La estabilidad económica no sólo ha fortalecido al Gobierno; derivó además en un cambio político de por lo menos dos niveles. En el que está más a la vista, los principales partidos sufren un proceso de división interna y realineamiento con eje en Javier Milei. En el otro, menos visible, el electorado da muestras de estar pasando por una modificación de expectativas adversa a la lógica populista.
La respuesta de la dirigencia partidaria al fenómeno Milei partió a la oposición en dos grandes sectores. El colaboracionista, que es invitado a comer a Olivos y recibe el mote de heroico, y el opositor a ultranza de Cristina Kirchner, sus aliados de la UCR, el socialismo, el trotskismo, la Coalición Cívica y peronistas que no controlan sus distritos. Su objetivo es derrumbar el plan económico y el Gobierno. Promueven la crisis y su propuesta consiste en volver a 2023. Acá no ha pasado nada. Autocrítica cero.
En el medio hay un desierto, por la polarización y las ofertas económicas diametralmente opuestas. Tanto el presidente como Cristina Kirchner estimulan ostentosamente el encono mutuo para que la moderación sea impracticable.
El fenómeno Milei ha tenido consecuencias que nadie imaginó. En el justicialismo, por ejemplo, una interna sin antecedentes por la conducción del partido. El conflicto es por el control del aparato electoral más grande del país pero, en el proceso, el liderazgo de Cristina Kirchner ya quedó golpeado.
El radicalismo presenta un cuadro más complejo. El eje es como siempre la búsqueda de cargos, pero tiene además un problema de identidad. Su electorado no populista fue absorbido primero por Mauricio Macri y ahora detesta verlo aliado con la expresidenta. Es un problema de posicionamiento y de supervivencia. El inconveniente de los dirigentes radicales es que creen que pueden resolverlo con consignas o, como ocurrió con el alfonsinismo, mediante pactos con los peronistas por debajo de la mesa.
El segundo cambio que comenzó a manifestarse con el holgadísimo triunfo de Javier Milei en el balotaje de hace casi un año es de expectativas o cultural, si se le da un nombre más pretensioso. El fracaso económico del kirchnerismo generó un cuestionamiento extendido entre sectores que votaban habitualmente propuestas populistas. En especial, un grupo importante de votantes jóvenes parecen haberse convencido de que el populismo es incompatible con el progreso y que el victimismo implícito en esa ideología, además de la expansión infinita de los “derechos”, tiene efectos reales nefastos sobre los más pobres.
Quedó a la vista, por otra parte, que pretender la protección de un Estado que fue saqueado y llevado a la quiebra por el propio populismo no sólo es incoherente, sino también una mentira insostenible de un régimen hambreador tolerado por sus propias víctimas.
Es esa toma de conciencia la que está detrás de la “paciencia” de los sectores más castigados por el plan de ajuste. Por eso, el estallido social no pasó de una amenaza opositora y los únicos que salen a la calle son los que viven del dinero público.