El rincón de los sensatos

Ubicarse

La Residencia de Cirugía del Hospital de Clínicas de finales de los años sesenta era una cosa seria. Lo era por haber sido la primera en el país, por la tradición del primer hospital de Buenos Aires, por su carácter universitario; pero, sobre todo, por las condiciones personales y profesionales de los docentes y su dedicación. Los Residentes teníamos orígenes diversos y por lo tanto, personalidades bien distintas. Pero en ese ambiente de exigencia había una norma principal: ubicarse. Es decir, guardar con discreción el lugar correspondiente, actuar con responsabilidad y modestia, aunque superficialmente pudiera uno parecer un compadrón. La actitud rendía sus frutos porque significaba escuchar más de lo que se hablaba, aprender más que intentar dar clases. Ubicarse.

Se podrá decir que esto no es ninguna novedad y que semejante actitud debería reinar en muchos otros ambientes. Pero habrá que aceptar que no es lo común en los claustros universitarios ni en las asociacIones profesionales, donde el oropel y el engolamiento sobreabundan. Y ni hablar en tantísimos círculos no médicos.

¿O no se oye cotidianamente expresarse como oráculos indiscutibles a periodistas, abogados, técnicos varios y personajes equivalentes, que nos sermonean implacables e imparables desde los medios de comunicación? ¿O no es esa la actitud habitual de diputados, senadores y toda clase de políticos apenas perciben un micrófono cercano, independientemente de cuáles sean sus ideas, si las tienen?

Ubicarse. Es decir: noción de la propia medida, de lo que se conoce, del ámbito en que se actúa. Eso, que fue bastante claro para muchas generaciones, se va perdiendo por contagio y por vacuidad. Se ignora lo que se sabe y, sobre todo, lo que no se sabe. Y ahí nomás quedan el ridículo y lo grotesco. Pero, más grave, el vacío tiende a llenarse con guarangadas que no respetan sexo ni edad. Que chocan porque se ve la falta de naturalidad con que en general se expresan: quieren protestar como hombres de campo pero jamás aprendieron a ensillar un caballo.

Lo peor es cuando actitudes similares llegan a lo más alto de los niveles gubernamentales. Y entiéndase que esto se dice hasta con cierto afecto: el Presidente de la República no puede seguir hablando “como un carrero”, aunque le haya resultado útil en la campaña electoral. No en el orden local y menos en el internacional. El Presidente -en particular en momentos tan complejos para el país como se han dejado al nuestro- debe transmitir equilibrio, dominio de sí y de las circunstancias. Ingenio e ironía sí, grosería no. La buena educación no es mojigatería. Al contrario, habitualmente es sinónimo de firmeza.

No hay caso: hasta en el máximo nivel es necesario ubicarse.