JAVIER ANZOATEGUI SE ANIMO CON EXITO A NOVELAR EL FIN DE LOS TIEMPOS

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‘Las hojas de la higuera’ imagina “la gran tribulación” y el reinado del Anticristo con mirada católica y argentina. Impresiona la verosimilitud de una persecución que ya no parece tan lejana.

Con Las hojas de la higuera, Javier Anzoátegui se ha incorporado con pleno derecho a la categoría ilustre de escritores que se animaron a novelar el Libro del Apocalipsis, una empresa a todas luces intimidante y compleja.

Corresponde decir que consiguió superar la prueba. Su obra dedicada al “fin de los tiempos” no es un engendro sensacionalista y mundano, imaginado con criterio hollywoodense, sino un esfuerzo genuino y cuidadoso por encarnar, en personajes y situaciones verosímiles, casi todos los elementos salientes de la estremecedora revelación que le fue confiada al apóstol San Juan, incluyendo el de la tan misteriosa conversión de los judíos.

Es también, y este es un dato importante, la obra de un católico practicante, que aborda el tema con devoto empeño y siguiendo las interpretaciones tradicionales y más o menos canónicas referidas al tiempo de la “gran tribulación”.

Un segundo punto a destacar es que, si bien se trata de una historia de obvios alcances universales, la novela es hondamente argentina, es decir, transcurre en esta tierra, y sus protagonistas son representativos de nuestra gente, con muchos de sus típicos defectos y virtudes, rasgos que aportan colorido y humor a una trama por momentos agobiante.

Estos dos datos ayudan a definir el libro y también ofrecen unas imprescindibles claves de lectura. Quien se interne en Las hojas de la higuera (Vórtice, 516 páginas) se encontrará con una novela católica y argentina, dirigida de manera clara pero no excluyente, a católicos argentinos.

En una temprana y elogiosa aproximación a la obra aparecida en el sitio digital Caminante-Wanderer, Sebastián Randle recordó que la literatura argentina tiene antecedentes notables en materia apocalíptica, empezando por los nombres destacados del P. Leonardo Castellani y Hugo Wast.

Anzoátegui (Buenos Aires, 1962), quien es nieto de Ignacio Braulio Anzoátegui, contemporáneo de aquellas dos grandes plumas, abrevó por cierto en esa tradición. A la que debe agregarse una segunda vertiente, también señalada por Randle, la de la formidable novela Señor del Mundo, del sacerdote inglés Robert Hugh Benson. De ese libro aparecido en 1907, Anzoátegui decidió, a modo de homenaje explícito, copiar el nombre del Anticristo, Juliano Felsenburg. (Y en diálogo con este suplemento, el propio autor sumó a esa lista de influencias ciertas obras de Newman, Soloviev, C.S. Lewis, Chesterton y Graham Greene, además de una serie de revelaciones religiosas y piadosas como las de Fátima; Garabandal; el Padre Pío; la beata Ana María Taigi, y Ana Catalina Emmerick).

NUEVO ORDEN

Las hojas de la higuera sigue a esos modelos pero hace sus propios aportes a un argumento literario basado en la revelación bíblica. En ese sentido, puede arriesgarse que el paso del tiempo, y algunos desconcertantes acontecimientos ocurridos en los últimos tres años, ayudaron a Anzoátegui a imaginar con mejor precisión que sus antepasados cómo podrían concretarse ciertas profecías que hasta hace muy poco habrían parecido meras exageraciones o desbordes metafóricos del lenguaje místico.

Los tramos más inquietantes de la novela son los que van desarrollando, con creciente acumulación, el inmenso poder del Anticristo y su nuevo orden mundial. Hay, desde luego, un Papa Malo (“Sembraba confusión a propósito. Y después sonreía poniendo cara de estampita”), que termina revelándose como el Falso Profeta; se consuma una gran apostasía, y todo ello conduce a la creación de una Nueva Iglesia Comunitaria Ecuménica, que expresa a la “nueva y definitiva religión universal”.

El Anticristo se impone por su engañoso pacifismo (pese a que se libran atroces guerras nucleares) y por los supuestos “milagros” que obra gracias a la ciencia y la técnica. Consigue someter a los hombres “sin que se den cuenta, sin amordazarlos, bajo apariencia de bien, de ventajas”. Su tiranía avanza tanto que, con la complicidad de la Iglesia apóstata, llega a ordenar la abolición del Sacrificio Perpetuo, es decir, a prohibir la Santa Misa.

En este nuevo orden hipertecnológico, “la única verdad es la virtualidad”. Persuadidas primero, y después condicionadas o presionadas, las grandes masas se rinden ante su poder, del que pocos desconfían inicialmente.

Entre esos pocos se cuentan una minoría de “reticentes” católicos argentinos, los héroes impensados que protagonizan las varias líneas argumentales de la novela.

El narrador omnisciente alterna el relato de sus vidas, a las que sondea antes y después del comienzo de la “gran tribulación”. Algunos fueron virtuosos y justos; varios más fueron pecadores y cedieron a diferentes tentaciones, incluso dentro de la jerarquía de la Iglesia. Pero unos y otros, guiados por una mano providencial, se irán acercando hasta conformar ese “pequeño rebaño” en paciente espera de la Parusía, la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo.

