OLIVIER GUEZ HACE LITERATURA CON LA VIDA DE GERTRUDE BELL

Tras la “reina del desierto”

La novela ‘Mesopotamia’ rescata el papel que tuvo esta mujer extraordinaria en el nacimiento del moderno Medio Oriente. Un juego de intereses cruzados y maquinaciones imperialistas.

Con el título algo engañoso de Mesopotamia, el periodista y escritor francés Olivier Guez ha urdido una novela histórica que pretende remontarse al origen de las decisiones políticas y estratégicas que dieron forma a aquella tumultuosa región del mundo en su versión moderna.

Lo de engañoso responde a que la verdadera protagonista de la novela de Guez no es la tierra ancestral bañada por los ríos Tigris y Eufrates sino una persona de carne y hueso, célebre en su tiempo pero bastante olvidada en nuestros días, la británica Gertrude Bell (1868-1926).

Mesopotamia (Tusquets, 360 páginas) combina, casi en partes iguales, la biografía y el ensayo histórico en un amplio arco narrativo de ficción que toma como hilo conductor diferentes episodios de la vida de Bell.

La mujer que sería llamada la “reina del desierto” pertenecía a una familia de prósperos industriales ingleses. Se licenció en Historia Moderna por la Universidad de Oxford antes de salir al mundo convertida en arqueóloga, exploradora, alpinista, políglota, espía y leal funcionaria al servicio del imperio británico.

Podría simplificarse diciendo que encarnó la versión femenina (y veinte años mayor) de T.E. Lawrence (el cinematográfico “Lawrence de Arabia”), con quien colaboró en el arbitrario diseño geopolítico del Medio Oriente luego de la Primera Guerra Mundial.

EN BAGDAD

Bell llegó a ser jefa de inteligencia del gobierno británico provisional instalado en Bagdad tras la derrota del imperio otomano en el conflicto de 1914-1918.

Después figuró entre el puñado de propulsores del nuevo estado que denominaron “Irak”, que iba a reunir, en equilibrio inestable, a las tres provincias históricamente enfrentadas de Basora (en el sur, chiita), Bagdad (en el centro, sunita) y Mosul (en el norte, kurda).

Uno de sus jefes era el entonces secretario de Colonias británico, Winston Churchill; entre sus subordinados figuraba el arabista Harold St. John Philby, padre del infame espía soviético Kim Philby. Amigo y aliado ocasional era el osado y a la vez melancólico Lawrence, con quien Bell compartía la fascinación por los árabes y los beduinos, “esos hombres insensibles al esfuerzo, e inaccesibles, románticos, rebeldes y conservadores”.

Unos y otros respondían a diferentes líneas del gobierno en Londres, líneas que no siempre coincidían pero que obedecían a un mismo impulso imperialista fortalecido tras la gran carnicería europea.

Estas corrientes se habían gestado en la segunda mitad del siglo XIX para contener el supuesto expansionismo de la Rusia de los zares, como parte de lo que la política y la literatura dieron en llamar “el Gran Juego”.

Más tarde el peligro para las elites londinenses llegaría a través de la alianza entre alemanes y otomanos que podía amenazar la presencia británica en Persia o en Egipto y su vital Canal de Suez.

Al final terminaría por imponerse el valor económico y estratégico del petróleo, rebosante en todo el Medio Oriente, sumado al proyecto sionista, que el gobierno inglés abrazó en 1917 con la Declaración Balfour, una idea rechazada por Bell, Philby y Lawrence.

Bell fue especialmente dura con esa iniciativa que hasta el día de hoy sigue marcando a sangre y fuego a esa castigada región del mundo.

“El proyecto sionista es imposible -escribió-. Palestina es un país que no se presta a los fines judíos. Es pobre, tiene pocos recursos para desarrollarse, y en él hay una sólida mayoría de dos tercios de población musulmana que desprecia a los judíos. Es un plan forzado. Deseo que no tenga éxito y estoy segura de que fracasará”.

DOS LINEAS

Guez (Estrasburgo, 1974) relata esa historia de manera fragmentada a partir de anécdotas reales y ficcionalizadas de la biografía de Gertrude Bell.

