En estos días la paz del mundo peligra. Por la invasión de Rusia a Ucrania, por una parte, y por el indisimulable exterminio que está haciendo Israel con los refugiados de Gaza, por la otra.
Riesgo al que Trump contribuye al minimizar esos sucesos. Porque tanto ha incurrido en el absurdo de culpar a Ucrania por la agresión que sufre de Rusia, como imagina hacer de Gaza un paraíso turístico (para lo cual habría que remover, claro está, a quienes sobrevivan al bombardeo israelí).
Lo de Gaza, semeja una broma macabra, pues la crueldad de lo que allí sucede es tal que muchas naciones europeas, tradicionalmente amigas de Israel, lo condenan ahora y reconocen al Estado Palestino, cosa que hasta el presente no habían hecho. Condenas que también hicieron suyas figuras de la entidad del Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterrez,, del Rey de España, Felipe VI y del Papa León XIV.
Israel no disimula su intención de anexar Gaza como lo hizo con Cisjordania, hace ya bastante tiempo. Y nada le importa que la comunidad internacional no reconozca sus forzadas conquistas. De igual modo procede Rusia, que habiendo fagocitado Crimea hace más de diez años, ha invadido a Ucrania con la finalidad de arrebatarle más territorios.
Al proceder así, ambos han violado una norma básica de las Naciones Unidas, cuya Carta dice en su artículo 2.4: “Los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado…”
Pues bien, lo que hoy nos interesa es comparar como actúan Netanyahu y Putin, con lo que sostenían acerca de los territorios que agreden, una filósofa hebrea, en el primer caso y otro déspota de su país, en el segundo. Porque de prestarles atención, se conducirían de un modo totalmente distinto. Se trata de lo que pensaban al respecto Hannah Arendt y Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin. Personajes, por supuesto, muy distintos, pero que igual interesa citar Arendt, nacida en Alemania, huyó a Francia cuando ya se cernía sobre los judíos de su país la amenaza del genocidio que sobrevendría podo después. De allí se trasladó a Estados Unidos en 1941, donde vivió hasta su fallecimiento en 1975.
Ella, que en los años cuarenta fue decidida partidaria de la creación del estado de Israel, nunca quiso que con ello se impidiera el nacimiento de otro estado, el árabe. Estados, ambos, cuya existencia y coexistencia habían decidido las Naciones Unidas a través de su Resolución 181/47, que dividía entre ellos el territorio de Palestina, hasta entonces protectorado inglés.
No obstante lo cual, tuvo, poco más adelante, una actitud muy crítica respecto de la expulsión que hizo Israel de gran parte de los árabes que vivían en el territorio que le fuera asignado. Así fue que integró la “Comisión para tratar el problema de los Refugiados Palestinos” del Institute for Mediterranean Affairs, que produjo un informe adverso a las injusticias que ellos sufrieron.
En él se sostuvo que dichos refugiados tenían el derecho a decidir “…por sí mismos si quieren establecer de una u otra manera una alianza con Israel (como se propone en la resolución de la ONU para Palestina) o, sí, por el contrario, aspiran a la creación de un estado independiente” (Hannah Arendt, Sobre Palestina, pág. 59, Ed. Penguin Random House, Bs. As, 2025).
También afirmó, en un estudio propio que se incluye en ese libro, que “…el conflicto árabe judío puede resolverse y se resolverá en el marco de una cooperación amistosa entre todos los pueblos mediterráneos…y quizá, incluso de una federación”. Nada más lejano de aquello a lo que Arendt aspiraba, que el inhumano trato que hoy se dispensa a los habitantes de Gaza.
En cuanto a Rusia, que ya en 2014 le arrebató Crimea por la fuerza, ha vuelto a invadir a Ucrania para quitarle aún más territorios. Lo cual, para Putin, es sólo un paso. A lo que él aspira, es a reconstruir el espacio de poder que Rusia tuvo hasta los años 90 sobre el este de Europa.
Y aquí viene lo de Lenin. En su Discurso sobre el Problema Nacional, de 1917, se preguntó: ¿“Porqué nosotros, los rusos, que hemos oprimido a más naciones que ningún otro pueblo,debemos negar el derecho de Polonia, de Finlandia, de Ucrania a separarse?”.
A lo que respondió: “Si Finlandia, Polonia o Ucrania se separan de Rusia no hay ningún mal en ello. ¿Qué mal puede haber? Quien afirme lo contrario es un chauvinista…el socialista ruso que no reconozca el derecho a la libertad de Finlandia y de Ucrania caerá en el chauvinismo y no habrá sofismas ni invocaciones a su método que lo ayuden a justificarse” (“Obras Escogidas”, Talleres Gráficos Aconcagua, Bs. As, 1974, Tomo IV, págs. 131/ 133).
Volvamos ahora a Gaza. Netanyahu, que nació en 1949 cuando el genocidio de los judíos europeos ya había acaecido, pretende encubrir bajo la capa de esa atrocidad la expansión territorial que pretende para su país a expensas de los árabes. Así, ha llegado al extremo de tildar de antisemita al presidente de España, por el simple hecho de no estar de acuerdo con lo su política agresiva. En cambio, Arendt, espíritu superior que sufrió la persecución, no quiso que en el futuro nadie volviera a perseguir a nadie. Fuera quien fuere.
Lenin, tan sanguinario como Putin, fue sincero. Finlandia, Polonia y Ucrania nunca fueron rusas, sino que fueron sojuzgadas por Rusia.
En cuanto a Israel, cuando las Naciones Unidas lo crearon, le adjudicaron una superficie de algo menos de la mitad de la que hoy ocupa por la fuerza.
El fantasma de la guerra nuclear ronda hoy por el Oriente Medio y el Este de Europa, pero la que peligra es la entera humanidad. Incumbe, pues, a los Estados Unidos, en su carácter de mayor potencia mundial, ser mucho menos aquiescente con los líderes de los dos países que, con sus agresiones, generan ese peligro. Y evitarlo.