Me van a decir que no es cierto porque fue hace tiempo, pero el relato me llegó tal cual. Yo vivía en los años 80 cerca de Nazca y avenida Alvarez Jonte y concurría seguido al local de correo argentino de la calle Helguera y la vía del Ferrocarril. Todos los empleados me conocían, pues los escritores vivíamos enviando correspondencia. El protagonista de esta anécdota se llamaba Santiago, igual que mi segundo nombre.
Ese día, para Santiago era su última jornada como cartero después de haber recorrido durante más de treinta y cinco años las calles arboladas de Villa Del Parque. Sus compañeros le pidieron que se quedara para brindar, que ese fecha tan especial no saliera a repartir correspondencia y los ayudara simplemente a clasificarla. Fue entonces cuando Santiago descubrió un sobre con un extraño destinatario: “Para Dios”.
Santiago primero pensó que se trataba de una broma de despedida, pero no, todos estaban sorprendidos, nunca habían tenido que llevar una carta destinada “a Dios”.
Finalmente la abrieron. En su interior Santiago halló escrito el pedido desesperado de un desocupado sin obra social que requería el milagro de hallar mil quinientos australes (que en aquella época era mucha plata) para comprar un medicamento para su hijito, muy enfermo. Y dejaba una dirección. Todos se miraron consternados, se llevaron las manos a los bolsillos y junto al guardia de seguridad, un heladero de visita y un policía de guardia lograron juntar mil trescientos australes.
Santiago decidido se calzó su uniforme, montó su bicicleta y partió en su última misión, aun sabiendo que no se puede enviar dinero por correspondencia simple. Al llegar descubrió una casita humilde en la cortada Joaquín V. Gónzalez, sigilosamente pasó el mismo sobre con el dinero debajo de la puerta y se marchó. Respiró hondo, levemente aliviado. Sintió que todos habían hecho una obra de bien.
Al día siguiente, ya jubilado, Santiago no fue a trabajar. Sus compañeros al abrir el saco de correspondencia del buzón hallaron nuevamente otra carta “Para Dios” escrita con la idéntica letra del mismo hombre. En su texto pudieron leer el siguiente mensaje: “Gracias Señor por haber atendido mi ruego. Mi hijo empezará a sanar. En la farmacia me hicieron un descuento. Eso sí, de los mil quinientos australes solo recibí mil trescientos. Los otros doscientos se los deben haber robado en el correo”.
Ese día, para Santiago era su última jornada como cartero después de haber recorrido durante más de treinta y cinco años las calles arboladas de Villa Del Parque. Sus compañeros le pidieron que se quedara para brindar, que ese fecha tan especial no saliera a repartir correspondencia y los ayudara simplemente a clasificarla. Fue entonces cuando Santiago descubrió un sobre con un extraño destinatario: “Para Dios”.
Santiago primero pensó que se trataba de una broma de despedida, pero no, todos estaban sorprendidos, nunca habían tenido que llevar una carta destinada “a Dios”.
Finalmente la abrieron. En su interior Santiago halló escrito el pedido desesperado de un desocupado sin obra social que requería el milagro de hallar mil quinientos australes (que en aquella época era mucha plata) para comprar un medicamento para su hijito, muy enfermo. Y dejaba una dirección. Todos se miraron consternados, se llevaron las manos a los bolsillos y junto al guardia de seguridad, un heladero de visita y un policía de guardia lograron juntar mil trescientos australes.
Santiago decidido se calzó su uniforme, montó su bicicleta y partió en su última misión, aun sabiendo que no se puede enviar dinero por correspondencia simple. Al llegar descubrió una casita humilde en la cortada Joaquín V. Gónzalez, sigilosamente pasó el mismo sobre con el dinero debajo de la puerta y se marchó. Respiró hondo, levemente aliviado. Sintió que todos habían hecho una obra de bien.
Al día siguiente, ya jubilado, Santiago no fue a trabajar. Sus compañeros al abrir el saco de correspondencia del buzón hallaron nuevamente otra carta “Para Dios” escrita con la idéntica letra del mismo hombre. En su texto pudieron leer el siguiente mensaje: “Gracias Señor por haber atendido mi ruego. Mi hijo empezará a sanar. En la farmacia me hicieron un descuento. Eso sí, de los mil quinientos australes solo recibí mil trescientos. Los otros doscientos se los deben haber robado en el correo”.