HISTORIADOR

Un libro oportunísimo

Las vísperas electorales, hacen que algunas expresiones en ocasión del libro de Bernardo Lozier Almazán tengan un modesto valor, llamando a la reflexión.

Pocas veces se dan las circunstancias y no buscadas para que un libro aparezca en un momento tan adecuado. Me recuerda esa frase que leí hace poco de Dickens con su imperturbable humor: “Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos…la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.

Bernardo Lozier Almazán ha tenido la feliz idea de publicar este trabajo sobre nuestra Constitución, que me permito decir que es la continuación de aquel volumen sobre Mayo de 1810. La Argentina improvisada. Medio siglo de desencuentros.

Para entender lo que sucedía en 1810 cuando empieza este magnífico libro debemos remitirnos a Ricardo Zorraquín Becú que afirmaba en La Organización política argentina en el período hispánico

que toda la América Hispana fue gobernada desde España, pero en la realidad “la vida religiosa, política, militar, financiera y económica de cada provincia se desarrollaba con una gran autonomía interna”.

El 25 de mayo fue un golpe de cuartel, sin duda en el de Patricios ubicado en la Manzana de las Luces, apenas a cuadra y media del Cabildo. El autor cita a don Vicente Sierra, que se funda en los dichos de Carlos Alberto Pueyrredon, a lo que podemos agregar la opinión de Juan Beverina sobre la participación de los regimientos criollos y la más que esclarecedora bibliografía de Roberto H. Marfany, uno de los más conocedores de la revolución de 1810, sin olvidar a Enrique Corbellini. En esta mención que avala los asertos del autor está también visión de Hugo Wast en el Año X

, volumen que llevó decenas de columnas y ríos de tinta en los medios, con enconadas y fuertes polémicas, al extremo que un reconocido diario porteño le envió a uno de sus renombrados columnistas el libro con la indicación que lo destrozara; en actitud hidalga dijo que no necesitaba indicaciones, devolvió el volumen y por largos años no colaboró en el medio. A modo de disculpa cuando cumplió su centenario, lo llamó para que escribiera un artículo, cosa que hizo como reconocimiento decía a Hugo Wast y a su “modesta” persona.

Pero la circular del 27 de mayo, convocando a las provincias a enviar sus representantes, los que a comienzos de diciembre estaban en Buenos Aires, el 18 se celebró la sesión en la que, “por votación, fueron incorporados a la llamada Junta Grande los representantes de las provincias de Corrientes, Santa Fe, Tucumán, Córdoba, Tarija, Salta, Jujuy, Catamarca y Mendoza, para constituir el congreso que debía establecer la forma de gobierno que se considere conveniente”.

Como bien lo señala Lozier, la Junta sufrió las consecuencias de las luchas entre saavedristas y morenistas.

Las provincias eligieron sus diputados que llegaron a Buenos Aires alucinados por la participación que les correspondía en el nuevo gobierno, pero enseguida sufrieron las primeras decepciones y a regañadientes fueron admitidos. Las discordias de aquellos grupos, quedó en evidencia el 5 y 6 de abril de 1811 en la primera asonada, motín o revolución. Todo se intentó solucionar con un Triunvirato que dice Bernardo “afrontando desde el inicio el peligro del fracaso, por lo que instauró un sistema dictatorial y represivo, que pronto ganó la antipatía de gran parte de la población”.

Todo finalizó el 8 de octubre cuando el novel teniente coronel José de San Martín al frente de sus granaderos procedió a su deposición, lo que explica la larga enemistad de uno de los triunviros Bernardino Rivadavia.

 

FRACASO TRAS FRACASO

La Argentina desde aquellos comienzos fue una sucesión intermitente de gobiernos diversos, asambleas y congresos que fracasan, ensayos y provisoratos constitucionales, asonadas, motines, rebeliones, revoluciones y guerras civiles. Gobernadas y desgobernadas desde Buenos Aires, las provincias nunca se conformaron con la política centralista porteña”

.

“La porfía en el error de gobernantes obstinados, ignorantes e indiferentes a la vida provinciana, fue la causa de la crisis política y del triunfo de los caudillos, de todas las marcas y señales a través de esos años”.

La Constitución unitaria del 26, mereció al igual que el centralismo porteño la crítica del agente norteamericano John Murray Forbes. El fusilamiento de Dorrego es uno de los sucesos más desgraciados y trascendentes de la historia argentina.

Y llegamos a Rosas, que largamente demoró una Constitución, gobernó a su arbitrio en muchas cosas, dirigió la economía, y el pueblo le testimonió su adhesión con expresiones que descendieron a la idolatría, sincera o fingida y jamás hubo un gobernante más popular, como lo admitió el mismo Sarmiento. Quizás proyectaba ser presidente, cuando Urquiza el 1º de mayo de 1851 representando a las provincias anunció “que había llegado el momento de poner coto a las temerarias aspiraciones del gobernador de Buenos Aires”.