Intercala capítulos que se ajustan a dos vectores narrativos: el primero, que va de 1916 a 1926, registra la tarea de Bell como funcionaria; el segundo se remonta a 1892 y visita algunos episodios significativos de la vida íntima de esta mujer extraordinaria pero también recatada, arisca y solitaria.

La convivencia de estas dos tendencias termina contaminando a ambas de un mismo enfoque ensayístico, en vista de que el estilo es el mismo (siempre expresado en presente del indicativo) y las alteraciones de tono o estructura son casi imperceptibles.

Guez se muestra como un formidable divulgador, dueño de una prosa clara, informativa y elegante. Un buen ejemplo es este pasaje descriptivo situado en 1916, según la traducción (excelente) de Juan Manuel Salmerón Arjona:

“Basora es un caos, como ha comprobado Miss Bell en la semana que lleva allí. La logística del ejército de la India es un desastre; los británicos no se aclaran, improvisan, carecen de todo. Es difícil, casi imposible, alojar a los cientos de miles de caballos, soldados, médicos y brahmanes que han desembarcado, y abastecer a este gran ejército de Oriente, porque no existen instalaciones frigoríficas para almacenar los productos perecederos. En el sur de Mesopotamia no hay más que dátiles, algunas verduras y un poco de ganado y se tiene que importar todo de la india. La antigua ciudad comercial no está preparada para acoger a la flota que espera anclada en sus aguas. Con el puerto hasta los topes, los grandes barcos se quedan mar adentro. Bajo trombas de agua o un sol tórrido, se tarda horas, incluso días, en transportar hombres, animales, mercancías y municiones en embarcaciones más pequeñas, góndolas, frágiles caiques, hasta la costa, que está llena de barro e infestada de moscas y mosquitos. A miss Bell, que desembarcó así, le cosieron las piernas a picotazos pese a que llevaba medias”.

LA TESIS

Guez es mucho más discreto en el papel de novelista. Sus esfuerzos por penetrar en la intimidad de Bell apenas arañan la superficie y tiene dificultades para encontrar puntos de conflicto narrativo en una existencia cuyo interés central transcurrió a la vista del público, en las tares cumplidas a las órdenes de Su Majestad.

Detrás de ese vaivén literario hay una tesis: el espíritu indómito de esta solterona criada en una familia de inmensa fortuna derivaba de sus padecimientos de la niñez (tenía seis años cuando perdió a su madre) y de sus fallidas experiencias sentimentales.

La novela sondea en ese aspecto reservado imaginando cómo pudieron ser esas relaciones, una de las cuales la vinculó con un sobrino militar del explorador y escritor Charles Doughty, el autor del clásico Travels in Arabia Deserta y figura tutelar para todos los “orientalistas” británicos de comienzos del siglo XX.

Bell fue una mujer excepcional para su tiempo pero también contradictoria: audaz, intrépida y pionera en muchos rubros, también podía ser conservadora, tradicional y hasta mojigata a juicio de los demás. Jamás se consideró una feminista y llegó a militar de manera activa contra el sufragio femenino.

Guez dedicó seis años a investigar a la protagonista de su novela, y ese trabajo queda ilustrado en el anexo bibliográfico que cierra el volumen, en el que se hace evidente el predominio de los ensayos y las biografías escritas en idioma inglés.

UNA FOTO

La primera idea del libro se le presentó a Guez a comienzos de este siglo, cuando sus tareas como periodista lo obligaban a informar sobre las convulsiones de la Mesopotamia actual. Pero el proyecto terminó de cuajar a partir de una foto histórica.

Es la imagen que ilustra la portada del libro: se ve a Winston Churchill rodeado de funcionarios a los que él mismo denominaba irónicamente los "40 ladrones". Todos están montados en camellos delante de la Esfinge de Guiza, en un alto en la Conferencia de El Cairo, de 1921, donde se decidió la creación de Irak. Entre ellos estaban T E. Lawrence (de traje) y una sola mujer, Gertrude Bell.

Hacia el final de la obra Guez describe la soberbia insensata que dominaba a los personajes retratados en esa fotografía significativa, modernos constructores de una nueva Torre de Babel:

“De vuelta de las pirámides, se hicieron una foto de grupo en el patio del hotel Semiramis. La satisfacción se echa de ver en el rostro de los delegados. Acaban de fundar el Oriente Medio moderno en una semana, ‘el tiempo que tardó Dios en crear el universo’”.