De qué se habla hoy­

Todos vimos morir a Juan­ Pablo, menos los de siempre­

 

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Una margarita casi marchita al lado de una tarjeta de cartulina blanca donde podía leerse en letra cursiva "Te acaban de quitar la vida en cumplimiento del deber. Que Dios tenga tu alma a su lado", fue el primer homenaje a Juan Pablo Roldán cuya sangre estaba aún sobre el cemento de la avenida Figueroa Alcorta a metros del MALBA. Era policía, tenía 33 años, un hijo de cuatro, una mujer, Carolina, que está rota, destrozada. Lo asesinó un loco llamado Rodrigo Facundo Roza, un demente de 51 años. Lo apuñaló cuando el policía intentaba calmarlo, controlarlo. Una puñalada le tocó el corazón cuando la punta de aquella hoja de más de cuarenta centímetros se coló por un raja del chaleco antibalas. Todos vieron la escena del asesinato que grabaron las múltiples cámaras de seguridad de esa zona de Palermo, el mundo entero las vio. Esas imágenes conmovieron a los "hombres de bien" como prefiere llamarlos el presidente que decretó un día de duelo y envió un mensaje protocolar a través de twitter. Juan Pablo Roldán se defendió del atacante y disparó al suelo primero y al estómago después. El policía y el criminal murieron en una clínica a cincuenta metros del lugar del crimen. ­

Con el diario del lunes todos hablan, ahora un muerto justifica todo cuando podría haberse evitado sin en el tan mal usado nombre de los derechos humanos hubieran autorizado la tenencia de las pistolas Taser a los miembros de las fuerzas de seguridad. En este caso se hubieran evitado dos muertes. Será por este sentimiento de culpa que los líderes de esos derechos humanos no aparecen en estos casos, digamos Bonafini, Carloto, Donda, Pérez Esquivel, Grabois por citar algunos. Se callan, en más, alguno festejará el asesinato de un uniformado. Ellos tienen peso, los presidentes les temen por las dudas; siguen amenazando con rotular de "colaborador de la dictadura" a quien se les cruce en el camino aunque esa historia ya pasó, ya nadie tiene miedo a los uniformes pero sí a sus discursos violentos, a sus sermones de la muerte, a sus insultos duros y maliciosos. Ellos hoy no se acordarán de Juan Pablo Roldán, ni de Carolina, ni de un niño de cuatro años que dice su madre que "está enojado". ­

El Inspector de la Policía Federal apuñalado estaba cumpliendo tareas en el cuerpo de la Policía Montada a cuyas puertas llegó Roza puñal en mano y encaró a Roldán que estaba allí como oficial de guardia, "A ver quién quiere morir ahora", gritaba el asesino. Con la intención de controlarlo comenzó la historia que terminaría trágicamente. ­

El estado de indefensión con el que deben trabajar nuestro policías es abrumador. No hay protocolos claros y todos, absolutamente todos, tienen miedo de defender su vida usando el arma reglamentaria. Están convencidos de que finalmente serán sancionados y reconocidos culpables. El famoso peso del "gatillo fácil" y los voceros de los garantistas han hecho muy bien su trabajo. En el caso de Roldán, que fue asesinado, la fiscal no cierra el caso porque quiere la investigación completa, no vaya a ser que el policía resulte culpable y haya que indemnizar a la mamá del loco asesino. Así son las cosas.­

Las pistolas Taser, que ahora reclama también el ministro Berni y casi le cuestan a Patricia Bullrich un linchamiento, seguirán sin llegar porque sus detractores dicen que les producen dolor a los delincuentes y eso no puede tolerarse. El caso de Roldán y la escenografía ante la muerte a la que los argentinos asistieron azorados, debe ser un grito de alerta, porque el asesino desenvainó su enorme cuchilla a lado de gente que en una vereda tomaba un café y que se alejó apurada al oír los gritos amenazadores de Roza. Pudo haber sido un desastre, pero un uniformado lo impidió. Basta de mentirnos a nosotros mismos, sabemos qué país quieren construirnos a base de impunidad y demagogia junta votos. Los argentinos de bien sentimos la muerte de Juan Pablo Roldán y nos duele tanto como el silencio de los responsables de poner fin a la injusticia.­