Antes deberán sortear las implacables persecuciones de un poder totalitario que cuenta con los más avanzados recursos para vigilar y dominar a cada persona en cada rincón del mundo. A no pocos los aplastará “la sensación de que no había modo de escapar del lazo, que no existía forma de oponerse al enemigo”. Varios perderán toda esperanza y cambiarán de bando.

Esos capítulos de Las hojas de la higuera, que estampan interpretaciones creíbles de profecías apocalípticas que por siglos desconcertaron a los exégetas, deben mucho a lo que vivió el planeta en los últimos tres años con la excusa de la emergencia sanitaria.

Más que literatura, Anzoátegui pareciera trazar en esas páginas una mera crónica periodística fundada en tecnologías o productos ya existentes o que se hallan en avanzado proceso de diseño. Ninguna de sus imaginaciones puede tacharse de caprichosa o extravagante.

El pasado reciente también lo orientó en cuanto a cómo podrían reaccionar poblaciones engañadas y manipuladas a escala global. La humanidad entera fue sometida a esa prueba apenas ayer. El autor no tuvo más que recordar las cuarentenas férreamente obedecidas de 2020 y 2021, junto con la ciega y desesperada adhesión a vacunas experimentales producidas en tiempo récord (supuestos 66 días a contar desde enero de 2020, en el caso de una de las marcas estadounidenses más deseadas) y por fuera de los mecanismos aceptados de ensayo y verificación a lo largo de los años. Frente a ese delirio generalizado que sucedió en la realidad, toda literatura se arriesga a pecar de mezquina.

LA RESISTENCIA

Pero como el Apocalipsis es, en esencia, un libro que exhorta a la esperanza, también ella abunda en Las hojas de la higuera.

Los “reticentes” argentinos están guiados por un puñado de sacerdotes fieles a la Iglesia de siempre. Se organiza una resistencia subterránea dentro y fuera de las ciudades vigiladas por los “Controladores”. Los últimos contingentes convergen en las “Zonas Vedadas” donde el régimen del Anticristo expulsa a los pocos que lo rechazan. Su objetivo es “resistir y tratar de robarle corazones al enemigo”.

Esta resistencia la encarnan seres humanos pero la inspiración es sobrenatural. Antes de que se imponga la aterradora “marca de la bestia”, cuya posible concreción es otro de los aciertos de Anzoátegui, ocurre el Aviso de la Mujer Esplendente, aquella “mujer revestida de sol” del Apocalipsis, la Santísima Virgen María, que a pecadores y justos por igual les muestra las heridas de sus pecados y les hace un último llamado al arrepentimiento y la conversión.

El “Aviso” mariano antecede a los espantosos “tres días de oscuridad”, cuando, por permiso de Dios, los demonios desatan su furia sobre todos los que persistieron en la depravación y la inmoralidad. Después sólo resta el postrer enfrentamiento, la batalla final que ocupa los últimos capítulos en el cierre de la novela.

Anzoátegui es abogado y juez penal desde 2004. Pero también es escritor, tal vez porque lleva la vocación en la sangre. Ha escrito un par de opúsculos irónicos sobre los desvaríos de la Justicia argentina y una primera novela, Jazmín del país, que se publicó en 2018 y alcanzó tres reimpresiones. Afirma que, a la hora de escribir, la experiencia propia lo ha llevado a creer en las Musas. “Cosas que escribo y que a algunos les sirven o los conmueven, las vuelvo a leer y me pregunto: ¿de dónde salió ésto? ¿quién me lo ha dictado?”.

Al margen de sus méritos como novela, hay mucho que conmueve y sirve de consuelo en Las hojas de la higuera. Los fieles del “pequeño rebaño”, por caso, se confortan en la misma persecución, que los purifica para el encuentro anhelado con el Redentor, después de una vida de comodidades, placeres y gracias inmerecidas. Empujados a una última peregrinación, a la huida al campo y fuera de las ciudades, viviendo en la intemperie, los “reticentes” son llamados a detenerse, “a prestar atención, a ir al ritmo de la naturaleza, a un ritmo humano”.

“Nos acostamos cuando cae el sol y nos levantamos cuando amanece -explica hacia el final uno de los sacerdotes fieles, el Cura Loco, personaje que es un entrañable homenaje a Castellani-. Nos juntamos alrededor de un fuego. Tal vez sea eso nomás. Una purificación. Una purificación necesaria para recibir Al Que Vuelve”.

El tiempo se acelera

Javier Anzoátegui entiende que su novela Las hojas de la higuera “hubiera sido lo que es con o sin coronavirus” pero admite que aquel fenómeno desquiciante pudo haber tenido una influencia indirecta en la gestación de la obra.

“Creo que lo fundamental del asunto es el control social, para reunir el gran rebaño del Anticristo -explicó a este suplemento-. Las demás (coronavirus incluido) son herramientas. Pienso que el coronavirus ha sido la demostración de la aceleración del tiempo. El Enemigo sabe que no le queda mucho. Y está apurado. Son conjeturas, porque ni el Hijo del Hombre sabe el día ni la hora. Pero me da la impresión de que estos sucesos que nos tocan vivir son, cuanto menos, el ‘typo’ del Fin de los Tiempos. Es decir, si no anuncian el fin-final, se le asemejan mucho”.