 

TIEMPOS HEROICOS

El Congreso General Constituyente se reunió en Santa Fe, desde fines de agosto a principios de setiembre fueron llegando los veintidós diputados, la mayoría abogados, tres sacerdotes, un militar; los de más edad Pérez y Díaz Colodrero con 65 años y los menores Delfín Huergo y Juan Llerena con 28 y 27 años respectivamente. Doce de ellos habían nacido durante el Virreinato, tres de ellos eran jóvenes formados cuando el movimiento de Mayo y la inmensa mayoría había vivido la época de la Constitución unitaria del 26. Diez de ellos habían egresado de la histórica Casa de Trejo en Córdoba. Curiosamente Entre Ríos estuvo representada por dos diputados que eran porteños Juan María Gutiérrez y Ruperto Pérez.

En galeras de altas ruedas y frágil caja suspendida sobre sopandas oscilantes, o de a caballo; llegaron a destino. Con apenas una moneda de oro guardada celosamente, y unos pocos pesos, contados y recontados para calcular, por su mengua sucesiva, si alcanzarían hasta la problemática remesa de nuevos fondos. No había viáticos, desarraigo, secretarios, asesores ni rumbosas comitivas. Ni otras prebendas inimaginables no sólo en aquellos tiempos heroicos, sino también para la imaginación aún fantasiosa de cualquiera de nosotros.

Descendieron en los conventos, casas amigas o posadas, u hoteles hospitalarios; recibidos con afecto y respeto; portadores de petacones de cuero, que guardaban junto a alguna ropa, la sotana, el uniforme o la levita de gala para las solemnidades; el tintero con pluma de ganso, unos papeles en blanco, los libros de leyes y algún otro predilecto, y las instrucciones de las provincias.

Algunos tenían trayectoria, otros más modesta, y después de reuniones previas donde fueron estableciendo lazos de amistad, o no tanto ya que el padre Lavaisse que representaba a Santiago del Estero detestaba al salteño Facundo Zuviría a quien en cartas a Taboada lo llamaba "viejo palangana, boliviano y apologista de sí mismo" e "hideputa salteño".

El 20 de noviembre en los altos del Cabildo santafecino prestaron el juramento “para dar a la Nación la Constitución más conforme a las necesidades y a sus votos con arreglo a los pactos preexistentes…”.

Ese pacto especialmente del 4 de enero de 1831 al que el autor le da la trascendencia que merece. La Constitución que Urquiza le encargó a Pedro de Angelis es un aspecto poco estudiado que Lozier ha sabido rescatar, ya en su biografía del polígrafo napolitano, que se ubica en esta obra en su contexto

.

 

RECUERDOS DE MANSILLA

Permítanme finalmente una reflexión sobre este nuevo título que Graciela Sammartino

agrega a sus magníficas ediciones. Este libro habla de la historia y de aquellos hombres. Hay algo que me impactó que relata Lucio V. Mansilla de su estadía en Paraná a poco de sancionada la Constitución. Apunta en sus Retratos y Recuerdos

que cierto alto funcionario, recibía de día en su casa sólo a la gente de confianza. Por la noche al contrario la tertulia reunía a “gentes abigarradas; allí alternaban todos los colores y matices políticos”. La austeridad de la residencia era tal, que a veces no había más luz que la de la luna que entraba por las ventanas. Vivía con “extremada economía” aunque “de vez en cuando, si la concurrencia no era muy numerosa, se servía una taza de té, sin leche, ni cosa parecida a pan y manteca, alternando con el mate”.

Largo, penoso y cruento ha sido el proceso de la organización constitucional de la Argentina. Por momentos, parece que un genio maligno hubiera soplado de odio el alma de los argentinos y cegado su razón. Demoramos medio siglo en organizarnos, trabados por discordias entre porteños y provincianos, luchas entre federales y unitarios, que demoraron aún una década la unión definitiva de la República, y todavía dio motivo a luchas en 1880 con la federalización de Buenos Aires. Todo ello se proyectó hasta fines del siglo XIX con nominaciones y actores distintos pero animados de las mismas pasiones odiosas que perseveran en la política argentina.

La historia argentina no parece la historia de un pueblo en busca de su organización política, este libro lo señala con acierto. En 1853 pareció encontrarla y sancionó la Constitución que con algunas enmiendas y reformada hace casi tres décadas sigue vigente.

Nuestra constitución es virtualmente y virtuosamente liberal y democrática. Al cabo de los años, federalismo, autonomía, liberalismo y democracia han sido desvirtuados, deformados y violados; por individuos que cambiaron más camisetas que futbolistas profesionales, con perdón de estos por la analogía. El libro de Bernardo Lozier Almazán, es un análisis meduloso de esta historia de nuestra Constitución.