Detrás de las noticias
Un grito federal
Algunos gobernadores han recordado que las provincias preceden a la Nación y dan forma al gobierno central, no a la inversa
En el contexto de un país cuya vida política está dominada por dos ideologías que compiten entre sí para ver cuál es capaz de destruirlo mejor, la idea de que algunos gobernadores den un paso al frente y alcen la voz en defensa de sus provincias suena atractiva, casi esperanzadora. No me refiero ahora a estos hombres en particular ni a sus reclamos específicos, sino a la idea en sí.
Los estados provinciales son anteriores a la Nación, y los argentinos viven y trabajan en las provincias. Pero son administrados desde la capital federal por una casta política animada por su propia lógica y sus propios intereses, que poco o nada tienen que ver con la lógica y los intereses de las provincias y de sus habitantes, es decir de los argentinos.
Esa casta -parte de una intrincada madeja de intereses que exceden la vida política pero que la dominan por completo (lo que se llama el Estado profundo) es indemne a los cambios de nombres y de gobiernos, y su poder es tan grande que fue capaz de engullirse de un bocado a quienes prometieron destruirla, motosierra en mano.
La riqueza argentina se produce en las provincias -incluido ese engendro mixto que es la ciudad de Buenos Aires- empleando los recursos naturales y humanos de esos estados, pero su renta es concentrada, administrada y redistribuida por el gobierno central, según criterios arbitrarios pero aceptados, bajo coacción o soborno, por los líderes provinciales.
Todo el debate público gira en la Argentina en torno del gobierno central, y jamás se refiere a cuestiones prácticas que le son propias, relacionadas con la estrategia, la geopolítica, la ciencia y la tecnología, la producción, el comercio o las finanzas nacionales, sino que se alimenta de discusiones ideológicas sobre abstracciones tales como la “libertad” o los “derechos”.
La opinión del país es guiada, orientada o moldeada por los grandes medios de la capital federal, que raras veces llevan a la conciencia y el debate públicos problemas concretos y específicos, sea el sistema de transporte, la organización de la salud pública, los objetivos de la educación o la seguridad y la defensa del territorio nacional, el mar argentino y la Antártida.
La Constitución define a la Argentina como una nación católica que adopta para su gobierno la forma representativa, republicana y federal de gobierno. La casta que la administra desde la capital federal desoye todos y cada uno de esos mandatos, y su propia concentración facilita las cosas a las solicitaciones y cohechos de lobistas y agentes locales y extranjeros.
En lo esencial, este estado de cosas es tan antiguo como la nación misma, que se organizó luego de que todos aceptaran la idea de que el puerto de Buenos Aires era la puerta por la que entraban y salían bienes y capitales, siempre pagando el correspondiente peaje. Todo lo que antes era malo o imperfecto empeoró tras el restablecimiento de la democracia.
Olvidamos, entre una cosa y otra, una noción tan simple como que son las provincias las que conforman el estado federal, y no el estado federal el que da forma a las provincias. Lo intuía de algún modo Rosas en su famosa carta a Quiroga sobre la organización nacional: “La unión y tranquilidad crea el gobierno general, la desunión lo destruye; él es la consecuencia, el efecto de la unión, no la causa.”
ASFIXIA
La asfixia que el gobierno central impone a las economías provinciales, que son, como dijimos, las que generan la riqueza del país, ha paralizado su crecimiento y condenado a su población a condiciones de vida cada vez más estrechas, precarias y sin horizontes. En la capital, estos problemas se discuten en términos marginales o accesorios, sean financieros o de justicia social. En el resto del país se discute cómo soportarlos, no cómo revertirlos.
El esquema está tan consolidado que es capaz de generar su propia alternancia. El mileísmo no es más que el envés del kirchnerismo, la figura al otro lado del tapiz: el mismo autoritarismo, la misma grosería, la misma violencia, la misma ignorancia, la misma soberbia, y el mismo encubrimiento de los negocios espúreos detrás de las nobles consignas. Las mismas víctimas, también, y los mismos beneficiados.
