Un cambio moderado de opiniones se insinuó en las elecciones parlamentarias europeas

 

Ni la derecha conservadora, ni las fuerzas de la centroizquierda tendrán en más la mayoría en el Parlamento Europeo que sesiona en la lindísima ciudad de Estrasburgo. Esto sucede por primera vez en la historia desde que sus miembros son elegidos mediante el sufragio universal. Esto es, desde 1979.
La derecha conservadora tendrá ahora 177 bancas en un Parlamento compuesto por un total de 751 escaños. Hasta ahora, tenía 217 bancas. La social democracia, por su parte, tendrá 150 bancas. Lo que refleja una segunda caída relativa, desde que ella controlaba 186 escaños. Ambas fuerzas tradicionales han sufrido -queda visto- una pérdida de favor popular, según acreditan los guarismos mencionados. Pero nada dramática, ni traumática, como algunos preveían.

La extrema derecha, con 114 bancas mantuvo -en líneas generales- su nivel anterior de participación. Los centristas y los liberales, en cambio, aumentaron ciertamente su propia presencia, pasando de contar con 68 bancas a controlar 108, en lo que ha sido un claro, aunque bastante esperado ascenso en el favor popular. El empujón más importante fue el recibido por estas fuerzas del centro en Francia, de la mano del presidente Macron. Algo bastante parecido sucedió con los llamados verdes, que, sumados a los distintos partidos regionalistas, de 52 bancas pasaron a controlar ahora 77, incrementando su peso político.

Los partidos más extremistas, de derecha e izquierda, no sufrieron cambios de significación, manteniendo, en términos generales, su anterior nivel de apoyo popular, con un muy pequeño aumento, en términos relativos. Sin tsunamis de ningún tipo, como algunos sugerían, antes de los comicios recientes. Pero con alguna dosis de volatilidad, según queda claro.

La extrema derecha italiana, de la mano del euro-escéptico y verborrágico Matteo Salvini, es hoy, probablemente, el mejor ejemplo de la influencia creciente de la extrema derecha en el polarizado y hasta fracturado Viejo Continente. En Italia, que parecería ser su más activa incubadora obtuvo nada menos que uno de cada tres votos. A lo que se suma el resultado electoral francés, en el que la nacionalista Marine Le Pen dejó ahora atrás, como también se suponía que iba a suceder, a los partidarios del actual presidente, el moderado Emmanuel Macron. En su conjunto, la extrema derecha europea recogió esta vez algo así como la cuarta parte de los votos totales respecto de quienes en adelante conformarán la Eurocámara.

PARA FESTEJAR

Un importante y definitivo 75% de los votos totales europeos mantuvo su clara adhesión a la integración regional. Lo que despeja incógnitas y es para festejar. Pero, además de ello, una cuarta parte de los votantes le dieron, en cambio, la espalda a la marcha conjunta de la Unión Europea. No es poco, pero no es tampoco una señal de peligro grave e inminente. 
No obstante, Europa debe tener en cuenta que la idea de un andar conjunto tiene hoy, realmente, a numerosos opositores o disconformes. Y que los partidos tradicionales han sufrido una evidente erosión en su popularidad.

La grieta política europea es hoy, más que (como sucedía antes) una suerte de desencuentro entre las visiones y propuestas de la izquierda y la derecha, el espacio del enfrentamiento entre populistas y demócratas. Por esto no sorprende tampoco demasiado que, en Hungría, el desde hace rato cuestionado primer ministro, Viktor Orban, de perfiles considerados por muchos como antidemocráticos, obtuvo más de la mitad de los votos. Esto es, el apoyo evidente de un grupo alto de sus votantes. En España, en cambio, los socialistas obtuvieron un triunfo bastante claro.

En pocas palabras, el resultado final de las recientes elecciones parlamentarias europeas no ha sido una suerte de alerta acerca de que Europa sufre una enfermedad terminal. Pese a que está claro que los dolores de cabeza del Viejo Continente son ya evidentes en varios de sus diferentes rincones. Hay que prestarles atención y tratar de curarlos, evitando que se expandan y procurando sanarlos o, por lo menos, contenerlos. Europa sabe muy bien -por experiencia propia- cuál es el peligroso final del camino que los extremistas nos impulsan a recorrer. 

MAS PARTICIPACION

La participación de los europeos en sus comicios regionales aumentó. En las elecciones de 2014 fue del 43%. En las recientes, del 51% de quienes estaban normativamente habilitados para sufragar. Más de la mitad, pero aún hay demasiados que no concurren a las urnas cundo se trata de votar en una elección regional.

Para Europa es hora de recambio de funcionarios. El más importante es el de quien sucederá a Jean-Claude Junker en la presidencia ejecutiva de la Comisión Europea. Que requerirá el consentimiento de 21 de los 28 Estados Miembros que componen la Unión Europea y el de una mayoría absoluta del Parlamento Europeo, esto es de 376 bancas sobre un total de 751.

Para ello hay tres pretendientes principales. Entre los que aparece el bávaro-alemán Manfred Weber, de 46 años de edad, que cuenta con una importante experiencia administrativa y legislativa previa. Pero Francia aún no lo ha endosado, razón por la cual no se puede afirmar con certeza que Weber es efectivamente el candidato actual con más posibilidades de éxito. 

Por lo pronto compite, entre algunos otros, con un notable candidato francés: Michel Barnier, de 68 años de edad y muy buena reputación y alguna experiencia comunitaria. También un peso pesado, entonces. Y con la propia Christine Lagarde, que hoy está instalada en el timón del FMI, pero podría cambiar de destino.

Además deberá realizarse la elección del funcionario o funcionaria que obrará como el próximo presidente del Banco Central Europeo, en reemplazo del excelente italiano Mario Draghi, de labor ciertamente muy destacada.
Hora de designar a nuevos altos funcionarios, está bien claro. Pero ello no necesariamente supone alterar la dirección política general comunitaria, aquella que se ha venido definiendo paso a paso apuntalando la evolución institucional de la Vieja Europa. 

En el nuevo mapa político europeo hay realidades que no pueden ignorarse. En Alemania el centro (Unión Cristiana Democrática) tiene el 30% de los votos, y los verdes el 20%. En Francia, la nacionalista Marine Le Pen obtuvo el 23% de los votos, superando escasamente a las fuerzas de Emmanuel Macron, que lograron el 22%. En Polonia los nacionalistas-populistas tienen el 46% del electorado. Y en Hungría (Fidesz) el 52%. En Holanda todo es disperso, con cinco partidos que lograron, cada uno, entre el 10 y el 19% de los votos. En Portugal el socialismo mantiene su presencia, con el 33% de los votos totales.

* Ex Embajador de la República Argentina ente las Naciones Unidas.