Por Danilo Albero *
El domingo decidimos hacer una caminata contorneando el Jardín Botánico, veníamos caminando desde Scalabrini Ortiz y a la altura de la Rural diviso a un joven que avanza en dirección contraria. Alto, delgado y bien parecido, viste minifalda gris, camisa blanca, saco y borceguíes negros; una estudiada graduación de grises en su atuendo, tiene ojos muy maquillados, largas pestañas con rimmel y cabello corto. Traté de hacer una taxonomía de su orientación sexual, no era travesti ni una loca, tampoco afeminado; muy por el contrario. Se dio cuenta que no le quitaba la mirada de encima -el disimulo visual no es mi fuerte-. “Te gusto”, preguntó, “sos divino, pareces un evzón”. Nos alejamos y sentí una alegría infinita, con certeza no sabría que es un evzón.
Cuando calculó que se habría alejado Beatriz, cuya discreción trata de atenuar mi impertinencia visual, me recordó que no pierdo la oportunidad de ser tan descarado, y me preguntó que era un evzón. “Es mi ojo del escritor y fotógrafo, enfoca aquello que le merece ser registrado, hay una palabra en inglés que requiere más de una en español para definir esa manera descarada de observar: stare, mirar fijo, con seguridad, el muchacho con el que nos acabamos de cruzar tampoco sabría que es un evzón. Estamos empatados y epatados: él me sorprendió con su aspecto y yo con la comparación. Todo un duelo de imagen y palabra”.
A propósito de los hombres con falda, le comenté a la bella, me llaman la atención, salvo los evzones y highlanders, los dos hacen ostentación de ser machos alfa, por lo menos a los fines de las imágenes de su unidad militar. Pero no me llaman la atención las mujeres con pantalones, en cualquier tipo de tenida, de trabajo o social, en eso concordamos, también en que nos estamos volviendo viejos.
Luego, le conté a la bella de los evzones griegos y su uniforme: polleras blancas y chaquetas negras, boinas o feces, medias blancas y botas herradas con pompón; y de cuya ferocidad y destreza con sus kopis en sus cargas a degüello aprendieron a cuidarse los turcos en las guerras de independencia y la Primera Guerra Mundial; también las tropas de Mussolini en la Segunda.
EL OLMO
Continuamos caminando y recordé, a propósito de nuestro evzón porteño, de que en la Feria del Libro del año pasado, había comentado con un colega bibliotecario estadounidense, salido del closet hacía poco, pero ya era sabedor de las teteras de los baños en estación de Constitución y del bar El Olmo. Como conocedor de la vida cultural de Buenos Aires, me comentó que estaba encantado con nuestra definición de “loca”, que en su país ya se estaba usando en español porque no tenía una definición en inglés, así con una sola palabra; le pregunté cómo la traduciría, lo pensó: She is a little bit too much, concordamos que es mucho más linda “loca”.
Al llegar a Puente Pacífico anochecía, sábados y domingos a esa hora de la tarde la avenida Juan B. Justo desde Santa Fe hasta Libertador, pierde el ritmo desenfrenado de tráfico urbano en horas pico; se repliega y adquiere un calmo temperamento provinciano. La vereda del regimiento de Patricios, está más animada por el acceso al hipermercado que está en la esquina de Cerviño, las del terraplén que contornea las vías de ferrocarril, más contemplativa, concordamos en continuar por allí. Recordé que en las hojas de los kopis, los evzones suelen hacer grabar Molon Labe (Ven a buscarlas), respuesta de Leónidas a los persas en las Termópilas, cuando le pidieron que entregaras sus armas.
Pasando el puente, tres mujeres con más de media docena de niños, sentados en el piso, reparten las recaudaciones de las limosnas, los pequeños devoran unos choripanes de aroma tentador que vende una parrilla; aroma que, ciertamente, se debe hacer insoportable para los mendigos hambrientos que pululan por la zona. Nos preguntamos qué harían los parrilleros si los sin techo piden algo.
Caminamos por la calzada que bordea los terraplenes parquizados, del ferrocarril. Ciclistas, patinadores, skaters, en versión adulta o niños acompañados por los padres, por la senda; en las laderas con césped, grupos juegan a las cartas, conversan, tocan la guitarra o miran el paisaje urbano en silencio, casi todos toman mate. Avanzamos en dirección a una música que viene desde la esquina de Juan B. Justo y Cerviño; un saxofonista, rodeado de público, pienso que el saxofón es un instrumento de bronce, pero es llamado “madera” como la flauta traversa que es de plata. Nos sumamos al auditorio, es un excelente ejecutor, toca sin partitura y con un repertorio inagotable, nos regala en sucesión: Take Five y Equinox.
En ese momento pienso si el cruce de esas dos calles podrían ser como el Cardo Maximus y el Decumanus Maximus, como marcaban los romanos el centro de la urbanización futura y en cuyas cuatro esquinas construían los edificios donde se realizaban las actividades administrativas, comerciales y culturales. Norte-sur, Cardo, Juan B. Justo; este-oeste, Decumano, Cerviño. Y al igual que en una urbe romana en este cruce hay un hipermercado y el Centro Cultural Islámico con una mezquita y minarete.
El saxofonista toca La pantera color de rosa, y las notas se elevan como si fuera el canto del muecín llamando a la oración desde el almiar, cuando empieza con Exodus partimos, no sin dejarle una propina por su virtuosismo; sin dejar de tocar mira el sombrero y agradece con una inclinación de cabeza.
De regreso, trato de reordenar las evocaciones que acabo de tener en el paseo, fue una cadena cronológica breve, no pasa con otras más largas, allí se hace difícil enhebrarlas en el orden correcto y no siempre es posible, algunas atrasadas se adelantan, otras recientes, retroceden; lo comprobamos cuando nos juntamos con amigos y evocamos hechos vividos en compañía. Me acude un neologismo que usa un protagonista de James Joyce en su cuento Los muertos: disremember, recordar con un grado de incertidumbre, no tan contundente como olvidar.
Desrecordar, sería un término que valdría la pena empezar a utilizar para ver si puede ser incorporado en el jardín de la RAE. Porque al igual que “loca” su traducción llevaría varias palabras.
El año que viene, cuando me encuentre con mi amigo bibliotecario en la Feria del libro le hablaré de disremember.
* Escritor.