En este contexto, como dijimos, el hecho de que varios jefes de estado provinciales den un paso al frente desde su condición de tales para tener una voz propia, apartada de los lineamientos políticos que dominan la escena nacional pero representativa de las necesidades y las ambiciones de sus gobernados, merece por lo menos atención. Veamos cómo lo han hecho.
LOS CINCO
A principios de agosto, cinco gobernadores -Ignacio Torres, de Chubut; Maximiliano Pullaro, de Santa Fe; Martín Llaryora, de Córdoba; Carlos Sadir, de Jujuy, y Claudio Vidal, de Santa Cruz- despertaron al país con lo que describieron como “un grito federal que necesita voces en el Congreso”, en defensa de los intereses de sus provincias y de la gobernabilidad nacional.
En una declaración escrita, aseguraron haber hecho en sus estados los ajustes necesarios para conseguir el equilibrio fiscal, y reclamaron como contrapartida de esa contribución al saneamiento de las finanzas nacionales “las obras de infraestructura imprescindibles para desarrollar nuestras provincias, único camino para desarrollar el país.”
Asumieron como un deber propio “cuidar a nuestra gente y ser capaces de crecer en armonía y con igualdad de oportunidades”, con la mirada “de quienes cuidan cada peso, producen, invierten y reivindican todo los días a la Argentina del trabajo”, y la decisión de “hacernos cargo del presente y dejar atrás el pasado que nos dividió y frenó nuestro desarrollo”.
Además de prometer una voz común en el Congreso, los cinco gobernadores se manifestaron dispuestos a “competir mancomunadamente en las elecciones de octubre” al tiempo que tomaron distancia de cualquier intento parecido ensayado en el pasado, especialmente de aquellos orientados a recorrer “la ancha avenida del medio”, uniformemente fracasados.
Voceros del grupo resumieron esas diferencias en cinco puntos: 1) Esta vez sus animadores tienen votos y gobiernan; 2) Pullaro, Torres y Vidal vienen de ganarle al kirchnerismo; 3) Los cinco “son nuevos”, están cumpliendo su primer mandato; 4) No se trata de un “rejunte electoral” sino de una visión compartida de país federal, productivo y orientado al desarrollo, y 5) Su estrategia no se apoya en el consejo de consultores o asesores políticos.
“Son los gobernadores que representan el campo, la industria, la minería y la energía, que privilegian la producción por sobre los servicios y el sector financieros”, explicaron los voceros, antes de aclarar que la intención primera del agrupamiento no es hacer oposición al gobierno sino abogar por un proyecto de país basado en la producción y el trabajo.
Según una comunicación de los intendentes de Córdoba, Daniel Passerini, y de Rosario, Pablo Javkin, 400 de los 421 jefes comunales de las cinco provincias mencionadas respaldaron la iniciativa de sus gobernadores “sin que los orígenes partidarios sean un obstáculo” y con la intención de que “en el Congreso haya más voces que representen al interior esforzado y pujante”.
PROVINCIAS UNIDAS
Los gobernadores, que dieron a su grupo el nombre de Provincias Unidas, se proponen atraer a otros mandatarios provinciales y definir incluso algún tipo de representación en el territorio bonaerense e incluso en la capital federal. Por ahora, sólo el cordobés Llaryora decidió afrontar las elecciones de octubre bajo esa denominación; el resto parece confiar más en su sello tradicional.
El grupo tuvo su debut político durante el miércoles negro del oficialismo en el Congreso nacional, pero su comportamiento fue dispar y la “voz común” no alcanzó a oirse: entre los diputados que responden a esos gobernadores algunos ayudaron a dar quorum, otros no lo hicieron, y unos terceros se repartieron salomónicamente entre las dos opciones.
Jorge Asís, relator emérito de la peripecia peronista, saludó la aparición de Provincias Unidas diciendo que “representa el acontecimiento más promisorio del año”. Puede serlo en tanto la cabalgata viene desde el interior hacia la capital, y en cuanto no parece enarbolar las transitadas banderolas ideológicas. Pero el camino es largo, lleno de pozos, bañados y cangrejales, y no exento de mancadas.
* Periodista. Creador y editor de la página web gauchomalo.com.ar