Un duelo de grandes actores en una obra cruda y necesaria

'El cazador y el buen nazi’. Autoría: Mario Diament. Dirección: Daniel Marcove. Actores: Jean Pierre Noher, Ernesto Claudio. Voz en off: Gabriela Licht. Los domingos a las 17 en el teatro El Tinglado (Mario Bravo 948).

Existen obras que parecen de antemano infalibles. No tienen pretensiones de espectacularidad pero sí la presunción de que el espectador va a disfrutar, ya sea el drama o la comedia. En el caso de ‘El cazador y el buen nazi’, el título nos anticipa por dónde irá este supuesto encuentro. Entonces, está en nosotros interesarnos -o no- en ser testigos del posible duelo. Pero una vez que entramos en ese mundo de cuartas paredes, dramaturgia, escenografía, iluminación y métodos actorales, tenemos muchas certezas.

En principio, el texto de Mario Diament nos anticipa que sobre el escenario de El Tinglado, al menos un giro inesperado en la historia va a haber. La dirección del efectivo Daniel Marcove asegura que todo lo creado irá por su cauce correcto, ese del teatro tradicional sin sorpresas alternativas o performáticas; y el elenco, con Jean Pierre Noher y Ernesto Claudio, la efectividad de que las emociones que se desprendan de los diálogos bañarán a quienes ocupemos las butacas de la sala. Y así sucede, punto por punto, a lo largo de los setenta minutos que dura la obra.

 

ENCUENTRO

Basada en la visita real que recibió en mayo de 1975 el famoso investigador judío Simon Wiesenthal por parte del exministro de Armamento y Producción de Guerra de Hitler, Albert Speer, en su oficina del Centro de Documentación en Viena; Diament reconstruye en su libro por dónde habrá ido aquella conversación. Un inicio de falsa empatía, un juego de intereses históricos, presentes opuestos, prestigios invertidos y un hombre que resiste a la verdad y otro que pugna por ella. No habrá tensión de ver quién mata a quién, pero sí un reto de inteligencias de ver quién tira primero la toalla. Para dar veracidad y realismo a este contrapunto, la unicidad entre lo planteado por Diament y el ojo escénico de Marcove es total.

Hay palabras o conceptos que generan un silencio atroz en el público. Cuando algunos de los protagonistas dice “solución final”, “Auschwitz”, “Mauthausen”, “Himmler” o la cifra de “seis millones de asesinados”, la obra toma una condensación helada. Y entendemos el peso de la historia, las marcas que dejó el Tercer Reich y el dolor del pueblo judío que no cesará jamás.

Y acá sucede otra complicidad más. Los actores no pierden nunca el tono, siempre en la medida justa con lo que están interpretando, sin enviciarse del drama ni sobrar la impronta de sus personajes. Jean Pierre Noher interpreta a Wiesenthal y su acento judío es perfecto, mientras que Claudio es Speer, que en un seco castellano deja ver fehacientemente el ADN alemán.

El epílogo, con esa encerrona estratégica, es el cierre preciso que exigía semejante obra. Sobre todo en cuanto a lo visual, con rostros que se vuelven un ping pong de temperaturas y gestos hasta consagrar al vencedor de esta dialéctica histórica, ética y moral. Y como en las películas, una leyenda completa el cuento.

Entonces como espectadores nos vamos plenos, habiendo recibido todas las emociones que sólo el teatro perfectamente realizado puede ofrecer.

 

Calificación: Excelente.